lunes, 24 de febrero de 2014

THE MONUMENTS MEN (8d10)

Disparidad de opiniones la que genera la última película de George Clooney como director tras la magnífica Los Idus de marzo. Desde mis amigos del CSI (cuanto los echaba de menos) que la pusieron a caer de un burro en su paso por Cannes hasta los que fueron agraciados por pases de prensa hace un par de semanas y la definían como obra maestra.
Sin tener el punto de crítica reflexiva aquella tragicomedia política que tan brillantemente interpretaron Ryan Gosling y el tristemente desaparecido Philip Seymour Hoffman, creo que este episodio concreto de la II Guerra Mundial es un nuevo acierto de Clooney que logra con brillantez intercalar momentos de comedia con el drama que supuso el azote nazi y al amparo de talentosos intérpretes que acompañan a la estrella de la función, Matt Damon, como miembros de una coreografía, destacando a Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin y Bob Balaban, sin olvidar a la gran dama de Hollywood que no es otra que Cate Blanchett, por supuesto.
The Monuments Men cuenta la historia real –con las inevitables licencias, doy por supuesto- de un grupo de soldados sin formación militar que son enviados a la Francia ocupada, primero, y a la Alemania nazi después, en las acaballas de la guerra para intentar evitar si es posible robos de obras de arte por parte de los ejércitos de Hitler o, al menos, tratar de recuperar lo ya desaparecido. A simple vista puede parecer una frivolidad dedicarse a proteger unos cuadros cuando hay tantas muertes inocentes por medio, pero como muy bien justifica el personaje de Clooney al comienzo del film: “Pueden exterminar a toda una generación, arrasar sus casas, y aun así el pueblo se repondría, pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros, eso es como si nunca hubieran existido”.
Quizá el problema que ha tenido esta película con la crítica ha sido la suposición por parte de algunos espectadores de que iban a encontrarse con un drama bélico al estilo de El tren, aquella película de John Frankenheimer con Burt Lancaster en su reparto, o con la acidez brutal de los Malditos Bastardos de Tarantino, pero si sólo se hubiesen molestado en visionar el tráiler se habrían dado cuenta de que la historia que Clooney quiere plasmar es en realidad una comedia sobre un grupo de personajes totalmente ajenos al mundo militar tanto por conocimientos como, en algunos de los casos, por edad que casi recuerda más a los Space Cowboys de Eastwood. 
No hay escenas bélicas ni apenas tiroteos, aunque eso no implica que no haya momentos de tensión o que la película ignore el drama de lo que sucedió en la vieja Europa por culpa de un dictador demente y sus cegados seguidores. Sencillamente, Clooney opta por centrarse en las andanzas de sus hombres, teniendo la habilidad de bastarse de pequeñas sutilezas (la mención al destino del hermano del personaje que interpreta Blanchett, la casa vacía de una familia judía, el bidón lleno de dientes de oro) sin necesitar recurrir a planos de cadáveres o a famélicos judíos encerrados en sus campos para hacer justicia a los caídos
Así, las propias obras de arte son una metáfora de las víctimas de la guerra, y los cuadros ardiendo bajo el fuego nazi representan todo aquello que se perdió en esa guerra. Y aun así, consigue hacernos sonreír, disfrutar con unos personajes simpáticos y efectivos a los que quizá la coralidad de la historia impide que se les saque todo el jugo posible, pero que funcionan en pantalla y transmiten su energía y positividad, que junto con la acertada composición de Alexander Desplat dan a la cinta un aire épico y emotivo.
Dirigida con un clasicismo que recuerda al Hollywood dorado, The Monuments Men no es, al fin, una película bélica, lo que muchos no han sabido perdonar a Clooney. Pero olvidan que al cine se va a disfrutar de la película que un señor (llámese George Clooney o llámese Perico de los Palotes) ha querido realizar, y no a ver lo que el propio espectador quiere ver. Nunca llueve a gusto de todos pero decir que The Monuments Men es una mala película es estar cegado por las fobias que asaltan a muchos críticos de opereta.
No es una obra maestra, pero tampoco se lo pedía.


HER (8d10)

