sábado, 28 de mayo de 2022

Cine: TOP GUN: MAVERICK

A finales de los 80’, mucho antes de convertirse en el rey del cine de acción (y prácticamente en el rey de Hollywood), Tom Cruise ya se había ganado el título de rey del molonismo con películas como Risky Business, El color del dinero o Cocktail, pero fue sobretodo Top Gun, del infalible Tony Scott, la que lo puso en el candelero, aparte de hacernos creer a todos que las chaquetas de cuero de aviador y las gafas de sol Ray-Ban eran imprescindibles para nuestro atuendo.

Ha llovido desde aquel lejano 1986 y pocos imaginaban que aquella película de aviadores con exceso de testosterona (y cierto tufillo homo-erótico, para qué negarlo) iba a tener secuela treinta y cinco años después, pero el empeño de Cruise de ser el salvador del cine no tiene límites, y hete aquí que, mediante Joseph Kosinki ocupando la silla del director en lugar de Scott (a quien se le dedica la película), la secuela es ya un hecho.

Top Gun: Maverick bien podría haber nacido con la idea de hacer una secuela reboot, presentando a una nueva generación de pilotos que abran el futuro de la franquicia. Sin embargo, pese a existir ese supuesto relevo generacional, no es por ahí por dónde van los tiros. Esta película va sobre Maverick, el personaje al que da vida Tom Cruise, y solo sobre Maverick, girando todas las tramas secundarias (la mayoría muy ligadas a la primera película) a su alrededor.

Con Cruise, una vez más, como genio y figura, lo cierto es que la película funciona como un tiro, con escenas de vuelo alucinantes y que, como defensor a ultranza del cine en pantalla grande que es su protagonista, debe verse en las mejores condiciones posibles.

La película de Ton y Scott era muy hija de su tiempo, reuniendo en sus algo alargados ciento diez minutos lo mejor y lo peor de aquella ápoca, como el excesivo postureo de sus protagonistas, el velado machismo que se intuye con el papel satélite de las mujeres (aunque se quisiera disfrazar de cierta modernidad a la Charlie de Kelly McGillis, de la que no hemos vuelto a saber nada), y, sobretodo, esa estética videoclipera que tanto molaba entonces y que apesta a hortera hoy en día, que tan bien se le daba al Scott de la época. Saber homenajear eso sin caer en el ridículo ha sido uno de los principales desafíos de la película, que no solo lo supera con creces sino que incluso ayuda a entender mejor aquella, tratando de justificar, por ejemplo, secuencias tan chorras como la del partido de vóley a la que aquí se rinde tributo.

Top Gun: Maverick sabe tratar mucho mejor a sus personajes que, sin ser tampoco nada del otro mundo, tienen un trasfondo detrás que consigue darles una entidad muy valiosa. Sirva como ejemplo los pocos minutos en los que aparece Val Kilmer y como bastan cuatro líneas de diálogo para resumir con brillantez más de treinta años de amistad entre Iceman y Maverick.

No es que esta sea una p0elícula perfecta, y quizá muchos espectadores se puedan llegar a aburrir o abrumar con tanta escena de vuelo aéreo (aunque de eso va la peli, no creo que nadie tenga derecho a quejarse), pero si la definimos como blockbuster puro y duro su calidad es ejemplar, pudiéndose resumir como simplemente espectacular y maravillosa. Sabe beber del recuerdo sin abusar de la nostalgia (no se explica el destino de mucho de los personajes de la primera película, ni falta que nos hace) y consigue crear un gran vínculo emocional entre Maverick y el personaje de Milles Tiller. Es una historia que, desde el primer momento, se intuye como va a terminar, y que esa ausencia de sorpresa no estropee la función es otro logro más para Kosinski, amigo de Cruise desde que lo dirigiera en Oblivion, aunque la presencia en última instancia del otro gran aliado del actor, Christopher McQuarrie, quien lo dirigió en Jack Reacher y las dos últimas de Misión Imposible (Nación secreta y Fallout), puede dar una pista de donde está el valor añadido del film.

