lunes, 24 de noviembre de 2014

LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO, PARTE 1 (5d10)

Se estrenó al fin uno de los títulos más esperados (y largos, permítanme que a partir de ahora la denomine simplemente Sinsajo parte uno) del año, sobre todo por las fans femeninas que han tomado esta saga literaria de Suzanne Collins como su máximo referente muertas ya las tontadas crepusculares  y arañando también fans de la otra gran adaptación millonaria que fue Harry Potter cuyos lectores han crecido lo suficiente para dejarse seducir por las acrobacias de una inspirada  Jennifer Lawrence y su (¿cómo no?) distópica sociedad.
No está nada mal la saga en cuestión, que mejoró en calidad con la llegada de Francis Lawrence a la silla de director (la primera la dirigió el algo descafeinado Gary Ross), pero siguiendo la estela de las dos sagas cinematográficas más arriba mencionadas ha tenido (él o los productores, tanto monta…) de partir la novela en dos, con la excusa de la duración pero con el propósito real de sacar más pasta en taquilla.
Si estuviésemos hablando de un producto original (algo así quieren hacer con Los Vengadores 3) no tengo ninguna objeción: si la temática gusta, cuantas más pelis mejor, pero en este caso, al estar sujetos a una estructura narrativa ya establecida como es la novela, los tiempos cinematográficos son incorrectos, de manera que la película queda lastrada por un ritmo desigual y un final anticlimático con sensación de “coitus interruptus”.
Y es una pena pues, gastado ya el tema de los Juegos propiamente dichos, tocaba ver el desenlace de la anunciada revuelta, la guerra largamente anunciada. Y de eso parece ir la película, regida por momentos por unos patrones más propios del cine bélico que de las distopías juveniles. Pero claro, unas golondrinas unos sinsajos no hacen el verano y pese a cuatro escenas de acción muy trepidantes y bien filmadas se echan en falta demasiadas cosas como para hacer que la película funcione por sí sola y no como un simple prólogo a la auténtica conclusión de la trama, para la que habrá que esperar un año entero.
Con todo, la cosa pinta bien (más si la parte dos está a la altura de las expectativas y consideramos ambas como una propuesta unificada), con una Lawrence totalmente hecha a su personaje y una colección impagable de secundarios, repitiendo Josh Hutcherson y Liam Hemsworth como vértices del inevitable triángulo amoroso, y los reputados Stanley Tucci, Jeffrey Wright, Woody Harrelson, Donald Sutherland y Elizabeth Banks eligiendo sus respectivos bandos de manera definitiva. En este sentido llama la atención, pese a que el conjunto de la adaptación superará muy probablemente las cuatro horas, la recuperación precipitada e incluso confusa de Effie Trinket y Haymitch Abernathy (Banks y Harrelson), casi en modo “pasaba por ahí” como si los considerasen imprescindibles para el fin de fiesta pero no supiesen justificar su presencia en el distrito trece.
Hay, incluso, algún actor nuevo (actrices, en realidad), como Julianne Moore (que debe pensar que de cine independiente y de culto sólo no se vive) y Natalie Dormer (la Margaery Tyrell de Juego de Tronos), dando un poco más de relumbrón, si cabe, a la película.
La historia arranca prácticamente donde termina la anterior, con Katniss y Finnick rescatados de los hombres del Capitolio y llevados al Distrito 13 donde la presidenta Alma Coin encabeza la revuelta con Katniss elevada definitivamente como símbolo de la libertad (el dichoso sinsajo del título) mientras que el pérfido presidente Snow utiliza al propio Peeta (al que se creía muerto) como elemento propagandístico contrario.
A partir de aquí nos encontramos con buenos y dramáticos decorados, una trama con mensaje libertario como telón de fondo y una Katniss muy icónica pero poco activa (lo único que hace en toda la película es lanzar una flecha con el arco) en un film que no aburre pero resulta demasiado plano para ser juzgado como poco más que un mero aperitivo del que vendrá el año que viene.
Pero si hay algo que realmente valga la pena destacar del film, lo que realmente consigue emocionar e incluso estremecer, es la presencia del gran y malogrado Philip Seymour Hoffman, ya que (si consideramos ambas partes como una sola película) ahora sí que estamos ante su última aportación al séptimo arte, como recuerda el crédito final con el que le dedican el film.
Una interpretación brillante (su presencia en En llamas fue bastante reducida  y su fallecimiento llegó con la Parte dos sin concluir) que será su testamento cinematográfico.Descansa en paz, maestro. Fuiste de los más grandes. Que tu despedida como mano derecha de la presidenta Coin quede en nuestro recuerdo.


ASÍ NOS VA * (4d10)

Podría ponerme en plan gafapastas y afirmar que Así nos va es una excelente metáfora sobre el paso del tiempo, el desgaste del talento desaprovechado y la demostración fílmica de lo cierta que puede ser la frase de que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”.
O, dicho en otras palabras, estamos ante una tópica y simplona comedia romántica geriátrica protagonizada por un Michael Douglas más apergaminado que su propio padre, el eterno Kirk, una Diane Keaton muy distante de las damas elegantes y sofisticadas que tan bien encajaba en las película de Woody Allen y derivados, convertida ahora en una clon de sí misma encasillada en el permanente papel de “abuelita marchosa y guay” y, sobre todo, dirigida por un Rob Reiner que debe vivir de las rentas de su pasado y sobre el que debemos recurrir a la IMDb para comprobar que ha seguido activo los últimos años aunque su último éxito con algo de personalidad se remonte a un lejano 1995.
¿Quién podría reconocer aquí al fabuloso realizador que empalmó entre 1986 y 1992 cinco títulos tan dispares como geniales como fueron Cuenta conmigo, La princesa prometida, Cuando Harry encontró a Sally, Misery y Algunos hombres buenos?
Así nos va es la previsible historia de Oren Little un viudo huraño y cascarrabias que recibe sin previo aviso la visita de un hijo al que apenas ve para informarle de que está a punto de ingresar en prisión y debe dejar a su cargo a su hija Sarah, una nieta totalmente desconocida para Oren. Obligado por las circunstancias, Oren recibirá la ayuda de su vecina Leah (cantante de bar ocasional), la única de la comunidad con la que parece que el rango de odio y antipatía es algo menor.
A partir de aquí, ¿pues qué queréis que os cuente? ¿Me acusareis de spoilearos si os digo que la existencia de la niña logrará ablandar el pétreo corazón de Oren, que sus vecinos descubrirán en él a una persona que desconocían por completo o que su amistad con Leah se teñirá de rosa? No hay nada nuevo bajo el sol, y desde la primera escena la película sigue los cánones del género a rajatabla, sin reservarse la más mínima sorpresa ni apartarse un ápice del camino establecido. No hay nada en el film que pueda sorprendernos, por lo que solo nos queda disfrutar (o no) de un comedia de chistes fáciles, tan blanca como edulcorada y con el único aliciente de escuchar a Keaton cantando, lo cual, por cierto,  no hace nada mal.
Quizá sea una película adecuada para pasar una tarde lluviosa de domingo, pero poco más. Me temo que los antaño seguidores de Reiner debemos olvidarnos de su pulso firme y maestro como director y conformarnos con vivir del recuerdo y disfrutarlo ocasionalmente en su faceta como actor de paso en títulos como la relativamente reciente El lobo de Wall Street.
Habrá que conformarse.