Cuando falta cada vez menos para la entrega de los premios Oscar (apenas una semana justa), y siendo evidente que como siempre nos quedaremos sin poder ver alguna de las películas importantes de la noche, se estrena este fin de semana la última obra de Spike Jonze, Her, otra que compite como mejor película y guion, aunque extrañamente su director y protagonista (casi omnipresente) han sido obviados (¿será que la película se ha hecho sola?).
Aunque no suele ser lo habitual en mí, en ocasiones me enfrento a una pantalla de cine sin tener ni idea de lo que voy a ver, sin una base argumental a la que agarrarme. Algunas veces (y The Master, con el mismo protagonista, es un buen ejemplo) ese es un error atroz, pero esta vez me ha resultado toda una sorpresa, sintiéndome desconcertado y sorprendido hasta casi el ecuador del film.
No obstante, si ustedes no son gente intrépida y prefieren saber de qué va el último invento de un director tan personal como Spike Jonze, que llamó mi atención con Cómo ser John Malkovich, no estuvo mal en Adaptation (el ladrón de orquídeas) y me aburrió en la visualmente interesante pero poco más Donde viven los monstruos, aquí les dejo cuatro pinceladas.
Joaquin Phoenix (uno de esos actores que normalmente no trago por mucho que suela alabarlo la prensa del CSI) es Theodore, un hombre solitario y amargado por el fracaso de su matrimonio pero con alma de poeta (se dedica a escribir cartas personales para otros –sí, ese es su oficio, en serio-) hasta que se hace con un nuevo sistema operativo con inteligencia artificial con quien entablara una peculiar relación. Hay que advertir, si no lo han notado ya, que estamos ante una película futurista, pero a apenas unos pocos años de nuestro presente. Nada de coches voladores ni pistolas de rayos, solo ligeros avances tecnológicos, un poco al estilo de Un amigo para Frank, o la patria Eva).
Con esta premisa, Jonze nos invita a conocer un mundo obsesionado por la tecnología donde un ordenador o un videojuego puede llegar a ser suficiente para satisfacer las necesidades sociales del individuo, más cuando ese ordenador tiene la capacidad de aprender y evolucionar, llegando a tener sentimientos más intensos incluso que una persona de carne y hueso (y alma).
Pero no es esta una fábula sobre los peligros dela tecnología, pues en todo momento (independientemente de hacia dónde termine dirigiéndose el film) esos avances se ven más como una bendición que como un problema y no es ese el objetivo real de Jonze, firmante también del guion. Una vez más, como ya sucediera en Nebraska, la última película de la que hablé, se trata de hablar sobre sentimientos. Sobre la soledad, el amor (y la perdida de este) y los problemas de comunicación.
Phoenix está extrañamente brillante, y pese a lucir su habitual cara de circunstancias en algunos momentos, en otros muestra una variedad de registros como no le conocía al hermano del malogrado River Phoenix, siendo capaz de aguantar la presión de la cámara en los muchos momentos de conversaciones virtuales en la que su rostro ocupa un permanente primer plano.
Está muy presente el tema del matrimonio y del fin del amor en una pareja, por lo que me deja la duda sobre si la empatía que siento hacia Theodore es sólo por su calidad interpretativa o hay un punto de implicación personal por mi parte, pero lo que no deja margen de duda es que tanto él como los pocos (y conocidos) actores que lo rodean desprenden una naturalidad sorprendente en curioso contraste con la temática tecnológica del asunto. Por aquí andan la nueva novia de América Amy Adams, una fugaz Olivia Wilde, Rooney Mara –la Lisbeth Salander yanqui- y Chris Pratt, el nuevo héroe Marvel.
Y sin dejar el apartado interpretativo quiero hacer hincapié de nuevo en el terreno del desconocimiento del que les hablaba al principio de mi comentario. Una parte esencial de la historia la compone  ese personaje virtual al que oímos contantemente la voz pero solo nuestra imaginación es capaz de poner rostro. Y eso me lleva a una reflexión: ¿es intención del director influir en nuestra imaginación con respecto al físico tras la voz o debería ser ese un elemento más con el que jugar? Los espectadores que acudan a verla en versión original quizá lo tengan claro, pero en la versión doblada yo acudí de nuevo con la ignorancia de quienes eran los intérpretes aparte del protagonista de la carátula. Y al escuchar la voz sin rostro me recordó a Ellen Page no podía evitar pensar en la protagonista de Juno a ver a Theodore hablar son su Sistema Operativo (SO). ¿Habría cambiado algo si desde el primer momento hubiese sabido que la voz original correspondía a Scarlett Johansson? Ahí les dejo la pregunta.

En resumen, una interesante propuesta sobre las parejas, el amor, la amistad y la artificialidad bien aderezada con planos reflexivos e interesantes y bellos paisajes.

domingo, 23 de febrero de 2014

NEBRASKA (8d10)

Con alguna semana de retraso consigo al fin visualizar Nebraska, la última obra del sensible y emotivo Alexander Payne que ya nos sedujo con Entre Copas y, sobre todo, Los descendientes y que para su última fábula sobre la vida y las relaciones humanas se basa en esta ocasión más que nunca en la fuerza interpretativa de un magistral Bruce Dern, por la que ha conseguido una merecidísima nominación al Oscar.
Pero vayamos por partes. Independientemente de la sobrada calidad de Nebraska, hay que empezar advirtiendo que no es una película para todos los públicos. Y no precisamente por sus excesos, como podría ser el caso de El lobo de Wall Street, sino más bien por todo lo contrario. Filmada en un delicioso blanco y negro Nebraska es de ritmo lento, tranquilo, a veces irritante. Es de esas películas que puede transmitir tanto con sus diálogos como con sus silencios, repletos de miradas y de paisajes contemplativos que pueden desesperar al espectador más impaciente.
Advertidos pues, lo que el público se va a encontrar en las poco menos de dos horas de duración del film es la epopeya de un hombre mayor, huraño y parco en palabras con un pasado empapado en alcohol, que se empeña en atravesar dos estados, andando si es necesario, con tal de cobrar un premio de un millón de dólares cuya notificación le ha llegado por correo. Evidentemente, el timo de la estampita, una publicidad ruin para conseguir suscripciones a no sé qué revista en forma de engañabobos.  Y aun sabiendo eso uno de sus hijos, David, cuya vida no es precisamente sinónimo de éxito –a diferencia de su hermano Ross, cuya carrera en televisión va por el buen camino-, decide concederle el capricho y llevarlo en coche en busca del dichoso premio, teniendo que parar por el camino a pasar el fin de semana en el pueblo oriundo del anciano, donde una improvisada reunión familiar descubrirá a David sus verdaderas raíces.
Quizá la excusa argumental pueda recordarles a la reciente Agosto, pero si en aquella era el glamuroso reparto quien llamaba la atención aquí los nombres de los intérpretes son bastante más anónimos (entre los secundarios más destacados se encuentra Stacy Keach, que después de tantos años sigue siendo recordado básicamente como Mike Hammer), consiguiendo irónicamente mejores interpretaciones demostrando que cuando un director es bueno ya se tiene la mitad de camino recorrido.
Payne es experto en sacar a relucir las heridas del alma pese a los presumibles problemas de comunicación (ya le pasaba a George Cloney con sus hijas en Los descendientes) y aquí consigue que David y su padre Woody aprendan a conocerse y respetarse, por más que su pasado esté repleto de errores y secretos.
El viaje por el corazón de la América profunda es también un viaje por sus corazones, consiguiendo tal empatía que termina siendo también un viaje a nuestro propio interior, consiguiendo que simpaticemos con ese terco y –aparentemente- egoísta cascarrabias hasta el punto que no queremos que su viaje termine tan pronto.
Además, Payne consigue con acierto que una historia tan emotiva y de lágrima fácil esté cargada de humor e ironía, lo cual es siempre agradecido, y la clave a la larga lista de premios y nominaciones que está cosechando a su paso (en los Oscars, sin ir más lejos, se encuentran con opciones también el director, June Squibb interpretando a la sufrida mujer de Woody, el guion y la propia película), convirtiendo esta película en una muy recomendable opción para disfrutar de buen cine y, de paso, hacer un poco de reflexión interna sobre el camino que está tomando la vida de cada uno y el amor que somos capaces, ya no solo de sentir, sino también de demostrar, hacia los que nos rodean. Aunque no todo es bonito, como la vida misma, y también hay tiempo para reflexionar sobre la codicia y la hipocresía que invade a todos los que rodean al querido hijo pródigo al volver al pueblo que lo vio nacer cuando piensan que realmente es millonario.

