jueves, 19 de marzo de 2020

Reflexiones: ¿FELIZ? DÍA DEL PADRE

Hoy es un día extraño. Lo que debería ser una jornada de regocijo y reunión familiar, quizá postergada hasta el próximo sábado por motivos laborales, va a ser otro día más, un simple tachón en el calendario que define eso que hemos dado a llamar “confinamiento por el Coronavirus”.
Hoy es diecinueve de marzo, festividad de San José y, por extensión, el Día del Padre. Sin embargo, pocos son los que podrán pasar este día con sus padres. Sí lo podrán hacer los niños (aquellos que vivan con ellos, que hoy en día tampoco es una garantía), pero no podrán disfrutar plenamente de ese día, ni entregarles el regalo que han hecho en la escuela para ellos porque, simplemente, llevan días sin ir a la escuela. Ni podrán ir a pasear al parque e invertir el sentido del regalo, permitiendo que, para conmemorar el día, sea el padre quien lo celebre comprando un helado o un buen puñado de chucherías a sus pequeños.
Sin embargo, para muchos de nosotros, el simple hecho de felicitar a nuestro “viejo” con un beso y un abrazo es un lujo que no nos podemos permitir. El confinamiento hace que la mayoría vivamos separados de ellos y nos esté prohibido ir a verlos, pero, aún si nos enfrentamos al destino y acudimos a sus casas con el pretexto de llevarles compra o, simplemente, comprobar cómo se encuentran, la distancia de un metro (yo ampliaría a dos si hablamos de padres muy mayores) es más crucial que nunca.
Seguramente muchos de los que me leéis tengáis esta fecha olvidada ante la ausencia del progenitor. Es doloroso, pero forma parte de la vida el tener que enfrentarse al día del Padre o al día de la Madre una vez ha fallecido uno de estos. Pero eso es algo contra lo que no se puede luchar. Solo aceptarlo sin más. Pero que se nos niegue el derecho a celebrarlo cuando lo tenemos, posiblemente, a tan solo unas manzanas de nuestra propia casa es, sin cabe, más cruel todavía.
Son los tiempos que nos ha tocado vivir, y puede que a muchos esto le parezca sentimentalismo barato. Está muriendo gente. Hay empresas que pueden tener que cerrar y familias que no van a poder pagar sus hipotecas cuando la crisis sanitaria se supere. Enfurruñarse por no poder abrazar o besar a un padre el día que el calendario así lo marca es un mal menor. Y sí, estoy de acuerdo con los que piensen así. Pero, en tiempos de confinamiento, el derecho al pataleo es de lo poco que nos queda.
Así pues, sirva esto como homenaje en general a todos los padres que hoy no puedan recibir la merecida visita de sus hijos y a mi propio padre en particular, aunque sé que probablemente no llegue a leer nunca esto (él no es muy de Internet).
Te quiero, papá. Y pese al miedo, pese a la soledad y el tedio, te deseo un feliz día.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Reflexiones: ME SIGUE PARECIENDO POCO

