lunes, 31 de julio de 2017

Reflexiones catódicas: FARGO, una serie hecha excelencia.

Desde hace ya años es frecuente que haya un trasvase de ideas creativas entre el cine y la televisión. Lo más habitual son las películas inspiradas en productos televisivos, generalmente con mediocres resultados. Ahí están Los Ángeles de Charlie, El Equipo A, SWAT (Los hombres de Harrison), etc., siendo Misión Imposible de las que se salvan de la quema.
También es frecuente ver el caso inverso, que en los últimos años (y con el aumento de presupuestos y ambiciones de los canales por cable) han dado como resultados series de interesante calidad, aunque de todo hay en el reino del Señor. Desde las recomendables Hannibal o Motel Bates hasta apuestas más discretas, como Arma Letal o El Exorcista.
Hay, sin embargo, una serie que merece destacar por encima de todas las demás. Creada por Noah Hawley, Fargo es una reinvención de la película del mismo título que los hermanos Coen crearon en 1996, esa que comenzaba con la siguiente advertencia: “Esta es una historia real. Los hechos que se relatan tuvieron lugar en Minnesota en 1987. Por petición de os supervivientes, se han cambiado los nombres. Por respeto a los muertos, todo lo demás se relata tal y como ocurrió”. Una advertencia que se mantiene en la serie, aunque cambiando, en cada temporada, el año en que acontece la acción.
El gran acierto de Hawley ha sido no tratar de hacer una fotocopia de la película. De hecho, nada tiene que ver el argumento con aquel protagonizado por Steve Buscemi, William H. Macy y Frances McDormand entre otros, pero sí se podría asegurar que ambas producciones comparten un mismo universo. Más que eso, Hawley ha sabido captar eso tan abstracto y difícil de identificar que es “la esencia”. De esa manera, en la serie no aparece ningún personaje asociado al film ni la base argumental es la misma, pero sí los escenarios, la ambientación, el trato de los protagonistas, el humor negro y retorcido, la violencia y ese punto de mala baba que tan bien se les daba a los hermanos Coen por aquella época.
Es Fargo, además, una serie auto conclusiva, lo que se conoce como una antología. Cada temporada de diez capítulos se puede disfrutar de manera independiente, con tramas que quedan bien cerradas para poder reinventarse en la siguiente.
Hasta la fecha, tres son las temporadas de una serie magnífica que supera, y con creces, a algunas de las películas más recientes de sus “padres espirituales”, los Coen. Además, junto con el cuidado que Hawley pone en los guiones y la producción, el reparto es siempre de campanillas. Billy Bob Norton, Martin Freeman y Allison Tolman en la primera temporada, Patrick Wilson, Ted Danson y Kristen Dunst en la segunda y Ewan McGregor, Mary Elizabeth Winstead y David Thewlis para esta tercera.
Fargo se puede disfrutar en pequeños maratones como si de tres largas pero brillantes películas se tratasen, consiguiendo que el nivel se mantenga en cada una de ellas, tan parecidas y a la vez tan diferentes como para que resulte difícil decantarse por cual es la mejor hasta la fecha. La única nota negativa (pero que a la vez es muy positiva) es que es tan personal y su nivel de calidad tan exigente que Hawley ha asegurado que no habrá una cuarta temporada hasta que no tenga tiempo de escribir una historia del mismo nivel que las anteriores, y viendo lo ocupado que está con la serie Legión y sus proyectos para dirigir dos películas de largometraje, la cosa puede ir para largo. Algo que recuerda en parte a otra brillante serie, Sherlock.
En esta tercera temporada, las historias juegan a rizar el rizo con la creación de los hermanos Stussy, ambos interpretados por un Ewan McGregor en estado de gracia que logra dos personajes totalmente diferentes entre sí. Poco podemos hablar de McGregor que no se sepa ya: rebelde drogadicto de los noventa, maestro Jedi, sufrido marido en la excelente Lo imposible y, ahora, hasta director de nivel. Mary Elizabeth Winstead parecía que iba a ser una de esas aspirantes a estrella que se quedó en el camino cuando Scott Pilgrim contra el mundo y el remake de La cosa no funcionaron en taquilla como se esperaba, pero en 2016 se resarció de su rol de eterna secundaria por culpa de  películas como Abraham Lincoln: Cazador de vampiros, La jungla de Cristal: un buen día para morir o Matar al mensajero, gracias a su participación en Swiss Army Man, Los Hollar o, sobre todo, Calle Coverfield, 10 y sus papeles protagonistas en series como BrainDead, Mercy Street y esta Fargo que nos ocupa.
Pero seguramente los dos papeles más interesantes los tienen David Thewlis y Carrie Coon. El primero, interpretando uno de los papeles más repulsivos y desagradables que uno pueda imaginar, ejecutando a la perfección el rol de villano de la función, mucho más inquietante y desasosegante que su personaje algo ridículo en Wonder Woman. Coon, por su parte, de moda también por la serie The Leftovers, interpreta a una concienzuda policía que no cesará en su empeño por descubrir la verdad que se oculta tras las muertes de varias personas relacionadas con el apellido Stussy, algo heredado de la Frances McDormand de la película original y que siempre ha estado presente en la serie. No es casual que ambos estén nominados al Emmy.
Al final, todo gira en torno a historias pequeñas y casi estúpidas, como son dos hermanos peleándose por un sello de correos, con una trama que desorienta al principio y que precisa de varios capítulos para poder desentrañarlo que nos pretende contar Hawley. Al final, diversas pequeñas historias van uniéndose hasta formar una grande, una en la que no van a faltar las muertes, los giros sorprendentes, las grandes panorámicas, los paisajes desolados y, como no puede ser de otra manera, la sangre sobre la nieve.
Fargo tiene grandes actores y grandes historias, pero no sería lo que es sin el uso magistral de la fotografía, con planos cargados de poesía y acompañados de una música imprescindible. Atentos especialmente al episodio en la que se simboliza a cada personaje con un instrumento de orquesta.
Fargo es una serie clásica, casi añeja, pero a la vez se reinventa de tal manera que acaba por ser novedosa y rompedora. Y por ello, aunque ya hace algunos meses que concluyó esta tercera (¿y última?) temporada, quiero recomendarla para los que no hayáis tenido oportunidad de verla aún.
Una propuesta muy refrescante para este tiempo de calor.