ORÍGENES (7d10)

En un espacio breve de tiempo, a Dios gracias, se ha estrenado comercialmente la película ganadora en el pasado Festival de Sitges y que no tuve la oportunidad de ver in situ.
Dejando de lado la controversia sobre si efectivamente fue la mejor del festival o no, lo cierto es que el título de Mike Cahill (guionista y director) es una interesante apuesta que, como su película anterior, Otra tierra, apuesta por una inteligente mezcla entre una historia aparentemente muy convencional con teorías sesudas de carácter científico que invitan a la reflexión (chúpate esa, Christopher Nolan).
Orígenes arranca con una extraña sensación de ambigüedad, con una historia tan interesante como sencilla sobre el amor compulsivo y casi irracional entre un científico molecular empeñado en demostrar la no existencia de Dios a través del estudio del iris del ojo humano, Ian,  y una modelo de hermosos ojos y fuertes creencias espirituales, Sofi. Es posible que el espectador se sienta algo desorientado ante la aparente supercialidad del invento, a medio camino entre el romance más simplón y las películas de experimentación genética de serie B de los ochenta, ya que uno de los objetivos principales de Ian, acompañado por su colega Kenny (el Glenn de Walking dead) y su becaria Karen (Brit Marling, vieja amiga del director y protagonista por tanto de Otra Tierra), es conseguir dotar de visión a una especie animal carente de ojos. Pero ya durante esta aparente sencillez se vislumbra la ironía del enfrentamiento entre las doctrinas de Ian, ya que resulta chocante que un científico obsesionado con demostrarlo todo mediante pruebas irrefutables para aceptar su existencia termine rendido ante el fenómeno conocido como “flechazo”, un amor a primera vista, esta vez en el sentido más literal de la expresión, ya que su entrega obsesiva y apasionada hacia Sofi se produce habiendo visto de ella tan solo sus ojos. Ayuda sobremanera la química existente entre Michael Pitt (perfecto en el papel de científico soso y algo introvertido) y Astrid Bergès-Frisbey, que aúna la belleza juvenil y despreocupada con la profundidad de sus pensamientos y su misticismo contagioso.
Es entonces, en medio de una simpática pero algo edulcorada historia de amor, cuando Cahill demuestra sus cartas con una escena brutal que nos oprime el corazón, dejándonos casi sin aliento y tan acongojados que no seremos capaz, al igual que los protagonistas, de digerir el inesperado giro argumental hasta más allá de la finalización de la película.
Es importante no explicar nada más del argumento a partir de ahora, pues Cahill juega a dirigir nuestras ideas y sentimientos a su antojo, pero sí me gustaría destacar la brillantez (más allá de la postura de cada uno y su atisbo de alegato final) del debate que propone alrededor de la existencia de Dios, siendo Ian el más firme defensor de la ciencia con argumentos tan validos como convincentes pero cuyo destino se encargará de ponerle suficientes dudas en su camino.
Cahill nos ofrece una historia romántica y apasionada en dos épocas diferentes que, de manera tranquila y sosegada, nos invita a plantearnos nuestras propias conclusiones, y con un discurso científico de fondo de fácil comprensión y con el desafío (tan teóricamente imposible como arrebatadoramente poético) de encontrar dos pares ojos exactamente iguales en el mundo.
Con muy buenas interpretaciones (quizá Marling es, precisamente, la más perdida de la función, puede que por estar más interesada en colaborar con su amigo Cahill que por identificarse con su personaje), la película enamora y duele por igual, siendo capaz de contagiarnos del querer entre Ian y Sofi o de embarcarnos en esa búsqueda imposible (o cuanto menos improbable) alrededor del mundo. Y eso, para una película con vocación de ciencia ficción de corte independiente (en algo me recuerda a Coherence, aunque argumentalmente no tengan nada que ver), es muy meritorio.
La eterna pugna entre ciencia y religión desde otro punto de vista.

lunes, 17 de noviembre de 2014

MATAR AL MENSAJERO (7d10)

Gary Webb fue un laureado periodista norteamericano que saltó a la fama, sobre todo, por destapar conexiones entre la CIA y el narcotráfico de drogas procedente de Nicaragua.
La presente película, dirigida por Michael Cuesta, realizador curtido en televisión y acostumbrado al género de la intriga política por su trabajo en diversos capítulos de la serie Homeland, se centra en el periodo concreto en que Webb se dedicó a investigar el escándalo, desde sus primeros hallazgos hasta las consecuencias personales hacia su persona, sin entrar de lleno en el concepto del biopic ni querer perderse por derroteros divagando sobre su todavía no esclarecida muerte, a la que se refieren simplemente en los créditos informativos finales.
A priori, la elección de Jeremy Renner para dar vida al polémico periodista del San José Mercury News podría parecer arriesgada. Actor de demostrada solvencia, lleva años como eterna promesa (desde que se dejara ver por la sobrevalorada película de Kathryn Bigelow En tierra hostil) pero con sólo un gran éxito en su haber, y como secundario, Los Vengadores, pese a haber participado en franquicias tan valoradas como Misión Imposible, la saga Bourne o haberse puesto a las órdenes del afamado David O. Russell. No parecía, hasta ahora, ser capaz de pasar del simple secundario conocidillo, sin carisma suficiente para protagonizar un film con éxito, y en esta película, pese a su cacareado reparto lleno de estrellas, debe soportar él solito todo el peso de la trama. Pero lo cierto es que Renner no sólo sale airoso del intento, sino que consigue hacer suyo el personaje y componer un emotivo e intenso Webb, en un papel que son un caramelo envenenado para un actor por la cantidad de registros que ofrece, permitiéndole lucirse o fallar estrepitosamente.
Con Renner metiéndose al público en el bolsillo el otro elemento de la ecuación que funciona de maravillas es el propio Cuesta, que consigue desgranar una trama compleja de manera fácil de entender, sin perderse en el amplio abanico de nombres y personajes que pululan por la trama. Uno de sus principales aciertos en no condensar la trama sólo en la investigación periodística, sino abordar abiertamente la faceta más humana de Webb, de manera que sus problemas con su esposa e hijos o su confrontación con su editora y amiga del periódico supongan alivios narrativos a la gran cantidad de información que nos hacen digerir.
Otro acierto del film es su reparto, que aunque algo tramposo en su publicidad (muchos de los grandes nombres que aparecen en los trailers se reducen a meros cameos) sí ayuda, por lo menos, a identificar y poner cara a los nombres de los implicados en la trama, que de otra manera se perderían en el maremágnum de datos con los que el periodista trabaja. De esta manera, se pasean por ahí nombres como los de Andy García, Paz Vega,  Michael Kenneth Williams o Barry Pepper mientras que otros actores realizan apariciones vistas y no vistas como Ray Liotta, Richard Schiff, Michael Sheen o Robert Patrick, mientras que los únicos que realmente tienen posibilidades de lucirse un poco a la sombra de Renner son Mary Elizabeth Winstead, Rosemarie DeWitt y Oliver Platt.
Además, Cuesta no se conforma con explicar una historia de intriga con la consecuente crítica a los métodos más que discutibles del gobierno de los Estados Unidos en su política exterior, sino que, además, aprovechando la aparente caza de brujas a la que Webb fue sometido tras la publicación de su artículo, realiza una exposición crítica hacia el mundo del periodismo en general, que tiene como brillante colofón el discurso de Webb durante la entrega de un premio.
Webb no es un personaje perfecto, y arrastra un pasado reprochable y lleno de errores, pero aun así es fácil simpatizar con él e indignarse a su lado por el uso y abuso que hacen contra él sus propios colegas, por no decir ya las altas esferas.
Tras ver vilipendiado y desacreditado, todo el caso fue revelado por la propia CIA años más tardes, durante el mandato de Clinton, posiblemente demasiado tarde para resarcir al pobre Webb, lo cual nos invita a reflexionar de los métodos llevados a cabo por el gobierno de los Estados Unidos y hasta donde son capaces de llegar por conseguir primero sus objetivos y lograr después mantenerlos ocultos.
Eso sí, al final todo sale a la luz. Otra reflexión que nos deberíamos hacer a nivel local. La verdad, de una manera u otra termina por aflorar y los culpables suelen pagar. En España las cosas todavía son muy diferentes…
Sólo por ello (aparte de su calidad y del entretenimiento que proporciona) la película es imprescindible.