No puedo dejar de mencionar una de las escenas del primer acto, en la que aparece el gran Ed Harris para enfrentarse a Cruise y su equipo. Hay ahí un discurso sobre cómo la tecnología va a sustituir al hombre (hablan de pilotos de vuelo, pero puede extenderse a cualquier ámbito de la vida) a lo que Maverick/Cruise (al que solo le falta mirar a cámara y hacer un guiño cómplice al espectador) contesta que es posible que eso sea cierto, pero no será hoy. Un alegato crepuscular que sirve para reivindicar, en su caso, a todos los artistas del mundo del cine que trabajan para conseguir que sus películas se estrenen en pantalla grande, donde deben ser vistas. Magia en estado puro.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

viernes, 27 de mayo de 2022

Visto en Disney+: PAM & TOMMY

Demasiado he tardado en conseguir ver Pam & Tommy, posiblemente una de las mejores series que ofrece Disney+ y cuya base no puede estar más alejada de las directrices infantiles de la casa del ratón (no en vano es una producción original de Hulu).

Debo reconocer que sobre el papel la historia del video porno casero de Pamela Anderson Y Tommy Lee no es que interesara demasiado, pero las grandes críticas que estaba cosechando aparte de dos actores tan interesantes como Lily James y Sebastian Stan en los roles protagonistas terminaron por llamar mi atención.

Y, sí, lo confirmo. Quitando algún exceso visual como el de Tommy Lee hablando con su pene en el segundo episodio, lo cierto es que la serie logra mantener al espectador enganchado, logrando desnudar (metafóricamente, que literalmente ya lo hacían ellos mismos muy a menudo) a Pamela Anderson y Tommy Lee y dejándonos ver un aspecto diferente al concepto que se solía tener de ellos a través de las cámaras.

Lo cierto es que pese a sus defectos (algunos demasiado grandes como para pasarlos por alto), uno acaba sintiendo bastante lástima por esta pareja de famosos cuya intimidad es ultrajada, permitiéndonos ver la serie (con una fidelidad a la historia real que parece fuera de toda duda) la otra cara de la moneda y mostrándonos a Pamela y Tommy no como a los animales sexuales que la prensa nos vendía sino como a las verdaderas víctimas de la trama.

Cierto es que esta historia habría sido muy diferente de haberse narrado en su momento, y el paso del tiempo permite dulcificar esta imagen de Pamela Anderson, casi una cenicienta atrapada por un Hollywood implacable (la serie pasa muy de puntillas por sus apariciones en Play Boy, cuyas portadas son las que van a hacer que Pamela Anderson pase a la historia, por encima de Los vigilantes de la playa o los bodrios de películas en los que llegó a aparecer), a la par que ofrece un discurso feminista subrayado por el arrepentimiento del ladrón de la película original, un Rand Gauthier muy bien interpretado por Seth Rogen, sin duda la tercera pata de la serie.

Más allá de la impecable caracterización de los protagonistas, uno de los puntos fuertes de la propuesta es el debate sobre el derecho a la privacidad, y hasta qué punto es una vulneración de la misma la publicación de un video íntimo de dos personas famosas precisamente por exhibir sus intimidades. Aquí es donde más se pone el dedo en la llaga y donde la serie tiene su valor principal, amén de funcionar muy bien tanto en sus momentos de comedia como de intriga.

Cine: OJOS DE FUEGO

Al principio de su carrera, la fama de Stephen King se vio fuertemente recalzada por una serie de adaptaciones cinematográficas de aquellas primeras obras en manos de directores de culto como Stanley Kubrich, John Carpenter o Bryan de Palma, pero lo cierto es que salvo honrosas excepciones (y habría que destacar tres nombres, uno por generación: Rob Reiner, Frank Darabont y Mike Flanagan) la mayoría de las películas que lo adaptan rozan la serie B o son lo que antaño se consideraba carne de videoclub.