Hace unos días escribía por aquí mi descontento ante las medias tintas que el gobierno español parecía adoptar de cara a enfrentarse al Coronavirus dichoso. Siempre he dicho, por activa y por pasiva, que yo no soy médico, así que no estaba en disposición de afirmar si el pánico era exagerado o fundado, pero me daba miedo el terreno intermedio en el que nos estábamos moviendo.
Ahora, los peores presagios se han hecho realidad. Tan solo unas horas después de mi entrada, el gobierno de Pedro Sánchez decretó el estado de alarma y se instó a que todos los ciudadanos se quedasen confinados en casa para evitar un contagio que, ahora sí, parecía imparable.
Llevamos cinco días de “arresto domiciliario” y, aunque se nos avisa que lo peor está por llegar, podemos intuir que se empieza a ver la luz al final del túnel. En estos cinco días ha habido buenos momentos, como los emotivos (y merecidos) aplausos a los sanitarios que lo están dando todo por conseguir que reine algo de cordura en medio del caos que son estos días los hospitales y ambulatorios (aplausos que se han extendido a vendedores, policías, personal de limpieza y demás), pero también veo muchas lagunas. Y es que, ahora que ya nadie duda de que estamos ante una de las crisis sanitarias más graves de la historia moderna, las medidas para contrarrestarlas me siguen pareciendo pocas. Ridículas, incluso.
Mientras se debate sobre la necesidad de cerrar fronteras, cosa que me parece superfluo, al fin y al cabo, el virus ya es mundial, me hace gracia la insistencia para que nos quedemos todos en casa. Parece ser que esa es la manera más eficaz, en espera a que se confirme la noticia de que los chinos han desarrollado una hipotética vacuna, de erradicar el problema. Un confinamiento que afecta a la gran mayoría de los españoles. ¿O no?
Pues lo cierto es que no, y quien diga lo contrario o engaña o se deja engañar. Lo cierto es que la mayoría de fábricas no han cerrado a causa de la crisis, y lo que lo han hecho no ha sido por motivos de salud, sino por falta de material que les permita seguir produciendo. Empresas que no deberían considerarse de primera necesidad, como componentes eléctricos, textiles, etc. obligan a sus trabajadores a enfrentarse cada día a la aventura que supone en estos momentos tomar un tren o autobús para sus sufridas ocho hojas de jornada. Muchas empresas de servicio han demostrado, una vez más, lo poco preparado que está este país para apoyarse en la tecnología y han visto frustrados sus intentos de enviar a sus trabajadores a casa para que gestionen a sus clientes desde allí, así que lo del teletrabajo, en muchos casos, también es una quimera. Y, por último, está el tema de los comerciantes, que deben arriesgarse a dar la cara ante sus clientes en algunos casos sin siquiera las medidas de seguridad idóneas.
No voy a hablar ahora de lo ridículo que me pareció en un primer momento que lavanderías y peluquerías permanecieran abiertas, pues en algo se llegó a recular, pero creo que ante la gravedad de la situación el cierre debería haber sido total. Si se ha obligado a cerrar a los restaurantes, pero se les permite hacer pedidos a domicilio, ¿porqué no seguir exactamente la misma directriz con los supermercados? Hoy en día, quien más y quien menos ha comprado alguna vez por Amazon. E, incluso para quien nunca haya comprado online, las plataformas de los principales supermercados del país son tan intuitivas que cualquiera puede apañárselas para hacer la compra desde casa. Cierto es que la gente mayor que viva sola puede tener problemas para ello, pero también se supone que son quienes menos deberían salir de casa, así que la ironía de la situación está servida.
La realidad es que tenía la idea de que este lunes Barcelona, así como cualquier otra ciudad, amanecería desértica, casi como en el escenario de una película apocalíptica (Los últimos días sería un buen referente), pero en lugar de eso he visto gente paseando sus mascotas, abuelos haciendo la compra y, lo que me parece ya más grave, niños paseando en patinetes. Y el tráfico, aunque más ligero de lo habitual, tampoco es algo extinto. En mi barrio, sin ir más lejos, cada día parece un domingo cualquiera. Tampoco nada del otro mundo.
En fin, que al final, como suele suceder en estos casos, la solución va a depender más de la propia debilidad del virus y de una posible intervención divina que de las medidas adoptadas. Correctas, sí. Pero insuficientes. Si echo un vistazo a mi ambiente personal, cuento más personas que tengan que trabajar fuera de casa que las que se puedan permitir el confinamiento. Y así no vamos bien.
Excepto para los autónomos, claro. Esos siempre van a ser los que más tengan que perder.
Resumiendo. Que si de verdad queremos parar esto por la vía rápida, creo que se debería haber aportado por un cierre total. Nadie fuera de casa excepto repartidores (con unas medidas de protección extremas), personal sanitario (que deberían ser los únicos héroes de la historia) y fuerzas del orden.
Si en pleno siglo XXI no podemos dejar que la tecnología (venta on-line, gasolineras sin empleados, autoservicio en supermercados…) nos ayude cuando más la necesitamos, es que algo estamos haciendo mal…

Visto en Netflix: SPENSER CONFIDENCIAL

Peter Berg, primero como actor y ahora dedicado casi exclusivamente a su faceta como director, es un autor lleno de luces y sombras, con una filmografía tan extraña y desequilibrada como la que componen títulos como Very bad thinksEl tesoro del AmazonasHancock o Battleship.
Fue en 2013 cuando el camino de Berg se cruzó con el de Mark Wahlberg para dar a luz El último superviviente, una película bélica dura y despiadada donde la química entre ambos se hacía más que evidente. Ahora, de la mano de Netflix, llega su quinca colaboración, Spenser: Confidencial, película que adapta una saga literaria de Robert B. Parker y que anteriormente había sido serie de televisión protagonizada por Robert Urich.
Mezcla de cine policiaco, acción desenfrenada y comedia, la nueva película del binomio Berg/Wahlberg funciona bastante bien, gracias sobre todo a sus dosis de acción bien repartidas a lo largo del metraje y los toques de humor que provienen del equipo que el rudo protagonista debe hacer con el personaje al que da vida Winston Duke, el M’Baku de Black Panther, aunque la presencia de otros dos secundarios de lujo como Alan Arkin e Iliza Schlesinger ayudan a dar más lustro a la cosa.
Quizá el punto débil del film haya que buscarlo en un guion que no aporta demasiada frescura al género. El Spenser del título es un expolicía condenado a prisión por agredir a un superior (algo muy propio del Bruce Willis de los noventa) que, tras ser puesto en libertad, debe decidir entre abandonar su Boston natal para comenzar una nueva vida o hacer justicia resolviendo el asesinato de dicho superior. No hay mucho suspense en la historia, y no hace falta ser un lince para adivinar por dónde van los tiros, pero a la postre eso es lo que menos le parece importar a Berg, más pendiente de ofrecer un espectáculo de entretenimiento en el que Wahlberg se encuentra en su salta y donde el ritmo de la acción no da cabida al aburrimiento.
En definitiva, Spenser: Confidencial, quizá la primera de una nueva saga, desprende parte del aroma de Jack Reacher sin estar a la misma altura, ofreciendo un cóctel de acción y diversión que nunca aburre y solo desentona un poco cuando pretende ponerse mínimamente seria.