SPIDERMAN HOMECOMING, el verdadero amigo y vecino Spiderman

Spiderman ha vuelto a casaGracias al acuerdo al que llegaron hace un par de años con Sony, pese a no recuperar los derechos, Marvel consiguió incorporar al trepamuros en el MCU, de manera que pudiera codearse con Los Vengadores y el resto de superhéroes de La Casa de las Ideas. Ya en Capitán América: Civil War tuvimos un aperitivo, pero faltaba por ver cómo sería dejar volar al arácnido solo, más teniendo en cuenta que este es su tercera versión en poco tiempo.
Aun siendo una película Sony, todo el desarrollo creativo ha estado en manos de Marvel, con Kevin Feige a los mandos, y eso se nota. Spiderman homecoming no es, de forma intencionada, una gran película, no estando el bueno de Peter Parker entre la élite, sino perteneciendo más bien a esa clase media en la que se encontraría Ant man, Dr. Strange o Los Guardianes de la Galaxia
Es por eso que en lugar de tener villanos excesivamente megalomaníacos, el Buitre al que interpreta magistralmente Michael Keaton es mucho más terrenal, y se insiste mucho en la imagen de “héroe del barrio” de Spidey, recuperando incluso el slogan de “su amigo y vecino Spiderman”. No hay en esta Homecoming grandes amenazas cósmicas, invasiones alienígenas ni gemas del infinito, pero sí mucha diversión, buscando constantemente un entretenimiento puro con un aroma juvenil muy deudor del cine de John Hugles.
El primer cambio con respecto a las anteriores versiones fílmicas de Sony es la práctica reducción de los elementos dramáticos, empezando por obviar todo lo referente a la muerte del tío Ben o a los orígenes de los poderes arácnidos. No es que esta no sea una película de origen, porque en el fondo sí lo es, pero en lugar de contarnos lo de siempre se decide convertir a Tony Stark en esa figura paternal/mentor que, sin necesidad de pronunciar la célebre frase, enseñe a Peter eso de que todo gran poder… La clave, sin embargo, radica en que estamos ante un Peter mucho más joven que en las anteriores encarnaciones, lo que se traduce también en alguien más impulsivo y arriesgado, cuyas buenas intenciones no le impiden cometer errores. Se esto trata, en el fondo, Homecoming, del proceso de aprendizaje del héroe, que deberá pasar de novato a profesional hasta aspirar, en un futuro cercano (en Los Vengadores: La Guerra del Infinito, para ser más exactos), a convertirse en Vengador.
El Buitre, por su parte, forma parte de esa galería de villanos secundarios del comic, mucho menos históricos que El Duende Verde, el Doctor Octopus o Veneno, pero igualmente carismático, el cual, pese a cambiar notablemente con respecto al tebeo, mantiene alguna de las características básicas, como la relación personal con Peter (en los comics llega intimar con tía May, aquí… bueno, aquí hay otra cosa). Es, además, un villano moderno, un demagogo de esos que culpa de todos sus males a los poderosos (aquí no se culpa a los bancos o al gobierno, pero sí a Stark, que no deja de ser una especie de mezcla entre ambos estamentos), justificando así sus fechorías (es todo por proteger a su familia). Un villano que podría resultar esperpéntico pero que con el rostro de Keaton resulta fantástico, quizá de los mejores villanos Marvel hasta la fecha, a la altura del Loki de Hiddleston.
Sí es cierto que las versiones de Maguire y Garfield podían parecer más fieles al comic, pero esa es otras de las especialidades de Feige, transformar los personajes sin violar nunca su esencia. Así, este Spiderman y sus secundarios resultan una mezcla entre el Spidey original y el de la línea Ultimate, incorporando cosas del Spiderman Superior (toda esa ayuda tecnológica) e incluso sentando las bases de un posible futuro de la mano del Spider-man de Miles Morales.
John Watts, novato en esto de dirigir superproducciones, consigue hacer encajar todas las piezas a la perfección, consiguiendo un ritmo perfecto, con escenas espectaculares, grandes dosis de humor y el toque justo de seriedad. Tom Holland, por su parte, tal y como ya nos dejara intuir en Civil War, logra ser el Peter Parker definitivo, haciendo olvidar a sus predecesores y augurando un gran futuro al personaje.
Este nuevo Spiderman llega de la mano de Los Vengadores, pero ese no es más que un peaje para rodearlo de un ambiente que nos sea más familiar, sin llegar a sobrecargar. Es por ello que la presencia de Stark es adecuada y hay mucho menos Iron Man de lo que hacían presagiar los trailers y carteles. Tanto es así que incluso su mano derecha, ese Happy al que da vida John Favreau, tiene más presencia en pantalla que el propio Robert Downey Jr. Y aun así, nunca se pierde de vista que esta es una película de Spiderman y solo de Spiderman, siendo él (bueno, y Peter Parker) la verdadera estrella de la función.
Quizá la apuesta por el tono de comedia escolar más que por la epicidad le quiten algo de pretensiones, y no llegue a ser nunca una película de mil millones de recaudación (como imagino le habría gustado a Sony), pero de lo que no cabe la menor duda es de que es la película que todo fan del personaje (hastiado ya de que sea la sexta película en quince años) estaba esperando.
Puede que Spiderman Homecoming no sea una película perfecta, pero lo cierto es que se me hace muy complicado buscarle algún error.

Valoración: Ocho sobre diez.

sábado, 29 de julio de 2017

INSIDE, sangriento duelo maternal

Inside, la nueva película de Miguel ángel vivas tras Secuestrados y con guion y producción de Jaume Balagueró, es un remake de la francesa Al interior. Como siempre suelo decir en el caso de los remakes, las comparaciones son odiosas y, por lo que parece, las comparaciones son también muy derrotistas de cara a esta película española rodada en inglés. Sin embargo, dado que no he tenido la oportunidad de ver el film original, en esta opinión voy a limitarme a valorar la película por lo que es, sin pensar en lo que debería ser ni decidir si ha sumado o restado algo con respecto a lo que había.
Inside, que pese al aspecto de film de terror vuelve a ser un thriller negro con tintes muy dramáticos, es la historia de Sarah, una joven embarazada que tras perder a su marido en un accidente de tráfico trata de rehacer su vida en una casa vacía y llena de recuerdos. Sin embargo, su peor pesadilla llegará cuando, estando en la recta final de su embarazo, una misteriosa mujer se personifique en su casa con la intención de robarle al bebé. No, no piensen que me acabo de cargar el primer giro argumental. La película empieza con un texto que advierte de la gran cantidad de robos de bebés que se producen en Estados unidos cada año, así que el tema está claro.
Este es, quizá, el principal defecto de la película, la incapacidad de sorprender con su trama, con un único giro real que desencadena el propio final. Por lo demás, hay mucha angustia y tensión, muchos sustos y mucha violencia, pero sin que todo ello venga definido por la historia. En realidad, es casi un correcalles, los personajes van apareciendo en escena de forma casi rutinaria y hay una sensación de alargamiento ante ese continuo devenir de acontecimientos. No es que una acción lleve a otra, simplemente hay pequeños capítulos auto conclusivos dentro de la historia.
La película, además, adolece de uno de los problemas más clásicos del cine de terror: el espectador no puede evitar pasarse la hora y cuarenta que dura pensando: “yo no haría eso”. Y no es que la protagonista actúe en cierto momento de forma demasiado forzada para permitir que avance la historia, es que todos los personajes que aparecen lo hacen de igual manera, llegando a desesperar un poco.
No obstante, considerando el film como un simple entretenimiento de intriga, hay que reconocer a Vivas su capacidad para acongojar, sabiendo transmitir el sufrimiento de esa futura madre y sobresaltando al respetable incluso aunque los sustos vengan anunciados de antemano. Demuestra, además, que no es necesario imaginar retorcidas figuras fantasmales para crear nuevos iconos del terror y Laura Harring consigue que una simple mujer de atractivo rostro resulte la encarnación el mal en estado puro. Aunque luego las cosas no sean exactamente así.
Rachel Nichols también cumple como la sufridora víctima con la que debe identificarse el espectador, aunque el final abrupto termina resultando insatisfactorio para su personaje. Sí, se cierra la acción que mueve la película, pero hay una evolución del personaje a raíz de cosas que suceden que merecen ser contadas.
Especialmente interesante es el recurso sonoro que nos propone Vivas al estar Sarah afectada de sordera tras su accidente, aunque ese efectismo queda reducido en la segunda mitad de la película, donde aprovecha el director para conseguir algún plano visualmente muy acertado.
Dando por hecho que la lógica no debe ponerse a prueba en este tipo de films, e insistiendo en el hecho de no poder compararlo con la cinta en que se inspira, Inside es una buena excusa para pasar un mal rato, aunque no tiene la suficiente profundidad como para que el mal rollo te acompañe al salir de la sala del cine.
A no ser que estés embarazada, claro…

Valoración: Cinco sobre diez.

A 47 METROS, el género de tiburones se hunde

El verano es siempre sinónimo de calor, sol y playa, y el cine ha sabido dar buena cuenta de ello, retorciendo en ocasiones el mensaje para conseguirlo. Si las playas son sinónimos de diversión y entretenimiento, Spielberg, hace ya la friolera de 42 años, las tiñó de rojo sangre con su Tiburón, y desde entonces ha sido tradición estrenar por estas fechas alguna película con estos simpáticos animalillos. Cierto es que últimamente parecía que el género estaba estancado en producciones de dudoso gusto, como Sharknado y sus derivados, o a esos primos lejanos que son las Pirañas (si es en 3D para destacar mejor la casquería, mejor), pero el año pasado Jaume Collet Serra revitalizó el género con la interesante Infierno Azul y este año ha sido el turno de Johannes Roberts y esta A 47 metros (verá el lector avispado que no incluyo en la lista a la flojita Cage Dive vista el año pasado en Sitges porque ni tiene fecha de estreno ni se le espera).
Lo primero que debo destacar del trabajo de Roberts es su elegante forma de filmar, jugando muy bien con los colores y el sonido y logrando escenas de hermosa plasticidad. Sin embargo, la historia que acompaña esas imágenes es demasiado limitada y, deduzco, el presupuesto más todavía. Si Jaume Collet Serra transformó a Blake Lively en una superviviente en la superficie, aquí las actrices Mandy Moore y Claire Holt deben enfrentarse a los escualos bajo el mar, después de que se rompa la cuerda que sujetaba la jaula con la que iban a contemplar a esos temibles peces y acaben en las profundidades marinas.
Hay que reconocerle a la película que logra lo que pretende: hacer sobresaltar al espectador. Aunque uno se imagine por donde van a ir los tiros es imposible no sobrecogerse con cada aparición de los tiburones blancos, pero el problema es que esas son demasiado escasas. En una película donde nos venden la lucha entre dos damiselas contra los tiburones, la falta de oxígeno termina por ser un enemigo más problemático aún, y aquí es donde se echa de menos ese terror que nos habían prometido.
Volviendo a los directores españoles, Rodrigo Cortés logró en 2010 una emocionante película como Buried sin que el protagonista saliese de un ataúd en todo el rato, y el propio Collet Serra mantenía la intriga de la película Non stop (Sin escalas) sin que la acción se bajara de un avión. Aquí, sin embargo, una jaula no es recurso suficiente para mantener la atención del espectador, y aunque siempre esté pasando algo, nada es suficientemente interesante como para no aburrir por momentos al espectador, mientras que el giro que debe marcar el buen hacer del guion está tan insistentemente anunciado que se ve venir de lejos.
Así pues, una flojita propuesta veraniega que ofrece lo que promete, pero de manera tan limitada que no parece suficiente. Para pasar el rato y poco más.