Ello no es impedimento para poder ver algunos de esos títulos con cierto cariño, y la versión que Mark L. Lester hizo en 1984 de Ojos de fuego (que tampoco es que sea de las mejores novelas de King) se deja ver bajo esa premisa de nostalgia y pocas exigencias.

Sin embargo, en Blumhouse alguien decidió que era buena idea hacer una nueva película sobre la misma historia, y así es como nos ha llegado esta nueva Ojos de fuego con Zac Efron como principal cara conocida del reparto y que no hay por donde sostenerla.

Al igual que en la versión del 84, el director Keith Thomas opta por ir separándose progresivamente de la historia de papel, especialmente en su tramo final, y aunque entiendo la decisión que pretende empujar ese final dramático y doloroso, una vez plasmada la idea en escena cae en el ridículo más bochornoso.

Y es que junto a unos efectos digitales bastante pobres (ya se sabe que James Blum no es de gastarse mucho los cuartos), lo peor de la película es un desarrollo realmente poco inspirado de los personajes, que los conducen a actuar de manera demasiado caprichosa y con los que no consigues empatizar en ningún momento.

Quizá se podría salvar levemente su primera mitad, más volcada en el drama familiar que en el terror, pero a medida que la película quiere crecer y convertirse en un amago de Carrie (otra cuyo remake es muy inferior a la propuesta original) cada paso que da es un tropezón más que la condena al desastre.

Al final, lo que nos queda es una película aburrida, mal contada, con interpretaciones pobres y que no parece saber nunca lo que quiere contar ni porqué. Como si de un barco a la deriva se tratase. Un barco en llamas, por supuesto.

Por encontrar algo aprovechable, cabe destacar que la música es de John Carpenter, bastante efectiva, pero eso solo parece indicar un pobre recurso del director para querer emular, sin éxito, ese aroma de serie B de los 80 que nos invite a perdonarle sus muchos fallos. Obviamente, no lo consigue.

 

Valoración: Tres sobre diez.

Visto en Netflix: LOVE, DEATH + ROBOTS, T. 3

Recién estrenada la tercera tanda de Love, Death + Robots, lo primero que nos encontramos es con la grata sorpresa de que el propio David Fincher se encarga de dirigir uno de los episodios, uno de los más impactantes visualmente y que, sin duda, lleva su sello, pudiéndose explayar en aspectos visuales que en un film convencional no le dejarían.

La tercera temporada de este compendio de animación sigue los mismos pasos que sus antecesoras, mejorando, si cabe, el resultado de estas. Quizá algo menos arriesgada en cuanto a sus técnicas de animación, las historias se me antojan más cuidadas y la suma de todas ellas logra alcanzar un equilibrio bastante difícil de lograr en cualquier tipo de antología. No todas tienen el mismo nivel de perfección (la de Las ratas de Mason, por ejemplo, me dejó un poco frío), pero por lo general la satisfacción que dejan cada uno de los cortos es muy satisfactoria. Algunos, como el de Sepultados en salas abovedadas te deja con ganas de más, mientras que Jíbaro, de Alberto Mielgo, tiene un ritmo y un derroche visual casi inaudito.

Así, pues, estamos de enhorabuena con el regreso de este juguete que Fincher y Tim Miller se inventaron hace un par de años y que, si consigue mantener el nivel (aunque visto lo visto van superándose temporada a temporada) espero que siga en emisión mucho tiempo más.

miércoles, 25 de mayo de 2022

LA ABUELITA ETERNA

La recuerdo caminando con una leve inclinación, pequeñita toda ella, con su cabello plateado recogido en una permanente confeccionada a base de rulos en la peluquería del barrio y sus ropajes siempre oscuros, muestra de un riguroso luto que se impuso, hace ya décadas, tras el fallecimiento del abuelo.