Valoración: Seis sobre diez.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Reflexiones: NO ME GUSTAN LAS MEDIAS TINTAS

No me considero una persona radical, y mis opiniones pocas veces suelen ser extremistas. No veo la vida en blanco y negro y disfruto de los diferentes tonos de grises desde que, siendo niño, descubrí esa maravilla pictórica que es El Guernica. Sin embargo, hay ocasiones en concreto en que quedarse a medias tintas no es la mejor solución.
Esto es lo que siento cuando me paro a reflexionar sobre esta pandemia (sí, hoy mismo la han declarado como tal) que llamamos simplificadamente Coronavirus. Naturalmente, ni soy médico ni me he dedicado a investigar lo suficiente como para tener una información exacta y precisa sobre el tema, por lo que prefiero actuar con cautela y escuchar a las voces más cualificadas. El problema radica en cuando no tienes demasiada confianza en esas voces cualificadas.
Comprendo perfectamente la situación. Este que está pasando es algo inédito en nuestro país en la edad moderna. En nuestro continente, incluso. Sí había habido casos similares o incluso peores (recordemos el Ébola de hace unos años) en el continente africano, pero, seamos realistas, al mundo occidental no le preocupa demasiado la muerte en masa de miles de negritos. Cuando es el gran amo blanco el que sufre, la cosa cambia.
No hay que ser alarmistas, dicen uno. Esto no es, en realidad, más que una gripe un poco fuerte que sólo debe preocupar a aquellas personas bajas de defensas o con problemas respiratorios. La gripe común mata a más gente cada año, nos repetían. Lo de China es diferente porque allí malviven más que viven. Y, de repente, cuando los afectados son unos latinos de aquí al lado con acento italiano, el pánico se desborda. Ayer, en Madrid, se vieron imágenes en supermercados que recordaban a más de una película apocalíptica americana. En Italia han aislado a miles de personas y han cancelado las comunicaciones aéreas. Nos llegan mensajes desde allí alertando que debemos tomarnos esto muy en serio y no pecar de confiados como hicieron ellos, pero mientras, el gobierno continúa sin decidirse sobre cómo nos deben guiar.
Insisto, no debe ser fácil tomar decisiones demasiado radicales, más teniendo en cuenta lo grabes perjuicios económicos que pueden suponer (que ya están suponiendo, de hecho), pero en ocasiones es preferible un mal menor cuanto antes que lamentar un mal enorme el día de mañana.
Lo vuelvo a repetir: yo no soy médico, así que no pretendo decir lo que se debe o no se debe hacer, pero lo que está claro es que no se puede navegar entre dos aguas a no ser que se quiera naufragar. No entiendo decisiones como la de cerrar colegios y mandar a los niños a casa, justo después de cerrar residencias de ancianos, porque todo el mundo sabe que mientras el resto de profesionales continúe trabajando a jornada completa esos niños estarán a cargo de esos abuelos, con lo que juntamos a la generación más propensa a pillar el virus con la generación más afectada por sus consecuencias. No entiendo que se jueguen partidos de futbol a puerta cerrada (en especial los de campeonatos nacionales, donde el desplazamiento de fuera de las ciudades locales es mínimo) y se mantengan abiertos museos llenos de turistas. No entiendo que suspendan actos multitudinarios como la maratón de Barcelona o, ayer mismo, las Fallas de Valencia, pero no se preocuparan por las manifestaciones feministas del ocho de marzo. No entiendo que recomienden evitar el contacto físico y recomienden distancias de un metro entre una persona y otra y empresas con casi quince mil trabajadores continúe funcionando como si tal cosa, compartiendo autocares, vestuarios y aseos y sin apenas dispensadores de jabón antiséptico o con estos ya vacíos a mitad de la jornada.
No estoy diciendo que debamos seguir la vida diaria como si no pasara nada, ni tampoco que debamos encerrarnos en casa y abandonar los puestos de trabajo como si de un apocalipsis zombi se tratara (sé de lo que hablo, guiño, guiño), pero lo que no me gusta anda es eso de las medias tintas.
Eso sí, mientras deciden lo que debemos hacer, los memes de wasap que no paren…