Valoración: cuatro sobre diez. 

viernes, 28 de julio de 2017

DUNKERQUE. Espantosa tomadora de pelo.

Siempre que me he enfrentado al hecho de escribir una opinión sobre una película he tratado de ser elegante y objetivo, más allá de que luego mis valoraciones puedan gustar más o menos al lector habitual. Sin embargo, en el caso de Dunkerque salí del cine tan ofendido e indignado por semejante tomadura de pelo que se me va a hacer muy cuesta arriba semejante propósito. Así que he decidido dividir este comentario en dos partes, la primera en la que me contendré lo mejor posible y una segunda, ya con spoilers, donde daré rienda suelta a todo lo que la película me provocó.
Aunque nunca he sido un gran admirador del señor Nolan, al que siempre he considerado mejor creador de imágenes que director (de guionista ya ni hablamos), pensaba sinceramente que esta iba a ser la película que me reconciliaría con él. No en vano narrar un episodio crucial de la historia (y más si corresponde, además, a la II guerra Mundial) siempre luce mucho, como demostró Spielberg en la irregular Salvar al soldado Ryan o Gibson en la magnífica Hasta el último hombre. Pero no. Me bastaron quince minutos de película para descubrir que esto no era para mí y ha sido esta una de las pocas veces que he estado a punto de abandonar una sala de cine a la media hora de película.
Nolan no filma, experimenta. No digo eso como algo negativo: el loable que en estos tiempos de convencionalismo alguien trate de innovar en algo, pero el experimentar no es sinónimo de triunfar. Su experimento es, para mí, a todas luces fallido, consiguiendo sin duda su peor película y, posiblemente, una de las peores del año. Y es que para inventos ya teníamos a David Lynch o a Terrence Malick. Zapatero a tus zapatos, como se suele decir…
La película pretende narrar la historia de Dunkerque, la mayor derrota militar de los aliados y que propició la participación de los Estados Unidos en la guerra, alentados por el famoso (y ventajista) discurso de Churchill. Y digo pretende porque no estamos, en realidad, ante la historia de Dunkerque. Esto es más bien una trivialización de la misma, una insultante edulcoración que ni explica lo que sucedió ni se corresponde con la realidad.
Nolan no está interesado en hacer una clase de historia, lo cual es decisión suya, y en dos pinceladas (la idea de los panfletos es buena) nos pone en situación, pero luego se corta a la hora de plasmar en imágenes el escenario real, no dando sensación, en ningún momento, del sufrimiento que debieron sufrir los soldados acorralados como ratones en esta playa rodeada de nazis y a apenas unos quilómetros de su Inglaterra natal (en el caso de la película, poco pintan aquí los franceses, polacos, belgas, etc.). Entiendo la decisión de no querer mostrar al ejército alemán para centrar toda la atención en el protagonismo de los británicos, pero ya jugó a lo mismo Spielberg en la miniserie Hermanos de Sangre y allí sí se sentía la amenaza alemana como algo tangible.
En un ejercicio de arrogancia donde la estrella es siempre el director, no la historia, Nolan juega a dividir la trama en tres líneas temporales diferentes, que muestra en paralelo hasta unirlas al final de la película. Este recurso podría resultar interesante bien ejecutado, pero en sus manos resulta confuso, un simple truco de ilusionismo para mostrarnos, las pocas escenas de interés, repetidas por tres, como si él mismo fuese consciente de que narrada en orden convencional la historia es extremadamente mínima. Y es que no todos los hechos históricos, por importantes que sean para el desarrollo de la humanidad, pueden ser bien llevados a la pantalla. Pero de eso hablaré más adelante.
Finalmente, me queda hablar de los actores, entre los que solo puedo destacar a un magnífico Kenneth Branagh, que con apenas unos minutos transmite en sus miradas más que la película entera, y algo (muy poco) de Cillian Murphy, cuya historia, bien desarrollada, podría haber sido interesante. Del resto nada se puede destacar, sobre todo en el caso de Mark Rylance, un gran actor (aunque su carrera comercial parece haber empezado y acabado con El puente de los espías, más después de esa ridiculez que fue Mi amigo el gigante) y que aquí está horrible, sobre todo en la primera parte de la película.
En fin, una película mala no por un cúmulo de situaciones sino por decisión del propio señor Nolan, que aquí actúa como autor completo y es el único responsable de todo lo bueno o malo que haya en el film. Y para mí es todo, o casi todo, malo.
Dicho esto, permitidme dejar algo de libertad a mi parte más emocional (es en esta parte donde puede haber algún spoiler). Dicen los más críticos con la película (y es que a muchos les ha encantado, considerándola una obra maestra, que no quiero yo ser profeta de nada y reconozco que puede que en este caso esté solo contra el mundo) que es fría y deja indiferente. La historia, desde luego, sí. Es imposible simpatizar con ninguno de los soldados a los que no llegas a conocer para nada. Pero a nivel general, la frialdad no fue conmigo. A mí sí me produjo sensaciones, todas negativas.
Hay una metáfora que ilustra la película. Al principio del todo está el chico protagonista (un cantante de esos de moda que de cine poco sabe) intentando hacer de vientre en varias ocasiones. Así creo que apareció el germen del film. Estaba Nolan tan a gusto en el lujoso retrete de su mansión de California, soltó todo lo que tenía que soltar y pensó: “he aquí mi próxima película”. Porque eso es lo único que se me vino a la cabeza viendo Dunkerque: ¡menuda mierda!
Visualmente es espantosa. Las escenas de combate aéreo no lucen nada, son precipitadas y hasta incomodas de ver. Y el chiste ese de que lo que hace es buscar un realismo total, sumergiendo al espectador en el contexto, se van al garete al ver ese Dunkerque con edificaciones de los años setenta, ventanas de cristales impolutos y antenas de televisión. Por su parte, el señor Tom Hardy debe ser el actor más caradura de todos los tiempos. Ya en ese despropósito que sirvió para cerrar la trilogía del murciélago de Nolan hizo un personaje al que nunca se le veía la cara, como en media película de Mad Max, pero al menos ahí tenía acción corporal. Recibió alabanzas por pasarse una hora y media hablando por el móvil desde su coche en Locke y dicen hace un cameo perfecto en Star Wars: Los últimos Jedi, oculto bajo la armadura de Stormtrooper. Aquí, sin embargo, riza el rizo. Oculto bajo el casco y las gafas de aviador (solo se le ve la cara en la bochornosa escena final, cuando planeando con un avión sin gasolina derriba a un enemigo alemán, cual Cid Campeador cabalgando después de muerto) se limita a sacudir la cabeza a un lado y otro de su cabina, como los muñecotes esos que uno pone en el salpicadero del coche para echarse unas risas.
Decía antes que no todas las historias pueden ser bien adaptadas. Esta, visto lo visto, no lo es. La cosa va de unos navegantes civiles que atravesaron el canal de la Mancha para efectuar la evacuación de los militares atrapados. Así que lo que vemos en la película es a los navegantes civiles cruzando el canal de la Mancha y evacuando a unos militares atrapados. Punto. Eso lo cuento yo en diez minutos, ya que no hay en ningún momento sensación de verdadero peligro. Tal y como está narrado, parece como si el único obstáculo fuesen cuatro aviones alemanes mal contados y un submarino fantasma que no está claro que existiese realmente.
Y decorando el pastel, como para rellenar trama, la historia del George este, al que pintan de héroe pero que en realidad es el tonto del pueblo que solo quiere salir de excursión con sus amigos (o los únicos que lo soportan, parece ser) y que demuestra que normalmente los héroes se sustentan en mentiras.
Para enmarcarlo todo, el ruido la música de Hanz Zimmer, absolutamente horrible, pero al menos efectiva, de lo poco que transmite algo de emoción en la película (porque si la escena más emocionante debe ser esa situación absurda dentro de un barco varado, apaga y vámonos).
Quizá el mayor chiste de todos sea escuchar a Christopher Nolan, después de criticar a Netflix, defender que el cine debe verse en espacios que permitan disfrutarlo tal y como fue concebido. Dunkerque ha sido rodada en una combinación de cinta 15/70mm IMAX y Super Panavision 65 mm, lo que significa que no se puede apreciar en la calidad adecuada en el 99% de los cines de todo el mundo. Así que quizá deberíamos hacerle caso y no ir a ver su película a ningún cine que no sea una sala IMAX o un Phenomena. Y de paso, gritarle: ¡Qué tonto eres, Christopher Nolan!
En resumen, que más allá de mis filias y fobias por este sobrevalorado y prepotente director, la película es una sarta de falsificaciones sobre lo que ocurrió, narrada sin fuerza (os dejo a continuación un clip con un magnífico plano secuencia de Expiación: Más allá de la pasión, de Joe Wright que nos recordaban los amigos de Espinof, donde se puede adivinar como fue realmente estar en Dunkerque, ya que Nolan ha obviado las muertes, el dolor y el sufrimiento. Mala historia, malas interpretaciones, horrible dirección y, sobre todo, muy, muy, muy aburrida.
Aunque, como casi siempre, seguramente seré yo quien esté equivocado…