A él, al abuelo Santos, no llegué a conocerlo, pero esa mujer de nombre digno de un tebeo de Escobar, Teófila, fue casi una segunda madre para mí. La «abuelita pequeñita», como la llamábamos sus nietos para distinguirla de la abuela paterna, vivía con mis padres el día en que yo nací y así lo hizo hasta su muerte, mucho antes del cambio de siglo y de que los euros fuesen la moneda del país. Doña Teófila, se hacía llamar por los desconocidos, indignada por aquellos que usaban el Don aleatoriamente pera referirse a cualquier berzotas del tres al cuarto. «No cualquiera puede ser Don», afirmaba, orgullosa de su título universitario (algo no muy habitual para una mujer de postguerra).

Toledana de nacimiento (de Quintanar de la Orden, más concretamente), olostenca de acogida y barcelonesa de corazón (allí nacieron dos de los tres hijos que la sobrevivieron), son incontables los recuerdos que tengo de ella, pese a que se fue en una época en la que, atontado como mi edad me obligaba, estaba yo más pendiente de la moto que me iban a regalar y de las juergas con los amigos que de otra cosa. Podría hablaros de su imagen sentada en una silla plegable hundida en las pedregosas arenas de la playa de Lloret de Mar, de cómo se quejaba cuando a mí se me antojaba levantarla en brazos («un día me vas a desmontar», me regañaba, entre sonrisas), de cómo me llevaba a pasear por el arroyo artificial que había en Les Glories a la espera de que mi madre regresara del trabajo o de las tardes en que jugábamos a que yo era el profesor y ella la alumna para conseguir que, de alguna manera, se me grabasen en la cabeza las lecciones dadas en el cole el día  en cuestión (spoiler, casi nunca lo hicieron). Pero también conservo recuerdos más irrelevantes aunque encantadores a su manera, como el asco que le tenía a las canicas, cómo llamaba «juguetes» a los dibujos animados que por aquel entonces emitían en Televisión Española por sorpresa, faltos como estaban de publicidad con la que rellenar los huecos entre programas, o lo que las manzanas le hacían estornudar.

Pero lo que quiero avocar hoy es un recuerdo mucho más sencillo, el de mi abuela caminando por las calles del Eixample (el Ensanche en aquella época), desde casa hasta la Sagrada Familia, para ir a la misa de la mañana, ataviada con una falda azul oscura y una blusa casi del mismo color aunque con la ligereza de unas diminutas margaritas estampadas en ella.

Un día, la abuelita se nos fue. Doña Teófila partió a dar clases a los angelitos del cielo y nos dejó un poco desamparados, con sus libretas de recetas de inconfundible caligrafía y abstractas expresiones («poner una pizca de harina», «hornear hasta que la masa folle») como principal legado (y esos rosquillos, ¡madre!, qué buenos esos rosquillos…) para poderla recordar. O, al menos, eso pensábamos en aquel momento.

No soy mucho de creer en fantasmas (aunque como dicen de las meigas, haberlos, haylos), pero al poco tiempo, de la manera más repentina, se nos apareció.