ESCOBAR, PARAÍSO PERDIDO (5d10)

Si me permiten la broma, voy a empezar mi comentario proponiendo un título alternativo: Escobar, oportunidad perdida.
Y es que esta aproximación a una de las figuras más controvertidas e importantes de la historia colombiana podría haber supuesto una actualización (en ciertos modos así lo pretende) de El Padrino de Coppola en su versión latina, pero prefiere (por cobardía o simplemente en busca de una mayor comercialidad) teñirse de rosa en una especie de Romeo y Julieta tan empalagoso como previsible.
Ya desde su arranque la película muestra sus carencias, ofreciendo hasta tres saltos en el tiempo en sus primeros cinco minutos que, a la postre, no ofrecen nada de interés al espectador más que, si acaso, avisarnos de antemano que pese a lo tramposo del título Pablo Escobar no es el protagonista del film, sino un turista en apariencia inocente y honesto (y en resolución bobo y pardillo) llamado Nick. Que sea Josh Hutcherson el elegido para encarnar el papel podría significar simplemente que el joven actor de Kentucky pretende dar el salto al cine “de adultos”, pero en realidad tan solo revela que la presencia del Peeta de Los juegos del hambre solo busca despertar el interés femenino, sin que a nadie parezca importarle que los esfuerzos del chico por resultar creíble resultan francamente estériles.
Aun así, su interpretación no es suficientemente sosa (sí su personaje) como para estropear la película, a la vez que la española Claudia Traisac realiza una buena interpretación y Benicio Del Toro está sencillamente magistral, como por otra parte cabría esperar. De esta manera, y considerando también que la realización es más que correcta, podríamos destacar al debutante Andrea Di Stefano como último artífice de los logros de la película. Sin embargo, lo peor del film es su guion y dado que también está firmado por el propio Di Stefano, la máxima responsabilidad sobre los aciertos y errores del resultado final deberían caer sobre él y nada más que sobre él.
Por si hubiera algún despistado por ahí que no lo sepa, Pablo Escobar fue el líder de una de las redes de narcotráfico más importantes de Colombia, aparte de un devoto creyente y amado padre y esposo que, para sus seguidores, era considerado casi un santo por sus obras de caridad (¿ven las referencias hacia Don Corleone?) al igual que era visto como un sádico déspota por sus enemigos. Ahí hay una gran historia que contar y el séptimo arte no podía dejar pasar la oportunidad de contarla, pero se comete el gran error (inexplicable a mi entender) de no quererle dar al personaje el protagonismo oportuno, dejando que el peso de la narración recaiga sobre un joven canadiense que trata de montar un negocio con su hermano en las playas Colombia y que tiene la desgracia de enamorarse de la sobrina de Escobar.
Este tal Nick es un personaje totalmente inventado, por lo que no estamos ante un biopic al uso. Al dejar que toda la trama se centre en el canadiense el autor se puede permitir todas las licencias históricas que le plazca, tratando de buscar la identificación del espectador con el chico, pero no prevé que, al no poder alterar el destino final de Escobar (eso sería una licencia demasiado grande) lo que suceda con el chaval en relación con el mafioso colombiano nos es, ya de antemano, completamente irrelevante, limitándose todo a descubrir si su historia de amor va a terminar en happy end o en tragedia.
Por otro lado, resulta muy difícil llegar a simpatizar con el protagonista (a mí, por lo menos), por no hablar ya de compartir sus decisiones o creerse el por otro lado estéril descenso a los infiernos del muchacho, que terminará vendiendo su alma al diablo para nada, haciéndonos creer por un momento que la película va a transformarse de drama a peli de acción (del subgénero de venganzas) como por arte de magia. Naturalmente, no es así, y todos los caminos recorridos por el supuesto héroe terminan siendo para nada. Así, nos encontramos al salir del cine con dos horas casi vacuas de las que solo podemos aprender retazos de la personalidad de este Escobar, definido como un Robin Hood moderno pero que no deja de ser, y perdonen la expresión, un grandísimo hijo de puta.
No hay aquí nada de cómo llegó a la cima de su poder, cómo tenía a la policía y al ejército comiendo de la palma de su mano o cómo concluye su historia. Pero claro, eso habría sido otra película, y no tendría nada que ver con la historia de amor teen abocada desde el primer minuto al desastre que parece interesarle a Di Stefano.
A modo anecdótico, me gustaría destacar que esta producción francesa (aunque España y Bélgica también han metido mano) sobre un canadiense rodeados de colombianos está protagonizada por un norteamericano rodeado de un puertorriqueño (Del Toro) y varios españoles (Traisac y Bardén, entre otros) y rodada en Panamá. No es que me parezca mal, pero me resulta curioso. ¿Tan malos son los actores colombianos?
Claro que no podemos destacar esto como algo necesariamente negativo, ya que sin la aportación de Del Toro la película sería totalmente diferente y él y sólo él consigue salvar los muebles las escasas veces que aparece en escena, con ese magnetismo animal que tan bien sabe provocar.
Lo dicho, la historia de Pablo Escobar podría ser apasionante, y esta película es una oportunidad perdida para poderla descubrir.

sábado, 15 de noviembre de 2014

LA IGNORANCIA DE LA SANGRE (6d10)

