sábado, 16 de junio de 2018

NO DORMIRÁS

Da la sensación que el cine de terror lleva unos años en un estado de estancamiento preocupante. Quizá es por eso que cuando alguna película se sale de lo preestablecido, aunque sea con una historia muy clásica y reconocible, como el caso de Un lugar tranquilo, se convierta en un clásico inmediato.
Después de un tiempo en que todo eran fotocopias y secuelas, parece que ahora lo que se busca es dar un toque de originalidad a los argumentos, ya sea estrujándose un poco las mentes o recurriendo a casos reales, pero al final todo suele derivar en más de lo mismo. Eso sucedía con la decepcionante Winchester, que con un punto de partida apasionante terminaba siendo un compendio de clichés y calcos de cualquier película de género el montón, y ese es precisamente el caso de No dormirás.
Producida a tres manos entre España, Argentina y Uruguay, No dormirás tiene un punto de partida apasionante, que podría haber dado pie a una película muy interesante si los guionistas hubiesen apostado por una trama delirante pero realista en lugar de buscar el film de terror convencional con psiquiátricos abandonados de por medio. Y es que la historia de una creadora que quiere llevar el mundo del espectáculo hasta límites imposibles e incita a sus actores a entrar en una especie de estado de trance después de días sin dormir para entregarse al máximo al espectáculo, una suerte de perfomance límite, es muy interesante. 
Ahí había una reflexión sobre los límites del artista, el precio de la fama y ese uso del estado de insomnio para transformar al actor en su personaje puede servir como metáfora del uso que otros hacen de drogas o de los extremos a los que algunos amantes del método son capaces de llegar para conseguir una mimetización tal que llega a ser imposible establecer dónde termina el actor y comienza la actuación. Es decir, que podría haber sido una fábula aterradora y angustiante sin necesidad de recurrir al terreno de lo sobrenatural, algo similar a lo que proponía Aronofsky en la desasosegante Cisne negro.
Pero no, en lugar de eso, el director Gustavo Hernández prefiere mirarse en los espejos de gente como Balagueró o Bayona y conformarse con una historia de fantasmas que, en el caso de los directores mencionados les ha funcionado perfectamente, pero que aquí adolece demasiado de un guion que hace aguas hasta el extremo de terminar siendo una solemne tontería, absurda y sin sentido.
Visualmente, la película es impecable. Hernández demuestra su talento en una ambientación exquisita y aterradora, y el trío protagonista está a un gran nivel, con una Belén Rueda cada vez más cómoda como reina del terror gótico patrio y una convincente Eva de Dominici, creíble en ese descenso a los infiernos que vive y capaz de iluminar cada plano con su belleza hipnótica. Eso sí, respecto a la estupenda Natalia de Molina da la sensación de que el tener que hablar con acento argentino termina por lastrar un poco sus esfuerzos interpretativos.
Todo el problema, como digo, está en el guion, que a medida que avanza el metraje se va adentrando en un terreno más torpe y previsible, con unos cuantos sustos telegrafiados (¿de veras en esta época pretenden que alguien se asusten con fantasmas que aparecen de dentro de un armario, debajo de la cama o reflejados en espejos?) y unos giros argumentales incomprensibles, además de tramas secundarias que no van a ningún sitio y trampas que pretenden engañar al espectador pero terminan engañando al propio director, que termina por perder el rumbo de la historia. Eso por no decir de lo ridículo que es que unas personas que se fuerzan al límite por no dormir se pasen todo el tiempo a solas, en habitaciones con camas o escondidos en lugares oscuros.
De poco vale planos tan hermosos como el del incendio cuando narrativamente no tienen ningún sentido. No es este lugar para detallar los muchos absurdos de la trama, por eso de los spoilers (aunque viendo alguno de los carteles de la película que no voy a poner aquí, no parece que eso les preocupe mucho a los productores), pero mi conclusión final es que, o bien el guionista llevaba también varios días sin dormir cuando terminó el libreto o bien yo soy muy corto y no entendí nada de lo que me querían contar.
En fin, una lástima, porque la cosa prometía mucho, pero el desastre es tan grande que el título de No dormirás resulta contradictorio. En varios momentos de la trama dormir es lo que más apetecía.
Eso sí, ¿he dicho ya lo guapa que sale Eva de Dominici?

Valoración: Cuatro sobre diez.