Valoración: Tres sobre diez.

miércoles, 26 de julio de 2017

SIETE DESEOS, más drama que terror

Lo primero que habría que aclarar sobre la película Siete deseos es que, como muchas otras más pertenecientes a esta corriente moderna de terror psicológico, no estamos ante una película de miedo propiamente dicha. Hay muchos momentos inquietantes en la película, desde luego, pero lo que pasar miedo, poco.
Eso no significa necesariamente que sea una película mala. Aunque juega con el humor y el drama de forma un tanto errática, rozando a veces el simplismo más bobo propio de una película para adolescentes (hay momentos que quiere parecerse a una versión descafeinada de la serie Por trece razones), la película consigue atrapar lo suficiente como para mantener el interés, contagiando al espectador el nerviosismo por unas muertes aparentes que luego no lo son tanto, tal y como jugaba la efectiva, aunque agotada, saga de Destino Final.
Argumentalmente, Siete deseos podría recordar a La caja, aquel thriller con toques de ciencia ficción que protagonizaron Jim Carrey y Cameron Diaz sobre una caja con un pulsador que, al accionarse, otorgaba un millón de dólares a la pareja protagonista a costa de la muerte de alguien. Aquí, la cosa tiene un trasfondo sobrenatural, pero el juego es el mismo. La caja concede deseos a la protagonista, pero alguien morirá a cambio. La obsesión, la ambición y el temor a perder lo conseguido son las pautas que rigen la conducta de la muchacha en cuestión que sabe lo que debe hacer, pero sin que se corresponda a lo que quiere hacer.
¿Cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar a cambio de la felicidad? Y ya puestos, ¿dónde se encuentra la verdadera felicidad? Estas son preguntas que la película plantea, aunque sin llegar a realizar una reflexión tan profunda como para que hablemos de una pieza trascendentalita.
Joey King (Asalto al poder, Independence day: Contraataque, Un golpe con estilo…) es la cara más reconocible de esta película que bien trata de rondar otros temas que puedan preocupar a los adolescentes, como el primer amor, la pérdida de un progenitor, las amistades (y enemistades) del instituto, la popularidad, etc. pero lo hace todo de forma muy superficial, consciente de que el público objetivo solo va a esperar de la obra de John L. Leonetti (que ya había dirigido la insuficiente Annabelle, siendo director de fotografía habitual de la vertiente más aterradora de James Wan) sustos y muertes. Y de lo primero, ya digo, poquita cosa.
Película, en fin, que decepcionará a los amantes del terror pero que puede llegar a interesar a aquellos que se conformen con un drama intimista sobre la destrucción moral de una buena persona. Es poco lo que ofrece, pero al menos lo hace con corrección y sinceridad. Quien quiera ver escenas escalofriantes que se conforme, al final de la película, con los títulos de crédito, brillantes y retorcidos y que preceden, como si en un blockbuster Marvel estuviésemos, a una escena postcréditos para nada sorprendente.

Valoración: Cinco sobre diez.

UNA NOCHE FUERA DE CONTROL, divertida sin más

Parece que la última tendencia en Hollywood, para mal de algunos e insuficiencia de otros, sea la reivindicación femenina en papeles protagonistas. 
Lejos de querer alimentar este debate absurdo (ya dije todo lo que tenía que decir en mi análisis al éxito de Wonder Woman), si es cierto que parece que se esté poniendo de moda girar las tornas y reinventar películas estereotipadas como masculinas para mayor gloria del encanto femenino. Lo malo es que más allá del (exagerado) éxito de Wonder Woman, la cosa no está saliendo demasiado bien, y la versión femenina de Cazafantasmas (el ejemplo más claro de esta moda) no funcionó en taquilla como se esperaba (y merecía). Poco espero de ese Ocean’s Eight de lujoso reparto que está por llegar para versionar el Ocean’s Eleven de Soderberg y tampoco es que esta variante rosa de Very Bad Things que es Una noche fuera de control sea para tirar muchos cohetes.
Y es que sí, aunque no tengan el detalle de reconocerlo en los títulos de crédito, la última película de Scarlett Johansoon, que imagino estaría un poco saturada de tanta película de acción comiquera, es más deudora del film de Peter Berg que protagonizó en 1998 Christian Slater y Cameron Díaz que de otros títulos de los que también bebe, como pueda ser la saga de Resacón en Las Vegas.
Quizá la diferencia principal entre Una noche fuera de control y Cazafantasmas es que esta no solo está protagonizada por mujeres, sino que también ha sido escrita y dirigida por una, Lucia Aniello, con Paul W. Downs (quien interpreta al sufrido novio) ayudando en tareas de guion. Esto permite que no se caiga demasiado en tópicos femeninos, de manera que las mujeres, por el simple hecho de tener más protagonismo, resulten burdas caricaturas, una paródica copia de equívocos sexuales en un terreno tradicionalmente masculino. Eso es lo mejor de una película que busca un humor muy negro y gamberro pero que, en su deseo de ser relativamente convencional y rendir tributo a la amistad, termina deshinchándose. Al final, los personajes, por más que sus actrices se esfuercen de manera meritoria, son demasiado planos y lineales y todo queda reducido a lo que uno simpatice con los (inevitables) chistes de sal gruesa sobre sexo y las situaciones rocambolescas que la muerte accidental de un stripper en plena despedida de solteras pueda provocar.
La conclusión inevitable es que la película es muy flojita, rehúye de cualquier atisbo de inteligencia y resulta rápidamente olvidable, pero por lo menos consigue durante su visionado provocar más de una carcajada y, pese a la torpeza de la directora para mantener correctamente el ritmo narrativo, entretiene sin demasiado sacrificio.
En otras palabras, una tontada desmadrada y carente de ambición para degustar y pasar página pronto. Eso sí, volver a ver a Demi Moore (por retocada que esté) en pantalla, y haciendo equipo con Ty Burrell ya es un aliciente por sí solo.

Valoración: Cinco sobre diez.