La ignorancia de la sangre (película) es una obra inicial, es decir, que no proviene de ningún film previo ni forma parte de ninguna saga, por más que su protagonista, Javier Falcón, ya haya sido visto en pantalla en otras ocasiones.
La ignorancia de la sangre (novela) es el cuarto título de una saga de Robert Wilson, a través de la cual el policía protagonista va definiéndose.
Ese es el principal (y casi único) escollo de la película. Manuel Gómez Pereira ha querido ser tan fiel al espíritu de la obra original que el espectador se pasa casi todo el metraje con la sensación de que le falta algo de información, de que hay un pasado en los personajes que desconoce. Y eso puede llegar a desorientar.
Este detalle aparte, La ignorancia de la sangre es un notable thriller policíaco que aúna tres tramas que pueden, o no, tener relación entre sí tan dispares como la presencia cada vez mayor de la mafia rusa en la Costa andaluza, el secuestro del hijo de Consuelo (brillante Paz Vega), la pareja del policía, y una trama interna y familiar alrededor de un español islamista en Marruecos.
Precisamente la relación entre Javier Falcón (un muy convincente Juan Diego Botto, quizá algo falto de nervio en alguna escena concreta) y Mercedes, cuya historia de amor proviene de las novelas anteriores, es lo que más desconcierta por la comentada falta de datos, aunque esto es algo que afecta más a la curiosidad propia del espectador (voyerista por vocación) que al desarrollo de la propia historia, para la que contamos con datos suficientes para dejarnos arrastrar por el mundo sucio y despiadado de prostitución y ejecuciones merced de una lucha entre bandas rusas.
Excelentemente filmada, aprovechando la belleza de las localizaciones sevillanas (Gómez Pereira sabe aprovechar la ciudad sin caer en tópicos más dignos de folletos turísticos que de cine de calidad), y demostrando en los momentos de acción su buena labor tras las cámaras, reivindicándose así ante quienes le acusan de ser un buen artesano pero falto de personalidad (no todo tiene porque tener el detallismo fotográfico de La Isla Mínima), uno de los detalles más aterradores de la historia está en la realidad que muestra con respecto a la cara más oscura de la ciudad (y de toda la costa, por extensión) en manos de gentes sin escrúpulos que no tienen reparos en esclavizar a sus chicas o decapitar por capricho. La película es ficción, por supuesto, pero la realidad está ahí, oculta bajo luces de neón y bailes exóticos.
Con un interesante trabajo actoral (la presencia de Alberto San Juan es más reducida pero muy intensa), el ritmo amenaza con decaer cuando una de las tramas desaparece de escena para dejar todo el protagonismo a la otra (no daré más detalles para no desvelar los giros de guion), provocando un falso clímax demasiado alejado del final del film que puede hacer que la duración del mismo se nos antoje elevada (apenas llega a las dos horas), pero Gómez Pereira sabe remontar el vuelo y alcanzar su meta con mano firme y emoción asegurada. Si es cierto, sin embargo, que malacostumbrados como estamos a realizadores como Daniel Monzón, Alberto Rodríguez o Alejandro Amenábar, La ignorancia de la sangre cae en alguno de los defectos más tópicos y denostados del mal llamado “cine español” en una escena innecesaria y que interrumpe el camino aparentemente cuesta abajo y sin frenos hacia el desenlace final, como si alguien hubiese pensado que era absurdo tener en el reparto a Paz Vega y no mostrarla desnuda, aunque sea gratuitamente, pero se trata de un defecto anecdotario que no debe enturbiar una excelente película de intriga ni mucho menos un trabajo actoral de la sevillana realmente sobrecogedor.
Con algún pero más culpa de un opinador quizá excesivamente quisquilloso que otra cosa, La ignorancia de la sangre es una muestra más del buen nivel que nuestro cine está demostrando últimamente, con un 2014 francamente espectacular.

DOS TONTOS TODAVÍA MÁS TONTOS (5d10)

En el año 1994 Jim Carrey estaba en la cresta de la ola tras los éxitos de  Ace Ventura y, sobre todo, La Máscara, Jeff Daniels  venía de trabajar para Woody Allen y Jonathan Demme y del éxito de Speed y los hermanos Farrelly estaban a punto de convertirse en los nuevos reyes de la comedia gracias a la inminente Algo pasa con Mary.
Ahora, veinte años después, el mismo equipo parece caído en desgracia (solo Daniels se mantiene algo activo gracias a la serie The Newsroom, pero lejos de la fama a la que parecía aspirar tiempo atrás) y ha decidido reunirse de nuevo en busca de la reconciliación con el público gracias a la fórmula fácil de la secuela, una continuación tardía de una película que muchos tendrán ya olvidada (otros ni la conocerán), tan decadente como sus propios protagonistas.
Aunque nunca he sido un fan entregado a las muecas exageradas e histriónicas de Carrey, debo reconocer que cuando ha contado con un guion que lo respalde puede resultar francamente divertido. Así sucedía en películas como Mentiroso compulsivo u Olvídate de mí, llegando incluso a brillar en su faceta más seria como en El show de Truman o The Majestic. En Dos tontos muy tontos ambos intérpretes hacen un enorme tributo a la estupidez con una colección de aventuras  a cual más delirante en que, sin abusar de la escatología burda que luego caracterizaría al cine de los Farrelly, resultaba francamente divertida.
Después de tantos años, la intención de vivir del recuerdo en busca de la gloria perdida es la mejor definición de una película tan estúpida como cabría esperar pero sin el gancho y la frescura de la original, en la que sus intérpretes no han sabido envejecer adecuadamente provocando que sus torpezas resulten más patéticas que divertidas. No es lo mismo ver a dos treintañeros comportándose como niños que si se trata de cincuentones de marcadas arrugas y tristeza en las miradas.
Podría parecer que en un primer momento los Farrelly quieran apostar por la reflexión, haciendo alusión al paso del tiempo, la soledad, el poder de la amistad o la responsabilidad de la paternidad (la trama va del reencuentro de los dos amigos y el descubrimiento de que uno de ellos fue padre hace veinte años, por lo que deciden ir en busca de la hija perdida), pero eso no son más que apuntes accidentales que para nada pretenden definir el tono de la secuela (nótese que estoy obviando en todo momento aquel intento de precuela del 2003), que no pretende más que reunir un puñado de tontadas y conseguir la risa cómplice más por cantidad que por calidad. Y es que, inevitablemente, con tanta estupidez sería necio negar que algún gag acertado (o incluso brillante) se pueda encontrar.
Decir que Dos tontos todavía más tontos es una soberana tontería no es para nada menospreciar  a la película, que no pretende más que eso, pero encuentro que es una tontería falta de garra, sin convicción, demasiado apoyada en las muecas exasperantes de Carrey y Daniels que hace años que perdieron la gracia que en las propias situaciones.
No es, al fin, una película totalmente despreciable, entretiene y provoca alguna carcajada, pero está muy lejos de la original igual que intérpretes y directores están muy lejos de su época dorada.
Como lejos (muy muy lejos) está de sus años de mito sexual (recuerden Fuego en el cuerpo) la desaparecida Kathleen Turner, cuya presencia en el film ya casi justifica por si solo su visionado. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

INTERSTELLAR (5d10)