sábado, 9 de junio de 2018

JURASSIC WORLD: EL REINO CAÍDO

En una época en la que Disney, de la mano de Marvel y Lucasfilm principalmente (pese al discreto arranque de Han Solo), es la gran dominadora de la taquilla mundial, sólo universal parece aguantarle el tipo, en parte gracias a sus dos franquicias estrella: Fast&Furious y Parque Jurásico.
De hecho, se podría decir que la saga que nos ocupa, la de los dinosaurios creados por Spielberg, guarda ciertas similitudes con la saga galáctica que inició George Lucas (paradójicamente, ambos buenos amigos), y el estreno de Jurassic World: el Reino caído así lo parece demostrar (también el frustrado salto de Colin Trevorrow de una a otra, pero eso ya es harina de otro costal). Me explico:
Ortogonalmente, Lucas conformó su saga de Star Wars en forma de trilogía, siendo la película central de la misma la más oscura y seria. Cuando la franquicia pasó a manos de Disney se planificó una nueva trilogía (que culminará en diciembre del año próximo), cuyas dos películas vistas hasta la fecha tienen unas semejanzas tan grandes a la trilogía original que hay quien las define como remakes encubiertos.
En 1993, Steven Spielberg dirigió una de sus películas más taquilleras, Parque Jurásico (de hecho, fue la que superó como número uno a ET, puesto que mantuvo hasta la llegada de Titanic), que terminó por convertirse en trilogía, de nuevo con la primera de las secuelas, de nuevo del propio Spielberg, algo más oscura que las otras dos. En 2015, de nuevo batiendo récords de taquilla, llegó la película que inauguraba una segunda trilogía dentro de la franquicia, Jurassic World, y de nuevo se habló de que volvía a contar lo mismo que la película original, pero con nuevos personajes, y ahora, recién estrenado el film de Bayona, la línea a seguir parece clara: más oscura y con múltiples elementos que recuerdas a su contrapartida original: El mundo perdido.
Desde mi punto de vista, lo perpetrado por Trevorrow y Bayona en esta secuela está más cerca de lo que pretendía J.J. Abrams con El despertar de la Fuerza que del despropósito que para mí fue Los últimos Jedi. Es decir, regresar a un terreno conocido, apelando a la nostalgia, y desde ahí asentar las bases para tomar una nueva dirección de límites insospechados (con todo lo bueno y lo malo que ello posibilita).
Sí, es cierto que argumentalmente esta Jurassic World: el Reino caído puede recordar mucho a El mundo perdido, con ese obligado regreso a la isla (aunque en esta ocasión sí es la original isla de Nublar), más tramas conspiranoides y el traslado de algún dinosaurio a la civilización. Pero eso no implica necesariamente un estancamiento en la saga (de hecho, aquí se permiten destruir la dichosa isla, haciéndolo, además, en el primer tercio de película) sino más bien un retorno a los orígenes literarios de la misma. Si bien el guion parte de una idea del propio Trevorrow, creo que esta es, junto con la primera entrega, la historia más fiel al estilo de Michael Crichton, pudiendo reconocerse en la historia muchos de sus tics habituales, más incluso que en El mundo perdido, que pese a adaptar, supuestamente, la secuela homónima de la novela, terminó difiriendo bastante de la misma.
Pero sin duda el elemento diferenciador de esta película está en la silla del director. J.A. Bayona afronta aquí su primera producción americana y lo hace a lo grande, con un presupuesto desorbitado y con el mejor padrino que un cineasta podría desear. Y aunque está claro que no ha podido permitirse hacer una película de autor ni ser fiel a su ideario cinematográfico (la relación entre madres e hijos que tanto le gusta analizar es aquí una mera excusa para justificar cierta decisión narrativa), sí hay unos cuantos apuntes que reflejan lo gran director que es y el amor incondicional que muestra por el cine, con varias secuencias que son directos homenajes a sus fobias preferidas, mientras que en el resto cumple con brillantez dentro del star-sistem del blockbuster palomitero que al final debe ser esta película. Intuyo por eso que, aun sin haber nada novedoso en el argumento, es su mano la que hace que el elemento de crítica político-social parezca más presente que en otros títulos de la saga y que el terror sea mucho más depurado y angustiante.
Es más, una vez vista, se entiende esas extrañas declaraciones de hace un tiempo según las cuales el motivo por el que en Universal lo consideraron el director ideal para el proyecto fue su película de El horfanato.
Al final, sin abandonar las peripecias por la selva, los enfrentamientos entre dinosaurios, los salvamentos in extremis y los malos malísimos que a la postre terminan siendo peores que los más salvajes depredadores, la película toma una serie de decisiones suficientemente arriesgadas como para conseguir ser la mejor secuela de Parque Jurásico, no llegando a superar a la original (a la que hay que reconocerle muchas carencias, sobre todo en el tratamiento de los personajes protagonistas) por aquello de que la magia, la primera vez que se contempla, impresiona mucho más.
La química entre Chris Pratt y Bryce Dallas Howard, pese a no ampliar el tratamiento de sus personajes con respecto a la anterior película, sigue siendo impecable, la espectacularidad es magistral y el final augura una tercera y ¿definitiva? película que puede ser el no va más de la locura.
Y todo ello adornado por una banda sonora colosal, con un Michael Giacchino que firma uno de sus mejores trabajos en años. Parece que este genial compositor se estaba estancando un poco al verse obligado a adaptar bandas sonoras míticas de otros artistas (casos de Misión Imposible: Protocolo FantasmaRogue One o la propia Jurassic World), pero que aquí, aun recurriendo de vez en cuando a las icónicas notas de John Williams, dota al film de su propia personalidad y consigue que grandes escenas como la del Indoraptor en lo alto de la mansión sea casi perfecta.
En resumen, Jurassic World: el Reino caído puede parecer más de lo mismo, pero filmado con un ritmo y una elegancia que la convierten en un espectáculo visual delicioso, que no deja un minuto de respiro y permite avanzar la trama hacia una nueva dirección, alejada, por fin, de islas perdidas en medio del Pacífico. Quizá su única nota negativa (aunque justificable) sea que el peaje de hacer cine familiar obliga a que, pese a verse muchas muertes e incluso desmembramientos, la sangre brilla por su ausencia, dándole una cierta sensación de artificiosidad.