Análisis: EL (DESMEDIDO) ÉXITO DE WONDER WOMAN Y SUS REPERCUSIONES

En estos tiempos en que todo el mundo parece tan sensible con el tema de los spoilers (y no es que esta película corra mucho peligro en ese sentido), he creído conveniente esperar unas semanas para hacer un análisis en profundidad alrededor de Wonder Woman, una película que parece haber trascendido más allá de las pantallas de cine convirtiéndose en todo un fenómeno de masas.
Wonder Woman ha supuesto, al fin, la reconciliación entre público y crítica para una película Warner/DC, lo que la ha colocado como la cinta más taquillera del todavía joven DCEU, superando en cifras a El hombre de acero y Batman v. Superman. Y eso teniendo en cuenta que, y que me perdonen los fans, Wonder Woman es una segundona en el Universo DC que, pese a formar parte de la “Trinidad” de héroes, ha estado tiempo sin colección propia de comics. Vamos, que era más un icono que un gran personaje.
Y es que ese aire de líder del feminismo que muchos han querido ver en ella ha beneficiado enormemente a la película. Pases de cine exclusivos para mujeres, la imperiosa necesidad de que en la silla de dirección se sentara también una mujer (Patty Jenkins, realizadora de la oscarizada Monster y la elegida para Thor, el mundo oscuro hasta que llegaron las típicas “diferencias creativas”) y las insistentes declaraciones de sus artífices han conseguido que nos creamos que esta es la primera película de superhéroes protagonizada por una mujer y, casi, que es la primera vez que Hollywood ofrece a una dama un papel relevante de acción, no como simple damisela en apuros. Por alguna extraña circunstancia, parece que se han borrado de este plano de la existencia títulos como Elektra, Catwoman, Æon Flux, Ultraviolet o las sagas de Lara Croft: Tomb Raider, Resident Evil o Underworld, por poner solo algunos ejemplos. Pero sí, Wonder Woman es una buena encarnación de una heroína poderosa y digna, aunque una vez vista la película lo cierto es que el mensaje feminista es tan reducido que podría llegar incluso a ofender. No en vano el mayor acto heroico del film lo realiza, a la postre, un hombre. Además, que la elegida para protagonizar la película sea una miss y que el mayor debate antes de su presentación en Batman v. Superman fuese relativo al tamaño de sus pechos tampoco dice demasiado en favor del personaje.
Ya entrados en harina, la película se divide en tres bloques claramente diferenciados. La presentación de Wonder Woman, la interacción de la heroína con el mundo de los humanos y la batalla final. Vayamos a ellos:
En la primera parte, que transcurre en la Isla Paraíso, la ciudad de Themyscira está brillantemente recreada en la italiana Salerno. Todo lo relacionado con las Amazonas es pura magia del cine, con impresionantes paisajes, espectaculares batallas y los primeros apuntes de lo bien que iba a funcionar en pantalla la química entre Gal Gadot y Chris Pine. No todo es perfecto, desde luego. Cabe reprochar detalles del guion como lo ridículamente fácil que es acceder a la isla por parte de los alemanes (he oído justificaciones bastante aceptables sobre el hecho de que la isla quede al descubierto tras la utilización de los poderes de Diana por primera vez, pero en todo caso eso no aparece reflejado en la película y forma parte del deseo de cada uno por razonar ciertos errores), la terrible vulnerabilidad de las Amazonas ante las armas de fuego y, sobre todo (y esto es para mí lo peor), la ligereza con la que se toman la muerte de Antiope, un personaje hasta ahora crucial en la vida de Diana que merece mejor final (incluso una película supuestamente más ligera que esta, la ya mencionada Thor: el mundo oscuro, tiene un emotivo duelo tras el fallecimiento de Frigga, por no hablar ya del final de Yondu en Guardianes de la Galaxia, vol. 2). Tanto criticarse el exceso de trascendentalismo de las películas de DC y esta peca justo de lo contrario.
Así y todo, esta parte es la mejor de la película, colorida y visualmente magnífica, haciendo que una vez Diana abandona la isla se eche de menos a las Amazonas. Es, además, donde se encuentran las mejores interpretaciones, con unas gloriosas Connie Nielsen y Robin Wright y una mención especial a Lilly Aspell, la versión niña de Diana.
Se empiezan a intuir, sin embargo, pequeños estigmas que terminarán por ser lo peor de la película: los efectos visuales (horrible la escena en que la Diana de ocho años salta al vacío y es atrapada in extremis por su madre) y la presentación de los villanos alemanes, grotescos Danny Huston y Elena Anaya. Hay, además, bastantes toques de humor, sobre todo a raíz de las conversaciones entre Diana y Steve Trevor, que si bien a mí me han encantado pueden haber incomodado a todos aquellos que desprecien el mal llamado “estilo Marvel” que tanto predomina en Wonder Woman.
Llegados ya a la segunda parte (nota quisquillosa: ¿en serio puede la barquita esa llegar desde Grecia hasta Londres en una sola noche?), la película toma un giro más humorístico con la aparición del personaje de Lucy Davis, que no llega a saturar con su presencia, pero poco le falta. Aquí es cuando empezamos a ver a Diana hacer gala de sus poderes, donde se va a ver único apunte feminista de la película y donde Gal Gadot luce mejor, combinando una ingenuidad exquisita al más puro estilo My fair lady con momentos de agresiva dignidad, aparentando (falsamente) ser una secundaria al personaje de Steve Trevor. Sin embargo, algo empieza a oler mal cuando se presenta al personaje que interpreta David Thewlis (que desde el primer momento parece ocultar algo) y con la presentación de esa copia de los “Comandos aulladores” de Marvel que representan Samer, Charlie y “el jefe”, ese grupito de mercenarios que ayudarán a Steve y Diana a llegar al frente pero que, a la hora de la verdad, apenas sirven para nada. Especialmente clamoroso es el caso de Charlie, un francotirador incapaz de disparar. Está muy bien como metáfora de los estragos que el combate provoca en el hombre, pero termina por ser un elemento dramático que molesta al avance de la trama y con el que no se termina de profundizar.
Tenemos, además, nuevas escenas con los alemanes Ludendorff y la doctora Veneno, y con ellos una de las escenas de más vergüenza ajena que he visto en mucho tiempo, capaz de sacar a uno de la película. Me estoy refiriendo, por supuesto, a esa risa de villano malvado tras probar el gas letal que inventan contra sus propios camaradas.
Al final, nuestros héroes dejan Londres para llegar al frente y ahí se reduce todo el humor para demostrarnos la crudeza de la guerra de una manera que no se había visto aún en una película de superhéroes. Es el momento de perder definitivamente el colorido mágico de Themyscira y que el gris lo ensucie todo. También es cuando vemos a Diana convertida en Wonder Woman (no me queda claro si el cambio de traje en la película tiene un trasfondo mágico, como le pasaba a la Wonder Woman de Lynda Carter o si llevaba todo el tiempo el escudo y la armadura ocultos bajo el abrigo, pero tampoco es que me importe demasiado; esto es fantasía y así debemos juzgarlo), y ese es, posiblemente, el momento más glorioso de la película. Ver por primera vez a Wonder Woman con su uniforme, repeliendo balas y luchando al ritmo del leif motive que Junkie XL ideó para ella en Batman v. Superman es, junto a la batalla en la playa de Themyscira, de lo mejor de la película. De nuevo, magia pura. Y el momento del pueblo aplaudiendo a Diana logra humanizarla a la vez que ascenderla a la categoría de Diosa de una manera que Zack Snyder buscaba constantemente para su Superman sin lograrlo en ningún momento. Cierto es que esta Wonder Woman es muy heredera de ese estilo visual tan característico de Snyder, pero Jenkins consigue hacerlo suyo y que la cámara lenta y las coreografías luzcan de maravilla.
Pese a esos pequeños detalles ya comentados, la película estaba alcanzando hasta ahora unos niveles magníficos, casi rozando la perfección.
Y entonces llega la tercera parte. Un final de película tan desastrosamente horrible que si bien no consigue hundir la película y todo el buen trabajo conseguido hasta ahora sí lo perjudica considerablemente, tanto a nivel argumental como ideológico.
Es la hora de que Diana se enfrente al enemigo definitivo. Durante todo el rato ella ha defendido la idea de que Ares, el Dios de la guerra, es el culpable de todos los males de los humanos y, tras un último momento de lucimiento en la fiesta del castillo alemán (y después de un momento romántico que empaña un poco la representación feminista tan cacareada, como si al final toda mujer necesitara de un príncipe encantado a su lado), todo se precipita hacia ese desproporcionado final.