Los que sois seguidores habituales del blog ya debéis saber que el señor Christopher Nolan no es precisamente santo de mi devoción. No comparto la opinión de aquellos que lo consideran el gran genio del siglo XXI y lo encuentro pomposo y endiosado, en búsqueda constante de una trascendencia que la mayoría de sus películas no necesitan. Creo que la bomba de humo que se formó alrededor de su trilogía sobre Batman es completamente exagerada 8la última película era, de hecho, muy mala) y lo considero culpable también de estropear todo lo interesante que Zack Snyder podría haber hecho con Superman.
Aparte de eso, os doy mi palabra de honor que entré a ver Interstellar con la mente completamente en blanco y dispuesto a dejarme arrastrar por la propuesta del británico, dejando mis prejuicios junto a la tienda de chuches. Y durante el innecesariamente alargado prólogo la cosa no iba del todo mal, con una historia interesante y bien contada que no tenía nada que ver con viajes por el espacio sino con dramas familiares en el campo (¿Qué les pasa a las madres americanas, que todas se mueren jóvenes?), con un padre viudo a cargo de sus retoños muy al estilo de Señales o la última Transformers.
Y de repente, todo cambia.
Dicen los que saben de esto del cine (y a los que les ha gustado la película) que es mejor no saber nada del argumento y dejarse llevar por las sorpresas que esconde el guion, algo así como lo que sucede también con Perdida, de David Fincher (director con quien se empeñan en comparar siempre a Nolan pero que para mí está años luz por encima), pero lo cierto es que yo creo que da más o menos lo mismo (siempre que no se revele ninguna sorpresa crucial, claro). Y es que es posible que cuanto más se sepa del argumento de antemano más posible sea entender algo de la película.
El resumen rápido sería este: la Tierra se está muriendo y deben enviar a Cooper (un expiloto de la NASA que lleva años dedicado a cultivar el campo) sin preparación previa ni puesta en forma ni mandangas al espacio en busca de un lugar habitable.
El primer problema es que en cuanto se deja atrás la tierra la cosa se precipita tanto que se vuelve confusa, como si las casi tres horas que dura el invento no fuesen suficientes para narrar una buena historia. Nolan es un gran vendedor de humo, y por eso prefiere pasar más tiempo tras una enorme cámara IMAX para hacer bonitos planos de la nada que en la mesa del ordenador escribiendo unas buenas líneas de guion junto a su hermano del alma, y eso afecta negativamente a la película que peca de elíptica y de algunos personajes mal presentados y peor desarrollados (como por ejemplo los dos astronautas que acompañan al prota y a la chica de turno en el viaje).
Nolan, que debía ser un director de fotografía de primera, parece dudar entre contar una historia épica o intimista, y por eso intenta hacer largos y oníricos planos espaciales pero sin mostrar apenas nada, por lo que en las pocas ocasiones en la que se enseña algo (hay algunos paisajes que no voy a describir que son espectaculares) lucen más todavía.  Pero demasiado obsesionado en rendir tributo a Kubrick y su 2001, Odisea en el espacio, Nolan repite los errores principales de Spielberg (otro alumno aventajado de Kubrick) en cargar demasiado las tintas sobre el drama familiar (ya la pasaba en Origen y en su tercer Batman), de manera que el hipotético reencuentro entre un padre y su hija termina siendo más importante que el destino de toda la humanidad.
Mucho se quiere comparar esta película con la mencionada 2001, Odisea en el espacio, y sus defensores más acérrimos insisten hasta el hastío que ya no se hace ciencia ficción de verdad, como si todas las películas del espacio fueran fantasías como Star Trek o Guardianes de la Galaxia, pero yo encuentro en Interstellar muchas influencias de Contact de Zemeckis, con todo ese aire de misticismo, algo de Moon (que ya en sí era un homenaje a 2001) con el tema del robot compañero (por cierto, que diseño más feo y poco práctico el de los robots de Interstellar) y, sobre todo, ahí está el recuerdo de la reciente y excelente Gravity.
No sé si nuestra percepción de Interstellar sería diferente de no haber visto hace apenas un año la magnífica película de Cuarón. O si incluso habría sido Interstellar diferente sin la existencia de dicho film, pero lo cierto es que Nolan pretende insistir más en la parte dramática y pasional que en la fantástica, y en eso, le pese a quien le pese, no supera ni de lejos a Cuarón. Con solo un actor y medio, muchos silencios y la mitad de duración, Cuarón lograba transportarnos al espacio y que nos asfixiásemos con la angustia de Sandra Bullock, hablando, de forma muy sutil, de cosas como la vida, la esperanza y el renacer. Nolan, simplemente, aspira a algo parecido.
Y lo peor de todo es que, pese al espectáculo innegable que se nos ofrece, en ocasiones algo desequilibrado por el montaje paralelo entre la Tierra y el espacio, la historia acaba derivando en una solemne tontería, un giro radical de la trama que pretende sorprender y descolocar y, sí, lo segundo lo consigue, pero para mal. Hasta risas escuché en la sala en uno de los momentos más intensos del clímax final.
Nolan es un gran visionario, pero carece del espíritu de narrador necesario para las complejidades que pretende acometer. Quiere abarcar más de lo que puede, totalmente inconsciente de las limitaciones de su talento, y termina desaprovechando buenas ideas, como era el caso de Decepción Inception (Origen) y, desde luego, es el caso de la que nos ocupa ahora.
Al terminar la proyección escuché a unos chicos de la fila de atrás entablar un animado debate sobre si debían recomendar la película a sus amigos o no. No es una mala película, argumentaban. Pero tampoco es buena.
Muy bonita, muy visual, muy bien interpretada (al final voy a tener que acabar creyéndome que el McConaughey es buen actor) pero también muy larga, muy pesada, muy tediosa y, por momentos, muy aburrida.
Nolan pretende trascender, estar por encima del bien y del mal, ser una mezcla entre mentor y profeta. Y hay por ahí unos cuantos que lo veneran como si del líder de una secta se tratase. Yo no soy de esos.
Y como los chicos de la fila de detrás, yo también pienso que no es una mala peli. Pero tampoco una buena peli. Ahí lo dejo.

ALEXANDER Y EL DÍA TERRIBLE, HORRIBLE, ESPANTOSO, HORROROSO (3d10)

Terrible, horrible, espantoso y casi hasta horroroso es soportar esta película cuyos escasos ochenta minutos de duración se hacen eternos y tediosos, no sólo para mi sino también para la mayoría de niños a los que oía murmurar en la sala.
Vale que se trata de una película Disney (lo que no nos dicen es que estaba pensada para el Canal Disney y que en el último momento la decidieron estrenar en cines para ver si colaba) y destinada a un público infantil, pero la presencia de sus dos actores protagonistas, Jennifer Garner y, sobre todo, Steve Carell (que no es un actor al que admire demasiado por sus aportaciones al mundo del cine pero sí que soy muy fan de su papel en The Office), invitaba a pensar que se trataría, al menos, de una comedieta que, si bien trivial y previsible, sería al menos entretenida y con algún chiste que mereciera la pena.
Pero no, todo es tan estúpidamente infantil, tan absurdamente televisivo que ni las situaciones hacen gracia ni la resolución es apropiada.
La trama parte de un niño coñazo que se piensa el ombligo del mundo y que cree que todo le sale mal cuando está rodeado por unos padres y dos hermanos triunfadores y que, en la estela de títulos como Big o Mentiroso Compulsivo, aprovecha el día de su cumpleaños para pedir un deseo y cambiar las cosas. Al día siguiente, él será el que triunfe y el resto de la familia los que se verán abocados al desastre, si en ningún momento se entienda si es causa del azar o si hay algún elemento fantasioso en todo esto, porque cuando se aburren de tanta tontería la tortilla cambia sin más y sanseacabó.
El problema no es tanto en el contenido como en la forma. No encuentro nada divertido ver a cuatro personas sufriendo todo tipo de accidentes desafortunados que se van a terminar arreglando con una facilidad pasmosa, de manera que ni el conflicto es divertido ni lleva a ningún camino, pues si se debe encontrar alguna moraleja para instruir a los más pequeños yo no la he sabido ver.
Tonta, simple y edulcorada en exceso, es un film totalmente prescindible y rápidamente olvidable. Independientemente de la edad.