Alexander Payne, de nuevo, de notable.

lunes, 17 de febrero de 2014

ROBOCOP (4d10)

En 1987 un Paul Verhoeven recién llegado a los Estados Unidos haría la primera de sus tres grandes películas, RoboCop (después de Desafío Total e Instinto Básico su nombre dejó de ser sinónimo de éxito), una brillante y salvaje fábula policíaca y de ciencia ficción sobre un personaje mitad hombre mitad máquina que daría pie a dos secuelas, cuatro series de televisión y toda una franquicia en comics.
Ahora, 27 años después llega un posiblemente innecesario remake con José Padiha a los mandos y Joel Kinnaman como protagonista. Pero sería injusto cargar a esta película con la losa de ser constantemente comparada con su antecesora, así que mejor la olvidamos y la intentamos analizar como obra individual.
Y como obra individual RoboCop es demasiado plana como para entusiasmar, con un director sin demasiada pericia en las secuencias de acción (recuerden que su currículo se reduce a Tropas de Élite 1 y 2) y un actor que no produce nada de empatía, al que le perjudica enormemente su ego (como también sucede en la mayoría de películas de superhéroes) que obliga al director a rodar demasiadas secuencias con la cara descubierta (aprovecho el momento para aplaudir la valentía de actores como Hugo Weaving o Karl Urban por atreverse a interpretar personajes sin rostro como en V de Vendetta o Juez Dreed), con lo que sus escasas dotes interpretativas salen a relucir lastrando la acción del film, así como toda la subtrama familiar que –sinceramente- nos importa un pepino. Que en una película de un robot policía las mejores secuencias sean los duelos interpretativos entre despachos de Michael Keaton y Gary Oldman demuestran que algo se está haciendo mal.
Visualmente, por supuesto, es impecable, no en vano ha costado más de cien millones de dólares, pero algo rechina en esta producción que…
¡Oh, vamos! ¿En serio se han creído que no la vamos a comparar con el RoboCop de Verhoeven? Por supuesto que debemos hacerlo. No estamos hablando de la adaptación de un libro o de un comic. Es una versión de una historia casi perfecta, con una violencia y una mala baba genial que por aquí no aparece por ningún lado y con una supuesta crítica social que, en el remake, aparte de en sus primeros diez minutos, termina desvaneciéndose hasta desaparecer, al no ser que nos conformemos con las pesadas apariciones de Samuel L. Jackson como presentador de noticias con aire de telepredicador.
No se entiende que contraten a un director supuestamente con personalidad como Padiha para no concederle después total libertad, o que la película deba estrenarse con una calificación moral baja cuando una de las cosas que hicieron grande al auténtico RoboCop fue su generosidad con la sangre, o que ellos mismos reconozcan sus propios complejos con el cambio de color del uniforme con su posterior rectificación.
No les voy a intentar meter en la cabeza que esta película es una auténtica basura, pues tampoco es para tanto, pero  no es ni tan trepidante, ni tan emocionante ni tan divertida como aquel clásico ochentero, y por buenos secundarios que se hayan fichado no consiguen hacer olvidar a Miguel Ferrer, Ronny Cox o Nancy Allen.

Lamento decir esto pero si quieren que les sea sincero, si desean disfrutar de la película ahórrense la entrada del cien y corran a su videoclub a recuperar al Robocop que fue Peter Weller. Disfrutarán más.

