lunes, 15 de junio de 2020

Visto en Disney+: ARTEMIS FOWL

Iba a ser el gran estreno del verano, pero entre la pandemia y la poca confianza que en Disney han demostrado tener en ella, Artemis Fowl pasará a la historia como el primer gran estreno directo de Disney +.

Ya desde el principio el desarrollo de la película fue complicado y pasó por varias productoras hasta que la compañía del ratón vio un filón en la nueva saga de novelas escritas por Eoin Colfer que por el momento va por la octava entrega. Sin embargo, nacer ya con la etiqueta de «la nueva Harry Potter» no es sencillo, y que el firmante del film sea un Kenneth Branagh en horas bajas tampoco es garantía de éxito.
Ciertamente, la película parece querer ser entre un cruce de Harry Potter con criaturas de Tolkien y un toque tecnológico que recuerda incluso a las películas más flojas del Universo Cinematográfico Marvel. Todo ello en una amalgama de conceptos que, incluso argumentalmente, resulta algo torpe (se mezclan las historias de las dos primeras novelas) y que da pie a que Branagh, que hace lo que puede por resaltar en el aspecto visual, esté más centrado en dar a la obra un ritmo endiablado que no llegue a aburrir nunca que a dar un mínimo de profundidad a los personajes.
Por eso, la película funciona como entretenimiento y puede que haga las delicias de os más pequeños de la casa, pero se queda corta como aspirante a blockbuster, resultando su historia insuficiente y pareciendo más el piloto de una serie televisiva que otra cosa, no sacando partido a un presupuesto bastante holgado y con un par de estrellas que simplemente pasaban por ahí.
Esperaba con ganas la película (quizá porque soy de loe que, aún sabiendo que los mejores años de Branagh han quedado atrás, sigo confiando en él), pero no sé si por haber sido estrenada en un medio tan poco propicio para su supuesta espectacularidad o simplemente por sus deficiencias, la cosa ha terminado por decepcionarme bastante.

Valoración: Cinco sobre diez.

Vista en Netflix: REALITY Z

Pese a haberse dicho siempre que su catálogo es un cajón de sastre donde cabe de todo, si hay algo a lo que Netflix parece abonado es a los zombies. Tras éxitos como Black Summer o Kingdom o comedias tan estimulantes (pero lamentablemente canceladas ya) como Santa Clarita Diet o Daybreak, ahora su nueva apuesta llega desde Brasil y se llama Reality Z, siendo nada más ni nada menos que un remake de la espléndida serie británica Dead Set que despuntó cuando los zombis no estaban aún tan de moda.

La premisa es muy sencilla: una epidemia Zombi se desata en Río de Janeiro (más tarde se descubrirá, como no podía ser de otra manera, que se trataba de algo global) dejando como supervivientes a los protagonistas de un reality televisivo, una especie de Gran Hermano (así era en el original) que en este caso está inspirado en el Olimpo de los dioses.

Reconozco que su arranque se me antojó demasiado fotocopiado de la versión inglesa, incluyendo el momento zombi en silla de ruedas, pero a medida que avanza la serie (algo más larga esta vez), se sabe distanciar. Quizá no alcanza nunca en calidad a la británica, pero sabe eludir el único problema que aquella tenía, el juguetear con cierto desinterés al alejarse de los platós televisivos, amenazando con convertirse en un producto de zombis del montón. En Reality Z el «Olimpo» siempre está presente y la metáfora se lleva hasta el final, teniendo que nominarse entre protagonistas para decidir quién merece seguir en el juego y quien no.

Por supuesto, el ser un producto brasileño hace que no convenga compararlo con sus homónimos anglosajones, siendo las escenas de acción las que más pobres resultan, pero a cambio han apostado por un desborde de la sangre y la casquería digna de aplauso. Puede que con ello consigan que la serie no sea del agrado de todo el mundo, pero al menos sabe ser contundente dentro de un género en el que la amabilidad no tiene cabida.