TORRENTE 5: OPERACIÓN EUROVEGAS (7d10)

Pocas ganas tenía yo de ver esta película, si os he de ser sincero. De hecho, debo ser uno de los pocos españoles que no había visto jamás ninguna de las cuatro películas anteriores de la saga. No me llamaba en absoluto, simple y llanamente.
Con el estreno de este nuevo Torrente me decidí a recuperar en video las anteriores dudando si darle una oportunidad o no, pues los que me conocéis ya sabéis que el humor escatológico no es mi fuerte, y de eso Santiago Segura sabe un rato. Repasando (mal mirando, mejor dicho, hay cosas más importantes que hacer) las primeras películas descubrí que Torrente, el brazo tonto de la ley era flojilla pero no estaba mal. Su secuela, Misión en Marbella, mejoraba técnicamente (el presupuesto se nota) pero tenía menos frescura. Y las otras dos películas son ya simplemente malas a rabiar.
Torrente era, a mi parecer, un buen personaje, con muy buenas posibilidades, pero totalmente desaprovechado en favor de la casquería más degradante y sucia. Y por eso las semanas han ido pasando sin encontrar el momento ni las ganas de ver al más mezquino hincha del Atleti por primera vez en pantalla grande. Pero una coincidencia en horarios me han invitado a ceder al fin la cabeza y…
Pues ¿qué queréis que os diga? ¡Que me ha gustado! ¡Toma ya! Tiene Torrente: Operación Eurovegas la frescura del Segura inicial, el intento de hacer algo original y divertido, pero con la sabiduría que dan los años. Reduciendo los chistes soeces y desagradables a apenas un par (casi obligados para no perder la identidad de Torrente, pero que a mí personalmente me obligan a que baje la nota del conjunto por ello), esta quinta entrega es la menos sucia de todas, apostando por un humor puro y duro donde mezcla con acierto el humor adrenalítico al más puro estilo americano con el toque castizo, consiguiendo además que la sátira social que apenas se intuía en otras entregas aquí sean un detalle más a aplaudir, una ironía social descarnada ayudada por el salto en el tiempo (estamos en 2018, en una España expulsada de la unión Europea, en la que han vuelto las pesetas y Catalunya es independiente además de finalista del Mundial de fútbol) que invita a verlo todo con más perspectiva.
Si en otras películas se adivinaba el homenaje pasado por su rasero que Segura quería hacer sobre películas de acción al estilo James Bond o a dramas carcelarios con Evasión o Victoria, aquí el referente es el cine de atracos, siendo Ocean’s eleven el espejo en que mirarse.
Torrente ha salido de la prisión en la que acabó en su última película y decide pasarse al otro lado de la ley, reuniendo a su habitual grupo de amiguetes para preparar el asalto al casino de Eurovegas a las órdenes de un americano encarnado por Alec Baldwin. Porqué un actor del prestigio como Baldwin ha accedido a meterse en este fregado (últimamente está de nuevo en la cresta de la ola gracias, principalmente, a la serie de Rockefeller Plaza aunque también ha participado en los dos últimos films de Woody Allen y está trabajando actualmente a las ordenes de Warren Beatty, Cameron Crowe y en la quinta entrega de Misión imposible) es un misterio (el primer deseado por Segura fue Mel Gibson, que todavía se debe estar preguntando qué es ese absurdo guion que le han dejado sobre la mesa), pero su aportación da un caché especial al film y su carisma resulta innegable.
Todo funciona a la perfección dentro del engranaje sencillo y sin demasiadas pretensiones de esta película, empezando por los elegantes títulos de crédito (la ausencia de cuerpos desnudos y el hecho de que el tema principal sea cantado en inglés ya demuestra el deseo de romper un poco con todo lo anterior)e  incluyendo el reparto de frikis que, por una vez, son bien aprovechados por el director, y el interminable número de cameos que invitan a ver la película varias veces más para tratar de identificarlos. Incluso un tipo como Jesulín de Ubrique cumple con corrección y muestra una correcta química con el personaje de Segura, mientras que Julián López interpreta a Cuco, lo que origina algún acertado chiste sobre su cambio de físico (en entregas anteriores el personaje tenía el rostro de tenía el rostro de Gabino diego).
No creo que sea el último Torrente que veamos (la taquilla manda, ya se sabe, y esta ha sido el mejor estreno español del año, aunque tras tres semanas en cartel lleva trece millones recaudados, muy lejos aún de los veintidós de la segunda entrega), pero intuyo yo algo de despedida en este film, ya sea por el salto en el tiempo, por la recuperación de personajes de la primera película como los interpretados por Chus Lampreabe o Neus Asensi (¡por Dios! ¿Qué se ha hecho esta mujer?) o la reinvención del tema final de Torrente 2 en manos de nuevo del gran Joaquín Sabina. Es como un fin de fiesta  de una saga que parecía agotada hasta el inteligente giro que Segura ha sabido hacerle.
No quiero que penséis que se trata de una obra maestra del cine español, ni mucho menos, pero sí es una comedia muy entretenida, con momentos épicos, y totalmente digna, como si Santiago Segura se hubiese cansado de buscar la provocación y el escándalo fácil y hubiese querido tratar de hacer cine.
Hay algunos gags memorables, otro que no lo son tanto, y apenas unas pinceladas (innecesarias totalmente pero tampoco mucho más ordinarias que las que se pueden ver, sin ir más lejos, en el simple tráiler de cosas como Dos tontos todavía más tontos) de ordinariez, pero en su conjunto es divertida y refrescante, con alguna interpretación chusquera que sorprende y una doble visión en paralelo del atraco (la que corresponde al plan y la finalmente resultante) digna de mención.
Por lo menos, en esta se les nota que se han divertido filmando. Y lo han sabido transmitir.

jueves, 6 de noviembre de 2014

FILTH, EL SUCIO (8d10)

Me resulta enormemente complejo definir esta película. No encuentro palabras para ello. O quizá sea al revés, quizá encuentro demasiadas, algunas de ellas aparentemente opuestas entre sí.
Divertida, excesiva, extrema, desquiciante, horrible, genial, desagradable, demoledora, hilarante, sórdida, soez…
Todo ello es Filth, la historia de un policía dispuesto a hacer todo lo posible por conseguir un ascenso. Bruce Robertson, el protagonista, es un ser miserable, alcohólico, drogadicto, crápula, taimado y traicionero, casi como una versión británica (escocesa para más señas) de nuestro castizo Torrente, un verdadero cerdo, en pocas palabras. Pero a la vez tiene un aurea de seductor que atrapa, que te obliga a admirarlo e incluso envidiarlo, como si el espectador deseara mimetizarse en él y conseguir su magnetismo creyendo que podría mantener su lado oscuro, su faceta más viciosa a buen recaudo.
La película arranca presentándonos a su mujer, Carol, atractiva y seductora, que rompiendo la cuarta pared (el propio Bruce lo hace constantemente, sobre todo para mirarnos directamente a los ojos y hechizarnos) nos explica de forma ambigua, confusa y perturbadora los secretos de su felicidad conyugal.
Inmediatamente pasamos a conocer la vital importancia que para ese matrimonio es el ascenso de Bruce, la consecución del poder a cualquier precio, y se nos muestra a un joven atractivo, ambicioso y emprendedor al que, poco a poco, iremos descubriendo con asco y horror su lado más perturbador y desagradable. No en vano el título del film, Filth, es inmundicia en español.
Llega un momento, desde luego, que la caída a los infiernos de este personaje carece de frenos. Es entonces cuando el guion (que parte de una novela de Irvine Welsh que al parecer es aún más degradante que la película) se apiada de Bruce y nos ofrece alguna pincelada de su pasado que nos invita a pensar que hay una tragedia que motiva su forma de ser y actuar, no justificándolo pero sí al menos edulcorándolo levemente. Pero ello no sería suficiente para evitar que odiásemos a muerte  a un tipo que no duda en acostarse (y humillar) a la mujer de un compañero, acosar a la esposa de su mejor (o único) amigo y terminar incriminándolo a él, enfrentar a sus compañeros entre ellos o desafiar abiertamente a una superiora por el simple hecho de ser mujer de no ser por un elemento clave en la película: James McAvoy.
Este joven actor escoces ya había demostrado con anterioridad sus grandes dotes de interpretación en paleles tan dispares como el profesor Xabier de los X-men, el atormentado protagonista de Trance o el enamorado de Eleanor Rigby, pero aquí logra superarse a sí mismo y hacerse suyo un personaje difícil, consiguiendo encandilarnos con su mirada y pasar del dolor a la depravación en un parpadeo, con una sonrisa de lobo con piel de cordero que enternece y aterra a la vez.
James McAvoy es el alma de Filth, por más que esté rodeado de un plantel de grandes secundarios como Jamie Bell, Eddie Marsan, Imogen Poots o John Sessions, y cuando el desquiciado montaje a ritmo de magníficos temas musicales amenaza con desbordarse él, con su carisma y magnetismo, solventa la papeleta.
Filth es una de esas pequeñas joyas que de tanto en tanto nos ofrece el cine británico y que todo el mundo debería ver. Quizá alguno me haga caso y termine odiándome por ello, pues la desazón que provoca en algunos momentos es notable, pero terminará dejando poso y. si dejan los prejuicios en la puerta, disfrutarán con su sentido del humor punzante y su sorprendente y revelador giro argumental.
Filth es toda una experiencia cinematográfica, por su seductor arranque, su orgía de sexo y drogas, su bestial banda sonora, su hipnótica fotografía, su montaje desconcertador, sus créditos finales y, sobre todo, por McCavoy y, para bien o para mal, es de obligado visionado.