No fue acompañada de gemidos siniestros en pleno desvelo, como en las películas, ni mediante extrañas luminiscencias. Lo suyo era más discreto, casi sin querer molestar, tal y como habría hecho en vida. Estábamos mi madre y yo organizando el garaje que hay en la casa de Mas Altaba, nuestra segunda residencia (o la primera, si lo que cuenta es el corazón y no el censo), cuando decidimos colgar en una pared, como si por algún caprichoso motivo hiciera juego con las herramientas medio oxidadas o el arado de gasolina que cohabitaban allí, un puzle de la Sagrada Familia. En aquella época, todavía no se había puesto de moda lo de enmarcar puzles y tratarlos como a cuadros, y cuando uno lo quería conservar a lo más que llegaba es a pasarle por encima, una vez montado, la cola que venía en la propia caja y, en el mejor de los casos, engancharlo a un tablón de madera que no podía, ni con la mejor de las voluntades, garantizar mucho su correcta conservación. Se trataba de un puzle Educa de mil piezas, con el Templo Expiatorio en su máximo esplendor (esa silueta de cuatro torres que para muchos barceloneses será la imagen icónica para siempre, no en vano se había perdido la esperanza de verla algún día terminada). A sus pies, se intuía el comienzo del parque Gaudí, con la calle Marina como frontera de asfalto. Completaba el paisaje algún coche aparcado que delataba la época en la que se hizo la fotografía y en una esquina, como queriendo escapar de la estampa por no ofender al fotógrafo, ella, Doña Teófila, con su falda azul oscuro y su blusa de margaritas. Es una imagen diminuta, incluso algo borrosa, pero ni mis padres ni yo (ni nadie que la conocieran y viesen a posterioridad el puzle) tuvimos ninguna duda. Era ella. La abuelita pequeñita. La madre de mi madre que había sido congelada en el tiempo en uno de sus paseos por el barrio, posiblemente regresando de misa, con sus andares encorvados y su expresión apacible en el rostro.

Casi se podría decir que esa fue su manera de volverse eterna, pero casi no lo consigue. En este punto me falla la memoria y no puedo concretar si cuando realizamos el hallazgo el puzle estaba en perfecto estado o si ya había sufrido los estragos de la humedad y el tiempo, pero el caso es que en tiempos recientes, pese a que con la muerte de mi madre mi padre decidiera rescatar ese tesoro familiar del maltrato que el garaje le confería y darle un lugar más digno en la terraza principal de la casa, las esquinas estaban en bastante mal estado e incluso alguna ficha había desaparecido. Verlo me partía el alma, pero lamentablemente no había posibilidad de reparar los daños.

Pero volvió a pasar el tiempo y, lo que la vida no te da, te lo ofrece Internet. Navegando por diversas páginas de compraventa, tal y como había hecho muchas mil veces en el pesado, por fin hallé la solución. Estaba ahí, en Todocolección.com, casi como una reliquia del pasado a precio de ganga. Puzle de la Sagrada Familia de los años ochenta, rezaba el título, Y sí, era ese, el mismo que décadas atrás me regalara mi madre (o los Reyes Magos, todo es posible) y en el que, por sorpresa, aparecía Teófila en su salida de misa, tal y como si fuese una figurante de la película de Eduardo Jimeno Correas.

Y, ahora sí, con los merecidos cuidados y una correcta conservación, por fin la abuelita pequeñita, Doña Teófila Rodríguez Nieto, será eterna.

Cine: DOCTOR STRANGE EN EL MULTIVERSO DE LA LOCURA

Una película más y un éxito más de Marvel. Mientras las series siguen avanzando con un ritmo más bien irregular, en cine la marca del MCU no falla, y aunque había quien tenía dudas ante títulos como Viuda Negra (sin duda la propuesta más floja de esta cuarta fase), Eternals o Shang-Chi, el indiscutible éxito de Spider-man: No way home y la llegada ahora de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura ha terminado por callar bocas que auguraban un deje de agotamiento en el universo superheroico de La casa de las Ideas.

Si hay algo que cabe destacar de esta nueva fase (dejando al margen la película precuela de Natasha, que todos coincidimos en que llego tarde y mal) es cierta libertad creativa, como si Kevin Feige quisiera jugar a mezclar el blockbuster más taquillero con cierto cine de autor, y pese a no renunciar a la tan denostada «fórmula Marvel» es cierto que tanto