Otro aliciente, por más que al principio pueda llegar a desconcertar, es la ausencia de un protagonista real. Como en un reality cualquiera, todos los participantes pueden ser eliminados cuando menos te lo esperas, y si Hitchcock se atrevió a matar a su protagonista apenas empezar Psicosis, ¿por qué no iban a hacerlo estos? No es que sea una carta ganadora (a veces cuesta implicarse con personajes a los que no has tenido tiempo de cogerles cariño) pero ayuda a que no te acomodes y pienses que puede pasar de todo en cualquier momento.

En fin, una muestra más de que los zombies, valga la contradicción, siguen más vivos que nunca.

Visto en Netflix: TÚ LA LLEVAS

Tú la llevas es, en teoría, una película de cine, pero que en España pasó de largo pese a su imponente reparto y su demostrada calidad. Otro punto a favor para las distribuidoras.

El caso es que el reciente estreno de Coffee &Kareem es una buena oportunidad para recuperarla, ya que ambas comparten al mismo protagonista, un Ed Helms cada vez más brillante, en una locura que, no se lo pierdan, está inspirada en una historia real.

Todos hemos jugado alguna vez a «pillar», pero lo que quizá no nos hemos planteado nunca es convertir el juego en una forma de vida y mantener el contacto con los amigos de la infancia para seguir jugando las veinticuatro horas del día durante un mas cada año. Esto es lo que se le ocurrió a un grupo de chiflados en Estados Unidos y, tras ser publicada su historia en el Wall Streer Journal, la película se hace eco de su historia.

Funerales paternos, bautizos, todo momento es bueno para «pillar» a alguien, y cuando el único amigo que permanece invicto (es decir, que nunca le ha tocado «llevarla» al acabar el mes) se va a casar, parece el momento ideal para romper su racha.

Así, Tú la llevas es una divertidísima comedia que se luce, además, con grandes dosis de acción (ahí Jeremy Renner hace gala de todo lo que aprendió conviviendo con Los Vengadores), pero que no abandona en ningún momento sus grandes dosis de humanidad, consiguiendo que sus personajes sepan emocionar y cautivar al espectador. Además, lo hace haciendo gala de un humor bastante gamberro y disparatado que hacen que el metraje se antoje escaso y uno desee ver a este grupo de berzotas persiguiéndose eternamente.

Una gran historia con corazón y mucho humor que habría merecido un estreno más sonado pero que tendrá una segunda vida a través de Netflix.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

Visto en Netflix: SPACE FORCE

Space Force llegaba como uno de los estrenos fuertes de la temporada en Netflix. Y la presencia de Steve Carrell como creador y protagonista hacía que no fuera para menos. A bote pronto, se podría pensar que se trataba de la respuesta a la Avenue 5 de HBO, pero a la hora de la verdad sus diferencias son abismales.

Es cierto que ambas son comedias de apenas media hora sobre la conquista del espacio, pero sin la protagonizada por Hugh Laurie es un despiporre demencial y absurdo sobre un crucero Inter espacial donde todos parecen competir por ver quien es más inepto, en la serie que nos ocupa nos encontramos con un condecorado general que debe liderar el proyecto de colonizar la luna. Aunque habrá que ver hasta donde se atreven a llegar en la supuesta segunda temporada, esta primera es mucho más «terrenal» de lo esperado, con un trasfondo familiar y unas reflexiones sobre la familia y la amistad que provocan que sea bastante más seria de lo esperado.

Steve Carrell es un gran actor, y ya ha demostrado en numerosas ocasiones que se encuentra tan cómodo en la comedia como en el drama, pero en esta ocasión uno desearía haberse encontrado con su vertiente más histriónica. La serie resulta entretenida, y su metraje la hacen perfecta para devorarla en un par de tardes, pero uno la termina quedándose con la sensación de que esperaba haberse podido reír más.

Y es que la diversión, cuando aspira a trascender, a veces amenaza con aguar la función.


Visto en Netflix: LA SOMBRA DE LA TRAICIÓN.

Aunque ya se ve la luz al final del túnel y estamos más cerca de la dichosa «nueva normalidad» que de los angustiantes días del confinamiento, los cines continúan cerrados o, en el caso de los pocos que han empezado a tantear el terreno, huérfanos de estrenos. Es por eso que hay que seguir revolviendo en el cajón sin fondo de las plataformas y ahí es donde encontré La sombra de la traición, una película que se supone que tuvo estreno comercial en España pero que me aspen si lo recuerdo.

