Han
pasado más de veinte años desde que el parque abriera sus puertas por primera
vez pero los dinosaurios siguen siendo unos seres tan apasionantes y
enigmáticos como entonces, manteniendo la misma fascinación sobre niños y
mayores.
Tras
cerrarse (aparentemente) la trilogía de Parque
Jurásico de la mano de Joe Johnson en 2001 la saga, que había ido de menos
a más, parecía muerta y enterrada, y eso provocó que los rumores de una nueva
película (se hablaba de remake o rebbot) fuese vista con escepticismo.
Con
Michael Crichton tristemente desaparecido de la ecuación y Steven Spielberg
centrado sólo en la producción (o al menos eso se le supone, que ya corren por
ahí rumores muy parecidos a los de Poltergreist
en su época), el elegido para llevar a cabo el regreso al mundo de los reptiles
gigantes es el desconocido Colin Trevorrow, cuyos méritos como director se
limitan a la película Seguridad no garantizada
(de la que recupera, por cierto, al actor Jake Johnson).
Finalmente,
para regocijo de los fans, se ha optado por una fórmula que ya está volviéndose
algo habitual en Hollywood: Jurassic
World es una secuela en toda regla, aunque con personajes nuevos y tintes
de querer ser la puerta de entrada a otra posible saga plagada, como no podía ser
de otra manera, de homenajes al clásico original.
Tanto
es así que la presencia de Hammond (el también desaparecido sir Richard
Attenborough) es casi constante.
Un
nuevo parque se ha abierto en la misma isla Nublar donde Hammond creara sus
“milagros” de fatídico final. Un parque más grande, más moderno y más exitoso,
donde la magia por lo asombroso debería ser el foco de atención en una época
donde cuesta creer en la magia. Como pincelada crítica a la perdida de
inocencia de nuestra época, el parque refleja como las maravillas (ya sean los
prodigiosos hologramas o las propias criaturas vivas) se convierten en
rutinarias a los ojos de un visitante exigente, lo que obliga a sus creadores a
buscar una superación constante, a un desafío tecnológico en muchas ocasiones
por encima incluso de la moralidad.
Lo
malo es que este mensaje de pérdida de la inocencia que refleja el argumento
termina contagiando a la propia película en sí, haciendo que la magia que
inundaba el film de 1993 se limite a unas cuantas y escasas secuencias (y en la
mirada del, cómo no, niño protagonista), mientras que el resto de la película
es un simple despliegue de efectos digitales adrenalíticos que podría tener más
referentes en el mundo del comic que del propio cine. De hecho, el gran villano
de la historia, el Indominus Rex, un dinosaurio mutantes cuyo propio concepto o
denominación es un delirio propio de los seres de la Tierra Salvaje de Marvel o
similar.
Jurassic World no consigue repetir, por lo tanto, el espíritu
asombroso y emotivo de la primera película, cosa que por otro lado nadie podía
esperar, por más que repita el esquema de utilizar a unos niños como eje
central del drama (es curioso, lo que más se criticó de la película de Spielberg
es lo más repetido en todas sus secuelas), que heredan de sus antecesores la
poca profundidad psicológica, una profundidad que en realidad no tienen ninguno
de sus protagonistas, que son apenas dibujados con tímidas pinceladas y la
empatía que podamos sentir hacia ellos se basa más en su simple carisma que en
otra cosa. Eso sí, un elemento de emotividad que inteligentemente han sabido
mantener es la partitura original de John Williams, que Michael Giacchino (al
que he definido varias veces como su más digno heredero), sabe recurrir para completar
su propia banda sonora, efectiva pero no especialmente recordable.
Esa
es, por otro lado, la gran baza de Jurassic
World, que quizá consciente de sus limitaciones deja de lado el rigor
científico de antaño y cambia al protagonista de un antropólogo sensato y
reflexivo a un impetuoso amalgama entre el Star Lord de Los Guardianes de la Galaxia
e Indiana Jones (precisamente el
pasado y, quizá, futuro de su intérprete, Chris Pratt). Y esto es lo mejor de
la película, que apuesta deliberadamente por la aventura sin parangón, amparada
en unos efectos visuales que, en el caso de los dinosaurios, rozan la
perfección (otra cosa sería los escenarios generales, que como en la reciente Tomorrowland demuestran un exceso de
postiza digitalización), habiendo resistido bien el paso de los animatronics de
Spielberg por el 3D puro y duro.
Así,
dejando aparte las comparaciones, Jurassic
World debe verse como lo que pretende ser, no como la revolución
tecnológica y el despertar de la imaginación y los sueños que promulgaba Parque Jurásico, sino como un pasatiempo
veraniego, un blockbuster gigante de ritmo perfecto que, olvidando la sencillez
del guion y las inevitables Deus ex machina que pululan por doquier, es
sumamente entretenida, una gozada si nos conformamos con evadirnos durante algo
más de dos horas disrutando con acción a tope y algún que otro puñetero
sobresalto.
Con
un reparto bastante estelar (junto al mencionado y glorioso Pratt se encuentran
Bryce Dallas Howard, Ty impkins, Vicent D’Onofrio y Omar Sy –permítanme la
referencia friki marvelita: se tratan de la Gwen Stacy del Spider-man de Raimi, el niño de Iron
Man 3, el Kingpin televisivo y el Bishop de Días del futuro pasado; ¿se dan cuenta como cuadra todo?-),
Treverrow (o quien de verdad haya dirigido la obra) consigue un espectáculo
entretenido, divertido y aterrador a partes iguales y que consigue estar a la
altura (no es este espacio para entrar en comparaciones puntillosas) con el
resto de grandes títulos comerciales el año como Los Vengadores: la era de Ultron o Mad Max: Fury Road (y yo me atrevería a incluir en la lista a Tomorrowland, aunque juegue en otra
línea), demostrando mi teoría de que este iba a ser un gran año para el cine
más palomitero a la espera de que lleguen los nuevos Terminator, Fantastic Four,
Ant Man, Misión Imposible, Juegos del
hambre , James Bond y, como gran
fin de fiesta, Star Wars.
¿Es
necesaria esta resurrección jurásica? Pues, en vista de la espectacularidad y
la diversión que provoca este film yo creo que sí, superando incluso a sus dos
primeras secuelas. Si nos empeñamos erróneamente en compararla con la original,
eso ya es harina de otro costal. Y es que como se empeñan en recordarnos
constantemente en las comedias románticas… La primera vez siempre es la mejor.
¿O no?
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