Diana se enfrenta a Ludendorff, convencida de que es Ares, y lo mata sin piedad (aunque para una película con tanta crudeza se hace raro ver esa espada atravesando el cuerpo del villano y posteriormente el techo sin una sola gota de sangre). Ludendorff no es Ares (¡menuda sorpresa!) y el combate es relativamente breve y poco efectivo. Está claro que esa capsula de gas que potenciaba la fuerza de Ludendorff era un simple mcguffin que, al no engañar a nadie, se torna casi una tomadura de pelo. No hay, además, ningún signo de arrepentimiento en Diana tras descubrir su error. Tampoco cuando mata a soldados alemanes en el fragor de la batalla. Y con eso parece olvidarse de que, en una guerra, no hay buenos ni malos. Más allá de lo que decidan los altos mandos, los soldados no son más que carne de cañón enviados a matar o morir por causas que, en la mayoría de los casos, ni conocen ni comparten. Y eso, en una Diosa que, según ella misma dice en uno de los momentos más cursis de la peli, lucha en nombre del amor, es, cuanto menos, extraño. El problema aquí no es, como en El Hombre de Acero, que Wonder Woman mate, sino que ni siquiera se plantee que lo está haciendo.
Pero volvamos a ese clímax final. Estoy tratando de resistirme en todo momento a hacer comparaciones crueles entre Marvel y DC, pero llegados a este punto no puedo resistirme. Por un lado, ¿recuerdan el cachondeo que hubo por parte de ciertos sectores al ver el tráiler de Capitán América: Civil War donde aparecía el enfrentamiento en el aeropuerto? Visto así, todo parecía indicar que iba a ser ese el clímax final, y muchos se reían de un escenario tan pobre para tal efecto. Al final, ni era la escena final, sino que acontecía a mitad de la película, ni se perdía nada de espectacularidad por el hecho de que no hubiese grandes elementos arquitectónicos alrededor. Aquí si tenemos un combate final en un aeropuerto (sig!) y la pelea no puede ser más vacía y poco espectacular. 
De nuevo se repiten en los peores defectos de DC, los finales aparatosos, confusos y de excesos digitales. Malos, además. Se revela lo que todo el mundo imaginaba, que Ares es Sir Patrick, el vejete que interpreta David Thewlis (¿de verdad alguien se imagina a un Dios de la Guerra con ese bigortillo) y que Diana es, en realidad, hija de Zeus y su espada no es, como ella pensaba, un arma matadioses, sino que ella lo es en sí misma. Vamos, lo que han estado insinuando con miradas y frases enigmáticas las Amazonas en toda la primera parte. Lo que no se explica en ningún momento (más allá de esa pretensión megalómana tan sobada de que el hombre es un peligro para la propia humanidad y que Ares en realidad es bueno -a su manera- y pretende que Diana se una a él en su propósito de matar a todos los hombres) es el sentido del plan de Ares. Todo el final es un sinsentido al mismo nivel que las locuras enfermizas de Lex Luthor en la película que nos presentó a la Amazona, el combate está muy mal ejecutado y los efectos especiales son casi ridículos. Rayos de energía que parecen hechos con el After effects, cromas muy cutres y una coreografía digna de Dragon Ball. Y para colmo, Diana tiene un momento de debilidad que solo logra superar gracias a recordar las últimas palabras de Steve Trevor antes de su sacrificio final: “Te quiero”. ¿Tanto feminismo para esto?
Y mientras Diana se enfrenta a un anciano con una armadura de chatarra (estoy siendo ventajista, lo sé), con una doctora Veneno que, por cierto, tras haber inventado el gas mostaza termina yéndose de rositas, pasemos al verdadero héroe de la historia.
Volviendo a las comparaciones entre Marvel y DC, era evidente que el hecho de ser esta una película histórica iba a propiciar muchos paralelismos con El Capitán América: el primer Vengador. Dicen incluso que eso es lo que motivó que la acción se trasladara de la II Guerra Mundial a la primera (aparte del detalle de que durante la Gran Guerra fuese cuando empezaron a reivindicarse los derechos de las mujeres). Sin embargo, cuando se menciona la existencia de un avión cargado de gas mortal apuntando a Londres ya adiviné el final de la película. No lo hice realmente, sino a modo de chiste, pues no podía creer que realmente fueran a hacerlo. Pero sí. De todos los finales posibles (y me parece bien que Trevor termine muriendo como demostración de que la humanidad merece otra oportunidad) los guionistas han decidido fusilar directamente el final del Capitán América (el mismo que ya estaba en los comics, por cierto). El chico sube al avión, aun sabiendo que es su perdición, para evitar la destrucción de una ciudad entera. Al final, Steve muere para ser el gran héroe. Diana se limita (otra vez) a entrechocar sus brazaletes para vencer su lucha personal.
Y, por cierto, si al final Ares no es quien provoca que los hombres luchen entre sí, ¿a qué viene esa escena de los soldados enemigos abrazándose entre ellos?
En fin, que el Capitán América, digo, Steve Trevor, termina muriendo. Y el chiste ahora es, ¿estará congelado y regresará en una segunda parte? No tendría sentido, ¿verdad? Además, no es mencionado en Batman v. Superman y en el epílogo de Wonder Woman, ya en el presente, ella lo recuerda como a alguien de su pasado. Sin embargo, en Warner ya están planteando la secuela de Wonder Woman. Quieren volver a contar con Patti Jenkins y, ¿adivinan qué? con Chris Pine. Ver para creer.
Y es que lo que es innegable es que la película ha sido un rotundo éxito. Ha superado todas las expectativas y ha abierto las puertas a la esperanza a un CDEU que si bien en taquilla no había pinchado aún parecía muy lejos en calidad (sobre todo después de ese despropósito que fue Escuadrón Suicida). ¿Han aprendido la lección esta vez? Pues permitidme que lo dude. De hecho, creo que el éxito de esta película puede hacer, a la larga, más mal que bien a este universo.
Me explico. Hasta ahora, no parecía haber una línea definida a seguir, más allá del camino de la amargura y el trascendentalismo que Nolan y Snyder estaban marcando. La obsesión era diferenciarse al máximo de Marvel y para ello no han dudado desde la Distinguida Competencia en burlarse de las escenas postcréditos (hasta que incluyeron una en Escuadrón Suicida) y del humor ligero (hasta que llegó Wonder Woman) de Marvel. Tras la buena acogida de Harley Quinn en la película de David Ayer todos los planes se fueron al garete. A estas alturas no se sabe quién hará la película de Flash, la de Cyborg parece olvidada y a Superman en solitario ni está ni se le espera. Otro tema es el film The Batman y sus conocidos y cacareados problemas (Ben Affleck salió huyendo como director, el sustituto, Matt Reeves, echó por tierra el trabajo realizado y ha empezado con un guion desde cero y ahora se pone en duda la continuidad de Affleck como actor). Eso sí, hay confirmada una película sacada de la nada llamada Ghotam City Sirens con Harley Quinn como co-protagonista  y se han anunciado varios proyectos con protagonistas femeninas, incluyendo un “versus” entre el Joker y… ¿adivinan? Harley Quinn. Hace un año todo giraba en torno a Batman. Ahora solo parece existir el personaje que tan divinamente ha encarnado Margot Robbie y no me cabe la menor duda de que en breve solo existirá Wonder Woman (ya es quien más destaca en el último tráiler de La liga de la Justicia)
¿Renunciará DC a sus señas de identidad y empezará a potenciar el humor en sus películas? ¿Se centrará todo en personajes femeninos? ¿Para cuándo un Wonder Woman vs Harley Quinn?
Yo, por mi parte, como buen fan del cine de superhéroes estoy abierto a todas las posibilidades y espero disfrutar con ello. Pero el peligro de pegarse un batacazo es considerable. Wonder Woman es una interesante película que va de más a menos hasta precipitarse en la medianía. Es una película de origen, con todo lo que ello conlleva y Jenkins consigue hacer de Diana un personaje interesante. Pero, una vez presentado, ¿de verdad nos va a seguir interesando? Salvando las distancias, me viene a la mente la reciente película de los Power Rangers. Como presentación de personajes era divertida y muy correcta, y solo empezaba a aburrir con sus batallas finales. Disfruté el film, pero no me dejó con ganas de una segunda parte. Lo mismo me pasa con Wonder Woman. ¿Me interesaría una precuela donde conocer más detalles de Isla paraíso y las Amazonas? Desde luego que sí. ¿Estoy deseando ver a Wonder Woman zurrando gente? Pues no mucho, la verdad. Pese a ser de lejos de lo mejor de Batman v. Superman, esta es la segunda vez que la veo metida en fuegos de artificio. Y si nos remitimos a lo que es la acción pura y dura, dudo que tenga muchos más recursos que puedan interesarme. Wonder Woman mola. Gal Gadot mola. Pero no veo a Warner/DC capaces de saberlo aprovechar. Más cuando siguen trabajando a salto de mata.
En fin, dejemos pasar el tiempo y que sea lo que tenga que ser. Por el momento, conformémonos con disfrutar de esta Wonder Woman por momentos magnífica y por momentos desastrosa, de lo mejor de la casa, pero muy por debajo de lo que muchos andan diciendo y, desde luego, ideológicamente más débil de lo que presume ser.