Valoración: Ocho sobre diez.

miércoles, 6 de junio de 2018

LOVING VINCENT

Curiosa, espectacular y visualmente hipnótica película de animación, Loving Vincent supone un hito en el cine por su articular concepción. Creada por más de cien artistas que pintaron a mano cada fotograma, la película recrea a la perfección el estilo pictórico del pintor holandés Vincent van Gogh mientras el argumento recrea, a modo de thriller detectivesco, sus últimos días de vida y las extrañas circunstancias que rodearon a su muerte.
Con un interesante casting de actores que hicieron una interpretación real sobre la cual trabajaron los pintores, la película pretende acercarse a la personalidad del excéntrico artista analizando sus últimos días, alejado del bullicio de París en Auvers-sur-Oise, un pueblecito del norte de Francia. Aunque siempre se dio por hecho el suicidio como causa de su muerte, una carta firmada por él y destinada a su hermano Theo dará pie a una serie de pesquisas que ponen en duda semejante afirmación. Armand, hijo de Joseph Roulin, es quien lleva el peso de la historia a sus espaldas, como si de un detective de serie negra se tratara, y aunque su implicación en tales investigaciones está ficcionada, la obra de van Gogh dedicada a la familia Roulin demuestra la importancia que tuvieron en su vida.
En el fondo, el argumento es un poco lo de menos, y si bien ayuda a conocer un poco las interioridades del artista (aunque nada comparable a lo que se puede llegar a conocer en títulos como El loco del pelo rojo), lo verdaderamente impactante es el modo en que está filmada. De hecho, es la primera vez que se realiza una película mediante semejante proceso, y ya por ello, dejando de lado el argumento algo insuficiente, ya debe ser considerada como una obra maestra.
Loving Vincent, como su propio título ayuda a intuir, es una carta de amor hacia la obra del pintor, una oda al arte y una propia obra de arte en sí misma. Una maravilla visual que se debe ver casi por obligación y a la que sólo se le puede poner el pero de su duración, ya que superada la primera hora de metraje el ojo comienza a acostumbrarse a los cuadros y la sensación de maravilla comienza a desvanecerse.
Como sea, una película impresionante e imprescindible.

Valoración: siete sobre diez.

martes, 5 de junio de 2018

BASADA EN HECHOS REALES

Roman Polanski se inspira (con ayuda del guionista Olivier Assayas), en la novela de Delphine de Vigan, una curiosa obra de ficción en la que se inspira, sin embargo, en los sentimientos que le produjo su anterior obra, inspirada en un drama personal real.
Con esta base, Polanski construye una película intensa, un cautivador juego psicológico que recuerda en algo al Verhoeven más contenido y a la que el principal reproche que se le puede hacer es la de que parece anclada en el ayer, como si se tratase de un género pasado de moda.
En cierto modo, se podría decir que todo lo visto en Basada en hechos reales sea ya terreno conocido, y que Polanski parece en algún momento filmar con el piloto automático. Sin embargo, los genios siempre sin genios, incluso cuando no lo pretendan, y por eso la película me resultó fascinante y cautivadora, no ya tanto por la intriga asfixiante que supone la relación entre una escritora, Delphine, con su amable, obsesiva e intrusista fan, Elle, sino por el análisis sobre la creación literaria que realiza, la bipolaridad entre el autor y su obra, algo que eché en falta en la reciente El taller de escritura y que aquí cobra vital importancia.
No hay nada excesivamente novedoso por aquí, y la amistad inicial entre ambas mujeres recuerda a la de Mujer blanca soltera busca, hasta que la faceta de admiradora de Elle comienza a rozar la paranoia, como le sucedía a Annie Wilkes en Misery. Sin dejar de lado la obra de Stephen King, el tema de la dualidad del autor (que él mismo sobrellevó con la creación de un alter ego en forma de pseudónimo) se exploraba también en La mitad oscura, aunque con tintes más terroríficos. Polanski reúne todos esos elementos y crea su propia experiencia, una película que resulta claustrofóbica en cuanto a que la propia mente de la escritora forma un bloqueo del que resulta imposible escapar, mientras que el verdadero antagonista de la película, el elemento que la convierte en un film de terror, es esa pantalla en blanco de ordenador, ese cursor que parpadea esperando a que alguien le de vida tecleando las palabras de una nueva novela que nunca parece que vaya a llegar.
Así que sí, puede que Basada en hechos reales sea un Polanski menor, que todo lo que se cuenta lo hayamos visto ya y que incluso en giro final se puede intuir antes de tiempo, pero pese a todo ello, la película logró cautivarme, atrapándome como al aspirante a escritor que soy y arrastrándome por el mundo de tinieblas y miedos por el que la propia Delphine se mueve.

Valoración: Siete sobre diez.