 

CUENTO DE INVIERNO (7d10)

Cuento de Invierno es una película extraña, desconcertante, que comienza (prólogo confuso aparte) con la acción ya arrancada y el prota, Peter Lake, perseguido con saña por el malo de la función, Pearly Soames, y sus secuaces.
Y si no han leído ustedes nada sobre este film antes de entrar en la sala de cine quizá deberían dejar de leer y entregarse a la aventura de una historia de fantasía y emociones que, como poco, les intrigará y sorprenderá. Advertidos quedan.
Y es que enseguida nos encontramos con caballos voladores, seres demoníacos y la eterna lucha del bien contra el mal con milagros de por medio.
Si han continuado leyendo es que no quieren arriesgarse a la incertidumbre de una película que posiblemente atraerá sobre todo por su reparto (y perdonen si se dienten tratados como incultos por dar por sentado que desconocen, como yo, la novela que adapta) con dos grandes figuras y un buen puñado de sorprendentes secundarios (algunos casi cameos), así que permítanme entrar al trapo con la trama:
Abandonado a su suerte en la maqueta de un barco siendo apenas un bebé (¿alguien ve aquí una revisión de la historia de Moisés?), Peter Lake es acogido por el siniestro Pearly Soames, que descubre en él innatas dotes como ladrón y lo apadrina con la esperanza de que algún día herede su imperio criminal. Pero cuando comprueba que el tal Lake oculta un corazón decente decide eliminarlo. Hasta aquí, todo normal. Pero cabe señalar que Soames es un demonio a las órdenes de Lucifer que se codea con ángeles caídos mientras que Lake está destinado a realizar un milagro que cambiará la vida de una joven y moribunda pelirroja. Y aquí la cosa se empieza a poner ya más rara.
Injustamente maltratada por la crítica, Cuento de Invierno es el debut como director de Akiva Goldsman, prestigioso guionista que está detrás de piezas tan infumables como los Batman de Schumacher como de Una mente maravillosa (por la que ganó el Oscar), El código Da Vinci o una docena de episodios de Fringe, entre muchas otras. Y a mi parecer se lleva el gato al agua con secuencias visualmente muy hermosas y una narración acertada (toda confusión inicial se disipa por el paso de los minutos), por más que en ocasiones abuse de planos demasiado forzados, muy fotográficos o “de posturitas”.
En el apartado interpretativo el peso se lo reparten Colin Farrell (del que ya he dicho que encuentro algo cansino cuando ejerce de protagonista) y Russell Crowe (con un papel que recuerda demasiado a su Javert de Los Miserables), aunque Jessica Brown Findlay brilla con luz propia (solo se le puede acusar de deslumbrar demasiado para representar que la muerte le ronda, aunque eso no es culpa suya) y las aportaciones breves pero interesantes de Jennifer Connelly, William Hurt, Graham Greene, Kevin Durant, Will Smith y ¡atención! Eva Marie Saint (sí, la veterana estrella de Con la muerte en los talones).
Me resulta muy curioso (incluso arriesgado) el ofrecer hoy en día un título tan “espiritual” como este, que hable de milagros con total normalidad y que aunque evite referirse directamente a Dios (supongo que para hacerla más universal en estos tiempos de Fe inestable), con explicaciones como “el Universo nos protege a todos”, las alusiones no engañan a nadie. El amor vence al odio. El bien al mal. Y Dios al Diablo. Así son las cosas.
No voy a ensalzar la película hasta considerarla una obra maestra, pero sí la defenderé sin miedo por atreverse, pese a sus evidentes deficiencias, a emocionar, a provocar un nudo en el corazón y humedecer en más de una ocasión los ojos.
Tanto es así que me atrevería a asegurar que, si hubiesen sido un poco más arriesgados y hubiesen apostado más en la promoción de la película y su temática fuese navideña (parte de la acción trascurre alrededor de Fin de Año, pero no hay ninguna alusión directa a la Navidad), esta merecería ser el Qué bello es vivir del siglo XXI.

Ahí lo dejo.

SÓLO PARA DOS (3d10)

Sólo para dos nace con la intención de ser una comedia romántica con la sana intención, sin embargo, de reírse del amor, entiéndase en el sentido más plástico del mismo, el más empalagoso, con referencias al amor de culebrones, a la música de Camilo Sexto y, sobre todo, a la artificiosidad de los resorts caribeños destino clásico para recién casados que en esta ocasión, para rizar más el rizo, se trata de un hotel exclusivo para parejas.
Sin embargo, aquí termina todo. Tras unos años con buenas películas españolas, cada vez más afianzada en el género del terror pero con comedias muy destacables y con pequeñas joyas esporádicas como Grupo 7, Vivir es fácil con los ojos cerrados, Celda 211, etc. está película dirigida (es un decir) por Roberto Santiago es un claro paso atrás en romper las barreras y los tópicos que nos incitan a clasificar el cine patrio como “más de lo mismo”.
Y es que Sólo para dos no solo plasma un estilo pesadamente televisivo sino que pretende conseguir el humor mediante clichés casposos mil veces vistos y totalmente faltos de originalidad.
Con un reparto hispanoargentino encabezado por un Santi Millán que lleva años repitiendo el mismo papel de siempre, la cinta pretende emular con gracia la eterna guerra de sexos mediante una historia de enredos, parejas que se rompen y se entrecruzan y cuernos donde el único mensaje que se puede sacar es el de que los hombres son todos unos cabrones que piensan con lo de abajo (ustedes ya me entienden) y las mujeres unas histéricas que no tienen ni idea de lo que quieren.
Simplemente simpática por momentos, la trapa avanza demasiado a trompicones, como si durante demasiado tiempo del metraje los guionistas no supiesen en qué dirección moverse, contando con el único reclamo de los paisajes caribeños que (y espero no ofender a nadie) dejan bastante que deseas, pues el caribe venezolano (la acción transcurre en isla margarita) no tiene punto de comparación con las playas de las Antillas Mayores. O quizá sea todo culpa de Roberto Santiago, que pese a conseguir un par de planos acertados (qué menos le vamos a pedir) no logra plasmar la belleza de la isla, de las playas de arena fina o de los paisajes forestales, hasta el punto de que uno debe quedarse hasta los títulos de crédito para comprobar que efectivamente han rodado en Venezuela en lugar de limitarse a construir cuatro decorados con palmeras de importación. Puede que lo único que Santiago pretenda destacar sean las curvas de María Nela Sinisterra. Él sabrá.
He obviado conscientemente el argumento, pues dentro de lo manido y chusco que es, les permitiré que al menos se sorprendan si pueden con los pocos giros de guion que contiene esta historia sobre un matrimonio en crisis que regenta un cutre hotel a pie de playa.
Alguna sonrisa provoca, pero no las suficientes… Así que aquellos que odiaron Tres bodas de más mejor que huyan sin pensárselo dos veces de este Sólo para dos.