sábado, 15 de julio de 2017

DÍA DE PATRIOTAS, dolorosa pero emotiva realidad

Después de El único superviviente y Marea negra, Día de patriotas es la tercera colaboración entre el actor reconvertido en director Peter Berg y Mark Wahlberg, basada, de nuevo, en un episodio real de la historia americana reciente.
Resulta curioso como las noticias que se nos antojan lejanas pueden caer fácilmente en el olvido. Seguramente todo el mundo recuerda los atentados en Boston, junto en la línea de meta de su popular maratón, pero sin duda serán solo unos pocos los que tengan conocimiento del acoso y derribo que sufrieron los terroristas hasta ser localizados y neutralizados, llegando a paralizarse todos los medios de transporte de la ciudad e indicando a los ciudadanos que permanezcan encerrados en sus casas hasta detener a los terroristas.
Aunque Tommy Saunders, el policía al que interpreta Wahlberg, es una invención resultante de unir detalles de varios agentes, todos los demás protagonistas de la historia son reales, así como muchas de las imágenes de archivo que Berg intercala con la ficción, dando una mayor sensación de realismo a la par que angustia.
Con el handycap de que la (supuesta) escena más espectacular (la del atentado) se produce al inicio del film, Berg sabe mantener la intensidad y la emoción durante las dos horas y cuarto que dura la película que, contra todo pronóstico, no se hacen nada excesivas. Para ello, Berg presenta a los protagonistas, víctimas, policías y terroristas, con breves pero firmes pinceladas, casi al estilo de las películas corales de catástrofes (ese ritmo de pelo de catástrofes ya lo tenía también en Marea negra), ayudando así a implicarse emocionalmente al espectador y sufrir tanto como los propios protagonistas.
Más allá del buen hacer de Berg y del brillante elenco reunido (junto a Wahlberg se encuentran también Kevin Bacon, John Goodman, Michelle Monaghan o J.K. Simmons), la película se nutre de ese dolor que le supone el ser un hecho real, un acto de violencia tan gratuito e injustificado y perpetrado, además, por dos tipos tan absolutamente imbéciles (insisto en el hecho de que es una historia real, de no ser así casi parecerían bufones) que provoca más miedo incluso que cuando los villanos son los clásicos asesinos fríos y calculadores.
Cierto es que en algunos momentos Berg, que ha contado también con la participación de supervivientes reales del atentado, busca provocar la sensibilidad del espectador con escenas de lágrima fácil y emoción desatada, y que el final puede atufarles a algunos de patriotismo propagandístico (aunque, si como se dice, fue así realmente, yo lo compro). Sin embargo, es justo señalar que toda esa exaltación patriótica no se realiza, por una vez, en nombre de los grandes y solidarios Estados unidos, sino que es de la unión entre los ciudadanos de Boston y su policía de lo que se presume. Y viendo cómo reaccionó Nueva York tras el 11S, no me cabe le menor duda de que fue así.
Esta es, quizá, la mejor lección que nos ofrece una película que, de otra manera, podría provocar miedo por lo indefensos que estamos ante la locura de unos pocos: que en casos de necesidad el ser humano sí es, pese a todo, solidario. Solo con ese consuelo podemos seguir siendo capaces de enfrentarnos al terror.

Valoración: Siete sobre diez

EL HOMBRE DEL CORAZÓN DE HIERRO, insulsa biografía de Heydrich

El hombre del corazón de hierro es la decepcionante nueva película del francés Cédric Jimenez, rodada en inglés y con un (desaprovechado) reparto de auténtico lujo.
Basada en el libro HHhH, de Laurent Binet, la película se supone que debería relatar la vida y muerte del tristemente célebre Reinhard Heydrich, desde su ascenso al poder (llegó a ser el tercer hombre más importante del régimen nazi) hasta su intento de homicidio en Praga. No está claro quién es el culpable de que este biopic sea un despropósito bastante grande, pero parece ser que la coincidencia en el tiempo con Operación Anthropoid, que contaba más o menos lo mismo, obligó a hacer cambios de última hora en el guion y retrasar su estreno varios meses.
Así, la película tiene dos partes bien diferenciadas, lo cual es el primer error al no lograr nunca encontrar su propio ritmo narrativo.
En la primera, Heydrich, correctamente interpretado por Jason Clarke, es el protagonista absoluto, narrándose su expulsión del ejército y como influenció en él su esposa Lina (Rosamund Pike, sin duda lo mejor del film). No creo, sin embargo, que Jimenez acierte en la puesta en escena, y la película se ve casi como un documental, sin la pasión necesaria para alcanzar a conocer al hombre que había detrás de la leyenda y dando la sensación que se desaprovecha mucho la presencia de Pike. Dicen que detrás de todo gran hombre hay siempre una gran mujer y aquí se parece intuir que después de todo horrible hombre hay también una horrible mujer, pero, como digo, solo se intuye.
De repente, la película sufre un brusco corte y salta seis meses atrás en el tiempo para olvidarse de Jason Clarke y presentarnos a unos nuevos protagonistas, Jack O’Conell y Jack Reynor, que dan vida a Kubis y Gabcik, los dos paracaidistas enviados para acabar con la vida del Carnicero de Praga. Aquí es cuando la película es una mera fotocopia de Operación Anthropoid, y si bien aquella no era tampoco una maravilla, sí explica más a conciencia los hechos sucedidos. Es en esta segunda parte donde tiene acto de presencia Mia Wasikowska, otra gran actriz desaprovechada.
Aunque siempre he sido partidario de comentar la película que he visto y no la que me habría gustado ver, no me cabe la menor duda que quitar por una hora el foco de Heydrich es un tremendo error, cuando lo que tendría que haber hecho Jimenez, en lugar de pretender competir con la película que se estaba haciendo en paralelo, es tratar de complementarla. La historia de Heyndrich por sí sola se me antoja apasionante, y no creo que esta película me descubra nada nuevo sobre su figura, aparte de las muchas inexactitudes históricas que dicen que hay.
La película, en fin, es irregular y simplona, sin alma y por momentos incluso aburrida. Y eso, tratándose de un retrato tan apasionante como aterrador sobre uno de los hombres más crueles del Tercer Reich, es mucho decir. Al final, solo aporta algo de interés a aquellos que no hayan visto Operación Anthropoid y desconozcan la historia del asesinato del oficial nazi y sus devastadoras consecuencias.

Valoración: Cuatro sobre diez.

viernes, 14 de julio de 2017

CARS 3, más de lo mismo, pero un poco mejor.