domingo, 8 de marzo de 2020

Cine: BLOODSHOT

Ya he comentado alguna vez la ya cansina moda de tratar de crear Universos cinematográficos a imagen y semejanza del MCU de Marvel y como uno a uno han ido fracasando en el intento. Los último que quisieron probar suerte fueron los chicos de la editorial Variant, cuyos superhéroes cayeron en manos de Sony para tratar de levantar semejante hazaña. Sin embargo, cambios de productora de última hora hacen presagiar que ese universo está ya fallecido y nos tendremos que conformar con sagas (si se llega a tanto) individuales de sus personajes.
Sea como sea, el primero en llegar ha sido Bloodshot, una película de acción más violenta y presuntamente adulta que sus vecinos amparados por Disney con Vin diesel como máximo exponente de fuerza bruta y carisma.
Dirigida por Dave Wilson, director debutante en cine que ya se había encargado de uno de los episodios más estimulantes de la serie Love, Death & Robots, aunque cuenta con una amplia experiencia como diseñador de efectos visuales (fue supervisor creativo, por ejemplo, de Vengadores: La era de Ultron). Esto tiene su importancia al comprobar que el aspecto visual del film, aunque no sea para echar cohetes, disimula bastante bien su reducido presupuesto de unos casi irrisorios cuarenta y dos millones.
La base argumental no puede ser más tópica, recordando a mil y un producto de similares características y componiendo un extraño amalgama. Un soldado muerto en combate en resucitado y mejorado tecnológicamente, de manera que recuerda a RoboCop, es manipulado por una malvada corporación científica que juega con sus recuerdos, como le pasara a Lobezno y obligado a repetir una y otra vez las mismas experiencias, como Tom Cruise en Al filo del mañana, para desembocar en un combate final contra un villano que parece una mezcla entre el Octopus de Spider-man 2 y el Chaqueta Amarilla de Ant Man. Todo eso con un estilo ciberpunk con aroma a Terminator.
Sin embargo, y para sorpresa de propios y extraños, la mezcla termina funcionando bastante bien. Consciente de sus limitaciones, la película ofrece un aroma a Serie B sin complejos que, dejándolo todo en manos del poderío de Diesel, termina por ser una propuesta muy entretenida, con una acción en ocasiones apabullante y la dosis justa de humor (muy bien medido y delimitado casi en exclusiva a un solo personaje) como para que sus carencias (la falta de originalidad, el montaje algo atropellado) se puedan obviar y disfrutar de un film macarra y nada complaciente.
En tiempos superheróicos donde la sombra de DC y, sobre todo, Marvel es demasiado alargada, es de agradecer productos que, pese a su planteamiento rutinario, trate de ofrecer un tono diferente, más sangriento y arriesgado, para tratar de demostrar que hay vida más allá de los productos algo acomodados de siempre. Claro que eso mismo pensé con la divertida Hellboy y luego el tortazo en taquilla fue de aúpa, así que habrá que estar atento a por donde van los tiros en el tema de recaudación.
Bloodshot bien puede servir para dar un golpe sobre la mesa y demostrar que hay espacio para más cine de acción o puede ser el último clavo en el ataúd de la frescura y dar la razón a las apuestas casi familiares de Marvel y DC (Joker no es cine de superhéroes, así que no entra en la ecuación). Como sea, Bloodshot es un buen producto palomitero, muy divertido y que funciona muy bien como evasión, con un Vin Diesel que está en su salsa y bien secundado por Eiza Gonzalez, Guy Pearce y Lamorne Morris. Hasta el habitualmente sosainas Sam Heughan (no lo soporto en Outlander) me ha convencido.

Valoración: Siete sobre diez.  

Cine: ONWARD

Onward es la nueva propuesta animada de Pixar y una de las pocas películas originales de la subsidiaria de Disney en los últimos años a excepción de la excelente Coco. Escrita y dirigida por Dan Scalon, realizador de la flojita Monstruos University, la película parte de la historia personal del propio autor, y eso se nota en el mimo que se da a la relación paternofilial que sobrevuela toda la trama.
El punto de partida no puede ser más interesante: en un mundo donde antaño la magia y la fantasía era real, la tecnología ha provocado un acomodamiento que se ha traducido en que ese domino de la magia haya quedado prácticamente en el olvido. En ese mundo viven Ian y Barley, dos hermanos que descubren que tienen la oportunidad de pasar un día con su padre, fallecido hace años, si consiguen completar una peligrosa misión.
Con referencias muy evidentes a Este muerto está muy vivo, la pareja de hermanos realizará una especie de búsqueda del tesoro que servirá como excusa para crear un vínculo entre hermanos, así como permitirles superar el dolor por la ausencia paternal.
Scalo, que también perdió a su padre a muy temprana edad, construye su historia preparándonos para un final emotivo y algo lacrimógeno como suele ser habitual en las producciones de Pixar, pero si bien no se llega a alcanzar las cuotas de emotividad de Coco sí es cierto que en el recorrido se abraza a un humor mucho más loco y desenfrenado que en aquella.
Al final, pese a la emotividad del desenlace, la diversióin termina por imperar sobre la sensibilidad, resultando ser una película muy divertida en la que, quizá, se echa en falta un poco más de mala leche en su crítica tecnológica, no aprovechándose al máximo las posibilidades de ese mundo de fantasía en decadencia.

Valoración: Siete sobre diez.