Advertidos quedan…





lunes, 10 de febrero de 2014

LA GALA DE LOS GOYA

Paso rápido por el blog pese a las horas intempestivas que son para comentaros brevemente los resultados de la Gala de los Goya de este año, donde ha habido dos claras triunfadoras, una en el apartado artístico y la otra en el técnico.
Después de una gala de casi tres horas, pesada y con poca gracia, con un Manel Fuentes acartonado y de escasa chispa (por no mencionar el horrible número musical) donde no se salvan ni los habitualmente ingeniosos chicos de Muchachada Nui, David Trueba ha sido el gran vencedor. Acostumbrado a perder (como él mismo ha reconocido, no en vano es del Athletic), su simpática y entretenida Amar es fácil (con los ojos cerrados) le ha propiciado el Goya al mejor director y al mejor guion original, además de haberse coronado como mejor película.
La historia de un profesor de inglés que se empeña en conocer a John Lennon para pedirle que incluya las letras de las canciones en los discos ha conquistado los corazones de los miembros de la academia, que han premiado también a Javier Cámara (parece increíble que no tuviera ninguna estatua cabezona después de seis nominaciones) y a Natalia de Molina como mejor actriz novel. La música original de Pat Metheny es la culpable del sexto Goya.
Las Brujas de Zugarramurdi, del gran Alex de la Iglesia, no ha conseguido ninguno de los grandes, a excepción de la mejor actriz de reparto que ha sido para Terele Pavez, pero sus ocho premios en total no son moco de pavo.
La Gran Familia española (que de once nominaciones se ha tenido que conformar con la mejor canción y el de actor de reparto) y Caníbal (que se va con las manos vacías pese a tener ocho opciones) son las grandes derrotadas.
Consolados pueden sentirse los productores de La herida con dos premios cantados para Fernando Franco como director novel y Marián Álvarez como actriz.
El mejor actor revelación ha sido Javier Pereira por Stockholm y Roberto Álamo se ha llevado el de mejor actor de reparto.

Como no podía ser de otra manera, no han faltado los actos reivindicativos, como las manifestaciones por los despedidos de Coca Cola, la referencia a la marea blanca en boca de Javier Bardem o las multiples críticas por la subida del IVA al gobierno español y al ministro Wert, que curiosamente no pudo acudir a la cita. Mariano Barroso, ganador al mejor guion adaptado por Todas las mujeres es el que está más fino: “Si el ministro de Defensa no fuese al desfile de las Fuerzas Armadas a al día siguiente le echarían"

OLD BOY * (4d10)

Por mucho que Spike Lee se canse en decir que no es un remake, sino una adaptación directa del comic, es imposible evitar las comparaciones con la brillante película de Chan-wook Park. No voy a ocultar mi admiración por el cine de Park –basta con que reviséis mi crítica de Stoker-, pero lo cierto es que no hay en esta nueva versión de una terrible historia de venganza nada de la belleza visual y el colorido de la original, más allá de algunos carteles inspirados y un par de escenas concretas.
Ya de entrada no hay nada destacable desde el punto de vista de la dirección. Spike Lee fue años atrás un director de gran personalidad caracterizado por su lucha por la igualdad social, siendo Malcon X su mejor ejemplo, pero de un tiempo a esta parte se ha domesticado en exceso y aun manteniendo sus dotes fílmicas no muestra unas señas de identidad destacables.
En vacío el debate sobre si es o no necesario este remake, ya que debemos recordar que el público objetivo es el americano y posiblemente ellos no habrán podido disfrutar (y mucho menos doblada al inglés) la Old Boy de Park, por lo que es mucho más lógico un remake como este que, por ejemplo, el de Robocop que llegará a España en unos días.
Old Boy cuenta la historia de un hombre despreciable, alcohólico, tan mal marido como padre, que un día es secuestrado y retenido durante veinte años en una pequeña habitación mientras mediante un televisor es informado del atroz asesinato de su ex mujer y de cómo él es el principal sospechoso, siendo buscado por la policía y repudiado por su propia hija. Cuando al fin consiga la libertad pondrá en marcha una sangrienta venganza y una búsqueda de la redención sin más ayuda que la de una joven voluntaria social.
El principal escollo de la película, dejando de lado las comparaciones, está en la interpretación de dos de los protagonistas (Elizabeth Olsen está muy bien, como nos tiene acostumbrados), ya que Josh Brolin lo borda cuando tiene que ser desagradable y consigue que lo odiemos pero fracasa a la hora de convencernos para empatizar con él y apoyemos su cruenta venganza que, por otro lado, no le resulta demasiado complicada (dejando de lado el giro final que no es cuestión de revelar aquí), mientras que Samuel L. Jackson insiste en mimetizarse en tipos extravagantes y ridículos que no ayuda a que nos involucremos en la trama.
Las escenas de lucha no son, desde luego, lo fuerte de Lee, que no domina el arte de las coreografías  como merece una historia surgida de un comic oriental, propiciando que la venganza de este hombre llamado Doucett sea menos creíble todavía.
Si bien su argumento es interesante, su puesta en escena es cansina y pesada, llegando a aburrir durante su primera mitad, alargando en exceso esos veinte años que dura el encierro, de manera que cuando empieza la acción el público ya ha perdido gran parte del interés. Y cuando eso sucede, en ocasiones es imposible recuperarlo.
Para rematar, la distribuidora es la primera que no ha confiado para nada en la película, habiéndose estrenado (otra más) muy mal, casi a escondidas, por lo que de nuevo he tenido que recurrir a una “sesión privada” como muestra el asterisco de arriba.