Chloé Zhao como Destin Daniel Cretton pudieron plantar más o menos las semillas de su estilo personal, dando un toque diferente a sus películas y consiguiendo mantener sus señas de identidad, algo más notable en el caso de la primera (e, irónicamente, criticada por ello por parte del público más irracional). Es difícil saber qué habría pasado si Scott Derrickson hubiese terminado dirigiendo la secuela de su Doctor Strange (porque visto lo visto parece evidente que las diferencias creativas que provocaron su abandono fueron más de carácter argumental que visual), pero no hay duda de que el fichaje de Sam Raimi ha sido todo un acierto, dándole manga ancha para que pudiese unir sus dos estilos favoritos, el de los superhéroes con lo que sentó cátedra con sus dos primeras aproximaciones al personaje de Spider-man como al terror de su saga de Posesión Infernal.

No es que Doctor Strange en el Multiverso de la Locura sea un film de terror al uso, pero sí hay suficientes elementos del imaginario de Raimi como para llegar a dudar si esto es un producto recomendable para un niño, sabiendo el director manejar la ausencia (obligada) de sangre con guiños aterradores a clásicos el género, teniendo cabida desde Carrie hasta The Ring pasando por el género de la brujería, las posesiones o incluso los zombis (sin faltar el auto-homenaje, por cierto).

Esto de por sí solo ya convierten a Doctor Strange en una rara avis del género, sin por ello hacer obviar que estamos ante una magnífica película de superhéroes, donde el ritmo es trepidante y apenas hay un segundo de respiro, sin por ello llegar a agotar al espectador y (uno de sus grandes méritos) logrando un clímax final impactante a la par que inteligente que no se basa solo en la destrucción masiva, sino en el sentimiento y el dolor.

Y es que, por encima de cuestiones estéticas, de luchas entre el bien y el mal y saltos entre universos, la secuela de Doctor Strange es ante todo una película de sentimientos. Una película movida, por un lado, por el dolor de una madre que haría cualquier cosa por recuperar a sus hijos y, por el otro, por un protagonista atormentado no ya por la pérdida de su amor de toda la vida, sino más bien por la incapacidad de conseguir mantenerlo a su lado.

Con estas armas Raimi construye un castillo de naipes que puede enloquecer al espectador menos aventajado con tanto cambio de universo y repetición de personajes, pero que en realidad es una gozada, con guiños impresionantes en forma de cameos para el fan de toda la vida y a la que, si hay que reprocharle algo es, precisamente, que se queda corta en su nivel de locura.

Además, pese al despliegue de efectos digitales por CGI (aunque Raimi consigue equilibrarlo muy bien con el uso de maquillaje tradicional), las excelentes interpretaciones de Benedict Cumberbatch y Elizabeth Olsen logran imponerse ante el artificio visual, dando al film un valor añadido impagable.

Seguimos sin tener muy claro hacia donde se dirige esta cuarta fase (hay ciertas teorías por ahí a las que daré voz en unos días, cuando ya sea más prudente hablar con spoilers), y como de firmes son las conexiones entre esta película, el multiverso provocado por el propio Strange en su aventura junto a Spider-Man y las andanzas de Loki en su serie de Disney+, pero analizada a nivel individual, Doctor Strange en el Multiverso de la Locura es una de las aventuras más divertidas, emocionantes, tristes, aterradoras y locas que nos ha proporcionado Marvel hasta la fecha, consiguiendo que no se note siquiera esos cuarenta minutos que dicen se han caído del montaje inicial y que espero veamos alguna vez.

En fin, una verdadera delicia y, por difícil que parezca viendo los antecedentes, una de las mejores películas de este nuevo MCU post EndGame.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

Disney+: CABALLERO LUNA

Han pasado las semanas y en Disney+ ya se encuentra completa la última serie Marvel que, podría ser, supone un nuevo escalón en esta convulsa Fase Cuatro del UCM. Casi coincidiendo con el estreno en cines de Dr. Strange en el multiverso de la locura, la serie de Caballero Luna, siendo –en cierto sentido- igual de complicada y confusa para los no iniciados, se encuentra casi en las antípodas, prescindiendo en gran parte del metraje de ese sentido del espectáculo que tan bien ha manejado Sam Raimi en la película para dar más profundidad a la psique del protagonista, jugando con esa personalidad múltiple que caracteriza al personaje y haciendo de Caballero Luna la propuesta más extraña y arriesgada de Marvel desde que echó a andar su Universo compartido con el Iron Man de Favreau.