LOS BOXTROLLS (8d10)

Llevábamos ya un tiempo sin poder disfrutar de una buena película de animación que no sea exclusivamente infantil y con Los Boxtrolls la hemos encontrado.
El mismo estudio que nos trajo ya las estupendas Los mundos de Coraline o El alucinante mundo de Norman llega esta nueva maravilla en la línea de las anteriores donde, con la complicada técnica del stop-motion puesta de moda por ese loco amante de lo clásico que es Tim Burton, entremezclan una historia de intenciones claramente infantiles con moraleja incluida con toques de terror gótico y alguna pincelada incluso macabra.
Los Boxtrolls narra la historia de un insólito pueblo obsesionado por el queso donde, años atrás, una aterradora raza de monstruos diminutos (esa especie de trolls vestidos con viejas cajas a los que hace referencia el titulo) secuestró a un bebé y devoraron después al dolido padre. Desde entonces, el pueblo vive en constante toque de queda mientras un grupo de exterminadores liderados por el inquietante a la par que desagradable Snatcher lucha por eliminar hasta el último de los Boxtrolls y lograr que el poblado se sienta seguro de nuevo.
Con unos decorados espectaculares que forman una impresionante y desquiciada ambientación, la película es una metáfora más sobre la lucha por la supervivencia, la posibilidad de cambiar lo que uno es a fuerza de voluntad y, por supuesto, la prevaricación del bien sobre el mal, todo ello rodeado de truculentas bromas, amenazas de mutilaciones y ríos de sangre y una espeluznante lucha de egos por conseguir el poder, aquí simbolizado por los sombreros blancos que definen a la clase privilegiada con derecho acceder a la sala de cata de quesos. 
Curiosamente, y más en la turbia época en la que vivimos, el poder no es aquí sinónimo de maldad, aunque sí de estupidez.
Y por supuesto, a quien queremos engañar, rodeados de unos boxtrolls sumamente divertidos y enternecedores.
Tampoco faltará, evidentemente, los héroes con el que todos identificarse, ya sean chicos o chicas, que ejercerán de verdadero motor de la historia.
Y como colofón final, para esos pocos que la disfruten en versión original, los dobladores suponen de nuevo un extra destacando la presencia de la simpar pareja Simon Pegg y Nick Frost o al algo encasillado como malvado Ben Kingsley.
He comenzado queriendo destacar la idoniedad de esta película para todos los públicos, ya que a diferencia de algunas de las últimas producciones de Disney (Frozen aparte) como Aviones y su secuela, la experiencia de acudir al cine no será necesariamente traumática para los padres, sino todo lo contrario. Sin embargo, ¿es realmente para todos los públicos? Debo advertir desde aquí que no. Y es que pese a que tendemos a pensar que las nuevas generaciones están ya de vuelta de todo lo cierto es que algún momento concreto del film puede resultar demasiado oscuro para los más pequeños, arriesgándose a que no puedan disfrutar del film como se merece.
Y es que, dentro de su genialidad, hay momentos de verdadero pavor. Un pavor tronchante, pero pavor al fin y al cabo.
Por cierto, y como regalo final, no se pierdan la escena final, un genuino caso de metacine en toda regla.

SERENA (5d10)

Miedo me daba esta película después de las pestes que había leído y escuchado sobre ella.
Y, ciertamente, tiene tres grandes problemas que conviene repasar antes de nada.
En primer lugar tenemos el posible hype que puede haber creado su pareja protagonista, que comparten pantalla por tercera vez tras El lado bueno de las cosas y La gran estafa americana, ambas amparadas por David O. Russell. Sin embargo esa buena relación no termina de transformarse en química en esta ocasión, aparte de que ni Bradley Cooper ni Jennifer Lawrence consigan ofrecernos en Serena sus mejores actuaciones.
En segundo lugar cabe achacar las malas críticas a su directora, Susanne Bier, que no termina de tomarle el pulso a la historia, mostrando un ritmo irregular y una definición de personajes demasiado superficial para terminar de comprender su complejidad.
Y la tercera traba hay que buscarla en las siempre odiosas comparaciones. Dado su apariencia de historia de amor apasionada enmarcada en un terreno aparentemente hostil para el género femenino y con ese aspecto épico y legendario, resulta difícil no pensar en títulos clásicos como Memorias de África, Australia o El velo pintado, todas ellas películas claramente superiores a esta Serena.
Sin embargo, y pese a todo lo dicho, la película no esta tan mal. Se trata de un intenso drama alrededor de  George Pemberton, empresario no excesivamente honesto de la industria maderera, y Serena, una atractiva dama torturada por su trágico pasado. El amor entre ellos es tan precipitado como desbocado y solo su unión les puede permitir hacer frente a los problemas que les ajuiciarán: económicos, legales y familiares.
La desgarradora historia emociona y seduce lo suficiente para mantenernos preocupados por George y Serena hasta el final, pero qué duda cabe que cualquier otro director habría sabido sacar más partido de estos excelentes actores (también andan por ahí Toby Jones y Rhys Ifans), imprimiendo más ritmo a las escasas escenas de acción y sabiendo contagiarnos del amor entre George y Serena de formas más sutiles que limitándose a mostrárnoslos retozando en el lecho conyugal.
Los actores, por su parte, no terminan de estar a la altura, desperdiciando la Lawrence otro “caramelito” de papel que, en mejores circunstancias bien podría haberle valido una nueva (y van…) nominación al Oscar.
Aparte de la torpeza mencionada ya de Bier en las escenas de acción, podemos destacar el lado técnico entre sus cualidades, con una preciosa fotografía y una banda sonora que ayuda a emocionar dónde los personajes no logran hacerlo.
En definitiva, es apasionada y dura, pero se queda a medio camino en casi todo. Y eso es lo que termina por condenarla.




martes, 4 de noviembre de 2014

VAMOS DE POLIS (7d10)