LOS EXTRAÑOS: CACERÍA NOCTURNA

Se me antoja curioso que se haga una secuela de un film de terror de hace ya diez años y que muchos ni recordarán. Es como si quisieran invitar al espectador a pensar que está ante una fotocopia de algo inventado por otro debido a la falta de ideas de Hollywood, y que nada en este film va a ser de interés.
Sin embargo, y aceptando la premisa de que las secuelas del cine de terror deben ser más sangrientas que las originales, lo cierto es que Johannes Roberts realiza un brillante ejercicio de estilo con la cámara consiguiendo una película muy funcional y que supera, por momento a la primera.
Los Extraños, dirigida por Bryan Bertino, no inventaba nada nuevo (ahí estaban cosas como Funny Games o La habitación del pánico, pero sí fue la culpable de revitalizar el subgénero del home invasión gracias a unos personajes de inquietantes máscaras (que influiría en The Purgue: La noche de las Bestias). Además, no había ninguna explicación tras los ataques de esta supuesta familia de asesinos: era el mal por el mal, sin más contexto que ese.
Al principio, se podría intuir que Los Extraños: Cacería nocturna, iba a seguir paso por paso a su predecesora. De nuevo nos encontramos con una familia preocupada por un conflicto interno (del que solo sabemos retazos), que empiezan a ser acosados por tres desconocidos después de que una joven llame a su puerta y pregunte, con una inocente vocecilla si “está Tamara”. Incluso hay una escena que invita a pensar que la copia se está llevando a límites insultantes hasta que descubrimos que no, que se trata de un giro de guion inteligente y desconcertante. 
La realidad es que bien pronto la película se distancia de su antecesora, sobre todo abriendo el campo de acción y convirtiendo toda una urbanización en el paisaje por el que los asesinos campan a sus anchas. De nuevo estamos ante el mal en estado puro, y si quisiéramos ver la película con unos ojos excesivamente analíticos podría llegar a molestar la omnipresencia de los antagonistas, que parecen estar siempre en el momento oportuno y en el lugar justo. Pero si se aceptan estos deus ex machina como simples recursos narrativos necesarios para poner a los protagonistas es situaciones límites, la película es una gozada del terror más clásico que emula a los slashers de antaño, siendo el cine de Carpenter la principal referencia.
De esta manera, Los Extraños: Cacería nocturna, va más allá de la contención y claustrofobia que causaba la película original y se dedica a homenajear a esos monstruos de los setenta y los ochenta con una fotografía muy trabajada y una banda sonora que acompaña muy bien al experimento.
No estamos ante una película rompedora, ya que en realidad no inventa nada, pero como siempre digo, puestos a copiar, mejor copiar a los mejores, ¿no? Y Roberts realmente sabe lo que se hace, aunque quizá pueda llegar a decepcionar a los fans del clásico del 2008 que realmente esperasen una fotocopia de aquella.

Valoración: Siete sobre diez.

EL INTERCAMBIO

Escrita y dirigida por Ignacio Nacho, esta película podría utilizarse como resumen de uno de los males endémicos que padece el cine de nuestro país: la gran cantidad de directores que se empeñan en ser también guionistas o viceversa. Que un mismo artista esté capacitado para ejercer ambos cargos, y lo hagan además bien, no es tarea fácil(no abundan los Woody Allen, e incluso él también falla a veces), así que en ocasiones es conveniente saber delegar en otros parte del trabajo.
Esto es lo que podría suceder con El intercambio, una historia que se estrenó primero en teatro y que en su paso al cine no ha perdido el tono teatral, limitando todos los juegos de cámara que se pudieran prestar a la historia.
La base no es que sea muy novedosa: un matrimonio aparentemente aburrido de la rutina acude a una cita concertada por internet para participar en una noche de intercambio de parejas, aunque los que les reciben no serán exactamente como se esperaban. Excepto el prólogo, que transcurre en el coche que lleva a dicho matrimonio hasta el lugar de la cita, todo transcurre en la sala de estar del lugar de encuentro, con lo que se demuestra una escasez de recursos que no ayuda en nada a la película. Sin embargo, lo que verdaderamente la lastra es su guion, una historia que no va hacia ningún lado, cargada de absurdos, que busca en el humor chabacano la complicidad del espectador sin encontrarla y con unos personajes que con los que no se puede empatizar por no saber en ningún momento hacia dónde se dirigen. Y eso que los actores, todos ellos estupendo, se esfuerzan al máximo en hacerse con el control de los mismos.
Y es una lástima, porque en ese prólogo inicial en el coche hay una conversación muy ágil y divertida entre Pepón Nieto y Natalia Roig que invitan a pensar que, por lo menos, estamos ante una película de grandes diálogos, pero incluso eso se diluye a medida que avanza la trama y cada protagonista se pierde sin saber nunca hacia donde se dirige su personaje.
Absurda, pero sin gracia, alargada pese a no llegar a la hora y media de duración y con un final aún más decepcionante, la verdadera pregunta es cómo lograron engañar a Hugo Silva para participar en esto, más allá de su reencuentro con los amiguetes de Los hombres de Paco.
Lo dicho, una verdadera pena, la verdad, porque la idea podría haber dado bastante juego.

Valoración: Tres sobre diez.

SHERLOCK GNOMES

Sherlock Gnomes es una cinta de animación al uso, una de esas tantas secundarias que sobreviven con mayor o menor gracia a la sombra de Disney y Pixar y que, conscientes de su posición, rehúyen de buscar un humor inteligente y de doble lectura para centrarse en lo que aspira a ser, un buen divertimento para los niños.
Con una animación cuidada y elegante, la película se plantea como una secuela de Gnomeo y Julieta, trasladando a los pintorescos ornamentos de jardín hasta el mismísimo Londres con lo que la película gana mucho gracias a la infinidad de escenarios que la capital británica les brinda.
En esta ocasión, zanjado ya el amorío shakesperiano, la trama va sobre la desaparición de figuras de jardín a lo largo de toda la ciudad, un misterio que solo el popular detective y protector de gnomos de jardín, Sherlock Gnomes, puede resolver.
Han sido tantas veces adaptadas (y maltratadas) las novelas de Conan Doyle, que uno no puede evitar ver en el Sherlock Gnomes al que da voz, en la versión original, Johnny Deep, a una mezcla entre el carácter prepotente y soberbio del Sherlock de Benedict Cumberbatch y las escenas de acción más propias del cine de superhéroes heredadas del Holmes de Robert Downey Jr.
Con todo, el film resulta ser una película de humor blanco, con personajes poco trabajados pero situaciones muy divertidas, un espectáculo de color para los más pequeños y cuya moralina inevitable, más allá de la consabida loa a la amistad y el amor (el concepto de la unión hace la fuerza nunca falla), es la de proponer a los niños un mundo nuevo para ellos: si con esta película (como con la anterior) se logra que entren de buen gusto en el mundo de El Perro de los BaskervilleUn estudio en escarlata y demás, bienvenida sea la película.
Eso sí, mucho me temo que el invento no tiene un largo recorrido, y me inquieta hasta cuando quieran seguir estirando el chicle de los muñequitos de escayola.