Protagonizada por un Richard Gere en horas bajas pero que sigue manteniendo su carisma, la película es un cruce entre cine policíaco y de espionaje que sorprende al revelar a las primeras de cambio su as en la manga. Acostumbrado a que este tipo de films se basen básicamente en intentar que no adivinemos el agente doble que todos sabemos que va a aparecer en cualquier momento, es un alivio que la sorpresa que uno se huele desde el primer minuto no termine resultando parte del clímax final, sin que ello no imposible que haya varios giros argumentales más, alguno más forzado que otro.

El principal mérito del film es que, pese a ser en apariencia un film más de espías con ecos a la Guerra Fría, bebe del género policiaco lo suficiente como para contener unas cuantas dosis de acción que la distingan de las películas de largas conversaciones en despachos e intrigas tras una pantalla de ordenador. La lástima es que, o bien por su presupuesto o por la inexperiencia del director, el debutante Michael Brandt, hay momentos que se parecen más a un telefilm que a una película pensada para ver en cine, pudiéndose confundir, casi con un episodio aislado de algún procedimental. Eso sí, con un reparto de lujo.

Al menos no aburre. Y sea más o menos creíble la trama consigue mantener el interés hasta el final.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Netflix: COFFEE & KAREEM

Coffee & Kareem estaba llamada a ser el gran éxito de Netflix durante el confinamiento, pero que se presentase sin doblar hasta hace apenas unos días sin duda le ha restado fuerza, permitiendo que películas inferiores como Code 8 o Dangerous lies se impusieran (aunque la película del confinamiento ha sido, sin duda, Tyler Rake.

Estamos ante la clásica comedia policíaca en la que dos enemigos naturales deben hacer equipo para enfrentarse al villano de turno, teniendo que ser capaces de limar sus asperezas para sobrevivir. En este caso, el equipo en cuestión está conformado por un policía algo patán y el rebelde e inadaptado hijo de su novia. Poli blanco, chaval negro, para más datos.

Con Ed Helms como principal rostro reconocible, la película se beneficia de un buen ritmo de acción, con algún giro argumental ligeramente previsible pero lo suficientemente efectivo como para que el interés funcione, y unos momentos de humor bastante acertados.

No es que estemos ante una película para lanzar cohetes, pues no ofrece nada demasiado novedoso, pero todo lo que hace lo hace bien. Mezcla géneros con un ton o ochentero muy marcado (homenaje a Walter Hill incluido) y se esfuerza en hacer una construcción de personajes bastante más elaborada de lo habitual.

Con una galería de villanos muy acertada, la química entre los policías es muy efectiva, y aunque no busca la escatología fácil tan habitual en el humor moderno, sí sabe huir de una blancura excesiva, sobre todo en una incorrección política digna de aplauso.

El resumen, es que nos encontramos ante una película muy divertida, con algún que otro momento memorable, que puede ayudar a empezar a poner ya a Helms en el punto de mira de la comedia americana, más allá de su trilogía de Resacón en Las Vegas.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Visto en Netflix: EL REY DE LA POLCA

Ya me he referido en diversas ocasiones al hecho de que los biopics reales sobre «grandes emprendedores» de Estados Unidos han terminado por ser casi un género en sí mismos. Estrellas del deporte, brokers de Wall Street o narcotraficantes, siempre suelen ser retratados como antihéroes simpaticones al más puro estilo de la picaresca española.

El rey de la polca es un nuevo ejemplo de ello. Con una base ridículamente cómica (y lo siento para los que sean verdaderos fanáticos de la polca, pero la realidad es que se trata de un género musical más empleado por Hollywood para la burla que otra cosa) y con un Jack Black excelso, la película cuenta la historia de Jan Lewan, un polaco nacido en 1941 que triunfó (es un decir) como cantante y compositor en los Estados Unidos, más próspero por la venta de acciones a un interés inverosímil de su negocio (una tienda de regalos y su propia discográfica) que con la venta de discos y los bolos.