Y puestos a tener que recurrir al cine de salón, ¿por qué no os revisáis mejor la película de Chan-wook Park?

LA LEGO PELÍCULA (4d10)

No tengo por costumbre justificar mis opiniones ni la puntuación que otorgo a cada película. No me baso en la opinión de otros ni en las críticas que publican otros medios, e intento no dejarme influenciar por el estado de ánimo en el que me encuentre en el momento de visionar el film o la simpatía o antipatía que me produzca un director o unos actores concretos.
Comienzo así porque me ha sorprendido las maravillas que se cuentan por ahí sobre Lego (en IMDB está puntuada con un 9, filmaffinity le da un 7,5, un 4,5 sobre 5 en Sensacine…), ya sea en radio, blogs de Internet y otros altavoces de lo medio de comunicación. Y, la verdad, quitándole el punto de curiosidad que supone que los personajes y los decorados se compongan de piezas del popular juguete de bloques, poco más hay para rascar en una película simpática pero poco más.
Lego cuenta la nada original historia de un tipo corriente, vulgar y anodino que termina por convertirse en héroe y salvar el mundo mundial de la destrucción en manos de un megalómano tiránico y desquiciado. Con algunos gags especialmente inspirados, curiosamente todos ajenos a los protagonistas (tanto Batman como la relación entre Superman y Linterna Verde se llevan los mayores aplausos), Lego no deja de ser un anuncio de juguetes de hora y media de duración. Un anuncio al que se apunta la propia productora, la Warner Bros, ya que todos los personajes reconocibles le pertenecen, ya sea como dueña de DC, productora de cine (El Hobbit, Harry Potter…) o como distribuidora (Tortugas Ninja). Es por eso que no hay rastro de personajes Marvel o cualquier otra franquicia ajena a Warner de los que sí se aprovecha Lego en sus juguetes.
Y sin querer spoilear el giro argumental del final, permitidme comentar también que la moralina que se desprende del personaje interpretado por Will Ferrer se me antoja gratuita, mientras que el cambio de actitud de “El hombre de arriba” es muy precipitado y para nada justificado.
Tiene buenas intenciones, pero termina cayendo en demasiados tópicos. Y tanto juguetito arriba y abajo, con o sin 3D, a mí me llegó a aburrir.
Felicidades a los que disfrutaron tanto de “esto”. Quizá es que sean más felices de corazón. Yo no lo hice. Y tampoco la gente que se encontraba conmigo en la sala el viernes del estreno a media tarde.

¡Ay, no, perdón! Que estaba yo sólo en la sala…

lunes, 3 de febrero de 2014

LA GRAN ESTAFA AMERICANA (6d10)