Valoración: Cinco sobre diez.

lunes, 4 de junio de 2018

QUÉ FUE DE BRAD

Desde hace ya un tiempo la carrera cinematográfica de Ben Stiller parece haber tomado un tono más serie de lo habitual. Ya en su faceta cono director, este actor acostumbrado a las payasadas enmascaraba tras sus historias locas y desquiciadas un poso de cinismo y trasfondo oculto bastante palpable, siendo La vida secreta de Walter Mitty el ejemplo más claro.
En su faceta como actor la cosa va en la misma línea, y pese a seguir con comedias más o menos familiares como Noche en el museo 3 o Zoolander nº2, Stiller ha protagonizado en los últimos tiempos títulos algo más serios como la producción para Netflix The Meyerowitz stories, al lado de Adam Sandler y Duston Hoffman, y, sobretodo, Mientras seamos jóvenes, en cierto modo hermanada con Qué fue de Brad.
Ambas películas tienen en común una cierta reflexión sobre la madurez y el paso del tiempo, centrada en una hipotética crisis de los cincuenta, edad que Stiller ha superado recientemente. Mientras que en Mientras seamos jóvenes su personaje y el de Naomi Watts se enfrentaban al conflicto generacional personificado en la figura de un “hypster” como Adam Driver, en Qué fue de Brad el planteamiento versa en la comparativa con otros compañeros de generación, en cómo medir el éxito o el fracaso en la vida en función del prestigio social y el poder económico de cada uno y, sobretodo, en la herencia en forma de conocimientos y sabiduría para legar a los hijos.
Por eso, un vistazo apresurado y superficial podría calificar a Brad, el personaje de Stiller como el de un envidioso frustrado por lo poco que ha logrado en su vida, siendo el punto culminante de esa decepción la conversación desangelada y totalmente derrotista que tiene con una joven en la que ve representados sus propios ideales de cuando él mismo era un crío soñador y con principios. Sin embargo, mirada en profundidad, Qué fue de Brad es una interesante reflexión sobre la dificultad de reconocerse a uno mismo, de asumir los actos propios y saber vivir con las consecuencias de ellos y, sobre todo, de valorar las cosas verdaderamente importantes en la vida, que van mucho más allá de una simple posición social o financiera.
Narrada mediante un viaje que el protagonista hace con su hijo en busca de una Universidad idónea para él, Qué fue de Brad navega entre la comedia y el drama, presentando a un padre por momentos ridículo y cuya principal lección de vida le viene dada por el hijo, en una previsible aunque hábil versión de “el mundo al revés” gracias al cual Brad puede dejar de verse reflejado en el espejo de sus exitosos (aunque también imbéciles) amigos para poder reconocerse a sí mismo y a su familia y conseguir, de una vez, valorar lo valioso de lo que tiene.
Para ello, el director Mike White compone una película fresca y amable, sin huir de los necesarios toques de humor que humanicen a Brad y evitando caer en los tópicos de un cine indie tan propenso a estos temas. También Stiller se mueve como pez en el agua en esta faceta más seria e incluso amargada de su trayectoria cinematográfica, bien acompañado por nombres como Michael Sheen, Jenna Fischer o Luke Wilson.

Valoración: Siete sobre diez.

WONDERSTRUCK, EL MUSEO DE LAS MARAVILLAS

Wonderstruck, el museo de las maravillas, es un drama infantil que, sin embargo, sabe huir perfectamente de la sensibilidad y la ñoñería barata. Bastante distanciada de Carol, la anterior película del director Todd Haynes, la película que adapta un relato de Brian Selznick (autor también de La invención de Hugo) es casi una fábula, un cuento de hadas que aúna dos líneas temporales que, separadas en el tiempo por cincuenta años, terminan por converger en un mismo punto tras mostrarnos dos historias relativamente simétricas. Algo parecido, en otro tipo de concepto, a la animada Your name.
Ben es un chico de Minnesota de los años setenta que, tras quedar sordo debido a un accidente, decide abandonar su ciudad en busca de un padre al que nunca llegó a conocer. Paralelamente, en los años 20, Rose, sordomuda de nacimiento, también emprenderá un viaje desde New Jersey con el objetivo de conocer a una famosa actriz con la que parece obsesionada. Con semejantes protagonistas, es evidente que los problemas de comunicación jugarán un importante papel en la película de Haynes, por lo que la aportación de la joven actriz Milicent Simmonds, sordomuda en la vida real y a la que vimos recientemente en Un lugar tranquilo, jugará un papel fundamental.
Con la ausencia de diálogos que enriquezcan el guion, Haynes se esfuerza por conseguir un planteamiento visual llamativo, empezando por el uso del blanco y negro en la parte correspondiente a Rose que ayude a diferenciar ambas líneas temporales.
Siendo la ruptura de la estabilidad familiar un elemento que aúna ambas historias, Haynes podría haber optado por la crudeza del drama más dickensiano en su propuesta, pero prefiere ir por un camino más agradable y ofrecer una historia dulce y positiva, de buenos sentimientos y donde un aroma de magia impregna constantemente el ambiente. Eso siempre es de agradecer, por más que, una vez puestas las cartas sobre la mesa, la apuesta de Haynes empieza a perder fuelle, teniendo la película un final algo alargado y deslucido. Una vez se unifican las dos historias da la sensación de que el asunto queda algo forzado, impuesto, quizá, y aunque la película no llega a venirse abajo deja un regusto amargo de decepción que impide que se disfrute de la misma como se merecía.
Con todo, la simpatía de la propuesta es suficiente para aprobar su visionado y poder disfrutar del mismo, pese a que la pomposidad del título quede algo en evidencia y las maravillas prometidas sepan, posiblemente, a poco.