Cine: EL RITMO DE LA VENGANZA

Reed Morano es una directora de fotografía que se ha asado a la realización cinematográfica tras demostrar su buen hacer para dar su punto de vista femenino como demostró en alguno de los episodios más celebrados de El cuento de la criada.
Lo primero que llama la atención de El ritmo de la venganza es ese aspecto de realismo que su directora pretende inducir en el film, con una fotografía áspera, incluso con un punto de feísmo, lejos de las piruetas visuales y arteriales de otras películas de vengadoras femeninas como son la Anna de Luc Besson o la Atómica de David Leitch, por mencionar algún ejemplo más o menos reciente. Sin embargo, no basta con abusar de los primeros planos o esforzarse en que Blake Lively esté menos atractiva de lo habitual para conseguir que la historia sea creíble.
Dos son los problemas fatales de la película, que no llegan a hundirla, pero sí la condenan a una mediocridad abrumadora. Por un lado, su guion es tremendamente simplista, proponiendo a una protagonista a la que no te puedes creer en ningún momento y con situaciones que carecen de verosimilitud. Por otro lado, contradiciendo a su propio título, la película carece del más mínimo sentido del ritmo. La acción arranca, como muchas películas de este género (la maravillosa The Gentlemen, sin ir más lejos), con la protagonista en una situación inquietante para retroceder en el tiempo y contarnos la historia que la conduce hasta ese momento concreto, pero la directora riega ese retroceso en más flashbacks internos lo que rompe cualquier posibilidad de dinamismo. Es como si quisieran hacer una película de acción renegando de la acción.
Hay unas cuantas secuencias visualmente interesantes vistas de manera aisladas, pero que no ayudan a mejorar el conjunto de la película. Me viene a la mente, por ejemplo, una persecución en coche filmada en un plano secuencia desde el asiento del copiloto de la protagonista. Muy estimulante visualmente pero que renuncia a cualquier atisbo de espectacularidad posible.
En el fondo, Morano pretende tomarse demasiado en serio a sus personajes, apostando más por el drama que por el thriller de acción, cuando el planteamiento de la historia (la protagonista pasa de prostituta yonqui a espía en un abrir y cerrar de ojos) requería de algo de humor para aportar, al menos, algo de diversión.
Entiendo la mirada de Morano y lo que pretendía hacer, algo al estilo Destroyer, una mujer herida, pero con semejante guion es tarea imposible.
En fin, película más pretenciosa que efectiva, con momentos de brillantez aislados que no consiguen animar la función y que cae en la rutina por culpa de los juchos clichés a los que recurre.

Valoración: Cinco sobre diez.

jueves, 5 de marzo de 2020

Cine: THE GENTLEMEN, LOS SEÑORES DE LA MAFIA


En sus comienzos, Guy Ritchie era un cineasta de estilo barriobajero, conocedor de las buenas historias de los bajos fondos británicos, que cautivó a propios y extraños con películas como Lock&Stock, Snatch o RocknRolla. Sin embargo, tras su desembarco en Hollywood (y no hay nada más americano que una boda con Madonna), su estilo parecía hacer aguas. Aún quedaba algo reconocible en sus aproximaciones al personaje de Sherlock Holmes, aunque estas señas quedaban más confusas en Rey Arturo y desaparecían definitivamente en ese producto de consumo, artificial y sin alma, que era Aladdin.
El enfant terrible, el nuevo niño malo llegado de las islas parecía haberse domado, y no quedaba nada de ese estilo canallesco, violento y algo excesivo que parecía hermanarlo en algo con el Tarantino de sus primeras películas. Por eso la llegada de un film como The Gentlemen, los señores de la mafia, es una alegría doble. Por un lado, porque estamos ante una película estupenda, muy divertida y trepidante. Por otro, porque con ella recuperamos el brío de este realizador de Hatfield en un glorioso regreso a sus raíces.
No solo eso. The Gentlemen es un elegante ejercicio de estilo que demuestra su madurez (algo habrá aprendido haciendo cine comercial) que permite que esta última película sea más accesible y brillante que sus primeros títulos, resultando ser una película coral que funciona en todos sus sentidos, con un reparto sobresaliente y un montaje magistral.
La historia es lo de menos. Y no porque no sea importante, sino porque conviene acercarse a este film sabiendo lo menos posible de su trama para poderla disfrutar mejor. Baste decir que estamos ante un enfrentamiento entre poderosos mafiosos no ya por ver quien se queda con el trozo más grande del pastel, como suele ser habitual en estos casos, sino por hacer que su propio ego sea mayor que el de su rival. En medio de este Juego de Tronos de la droga británica se encuentra el personaje de Hugh Grant (sencillamente magistral), una especie de narrador poco fiable que en manos de otro director podría caer en el ridículo y que en cambio ofrece aquí un sobrio ejercicio de autoparodia brutal.
Con un humor muy negro, la violencia adecuada, giros argumentales imposibles y un montaje endiablado con falsas realidades y saltos en el tiempo, The Gentlemen es un espectacular divertimento, capaz de acercarse en varias ocasiones al abismo de los excesos, pero sin precipitarse en ningún momento al vacío, recuperando al mejor Ritchie y haciéndonos disfrutar de un buen puñado de actores que saben pasárselo en grande sin renunciar por ello al compromiso de realizar grandes interpretaciones.

Valoración: Ocho sobre diez.

