sábado, 27 de mayo de 2023

EL DESPIPORRE AL PODER.

Reconozco que cuando entré en la sala de cine no las tenía todas conmigo. Fast&Furious 9 no es precisamente santo de mi devoción, pareciéndome un tropiezo tras la línea ascendiente que la saga llevaba desde su quinta entrega, y me preocupaba que el chiste se hubiese estirado mucho.

Pero no. Contra todo pronóstico, pese a que se notan ciertas carencias en el montaje que sin duda se deben al cambio en la silla de director con el rodaje ya comenzado (me resultan muy extrañas las apariciones y desapariciones del personaje de Brie Larson, por ejemplo), la última (que parece ser que va a ser en realidad la antepenúltima) entrega de la saga de Toreto y familia consigue estar a la altura y subir aun más, si cabe, el nivel de la franquicia.

Fast&Furious X es una mamarrachada toda ella, con un villano esperpéntico y ridículo que roza el histrionismo y unos golpes de efecto absurdos con alianzas inverosímiles y regresos imposibles. Pero, si uno acepta entrar en el universo autoparódico que se viene forjando desde la cuarta entrega (y que explotó definitivamente en la quinta), se dará cuenta que es imposible que tanto despiporre pega molar más.

Es imposible (insisto, si uno viene dispuesto a jugar) no disfrutar con una película tan loca como desenfrenada donde lo peor de la función es, curiosamente, su mayor valedor, un Vin Diesel que sigue aspirando a exhumar intensidad a base de fruncir el ceño y que acapara los momentos más flojos del film. Todo funciona mejor cuando son los supuestos secundarios los que llevan el peso de la acción, destacando, como no podría ser de otra manera, las aportaciones de Jason Statham (breve, muy breve) y Charlize Theron (magnífico el imposible equipo que hace con Michelle Rodríguez), mientras que Jason Momoa se lo pasa genial convertido en un villano tan desquiciante como divertido.

FFX no es perfecta, ni siquiera dentro de su propio subgénero, pero tampoco lo necesita. Tienen la fórmula del éxito y saben que por repetirla no va a dejar de funcionar (aunque sí provoca que una de sus mayores sorpresas, si se analiza fríamente, puede resultar muy previsible). Donde el guion no alcance, destruya las cosas y que sean más grandes. Y por si no basta, te sacas esas dos escenas finales dignas de un cliffhanger de serial televisivo y hacer de la onceaba parte una necesidad.

Leterrier suple con solvencia a Justin Le en el cargo de director y consigue un ritmo endiablado y demencial. Algo que facilita el disfrutar del espectáculo sin tiempo para hacerse preguntas que pudieran estropear el invento, ocultando así las carencias de la narrativa. Y es quem si ellos mismos deciden no tomarse la cosa muy en serio, ¿porqué habríamos de hacerlo nosotros? Al fin y al cabo, la fórmula viene funcionando desde hace tiempo, contra todo pronóstico, dicho sea de paso, gracias a dos ases que se guardan en la manga y que, incluso a base de repetirlos una y otra vez, siguen funcionando. Cuando todo empiece a flojear basta recurrir a dos trucos de ilusionista barato: resucitar a un personaje fallecido y hacer que un villano que mola se alíe con los buenos. Así de sencillo.

Y con el deleite que supone está décima entrega y el exceso visual que supone, uno no puede dejar de pensar en el nuevo tipo de cine que se abre paso en las afligidas salas, un cine excesivo e inverosímil pero a todas luces afectivo como lo era, también, John Wick 4. No sé si estas apuestas puedan ser suficientes para salvar al cine (y por Dios que necesita desesperadamente que alguien lo salve), pero al menos, como apaño, ya vale.

Y así, con la familia como excusa, los machirulos, las amazonas, el reggaeton y la peste a gasolina viene a pegarle un bocado a la taquilla como ya lo hiciera hace unos meses, con la misma fórmula pero diferentes cálculos, el bueno de Keanu Reeves.

Y eso me da para una reflexión: ¿no molaría mil ver a Reeves al volante en la doceava y última entrega? Al fin y al cabo, esto empezó como una copia cani de Le llaman Bodhi. ¿Qué mejor manera de cerrar el círculo?

Ahí dejo la idea. Ahora las pelota está en tu tejado, Vin.

jueves, 25 de mayo de 2023

Guardianes de la Galaxia o el incierto devenir de Marvel.

Al fin ha llegado Guardianes de la Galaxia, vol. 3 y las sensaciones no pueden ser mejores. Es cierto que ha atacado con una taquilla algo inferior al Volumen 2, pero esto bien puede deberse a causas externas, como que ciertos haters han iniciado movimientos porque no pueden digerir que el último éxito de Marvel esté orquestado por quien ya es el mandamás en DC o incluso al efecto dominó por las flojas sensaciones que los últimos estrenos de la casa de las ideas estaban provocando.

Como sea, la película está gustando merecidamente, ya que el cierre del ciclo de James Gunn cumple con creces con las expectativas y es tan divertida como emotiva, siendo también la que tenga más acción y épica de las tres.

Esto debería suponer un respiro para Marvel que desde la apoteósica culminación de la saga del Infinito se ha visto bombardeada por las críticas (muchas de ellas totalmente merecidas) debido a la bajada de calidad e interés de sus propuestas, aunque sospecho que el verdadero problema está en el exceso de las mismas. Con las excepciones de Spider-Man far from home y Dr. Strange en el multiverso de la locura, ni siquiera Wakanda forever a convencido a todos por igual.

Se supone que la última aventura de Star Lord, Rocket, Groot y compañía debería bastar para dejar a los fans con buen sabor de boca y mirar al futuro con optimismo, pero a mi parecer está haciendo justo lo contrario.

Guardianes de la Galaxia, Vol. 3 es una gran película, de acuerdo, y está dado a los fans todo lo que pedían, pero no deja de ser una despedida, un nuevo cierre que invita a pensar que nunca más veremos a este equipo junto, igual que no parece que vayamos a volver a ver al Iron Man de Stark, al Capi de Rogers o a la Viuda Negra de Natascha. Tras una cuarta fase centrada en el luto, esta quinta debía ser el relanzamiento definitivo hacia Kang y las Secret Wars, pero seguimos en una sensación de duelo constante, como si la película se encargara, más que nada, a recordarnos que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Si a esto sumamos que es también la despedida de Gunn, nos encontramos con que los pocos autores con personalidad que han pasado por el UCM son también cosa del recuerdo. Ojo, no soy de los mayores defensores de Gunn (considero que con una libertad creativa máxima, como tiene en DC sus bromas dejan pronto de tener gracia), pero hay que reconocer que sus películas tenían un sello que las diferenciaban ligeramente de la cacareada fórmula Marvel. Ahora, sin los Russo ni Wedhon, con Chloè Zao más fuera que dentro y sin saber si Coogler o Raimi van a volver a trabajar para Marvel, sólo Waitiki (amado y odiado por igual) queda para defender un sello de autoría que evite que todas las producciones tengan ese aroma a plantilla que llegue a cansar al fan.

Marvel ha conseguido volver a la palestra y estrenar una grandísima película, pero está por ver si su éxito es, a la vez, un clavo más de un ataúd que cada vez tiene peor pinta.