Valoración: Seis sobre diez.

SIN AMOR

Sigo aprovechando la oportunidad que algunos cines ofrecen de recuperar películas estrenadas hace ya algunos meses para seguir completando mi lista de pendientes de los pasados Oscar.
Pese a no conseguir el premio, la rusa Sin amor era una de las que mejores valoraciones tenía, y al fin he podido comprobar sus méritos para estar en la pugna final. Dirigida por Andrei Zvyagintsev (Leviatán), la película cuenta el proceso de separación de una pareja de la que nada queda ya del amor que los unió tiempo atrás. Nada los une ya y cada nueva negociación se convierte en una agría disputa, en especial en todo lo referente a su hijo en común. Y es que, a diferencia de lo que suele suceder habitualmente, su disputa no es alrededor de quién se debería quedar con el niño, sino en el hecho de que ninguno de los dos quiere tenerlo a su lado. Pero cuando el pequeño desaparece, las cosas cambiarán para ellos.
Zvyagintsev abre y cierra su película con unos hermosos paisajes, todos solitarios y helados, y esa es la única concesión que el director hace a la belleza y el sosiego en una película tan gélida como sus dos protagonistas. Zhenya y Boris son odiosos, repulsivamente egoístas y carentes de toda empatía. Hijos no ya de una clase social determinada (no hay responsabilidades económicas que justifiquen sus actos), sino de un país perdido, una Rusia contemporánea tan vacía de afecto y responsabilidad como los representativos padres.
Zvyagintsev no aspira a ser moralista ni a dar lecciones de comportamiento a nadie, simplemente dibuja una sociedad a través de sus personajes, evitando por ello componer una película cínica y obviando cualquier ápice de humor negro en ella. Tras el desastre, no vemos a la pareja emprendiendo una cruzada personal más agresiva si cabe, sino que optan por una huida hacia delante, por deambular por pasillos vacíos, mirando el techo con las manos en los bolsillos y aspecto resignado mientras otros se ocupan de la búsqueda.
Sin amor es una película fría, desangelada, tanto que quizá alejará a mucha gente, que no se sentirán cómodos con la forma de tratar la historia, pese a que por algún momento parece tomar tintes de thriller de intriga. Pero no, la desaparición no es, en realidad, el centro de la acción, sino que lo es la rendición incondicional de los protagonistas ante la vida y el amor, la búsqueda de otra historia que sustituya a la que define un pasado en el que han fracasado, sin que deban mantener nada vivo de aquel y condenados, por ello, a repetir el mismo fracaso una y otra vez.
Sin amor es desgarradora, angustiosamente pausada, muy amarga y, por todo ello, casi imprescindible para aquellos padres que tengan en mente iniciar un proceso de separación y no sean capaces de ver más allá de sus propias narices. En toda guerra hay bajas colaterales, y lo más terrible de la historia de Sin amor es que la baja colateral en forma de niño desamparado acontece prácticamente al inicio sin que nadie se moleste en hacer nada por evitarlo.
Lo habitual es lo contrario, que las batallas en los tribunales sean por mantener a los retoños al lado de los insensibles padres, la otra cara de la moneda que, habitualmente, termina teniendo los mismos fatídicos resultados. Y por ello el título no puede ser más significativo.
Y eso lo cuenta Zvyagintsev, además, trasladando en los protagonistas el peso de representar a todo un país que, perdidos sus ideales (para bien o para mal) de antaño, vaga sin rumbo por la historia en espera a que lleguen tiempos mejores.

Valoración: Siete sobre diez.