Lecturas: AÑORANDO A SPIDERMAN

Aunque Spiderman sea un personaje eterno, refiriéndome principalmente a su versión en papel (lo de la animación televisiva o el celuloide es otra cosa), lo cierto es que da la sensación de que las grandes historias sobre el arácnido son cosa del pasado.
Después de una serie de sagas bastante brillantes de la mano de Straczynski (lo de Pecados del pasado me lo reservo para otra ocasión), el Mefistazo (no voy a meterme en el marrón de explicaron qué es eso; si no conocéis la saga One more day buscadla en Internet: tienen su propia página en la Wikipedia) cambió las reglas y dio pie a una etapa bastante mediocre, con un constante baile de autores hasta que confiaron en Dan Slott como guionista único, perdurando en Amazing Spiderman la friolera de diez años y dotando al bueno de Peter Parker un puñado de historias bastante meritorias, como Spider IslandSuperior Spiderman o, sobre todo, Spiderverso, saga que dio pie a la magnífica película animada de Sony. Sin embargo, aunque se tratara de buenas historias, carecían de la magia de antaño, como si este no fuese exactamente el mismo Peter Parker al que conocemos y amamos o, en el peor de los casos, como si hubiese madurado y, con los años, hubiese perdido su chispa.
Aunque Slott ya no se encarga de escribir la serie principal, la magia sigue sin haber vuelto por las páginas de Spiderman, pero afortunadamente este 2020 lo hemos estrenado con dos magníficos tomos que rememoran épocas del pasado con una brillantez inaudita.
Por un lado, el veterano Peter David se encarga de Simbionte Spiderman. David ha sido siempre uno de mis autores Marvel preferidos y conoce como pocos al trepa muros. Para la ocasión, ha realizado un ejercicio muy similar al que hiciera Kurt Busiek (otro de mis idolatrados) en la serie Historias jamás contadas de Spiderman y ha imaginado nuevas situaciones del lanza redes ubicándolas en el tiempo en una época muy concreta, en este caso tras su regreso de las Secret Wars.
Voy a poner en situación a los no iniciados: en aquellos tiempos Peter y MJ habían roto y Spiderman tenía una historia sentimental con la Gata Negra. Tras desaparecer de la tierra durante un breve periodo de tiempo, en el que participó junto a los principales héroes y villanos Marvel en un combate para distracción de un ser conocido como El Todopoderoso, Spiderman regreso de esas “Secret Wars” con un nuevo uniforme. Se trataba de un traje negro con el símbolo blanco capaz de generar sus propias redes y de cambiar su aspecto a voluntad. Una pasada de vestimenta, desde luego, si no fuese porque más adelante se descubriría que en realidad era un ser simbiótico de otro planeta que se alimentaba de sus sentimientos y que, a la postre, daría origen a Veneno.
El caso es que la etapa del traje negro fue intensa pero breve y pronto se regresaría al uniforme rojo y azul de toda la vida, aunque hasta la aparición del “protector letal” se fueron alternando ambas vestimentas. Lo que ha hecho Peter David es regresar a esa época y crear nuevas aventuras situadas en aquellos días sin dañar, en ningún momento, la continuidad histórica e incluso complementando situaciones escritas hace ya cuarenta años.
Esto podría verse como un simple ejercicio de nostalgia (siempre aplaudí la relación entre Petey y Felicia Hardy) si no fuese porque se trata de historias muy bien contadas, impecablemente dibujadas por Greg Land y que no solo son mucho más emocionantes y divertidas que las etapas más actuales del héroe de Nueva York, sino que supera incluso a muchas de las historias enmarcadas en aquella época tan lejana ya.
También como ejercicio de nostalgia podría considerarse la serie limitada Toda una vida, en la que uno de los guionistas estrella del momento, Chip Zdarsky, se alía con uno de los mejores dibujantes que ha tenido el trepa muros, Mark Bagley (brillante tanto con el Spiderman clásico como con el de la versión Ultimate, donde junto a Brian Michael Bendis batió el récord de números realizados por un mismo equipo creativo).
Toda una vida parte de la premisa de lo que le hubiera pasado a Peter Parker después de la picadura de la araña que le dio sus poderes si los años hubieran pasado para él a tiempo real. Así, rememorando una serie de acontecimientos que sucedieron en el Universo Marvel comiquero, cada número de la serie salta de una década a otra para ofrecernos a un Peter Parker cada vez más envejecido y fuera de su mundo. Así, aunque el primer número parezca una simple actualización de las historias que Stan Lee guionizó en los años 60’, a medida que avanzamos en el tiempo las cosas se van corrompiendo, dando un aura de realismo macabro a sagas que todos tenemos en el recuerdo y retorciendo la realidad de Peter Parker de una forma tan dolorosa como cruel.
Esta es, en resumen, una gran obra que nos devuelve, otra vez, a unos momentos mágicos en el tiempo, pero de una manera diferente que sirve como un resumen de la vida de Spiderman para el lector casual pero que supone una dosis de impactantes perversiones de la historia para el lector fiel, siendo una especie de biografía alternativa para Peter Parker, quizá el What if? definitivo.
Os hablo, pues, de dos títulos de Spiderman realmente imprescindibles, dos obras de arte que Panini ha recopilado en sendos tomos (tapa blanda el de Simbonte Spiderman, tapa dura el de Toda una vida), y que nos devuelve a un trepa muros que ya creíamos olvidado.