Hace apenas unos años el director David O. Russell era persona non grata en el mundillo de Hollywood. Acabó a puñetazos con George Clooney en el rodaje de Tres Reyes, fracasó con su película Extrañas coincidencias pese a su interesante reparto y dejó una película inacabada por sus desvaríos con el presupuesto, estando a punto de llevar a la quiebra a una de las productoras que participaban en ella.
Fue entonces cuando su actor fetiche Mark Wahlberg le convenció para hacer The Fighter, una de esas películas que nacen ya con los Oscars como punto de mira. Finalmente Mark se quedó con un palmo de narices, pero los otros dos protagonistas de la historia, Christian Bale y Amy Adams si se llevaron una estatuilla a casa y Russell aprendió el arte de hacer amigos.
Su siguiente película, El lado bueno de las cosas,  era interesante dentro del género de las comedias románticas, pero ninguna obra maestra, pese a lo cual tuvo un montón de nominaciones incluida la que ganó Jennifer Lawrence y algo parecido puede pasarle con el estreno que nos ocupa.
Está claro que en Hollywood es fundamental caer bien. Y por algún extraño motivo las tornas se han girado y ahora David O. Russell cae bien. La gran estafa americana es la máxima favorita para llevarse un montón de premios este año y su reparto está presente en las cuatro categorías interpretativas de los Oscars. ¿Es para tanto la cosa? Desde luego que no.
Partiendo de una temática real (unos estafadores que son obligados por el FBI a colaborar para detener políticos corruptos), podríamos encontrar similitudes en cuanto a los personajes con las recientes El lobo de Wall Street o Sudor y dinero; de nuevo un puñado de personajes actuando de forma bastante absurda, unos perdedores que en pos de la justicia no merecerían dar un palo al agua (vale, los tipos de la peli de Scorsese están forrados, pero quitando a Belfort el resto no deja de ser un grupito de matados a los que la suerte les lleva a ganar una millonada). Otro referente que nos puede venir a la mente son los Ocean’s de Sodelberg, con la que comparte la espectacularidad del casting y la base de ladrones robando a ladrones (o timadores timando a timadores para ser más exactos), pero ni Russell tiene el nivel narrativo como cineasta de sus colegas Bay, Scorsese o Sodelberg ni el guion está a la altura de las circunstancias.
El reparto es interesante, sí, y todos lo hacen muy bien, desde Bradley Cooper tratando de desencasillarse de sus Resacones hasta un irreconocible Christian Bale, barrigudo y medio calvo, pasando por las divas Amy Adams y Jennifer Lawrence y un episódico Jeremy Renner (el único que se ha quedado sin nominación), pero tampoco creo que podamos hablar de interpretaciones antológicas que queden gravadas en nuestras retinas para el resto de nuestras vidas.
Además, 140 minutos para contar esta historia es algo excesiva, llegando a aburrir en muchos momentos (el mismo arranque es tedioso) y resultando más interesante las maquinaciones y traiciones entre ellos que la trama general de la estafa (que sí, es americana, pero no tiene nada de grande), mientras que lo mejor son los puntos más absurdos y surrealistas como la participación de Michael Peña haciéndose pasar por jeque árabe o el cameo de Robert De Niro interpretando, cómo no, a un mafioso.
Al final, da la sensación de que Russell se ha obsesionado queriendo rendir homenaje a la década de los setenta de tal manera que parece más centrado en los adornos que en la historia en sí, cuidando más los detalles de maquillaje y vestuario (los verdaderos protagonistas del film son los peinados de ellos y los escotes infinitos de la Adams) y en la estupenda banda sonora repleta de hits de la época que en hacer creíbles algunas situaciones y diálogos.

En resumidas cuentas, mucho ruido y pocas nueces para una película correctita pero que no va a ser, ni de lejos, de lo más destacado del año. Yo, probablemente, el mes que viene me haya olvidado ya de ella.

AL ENCUENTRO DE MR. BANKS (7d10)

Existen dos formas diferentes de analizar esta película.
La primera, y más importante, es analizándola como lo que es, un producto Disney, una historia entrañable, tierna y simpática basada en los esfuerzos de Walt Disney para conseguir que la escritora Pamela Travers le ceda los derechos de su obra más personal: Mary Poppins, de la que el mandatario de la multinacional de las orejas lleva veinte años enamorado. Así, la película discurre por un lado entre las negociaciones con la autora, la confección del guion a ocho manos (la propia Travers interviene de forma determinante en la escritura del mismo junto al guionista Don DaGradi y los autores musicales Robert y Richard Sherman) y el esperado estreno, mientras que por otro lado conoceremos los orígenes de la popular niñera mediante un recorrido por la infancia de Travers y su relación con su admirado padre, un hombre fantasioso y soñador pero con preocupantes problemas que arrastrarán a toda su familia).
Así, podríamos pensar que es una película en la línea de Mi semana con Marilyn o Hitchcock, que no eran realmente biopics de los dos artistas, sino crónicas del rodaje de El Príncipe y la Corista y Psicosis respectivamente, pero yo la acercaría más bien a la deliciosa (y finalmente trágica) Descubriendo nunca jamás, la historia de como James Barrie consigue estrenar la obra teatral basada en su célebre Peter Pan (otro personaje que, curiosamente, ha logrado pasar parte del imaginario infantil gracias a Disney). Como aquella, Al encuentro de Mr. Banks no es tanto un estudio del mundo de Hollywood (el célebre concepto de cine dentro de cine) como un análisis de lo que pasa por la cabeza de la excéntrica y gruñona escritora, por lo que aquí importa es más la parte literaria de Mary Poppins que no la parte cinematográfica.
Con esta base, la historia está repleta de toques de humor, sensibilidad y algo de dramatismo (este es el mundo real, aquí no hay magia que valga), que funciona perfectamente gracias a una brillante dirección a manos de John Lee Hancock, que filma de manera muy clásica y tradicional, y consiguiendo equilibrar a la perfección las dos historias paralelas. Pero de nada nos valdría todo esto si no fuese por el gran nivel de sus intérpretes, con un Tom Hanks muy convincentemente transformado en Walt Disney, con Colin Farrell demostrando una vez más que brilla mejor como secundario que cuando debe llevar el peso de la película (por cierto, un inciso: ¿por qué es tan ninguneado tanto en los títulos de crédito como en algunos de los carteles del film cuando su presencia en pantalla es tan grande –si no más- que la del propio Hanks y quizá más relevante), y secundarios brillantes como Bradley Whitford, Jason Schwartzman, B.J. Novak o Paul Giamatti.
Mención especial merece Emma Thompson, posiblemente la opción más lógica para interpretar este personaje si tenemos en cuenta sus dos recientes experiencias como guionista con La niñera mágica y La niñera mágica y el Big Bang, en las que interpreta a una niñera claramente inspirada en Mary Poppins. Thompson está brutalmente genial, recreando en las poco más de dos horas de metraje todos los registros posibles en un actor, mimetizándose perfectamente en la estirada escritora de portes británicos, consiguiendo traspasar su antipatía cuando es preciso pero provocando también nuestra simpatía a su antojo. Es incomprensible como puede haber quedado fuera de la terma de los Oscars, pues pocas interpretaciones pueden tener la fuerza de la Thompson a excepción, probablemente, de Cate Blanchett, cuyos respectivos personajes (recuerden la desequilibrada Blue Jasmine) guardan ciertas similitudes.
La segunda forma de analizar la película es confrontándola a la realidad que pretende trasladarnos. Y ahí es donde falla la cosa. Como es natural, no vamos a exigir una fidelidad fiel a un retrato de Walt Disney producido por los estudios Walt Disney Productions, ya que se prefiere apostar por las tiranteces entre Disney y Travers apostando por la comicidad que produce la diferencia de caracteres y el choque cultural entre la flema británica y el Hollywood más artificial, pero nada se dice del carácter tiránico del creador de Mickey Mouse ni de lo mucho que finalmente llegó a odiar Travers la película, cuya excesiva caracterización como mujer amargada y antipática (por momentos parece la mala de la peli, en contraposición con el amable y generoso Walt) y el desprecio que siente ante la pérdida de los valores y la venta de su propia integridad en favor del dinero americano se debe simplemente a un trauma infantil.