Aunque en 2006 Cars fue un buen éxito de taquilla (y sobre todo un gigantesco bombazo de merchandising), es una de las películas peor valoradas de Pixar, aunque una joya en comparación a esa horrible secuela de 2011.
Es bien sabido que el secreto de una buena continuación es saber hacer un cambio de estilo, en lugar de limitarse a repetir el esquema de la primera película. Sin embargo, y pese a contar con el gran John Lasseter en tareas de guion y dirección, esa Cars 2 pretendió hacer un giro demasiado drástico, cambiando incluso al protagonista (ahí todo recaía en el irritante Mate) y derivando hacia una comedia de espionaje sin demasiado sentido. Incluso la desaparición del personaje de Doc Hudson se hizo sin demasiado acierto.
Con el cambio en la silla de director (le ha tocado la papeleta al debutante Brian Fee), la saga ha intentado regresar a los orígenes, tratando, además, de hacer evolucionar a su protagonista, Rayo McQueen, consiguiendo una película más fresca y divertida que Cars 2.
El tiempo pasa para todos, y ni siquiera McQueen es indiferente a ello. Ha aparecido una nueva generación de coches, más jóvenes y veloces, y los tiempos de gloria del famoso N.º 95 parecen llegar a su fin. Y más después de un terrible accidente que ofrece cierto paralelismo con el final de la carrera de su mentor, Doc Hudson.
El tráiler, donde se destacaba precisamente ese accidente que traumatizó a miles de niños, parecía presagiar una película más oscura y dramática, pero nada de eso. Cars 3 es la clásica película de superación y de aceptación del cambio natural de las cosas con un punto de diversión que se había perdido en la anterior entrega y, cómo no, con muchas y emocionantes carreras.
Cars 3 no es una gran película, limitándose por momentos a repetir algunas de las ideas que ya se encontraban en la primera película, pero al menos entretiene lo suficiente como para que su visionado no resulte cansino, transmitiendo además un mensaje (el de dejar paso a las nuevas generaciones) que no por previsible deja de ser efectivo. De hecho, durante mucho tiempo del metraje pensaba que iban a ir por otro camino que me habría parecido más erróneo.
Con McQueen como protagonista estelar (y varios cambios de diseño, lo que potenciará la venta de más juguetes y demás), la película añade nuevos personajes a la “familia” de Radiador Springs (aunque esquivan una posible subtrama de atracción sexual no resuelta que podría haber dado bastante juego) y realiza el merecido homenaje al personaje de Doc Hudson, tan injustamente maltratado en Cars 2, sirviendo, ya de paso, de homenaje póstumo a Paul Newman, quien le puso voz en 2006.
En fin, que Pixar sigue con el piloto automático puesto, pero al menos consigue mejorar un poco el nivel de sus últimas producciones, lo cual tampoco es muy complicado, ya que desde 2011 solo Del Revés se puede salvar de la quema. Poco a lo que agarrarse, cierto, pero es lo que hay.

Valoración: Seis sobre diez.

jueves, 13 de julio de 2017

LA GUERRA DEL PLANETA DE LOS SIMIOS, el cierre perfecto a la trilogía de César.

En una época en la que estamos hastiados de la falta de originalidad en los guiones de cine de Hollywood con superproducciones palomiteras carentes de sentido, es agradable saber que aún hay esperanza para aquellos que aplauden un buen guion y disfrutan de una película que, pese a pertenecer a una saga (técnicamente es la segunda secuela de una precuela), tiene una buena historia que contar, unos personajes interesantes y un director que presta más atención al fondo que a las formas, consiguiendo una epopeya espectacular pero en la que no todo son fuegos de artificios.
Probablemente, La guerra del Planeta de los Simios no sea perfecta, aunque, más allá de los gustos de cada cual, solo se me ocurre una pega lo suficientemente remarcable, por lo que voy a empezar por ahí y así me lo quito ya de encima. La guerra del Planeta de los Simios da prácticamente todo lo que promete excepto una cosa. Cierra lo que podríamos llamar “la trilogía de César”, y lo hace de manera magnífica (recordemos que el personaje de César no aparecía en la película original de 1968, aunque sí en alguna de sus secuelas), pero no es el enlace perfecto entre ambas sagas. No es que me esperase que el final de La guerra del Planeta de los Simios empalmara directamente con El Planeta de los Simios, tal y como Rogue One hace con Star Wars: una nueva esperanza, pero sí creo que quedan cosas por contar sobre el derrumbe de la civilización hasta llegar al punto ofrecido en el film de Franklin J. Schaffner, lo cual me hace sospechar si no es que Fox se habrá querido dejar una puerta entreabierta por si el éxito de taquilla es tan monstruoso que no pueden resistirse a hacer otra película intermedia más (en tal caso, yo sería más proclive a realizar directamente un remake del film protagonizado por Charlton Heston, puliendo algunos matices de la historia). Eso el tiempo lo dirá.
Si hay, eso no lo niego, innumerables referencias a ese futuro que está por llegar.
Dejando ese pequeño detalle de lado, las conclusiones hacia la película no pueden ser más positivas. Ya las dos películas anteriores mostraban un nivel de madurez y calidad impropias de un blockbuster del siglo XXI, y aquí Matt Reeves logra lo imposible superándose a sí mismo (y con El amanecer del Planeta de los Simios se había puesto el listón muy alto). Ya el simple planteamiento de la película parece peligroso: la guerra entre humanos y simios podría haber sido un pastiche de escenas confusas y explosiones por doquier que malograran todo lo conseguido en las dos películas anteriores, siendo muy tentadora la herencia dejada en películas de batallas apocalípticas como El hombre de acero, Batman v. Superman o cualquiera de los Transformers de turno (miedo me da la que está por llegar). Pero Reeves juega en otra liga (ya veremos que pasará cuando se enfrente a su The Batman), y ha dejado que las escenas realmente bélicas sean mínimas y muy bien controladas. Apenas son dos: la que corresponde al arranque del film y el esperado clímax final.
Eso no significa, no obstante, que el resto de la película no esté cargado de acción y espectacularidad. Lo que sucede es que Reeves sigue haciendo evolucionar a César, el protagonista absoluto de la trilogía, y prefiere detenerse en aquellas cosas que forjan su personalidad más que en el decorado que lo rodea. Eso hace que la película asuma riesgos muy meritorios, siendo una película oscura, cargada de drama y desesperación, con apabullantes metáforas que recuerdan, de manera más o menos sutil, a episodios del Holocausto nazi, a los enfrentamientos de guerrillas de Vietnam, a la marcha de refugiados en busca de un hogar o, incluso, al muro fronterizo de Trump.
Con un Andy Serkis excelso, Woody Harrelson es el contrapunto perfecto al líder de los simios. Aunque sin llegar a hacer nunca sombra al auténtico protagonista de la saga, Harrelson compone un villano imponente que, aunque lo roza, no llega a caer nunca en la caricatura. Además, su particular versión del coronel Walter E. Kurtz, aun siendo irracional y cargada de odio, tiene un trasfondo capaz incluso de justificarlo. De nuevo, y aquí sus líderes ejemplarizan la situación, no se trata de buenos contra malos (ninguna guerra es tan sencilla de simplificar) y todos tienen sus claroscuros, incluyendo al propio César que, cegado por su propia historia de venganza, se deja llevar también por la irracionalidad.
De hecho, ese es uno de los elementos que más me gustó el film. Viendo algún tráiler previo (los mínimos posibles, eso sí; el tráiler final prácticamente te revienta la película entera), me temía que la cosa tuviera un tufillo a moralina barata al estilo “Homo homini lupus”, dejando a los monetes como pobres víctimas. Para nada. Nadie olvida que en la segunda entrega la paz habría sido posible de no ser por la intervención de Koba, un simio, y ahora es una lucha por la supervivencia, en una espiral de locura y autodestrucción difícil de frenar. Y muestra de ello es que, de una manera u otra, haya humanos en el bando de los simios y simios en el bando de los humanos.
Ya he recalcado que esta película es dura y sin demasiadas concesiones. Hay en ella traición, sangre y muerte, pero Reeves ha sido lo suficientemente hábil como para poner unas gotas de humor que liberan mucha tensión sin que llegue a molestar. De nuevo, roza los límites, pero no los cruza. Y es que ese nuevo personaje que es Bad Ape, que parece una mezcla entre la mona Chita y el Gollum de El Señor de los Anillos, es como el payaso triste de un circo. Hace reír, pero a la vez desborda lástima y desesperación.
Para terminar de redondearlo, Michael Giacchino y Michael Seresin componen, respectivamente, una banda sonora y una fotografía magistrales. La música, de nuevo a medio camino entre la épica y el humor, es perfecta y las imágenes tienen una belleza a la altura de lo que ya consiguió el propio Seresin en El amanecer del Planeta de los Simios.
Es esta una película realizada con sumo cuidado, no un simple ejercicio sin más pretensión que la de sacar dinero. Y eso se nota. No he hablado de los efectos digitales porque, a habidas cuentas de la perfección lograda en la anterior película lo haría casi redundante. Todo está hecho con el máximo esmero y cariño, y eso siempre termina por decantar el nivel de calidad de una película.
La guerra del Planeta de los Simios es un blockbuster veraniego, sí, un entretenimiento palomitero que hará disfrutar a los que busquen grandes dosis de acción y espectacularidad; pero también es un talentoso ejercicio que invita a la reflexión, con personajes bien desarrollados y tramas que siempre avanzan en alguna dirección, lejos de ser simples vehículos para el lucimiento de la acción.

Valoración: Nueve sobre diez.