Añoraba a mi Spidey de toda la vida. Estos días me conseguido reencontrarme con él.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Cine: CUESTIÓN DE JUSTICIA

Siempre me he sentido muy atraído por los dramas judiciales, más si, como es el caso, se inspiran en una historia real. El director de origen hawaiano Destin Daniel Cretton toma prestada la vida del abogado Bryan Stevenson para componer una emocionante película de doble discurso: la discriminación racial y la condena a la pena de muerte.
En 1987 un hombre es condenado por matar a una chica de 18 años sin nada más que pruebas circunstanciales y el delito de ser de raza negra. Años después, se cruza en su camino un joven abogado idealista que está más deseoso de luchar por las bunas causas que de enriquecerse con la abogacía, pasando de graduarse en Harvard a montar un bufete en Alabama donde defender a condenados a muerte sin cobrar por ello.
Cuestión de justicia describe todos los años en los que el proceso para conseguir que se repita el juicio contra Walter McMillian, ampliando horizontes con otra defensa en paralelo y plasmando la realidad de una sociedad por desgracia para nada olvidada en la que el propio abogado pasará a ser enemigo del pueblo por el simple hecho de pretender averiguar una verdad que puede resultar demasiado incómoda para algunos.
Dirigida con eficacia pero excesiva sencillez, logrando huir del complacismo televisivo gracias, en gran medida, al trabajo actoral de Michael B. Jordan y Jamie Foxx. Sin embargo, el guion alarga demasiado las situaciones, provocando altibajos en el ritmo. Quizá se deba a querer abarcar demasiado, resultando que las dos horas y cuarto de metraje resulten algo excesivas para una historia donde personajes como el que interpreta Brie Larson queden demasiado desdibujados.
Película, en fin, algo irregular, que tampoco aporta nada demasiado novedoso sobre otras de su mismo género pero que aún así logra funcionar a nivel emocional, siendo lo que la logra salvar finalmente.

Valoración: Seis sobre diez.

Cine: MANHATTAN SIN SALIDA

Habría que empezar por señalar que la premisa de Manhattan sin salida es completamente ridícula. 
Tras un tiroteo entre dos ladronzuelos de poca monta que termina con un buen número de policías muertos, el agente asignado al caso decide cerrar toda la isla de Manhattan para así conseguir sitiar a los culpables.
Aceptado dicho planteamiento, lo cierto es que estamos ante un thriller policiaco de corte clásico muy bien filmado y con un ritmo trepidante. Con Brian Kirk a los mandos (director que debuta en cine pero que en televisión ha participado en series como Juego de tronosDexter o Penny Dreadful) y reuniendo en el elenco protagonista a Chadwick Boseman y Sienna Miller, aunque con espacio para secundarios de lujo como J.K. Simmons o Taylor Kitsch, la película cuenta también con la propia Manhattan como recurso narrativo, convirtiendo a sus calles (y sé que esto suena a tópico, pero en este caso es más cierto que nunca) en unas protagonistas más.
Con una trama con diversos giros, algunos de los cuales es cierto que se intuyen desde lejos, la acción está muy bien filmada y consigue que, pese a esas mencionadas carencias en su guion, resulte todo un espectáculo pirotécnico violento y muy entretenido.

Valoración: Siete sobre diez.

Cine: EL HOMBRE INVISIBLE

Dicen que a la tercera va la vencida. Dese hace tiempo la Universal, a la que todavía se la recuerda por el panteón de clásicos de terror de los años 30’, ha intentado construir su propio universo cinematográfico rescatando a esa colección de monstruos clásicos emulando el estilo Marvel. El proyecto empezó y murió en 2014 con Drácula, la leyenda jamás contada y tuvo un reinicio (rebautizado como Dark Universe) con La Momia, de 2017. Ambas películas resultaron sendos fracasos y el invento quedó aparcado… ¿Hasta ahora?
Para revivir la magia y el terror de esos engendros de pesadilla, la productora ha decidido dejar las riendas en manos de su más reciente aliada, una Blumhouse especializada en películas de terror exitosas, pero de escaso presupuesto, y el nombre que da el pistoletazo de salida a esta nueva intentona es el de El hombre invisible.
Dirigida por un hombre de la casa, Leigh Whannell, responsable de Insidious: capítulo 3 y Upgrade, y con una estupenda Elisabeth Moss encabezando el reparto, la película ha sido todo un éxito, y tras sacar brillantemente partido a un presupuesto ridículo (siete millones de euros), la película ha superado ya los cincuenta millones de recaudación, y eso en apenas una semana.
Conscientemente alejada del texto literario de H.G. Wells, la película se agermana en ciertos momentos a la versión que hiciera Paul Verhoeven (El hombre sin sombra, 2000), centrándose esta vez más en el personaje femenino que en el villano de la función. Así, antes que un film de terror, El hombre invisible es un retrato sobre la sociedad del #metoo, presentando al personaje encarnado por Moss como una mujer maltratada que debe huir de su violento marido para comprobar que no hay lugar donde esconderse de sus propios fantasmas, no ayudando demasiado la incomprensión y el escepticismo de los que la rodean.
Con esta base, Whannell se las apaña para construir un relato de intriga donde se pasa del terror sobrenatural (hay momentos que la película recuerda a un film de espíritus) al cine de acción, acompañando con ello al cambio evolutivo de la protagonista. Es cierto que Elisabeth Moss está magnífica y ella sola sostiene toda la película, contagiando al espectador el terror que siente mediante sus miradas o gestos, pero no es menos cierto que el trabajo del realizador es fundamental para crear una atmósfera desasosegante, consiguiendo angustiarnos y que planos aparentemente vacíos resulten verdaderas pesadillas.
No está claro si esta película será en efecto el inicio de un nuevo universo o un caso aislado, pero lo cierto es que estamos ante un magnífico film de terror, inteligente y muy bien calibrado, que sabe ir más allá del simple jumpscare para crear un horror tan angustiante como real, obligando, eso sí, a aceptar algunos deus ex machina, peaje que se paga con gusto en vistas del resultado final.