Hay películas para todos los gustos y todos los momentos.
En ocasiones resulta complicado analizar una película y ser consecuente con sus autores, por lo que hace tiempo tomé la determinación de juzgarlas en función de sus valores y según el cumplimiento de sus objetivos.
Así, Vamos de polis habría que definirla como una estupidez de película, tan previsible como tópica, con un par de actores cumplidores pero poco más. Sin embargo, consigue con creces su objetivo, que no es otro que el de divertir. Y es por eso por lo que merece una muy buena nota, en una época donde las comedias (las buenas comedias) son tan escasas.
Vamos de polis podría querer parecerse en su forma a aquellas comedias de Ben Stiller y Owen Wilson (el tercero en discordia, Vince Vaughn bien podría ejercer de villano, aquí interpretado por el gran Andy García), con algún toque (esto es inevitable en películas que tratan, más o menos, de una pareja de policías en clave de humor) de Dos policías Rebeldes o incluso Arma letal. De hecho, no me habría extrañado para nada haber visto a esos mismos actores en estos papeles si no fuesen ya algo mayores para ello, pues uno de los temas “serio” que se pretenden reflejar es la crisis de los treinta, cuando se cruza la frontera entre la juventud y la madurez y se debe concretar el camino que definirá nuestros destinos.
Ryan y Justin son dos amigos que comparten piso en Los Angeles y que tienen un denominador común: son unos fracasados. Uno era una prometedora estrella deportiva hasta que se lesionó, mientras que el otro ha creado un interesante videojuego pero no tiene el valor suficiente para hacerse escuchar en la empresa en la que trabaja. Pero un día, cuando acudan por error a una fiesta disfrazados de policías y la gente de la calle se piensen que son representantes de la ley de verdad, descubrirán lo que es sentirse importantes. Y se meterán en un papel del que ya no sabrán escapar.
Comedia típica de enredos, malos muy malos y chicas muy buenas, equívocos y casualidades imposibles, el conjunto de la misma es en momentos tronchante. No aspira a nada más que a eso, por muy serio que haya podido quedarme todo el rollo de la crisis de los treinta.
Vamos de polis es lo que es, una chorrada enorme sobre unos tipos bastante idiotas que consigue ser divertida sin apenas recurrir a la escatología, no tomándose en serio a sí misma en ningún momento y consiguiendo ser un muy buen pasatiempo sin más pretensiones que hacernos olvidar por un rato de la vida real.
No da mucho, pero tampoco lo pide.

COHERENCE (8d10)

Existe un experimento teórico en el campo de la física cuántica llamado El gato de Schrödinger, el cual, de manera muy simplista, podría resumir de la siguiente manera: Imaginad que metemos a un gato en una caja cerrada junto a un puñado de comida envenenada. 
Según la lógica, al retirar la tapa de la caja podemos encontrarnos con dos variables: el gato no ha probado la comida y sigue vivo o el pobre animal, efectivamente, ha sido envenenado víctima de su propia gula. Sin embargo, según esta teoría, mientras la caja se mantiene cerrada las dos posibilidades coexisten a la vez. Mientras mantengamos la tapa cerrada la realidad se divide en dos mundos alternativos, en uno de los cuales el gato sigue vivo y en otro en el que ha fallecido.
Según este principio y mucha imaginación que suple a la perfección la falta de recursos, James Ward Byrkit consigue plasmar una película tan sencilla como apasionante, en la que con apenas ocho actores y un par de decorados crea una compleja trama desconcertante y compleja en la que las preguntas se amontonan y cuyas respuestas no nos llegaran, en la mayoría de los casos, hasta varias horas después de abandonar la sala del cine.
Todo parte de una sencilla premisa. Ocho amigos comparten una agradable velada en casa de dos de ellos la noche en que un cometa se dispone a pasar relativamente cerca de la tierra. Con el recuerdo de la visita del cometa Halley y la multitud de películas catastrofistas que lo acompañaron, Ward Byrkit nos propone un enredado puzle de mundos paralelos y enigmas sin resolver que, con toda justicia, ganó el premio al mejor guion en el Festival de Sitges del año pasado.
Con Emily Baldoni como rostro más conocido (y apenas) la película juega con nuestro desconcierto, llegándonos a hacer pensar que no hay nada de coherente (cachondo título) en el asunto hasta que la coralidad a la que apuntaba la historia se deshace y Em (precisamente la Baldoni) se erige como cabeza de lanza con la que identificarnos y, a partir de su propia confusión al principio y sus aterradoras acciones más tarde, lograr componer nuestra propia historia.
Coherence es de esas películas que merecen ir más allá de la pantalla del cien, invitándonos a reflexionarla tras su visualizado en una tertulia de amigos con los que discutir los diversos puntos de vista e incluso las implicaciones morales de su resolución.
Una tertulia de amigos, a ser posible, que no se celebre durante la llegada de un cometa.

LA DESAPARICIÓN DE ELEANOR RIGBY (6d10)

Eleanor Rigby es una bonita canción de The Beatles que, con la peculiar voz de Paul McCartney habla sobre la soledad personificada en dos trágicos personajes.
Hace un año, el neoyorquino Ned Benson se inspiró en ese personaje para componer dos románticas películas que analizaban las dos caras de una ruptura con los clarificadores títulos de: La desaparición de Eleanor Rigby: Él y La desaparición de Eleanor Rigby: Ella. Aclamada en su presentación en diversos festivales internacionales, su productora apostó por estrenarlas comercialmente en cines con la condición de fusionar los dos puntos de vista en una sola película, lo cual reducía notablemente el metraje de la suma resultante pero también lastraba considerablemente la historia, redundando  en su ritmo, por momentos entrecortado y desigual.
La Eleanor Rigby a la que hace referencia el título es la mitad femenina de una pareja locamente enamorada que, tras un suceso no revelado hasta bien avanzada la historia, desaparece sin más, dejándolo todo atrás, marido incluido.
Ella es una chica de buena familia perdida en una vida sin dirección que decide reemprender los estudios. Él es el hijo de un exitoso restaurador  que trata de malvivir alejado de la sombra paterna con su decadente restaurante. Juntos formaban una bonita y entusiasmada pareja con toda la vida por delante para hacer locuras y construir un hogar que, de la noche a la mañana, se derrumba, precipitándose por un precipicio sin final.
Tras su reencuentro, él tratará de quemar sus últimas naves en pos de una reconciliación, pero ella no tiene más deseo que poner distancia de por medio, aunque en ocasiones su cabeza de enfrenta directamente a su corazón.
Con un excelente James McAvoy y una Jessica Chastain algo excesiva (y demacrada), la película describe con humor y acritud la descomposición del amor, la pérdida de un sueño que no ha de volver y la desesperanza con respecto a las segundas oportunidades. Sin embargo, Benson no es capaz de culminar su historia con acierto, y mientras el papel de los padres roza la brillantez (tan magníficas son sus opiniones como las aportaciones del impresionante trío actoral: William Hurt, Isabelle Huppert y Ciarán Hinds) el desenlace de la pareja en cuestión se me antoja poco creíble hasta el punto de desvirtualizar el conjunto y  restarle demasiados puntos.
Y lamento tener que poner aquí el indicador de spoiler para que quien no quiera saber más de lo necesario pueda dejar de leer, pero no me es posible completar mi opinión sin explicar por qué el film fracasa en su definición final, ya que, bien sea por un exceso de blandura por parte del director y guionista o bien por venderse a las exigencias de la industria, no encuentro acertado el final feliz, con reconciliación final, tras ver a los protagonistas caminar tan alejados uno del otro en una senda de autodestrucción emocional.
El tiempo todo lo cura, dicen, pero hay heridas que tardan mucho en cicatrizar. Y no siempre es posible desandar el camino recorrido. Y aunque Benson pretenda hacernos creer que sí es posible a mí no me ha conseguido convencer.
Pese a todo, el conjunto del film es emotivo y amargo. Y eso, junto a unas grandes interpretaciones, hace que la película alcance a nuestros corazones, más allá del acierto o no de su desenlace.
La lastima es que, para redondear la cosa, la susodicha canción no pueda aparecer en la película. Cosas de derechos…