Resulta estimulante que a estas alturas todavía se pueda sentir un soplo de aire fresco en una aventura superheroica, bien compensada con la presencia de dos actores de primera categoría como son Oscar Isaac y Ethan Hawke, pero allí donde uno va a ver sus méritos otro encontrará un defecto y es quizá la poca presencia del Caballero Luna propiamente dicho, con su uniforme superheroico y escenas de pura acción, lo que podría rechinar a más de uno.

Visto lo visto, no está clara la implicación de este personaje con respecto al resto de MCU, pues estamos ante la propuesta más independiente del estudio hasta ahora, ni si está confirmada una segunda temporada (aunque parece ser que sí), pero poco importa, ya que este compendio de seis episodios es suficiente para sintetizar una historia a medio camino entre la épica y la mitología, donde se han roto algunos tabúes y, después de disfrazar a los dioses de Asgard de extraterrestres en el Thor de Branagh, se abraza abiertamente la idea de que existen otras deidades (en este caso las egipcias) para allanar el camino al panteón griego que está a punto de desembarcar en Thor: love and thunder.

Estamos, pues, ante una propuesta algo diferente, difícil de digerir para el espectador más acostumbrado a la Marvel palomitera, que demuestra esa intención de la productora por explorar nuevas vías (sin abandonar del todo el camino establecido, desde luego) como ya se intuyera en Eternals y Shang Chi. Es, además, la primera serie hasta ahora que sirve como carta de presentación de un superhéroe inédito en el universo compartido, lo que la hace más estimulante si cabe. Es un buen punto de partida y propicia que, ya con las cartas sobre la mesa, uno se quede con ganas de más Caballero Luna, abrazando, ahora sí, el manto del superhéroe del que reniega en gran parte de estos seis primeros episodios.

Cine: EL HOMBRE DEL NORTE

Cuando Robert Eggers debutó como director con La Bruja en 2015 ya demostró que no era un director convencional, cosa que se confirmó con la alabada El faro cuatro años más tardes. El suyo es un cine incómodo, inquietante y muy particular que, como su amigo Ari Aster, ha apadrinado un nuevo concepto del cine de terror, alejado de los sustos fáciles y los jumpscares propios del cine de James Blum o el clasicismo estético de James Wan. Quedaba, sin embargo, la duda de saber si tenía la capacidad de sobresalir también lejos de la relativa seguridad que proporciona el cine independiente y lograr atraer al público al mando de una superproducción, y El hombre del norte es su prueba de fuego.

No es que estemos ante una peli Marvel, desde luego, pero el generoso presupuesto de casi cien millones que los de Focus han puesto en sus manos, junto a un casting de verdadero lujo donde además de repetir con Anya Taylor-Joy cuenta con nombres ilustres como Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Ethan Hawke, Willem Dafoe o la cantante Björk (que accedió salir de su retiro para hacer un pequeño pero destacado papel), convierte a El hombre del norte en un proyecto arriesgado que, en los tiempos que corren, se ha traducido en un más que comprensible (aunque injusto) batacazo en taquilla.

El hombre del norte recurre a una leyenda escandinava que ya en su momento dio pie al Hamlet de Shakespeare. Debo confesar que la primera vez que vi el tráiler me sentí poco atraído ante una historia de venganza que, sobre el papel, me parecía demasiado lastrada por el arquetipo: un niño ve masacrar a todo su pueblo y, ya adulto y convertido en un curtido guerrero, emprende su venganza. Esto, por sí mismo, es casa un género propio, pero fue Eggers quien me consiguió picar la curiosidad y, desde luego, su puesta en escena consigue que la experiencia valga totalmente la pena.