Valoración: Ocho sobre diez.

Cine: HASTA QUE LA BODA NOS SEPARE

Dentro del género de la comedia romántica habría que clasificar el mundillo de las bodas como un tema aparte. Estas son un escenario ideal para proponer situaciones absurdas y componer a las parejas más variopintas, y quizá el argumento de Planes de boda, a mayor gloria de Jennifer López y Matthew McConaughey sea quien mayor se ajuste argumentalmente a Hasta que la boda nos separe, por más que estemos, en realidad, en el remake de una película francesa, Jour J.
Siguiendo la moda de copiar films de filmografías vecinas, Hasta que la boda nos separe parece otro producto prefabricado más, temiendo que se pudiera parecer demasiado a la reciente Si yo fuera rico (con la que comparte actor protagonista), de manera que estuviésemos ante una comedia funcional pero demasiado prefabricada, defecto de la mayoría de películas del cine español actual demasiado limitadas por las exigencias de taquilla de las productoras televisivas.
Afortunadamente, en este caso está al timón uno de los mejores directores del panorama patrio, un Dani de la Orden que, si bien luce más en la intimidad (Barcelona, nit d’estiuBarcelona, nit d’hivern y Litus son superiores a El pregón o El mejor verano de mi vida), aquí consigue sacar el máximo partido a las situaciones cómicas, sabiendo mantener un ritmo sin altibajos narrativos y aprovechando perfectamente a los actores que configuran el trio romántico protagonista, Álex, Silvia Alonso y Belén Cuesta.
En realidad, no es que sea muy complicado lo que debe hacer: un poco de mimo y profundidad a sus personajes (en ese sentido es interesante conocer el pasado de la protagonista), lograr una química efectiva entre los actores y saber cómo despuntar los momentos cómicos, pudiendo rozar el ridículo en algunos momentos, pero sin llegar a alcanzarlo nunca y sacando oro de las colaboraciones de secundarios que nunca amenazan con dominar la función.
Así, la película resulta ser una comedia muy divertida, conmovedora por momentos, donde todo funciona muy bien y consagra a De la Orden como un artista a la hora de tocarnos la fibra a la vez que nos saca una carcajada.
No es que haya nada original en la propuesta, pero cuando algo está bien hecho, a veces es suficiente con ello.

Valoración: Siete sobre diez.

domingo, 1 de marzo de 2020

Cine: FANTASY ISLAND

Ya no cabe la menor duda. Ya sea por calidad o por rentabilidad, el cine de terror más mainstream pasa por la Blumhouse.
Fantasy island es la última prueba de ello, una adaptación de la serie de televisión homónima de finales de los años 70 que apenas tuvo repercusión en nuestro país.
Para su actualización, la película dirigida por Jeff Wadlow se presenta como un eficaz cruce entre un reality show al estilo Supervivientes con la parte más mística (y surrealista) de Perdidos.
Mr. Roarke, al que da vida un Michael peña mucho más serio de lo que nos tiene acostumbrados, dirige un resort de lujo en una afrodisíaca y misteriosa isla a la que solo se accede mediante rigurosa invitación. Los afortunados disfrutarán de una mágica estancia durante la cual su deseo más profundo se hará realidad. Pero claro, no hay duda de que cumplir tus sueños tiene un alto precio, y ahí es donde todo se empieza a torcer.
Siendo casi más una película de aventuras y acción que de puro terror, hay momentos en que uno podría espantarse ante lo ridículo de su propuesta (y más cuando se empieza a retorcer el guion con giros y más giros que, además, pretenden dejarlo todo bien atado y claramente explicado), pero por fortuna Wadlow dota al film de un sentido del humor tan auto paródico que impide que nunca se tome la cosa demasiado en serio. Así, muchos momentos derivan hacia una comedia ligeramente absurda que, aunque quizá no sea suficiente para convencer de las excelencias (si es que las tiene) de esta película, si permiten, al menos disfrutar de ella como un entretenido y estimulante pasatiempo.

Valoración: Seis sobre diez.