CALL ME BY YOUR NAME

Call me by your name es como una pieza de relojería. Pese a hablar sobre algo tan aleatorio e impredecible con el amor, nada en la película está dejado al azar. Tanto el trabajo del director, Luca Guadagnino, como del guionista, James Ivory, cuidan hasta el más mínimo detalle para componer un retrato preciosista y de calado alrededor de la relación entre un adolescente italiano y el apuesto americano que pasa un verano hospedado con su familia en una casa de campo al norte del país.
La relación entre ambos, obviamente, será el punto central de la trama, pero más allá del aspecto sentimental de la misma, hay un sinfín de elementos secundarios como la introspección en el componente alumno-profesor, el desarrollo de las relaciones paralelas (ese grupo de amigas que constantemente orbitan alrededor de ambos), el descubrimiento de sentimientos desconocidos... Todo ello sazonado con unos paisajes rurales tan encantadores como reconocibles, que forman parte de una estampa italiana pero bien podrían hermanarse con un ambiente rural patrio como el que se veía, por ejemplo, en Estiu 1993, con el calor del verano, el enrarecido ambiente político y el aroma a cultura que la familia del protagonista desprende como imprescindibles elementos decorativos.
Mucho se ha hablado del elemento homosexual de la película, tanto a favor como en contra, pero ello no es más que una excusa, un vehículo con el que Ivory se siente más cómodo para hablar sobre el despertar sexual, la edad del descubrimiento y el deseo, el desconcierto y la pasión, la diferencia de edad entre los dos personajes y, sí, definitivamente, el amor de verano, ese amor que por definición tiene fecha de caducidad pero que, de alguna manera, queda gravado en nuestros corazones para toda la vida.
Con todos estos elementos Guadagnino compone una película intensa, de las que se cocinan a fuego lento y permiten encariñarse de los protagonistas (excelente Timothée Chalamet, muy correcto Armie Hammer) casi sin que uno se dé cuenta, donde no molesta demasiado el exceso de metraje y que, pese a que en apariencia pudiera parecer que no está pasando nada importante en pantalla, uno no se cansa de ver las historias de los personajes, casi como si el propio espectador fuese partícipe de ellas, algo que ya sucedía con uno de sus anteriores trabajos, la también estimulante (aunque menos laureada) Cegados por el sol (a mi entender más redonda que esta).
Algo chirría, sin embargo, en Call me by your name (título original que ridículamente no ha sido traducido en España pese a que la frase “llámame por mi nombre” aparece en uno de los diálogos y es, además, crucial para el devenir de la historia), quizá por ese empeño en que todo sea tan milimétricamente calculado, sin dejar nada a la improvisación, que a la postre dotan a la película de un cierto aroma a artificial, casi rozando la pedantearía. Secuencias tan hermosas como la de los protagonistas hablando alrededor de una fuente en el pueblo se alternan con otras que parecen puro postureo que pueden provocar la desconexión parcial, mientras que el exceso de atención que ambos reciben deja un poco en tinieblas al resto de personajes. Cierto es que la película no va más que sobre ellos dos, pero los elementos que se ofrecen de los padres del chico, por ejemplo, son suficientemente reveladores como para que uno quiera conocer un poco más sobre el trabajo al que se dedica, mera excusa para incorporar al film un elemento de tintes cultural que funciona también como contraste entre la evidente clase social más bien alta de la familia y las ideas progresistas y culturales. Y es que ese es otro de los detalles definitorios del film, la gran cantidad de contrastes que se ocultan en su interior, sirva como ejemplo el gusto musical del protagonista, capaz de vestir camisetas de Talking Heads y a la vez aspirar a componer música clásica.
En fin, una interesante película, recuperada en cines mucho tiempo después de su estreno original, a la que quizá le pese el hype producido por las nominaciones que tuvo a los Oscar, pero que me alegro de haber podido ver al fin y que, sin ser todo lo redonda que uno podría esperar, es una interesante y sensible reflexión sobre el primer amor, el descubrimiento de la propia sexualidad y, en resumen, la dificultad de llegar a conocerse a uno mismo.

Valoración: Siete sobre diez.

LAS ESTRELLAS DE CINE NO MUEREN EN LIVERPOOL

Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es una curiosa rareza, una de esas películas de “cine dentro del cine” que funcionan como biopics de una estrella limitándose para ello a mostrar un simple retazo de su historia, un episodio (fatídico en este caso) que resuma su paso el paseo de la fama de la fábrica de sueños.
Lo que hace de esta película una curiosidad es, en primer lugar, que la protagonista no sea una brillante estrella, tal y como se entiende ese concepto en Hollywood. Sí, es cierto que Gloria Grahame había llegado a ganar un Oscar de la Academia, pero hay que ser un cinéfilo de esos sesudos para recordar su nombre. No estamos ante casos tan relevantes como podían ser otros biopics episódicos que me vienen a la mente, como Mi semana con Marilyn o Hitchcock.
Además, la decisión tomada por Paul McGuigan (otra elección curiosa, teniendo en cuenta que su más reconocible film es esa revisión fallida sobre la figura de Victor Frankenstein), ya puestos a centrar la historia en el ocaso de la actriz, no ha sido la de hacer una simple reflexión sobre la mella que el olvido al que una industria despiadada y adoradora de la carne joven puede ejercer sobre una estrella extinta, sino que se centra más en la peculiar historia de amor que la veterana actriz (interpretada con maravillosa maestría por Annette Bening) con un aspirante a actor mucho más joven que ella, Peter Turner (al que da vida un inspirado Jamie Bell. Es alrededor de esa relación, y con un Liverpool gris y lluvioso como telón de fondo, en las antípodas del Hollywood dorado, que McGuigan construye su película, y si bien hay decisiones argumentales de dudoso rigor (hay quien describe a Turner como un oportunista que solo quería aprovecharse de la agotada fama de la Grahame), la puesta en escena es tan bella (baste con recordar los recursos narrativos empleados por McGuigan para los saltos temporales, y la dulzura de la historia es tan tierna sin llegar a empalagar que poco importa que carezca de la acidez y mala leche que una historia así podría merecer.
Además, Benning compone uno de los mejores trabajos de su carrera, injustamente olvidada en los pasados Oscar, y la química que demuestra con Bell es impresionante. Entre ambos dan forma a una historia que refleja con sencillez las dos caras de la moneda del trabajo de ser actor y los sacrificios que merecen hacerse por amor, sin importar cosas tan banales como la diferencia de edad o el qué dirán de los burladeros de Hollywood.
No es la mejor película inspirada en esa era dorada del cine, pero con un presupuesto muy ajustado y un gran trabajo de todos sus participantes, la película logra ser una hermosa estampa que, sin llegar a honrar completamente la figura de Grahame, al menos la rescata del olvido y le rinde un tributo que, con el rostro de Annette Benning, es más que merecido.

Valoración: Siete sobre diez.