No estamos ante una película redonda, y el guion que el propio Eggers firma junto al poeta Sjón habría agradecido un par de pulidos más, de manera que la mezcla entre película histórica (con una ambientación extremadamente realista) casase mejor con los elementos sobrenaturales, casi de terror, de la propuesta, pero el balance final es, desde luego, muy meritorio. No es, sin embargo, una película para todos los gustos, tal y como no lo eran las dos propuestas anteriores de Eggers, y la planificación de la violencia junto a las salidas de tono de ciertos momentos harán huir al espectador más acomodado. Y es que `pese a haber tenido que aceptar ciertas reglas, parece que los de Focus han dado suficiente manga ancha a Eggers para que esta película, pese a las aspiraciones a gran título del año que a priori tenía, siga siendo una película de autor.

El fracaso en taquilla (aunque en España ha funcionado medianamente bien) no parece haber decepcionado mucho a la productora, que se muestran satisfechos con el resultado final, aunque dudo que las aspiraciones de franquicia de las que se hablaban durante la preproducción se mantengan. Como sea, sí merece la pena darle una oportunidad, aunque sea con su próxima llegada al streaming, pese a que ello nos haga perder la magnificencia de la puesta en escena y el desarrollo visual que confieren un aura mágico a la película y revuelve los estómagos con su crudeza despiadada.

 

Valoración: Siete sobre diez.

domingo, 1 de mayo de 2022

Visto en Netflix: AMOR DE MADRE

Pocas veces un ejercicio de oportunismo es tan preciso como esta, ya que Netflix acaba de estrenar Amor de madre, una película que resulta ideal para verla tranquilamente en familia un domingo por la tarde tan especial como este que nos ocupa, precisamente en el que se celebra el Día de la Madre.

Paco Caballero, especialista en comedias amables como esta (aunque a mí personalmente la de Perdiendo el este me gustó más bien poco) se ha traído de la serie El Vecino (su último trabajo como realizador) a Quim Gutiérrez para hacerlo coincidir con Carmen Machi, para contarnos la historia de un joven que, abandonado por su novia ante el mismísimo altar, accede a realizar su idílica luna de miel en Isla Mauricio acompañado por su madre,  sin saber que para no perder la excelente suite que tenía contratada deberá fingir durante toda su estancia que son, en realidad, una pareja de recién casados.

Tras esta premisa tan surrealista se esconde una película que, pese a algún toquecillo dramático, apuesta abiertamente por la comedia, jugando con la toxicidad que puede resultar de una relación materno filiar llevada al extremo para, como se pueden ustedes imaginar, terminar derivando en un mensaje familiar positivo y algo moralista pero que funciona muy bien.

Junto a los equívocos y situaciones ridículas que la historia plantea, gran parte del mérito del buen resultado cómico de la propuesta recae en la buena química de los dos protagonistas, que sin salirse demasiado de los papeles habituales en los que se les suele encasillas consiguen que la dualidad madre-hijo/recién casados funcione muy bien, desprendiendo una gran química. Es inapagable, también, la participación de Yolanda Ramos como asistenta del hotel, una especie de «lugareña de Cornellà» tan absurda como de costumbre, siendo quizá la interpretación de Justina Bustos (a quien se le puede ver también en pantalla grande en El juego de las llaves) la pata más coja de la ecuación, apareciendo más como una cara bonita que demostrando sus virtudes interpretativas.

No es cuestión de pedir peras al olmo, por lo que no voy a definir Amor de Madre como una gran maravilla, estando Caballero por debajo de otros directores de comedia como Dani de la Orden, por ejemplo, pero la película funciona bastante bien, siendo una buena excusa para reconciliarse con la figura materna y echarse unas buenas risas.

 

Valoración: Seis sobre diez.