Si se tratase de una película de corte histórico o de la biografía de una personalidad clave sin duda me sentiría decepcionado, pero la fidelidad alcanzada en una historia casi anecdótica que sirve de paso para mostrarnos una vez más el Hollywood dorado y sus entresijos no me resulta fundamental a la hora de decantarme por disfrutar de una película entrañable y muy bien hecha que incita irremediablemente a revisar la Mary Poppins original apenas llegar a casa.

JACK RYAN: OPERACIÓN SOMBRA (6d10)

Nueva adaptación al cine del célebre personaje de Tom Clancy, aunque con una importante salvedad: se trata de un guion escrito directamente para la gran pantalla por David Koepp y Adam Cozad, sin partir de ninguna novela concreta. Así, no hay que encuadrar esta película dentro de una hipotética saga de Jack Ryan, como pueda suceder con James Bond o Ethan Hunt, y la prueba más clara es que la película arranca con un Ryan universitario contemplando con estupor los atentados del 11 de septiembre, lo cual impide cualquier alineación cronológica con las otras versiones del personajes (todas ellas, esa vez sí, basadas directamente en novelas de Clancy), las interpretadas por Alec Baldwin en La caza del Octubre Rojo (John McTiernan, 1990), Harrinson Ford (Juego de Patriotas, 1992, y  Peligro Inminente, 1994, ambas de Phillip Noyce) y Ben Affleck (primer intento de renovar la supuesta saga con Pánico Nuclear, de Phil Alden Robinson, en 2002).
En esta ocasión es Chris Pine (quien ya consiguiera hacer olvidar a William Shatner reinventando al Kirk de Star Trek) quien pone rostro y carisma al popular analista de la CIA que empleando más el ingenio y la lógica que la fuerza y las armas (eso tampoco significa que la película carezca de escenas trepidantes y de gran acción), diferenciándolo de otros agentes secretos más al uso. Aun así, los guionistas no evitan hacer un guiño a los seguidores más exigentes del personaje respetando elementos icónicos como su relación con Cathy (descubrimos ahora como se conocieron y sus primeros años de convivencia antes de decidirse a pasar por el altar), interpretada en esta ocasión por Keira Knightley , así como las razones que lo llevaron a convertirse en analista (agradézcanselo a su mentor Thomas Harper, un Kevin Costner recuperado para el cine después de que su Jonathan Kent fuese de lo mejorcito de El hombre de acero, muerte estúpida aparte) y por qué un simple burócrata está tan preparado para la acción (el Ryan original fue veterano de la II Guerra Mundial, este estuvo en Afganistan, ¿ve lo que les decía de la cronología?).
Una característica de la obra de Clancy es ser muy respetuosa con el tiempo que le ha tocado vivir, y las películas no son una excepción. Si las intrigas de la Guerra Fría o el temor al terrorismo fueron temas importantes en los títulos anteriores, es este caso la amenaza que puede acabar con el estilo de vida americano se puede traducir en una demoledora crisis económica (no podía ser de otra manera).
El tercer eslabón de la cadena que garantiza el éxito de este film (tras los nombres de Pine y Clancy) es el de Kenneth Branagh, otrora brillante director reconvertido ahora en artesano eficaz que lejos de sus análisis de personajes reflexivos como corresponde a un fiel shakesperiano (aunque algo se mantuvo en su anterior película, Thor, al menos en la parte centrada en Asgard) se centra más en desarrollar correctamente una historia que en manos de un director menos diestro podría resultar confusa, demostrando que aun estando lejos de la maestría de sus mejores obras (como añoro al autor de Los amigos de Peter, Mucho ruido y pocas nueces y –sí, voy a atreverme a definirla como obra maestra- Frankenstein de Mary Shelley) sigue filmando extraordinariamente bien, midiendo bien el ritmo, dando el tiempo correcto a los diálogos (y es de agradecer encontrar buenos diálogos en un film de acción) y teniendo tiempo incluso para regalarnos la pasividad inquietante de su rostro en la confección del villano de la historia.
Pese a estar estrenada en este mes tan repleto de festivales y premios, Jack Ryan: Operación Sombra no es, ni pretende serlo, una película de Oscars, sino un simple entretenimiento, elegantemente filmado, con aroma clásico y buenas interpretaciones que no aburre en ningún momento aunque tampoco se atreve a arriesgar en su apuesta, por lo que pocas sorpresas se pueden hallar en ella.

Intriga, persecuciones, americanos heroicos y rusos malos. Y la sonrisa de chico travieso de Chris Pine. No pidan más y no serán decepcionados.