BORG/MCENROE

En 1980 la final del campeonato de tenis de Wimbledon se convirtió en casi un hito del deporte. Enfrentaba a dos tenistas totalmente opuestos entre ellos, el frío y distante Bjöm Borg y el pasional e irritable John McEnroe. Quienes vivieron ese partido seguro que lo recordarán por su gran calidad deportiva y la emoción del juego. Quienes no lo vivieron... Bueno, mejor que no busquen información sobre el mismo hasta después de haber visto la película.
Con ese partido como excusa argumental, el director Janus Metz Pedersen compone un retrato psicológico de ambas figuras, completando la personalidad de ambos con ligeros flashbacks sobre sus inicios en el mundo del deporte y enfrentándolos ante las cámaras, consiguiendo un duelo fuera de las pistas que, aun sin que apenas se crucen hasta el momento del partido, crea una tensión permanente.
De hecho, aunque Borg/McEnroe sea sin duda una película deportiva, también podría contemplarse como un drama psicológico que, conforme se hacerla la hora de la gran final, se va tornando en un thriller de suspense. Gran parte del mérito, sin duda, está en la extraordinaria caracterización de los dos actores protagonistas. Por un lado, Sverrir Gudnason hace un excelente trabajo de contención, mientras que el McEnroe de Shia LaBeouf es tan intenso y desafiante que cuesta saber dónde termina la interpretación y comienza el actor, siendo las salidas de tono y el carácter aguerrido y desafiante (insultante a veces) del tenista tan polémico como las del propio protagonista de Transformers.
Encuentro ciertos paralelismos entre esta película y Rush, aquel magnifico film de Ron Howard sobre la rivalidad entre James Hunt y Niki Lauda, y de igual manera que comenté en su momento que uno podía disfrutar de la película sin ser un apasionado de la Fórmula Uno, lo mismo sucede con Borg/McEnroe con el mundo del tenis. En este sentido me viene también a la mente otro referente, más cercano en el tiempo, La batalla de los sexos.
Borg/McEnroe dibuja muy bien la personalidad de ambas figuras del tenis mundial, haciendo hincapié en la presión que desborda al gran triunfador tanto como a la del aspirante que no ha ganado nada aún, y como dos posiciones tan diferentes pueden ser igual de difíciles de lidiar. Con ello, Pedersen hace un retrato del peso de la fama y de los sacrificios que conlleva ser un jugador de élite, tan importante a nivel general como la propia historia personal de ambos.
El gran logro de la película es conseguir intercalar las dos personalidades, enriqueciéndolas hasta el momento del partido decisivo, aunque quizá el supuesto clímax final llegue demasiado pronto y no esté suficientemente bien representado en pantalla. Siendo un buen aficionado al tenis, encontré el partido definitivo algo largo y visualmente no todo lo impactante y espectacular que deberla, lo cual sin duda pueda ser un lastre para aquellos no tan interesados en el deporte de la raqueta como yo. Aun así, Borg/McEnroe es una gran película, no solo por la aportación que hace a la figura de los dos protagonistas sino por el retrato que hace del peso de una presión excesiva que bien puede referenciarse a cualquier otro ámbito ajeno al deporte, logrando además ser emocionante y emotiva.

Valoración: Siete sobre diez.

EL TALLER DE ESCRITURA

La nueva película del director francés Laurent Cantet, que para esta ocasión vuelve a colaborar con su guionista fetiche, Robin Campillo, parece haber aunado a la crítica, que loan sus grandes virtudes. Sin cegarme a ellas, lo cierto es que no quedé tan impresionado como esa gran mayoría, y encontré gran parte de la historia repetitiva e incluso por momentos aburrida. No ya por su narrativa, sino por lo poco que lograba conectar conmigo.
El taller de escritura versa sobre un grupo de inadaptados sociales que, bajo la tutela de la popular escritora de ficción Olivia Dejazet, participan en un taller con el fin de lograr crear una novela policíaca entre todos. Se trata, por supuesto, de un grupo representativo de todo el abanico racial y cultural de la Francia actual, algo que ya para empezar me parece algo maniqueo y previsible.
Bajo la excusa de desarrollar ese proyecto en común pronto sobresale la figura de Antoine, la voz rebelde y contestataria del grupo y en quien pronto se va a enfocar la atención de la historia.
Cantet ha querido regresar al estilo que tan bien le funcionó en otra película de temática parecida, La clase, y con la excusa de este taller literario reflejar las problemáticas que más preocupan a los jóvenes de clase media baja del país galo, por lo que las confrontaciones entre ellos van a ser numerosas y muy representativas de los valores que cada uno defiende. Sin embargo, es tan pretendidamente poderosa la presencia del tal Antoine, que, si el espectador no es capaz de simpatizar con él, como fue mi caso, es muy difícil hacerlo con la propia película.
Utilizar un niñato inmaduro y malcriado como símbolo de una generación maltratada y perdida no termina de convencerme, y por eso su enfrentamiento con Olivia y, por extensión, con el resto de la clase no tardó en desinteresarme.
Bien filmada, con buenos trabajos actorales (pese a que aparte de Marina Foïs, el resto son chavales que debutaban en el cine) y un buen pulso fílmico, la historia no llegó nunca a atraparme por completo, siendo consciente de las buenas intenciones de Cantet respecto a lo que me quería transmitir, pero sin dejarme contagiar por su entusiasmo al hacerlo. La metáfora que pretende hacer comulgar la ficción literaria con lo que el destino depara a los chicos no me resultó en ningún momento convincente. O quizá es que, simplemente, yo estaba esperando una película más centrada en el proceso de la creación y en este sentido quedé francamente decepcionado.
Como sea, culpa mía o de Cantet, reconozco los méritos de la película, aunque no puedo sentirme tan entusiasmado con ella como todo lo que estoy leyendo por ahí.
Y es una lástima, la verdad. Le tenía ganas...

Valoración: Cinco sobre diez.