Apoyada en la poderosa personalidad de Lewan y en el gran trabajo de Black, la película consigue enternecer, obligando al público a conectar con un tipo que, en el fondo, no deja de ser un estafador tan ingenuo que ni él mismo parece ser consciente de lo que está haciendo. Típico embaucador de corazón de oro, la película muestra algunas situaciones bastante inverosímiles que, si bien se apoyan fielmente en la historia real del artista, necesitarían algo más de tiempo para ser narradas mejor. En este aspecto, la directora Maya Forbes está más interesada en alternar las risas y las lágrimas que en profundizar en la propia secuencia de los hechos, haciendo que episodios como el de la visita al Santo Papa queden algo confusos. Tampoco es que importe demasiado. Se trata de lo que Jan Lewan hace, no de como lo hace.

Así pues, divertida comedia con momentos absurdos que Black logra sacar adelante con pericia y un buen puñado de canciones tan adictivas como irritantes y a la que, si se le quieren poner peros, habría que buscarlos en la excesiva benevolencia con la que se trata a Lewan.

 

Valoración: Siete sobre diez.

viernes, 12 de junio de 2020

Visto en Movistar: LA LÍNEA INVISIBLE

Demasiado tiempo he tardado en poder hablar de una de las mejores series del año. Pero como se suele decir, la actualidad manda. Y en mi caso la actualidad ha sido un duro golpe que me ha dejado sin ganas para casi nada durante un buen tiempo.

No sé si La línea invisible sea la mejor opción para recuperar mi rutina con el blog (iba a decir que necesito escribir para mantener mi cordura, pero lo cierto es que nunca he dejado de hacerlo y en camino está ya mi cuarta novela), pues no se trata precisamente de un tema cómico, pero si de lo que se trata es de encajar golpes duros de la vida, que mejor ejemplo que el descubrir, en una historia que refleja bastante la realidad de lo sucedido, como se empezó a gestar la banda terrorista ETA.
No querría perder mucho tiempo en la absurda polémica que ha envuelto a la serie (como siempre, auspiciada por unos iluminados que la han atacado antes incluso de su estreno), pero desde luego quien piense que la lujosa producción de Movistar tiene como objetivo blanquear a la banda terrorista no puede ir más equivocado.
Al igual que hiciera Amenábar en la maravillosa Mientras dure la guerra (no es casual que Alejandro Hernández participe como guionista en ambas producciones), Mariano Barroso se ha limitado a reflejar una realidad, la de la España de postguerra, lo más imparcial posible. Puede que a algunos no les haga gracia que los etarras no se muestren como unos sádicos asesinos sin escrúpulos, pero esperar eso sería buscar ficcionar algo que no fue así. ETA, al menos en sus comienzos, tenía un carácter más revolucionario que violento, y no fue hasta cruzar la metafórica línea invisible del título que se inició un camino sin marcha atrás que derivó en lo que todos conocemos. Así, la serie nos muestra a unos jóvenes idealistas que, con más o menos razones, se embarcan en una misión como oposición al régimen de Franco y en defensa de unos supuestos valores patrios que, como refleja la propia división interna en la banda, solo puede aspirar a hacerse notar por la vía de la sangre.
Enfrente, el cuerpo de policía representado por Melitón Manzanas, que puede llegar a resultar odioso, aunque, como el Franco de Amenábar, no por ello deja de ser un hombre de familia capaz de querer y proteger a los suyos.
Esta es una pugna ideológica entre los personajes de Antonio de la Torre y el de Àlex Moner, una cargada de claroscuros en la que nunca puede haber y vendedor. Y para dejar constancia de ello, el episodio cinco, clave para el devenir de la trama, no está protagonizado por ninguno de los dos, dejando claro que en realidad esto no va de luchadores, sino de víctimas. Y las víctimas no son ni los presuntos opresores ni los presuntos oprimidos sino, justamente, todos los demás, todos los inocentes que, como en cualquier conflicto, como en cualquier guerra, no pasan de ser recordados como los clásicos daños colaterales.
Y es por eso que uno pueda extrañarse al principio de ver a Anna Castillo en un rol tan secundario, pero su decisión final y el monólogo suyo con el que se abre y cierra la serie es toda una declaración de intenciones.
Lo dicho, una magnifica serie y un magnífico retrato de una época que solo auguraba un futuro sombrío para el país y que veremos en breve en la adaptación de la novela Patria que está a punto de ver la luz en HBO.