martes, 24 de junio de 2014

PERDONA SI TE LLAMO AMOR (6d10)

¡Pero mira que es grande y bonito esto del cine! Uno de los mayores secretos del mundo del celuloide es que por mucho que algunos se nieguen a entenderlo, aquí no funcionan las matemáticas ni la simple lógica. El cine es un sentimiento, y por eso podemos encontrarnos enormes bodrios que apasionan a algunos y obras maestras que alguien no puede ni ver.

Ese es uno de los desafíos a los que nos enfrentamos los opinadores (me parece muy soberbio considerarme crítico cuando esto lo hago por amor al arte) que habitualmente solemos coincidir con la crítica mayoritaria (aún habrá alguno que me pegará palos por mi opinión de Yo, Frankenstein) pero que también nos topamos con sorpresas que nos invitan a enfrentarnos al resto del mundo. Empiezo así porque me ha resultado curioso las críticas destructivas  que han caído sobre la película que toca comentar ahora. Y si bien no pienso defenderla a capa y espada pues ni es una obra maestra ni se le acerca siquiera, sí considero injustas la mayoría de las críticas algunas sin duda provocadas por el movimiento en contra del cine patrio que hay en este país. Si bien es verdad que tiene sus defectos (y muchos) que enseguida enumeraré, la verdad es que en un fin de semana marcado por el miedo de las distribuidoras a competir contra el Mundial de Brasil ha sido el estreno más interesante que he podido ver. Y eso que he estado a punto de saltármela.
Como alguna vez se me ha acusado de valorar una película en función a una comparativa, dejadme avisaros que ni he leído el libro de Federico Moccia ni he visto la versión italiana de la misma del 2008. Así, he podido enfrentarme con total desconocimiento ante esta comedia romántica sobre la relación entre un creativo que roza los cuarenta y una alocada preuniversitaria.
Tres son las dificultades con las que se enfrenta el espectador nada más arrancar el film. Por un lado, la escasa calidad de sus intérpretes, con un Daniele Liotti poco creíble a la hora de mostrar sus sentimientos y con una vis cómica ciertamente limitada y un elenco de secundarios básicamente televisivos donde los únicos que no rechinan son aquellos que se limitaba repetir el mismo papel con los que los tenemos identificados de toda la vida (ejemplos de Adrià Collado o Pablo Chiapella que bien podrían haber filmado sus escenas entre toma y toma de La que se avecina) y con un Joan Collet especialmente horrible. 

En segundo lugar nos encontramos con una molesta y persistente voz en off que nos invita a pensar que la cobardía de los guionistas que no parecen confiar lo suficiente en sí mismos como para saber transformar en imagen las palabras de Moccia y han necesitado recurrir a la narración para ello. Para colmo, han elegido a Ramón Langa para dar el tono adecuado, con o que nos pasamos la película esperando que en cualquier momento aparezca Bruce Willis en acción. 
Y el tercer pero del film está en su credibilidad. No vamos a dudar que cualquier hombre puede identificarse con el problema de base del protagonista: abandonado sin explicación alguna por la mujer con la que quería casarse encuentra una segunda oportunidad en manos de una Lolita veinte años menor que él con una vitalidad y el punto de locura justo para devolverle la fe en el amor. Pero si nos plantamos a analizar que se trata de un exitoso publicitario, que vive en un espectacular apartamento desde el que se divisa toda Barcelona, que se puede permitir el plantearse dejar su trabajo sin problemas y que sorprende a su chica con un fin de semana en París (con un hotel desde donde se ve toda la ciudad, por supuesto), las posibilidades de identificarse con él se van reduciendo, ¿verdad?
Bien, declarados los pecados capitales del film de Joaquín Llamas, es tiempo de ver también sus virtudes, que las tiene sin duda y no son pocas. De hecho, si se tratase de una producción americana con Richard Gere haciendo el papel de maduro y Jennifer Lawrence como la jovencita (ya sabemos que eso de las edades en los USA no se lo toman muy al pie de la letra) seguro que sería número uno de taquilla en medio mundo. Pese a contener el romanticismo algo ñoño de tradición italiana, la película sigue unos esquemas muy yanquis, acertando en el uso de fondos musicales para reforzar la narración y sabiendo hacer los paisajes partícipes de la historia.
Perdona por llamarte amor es una película alegre y optimista, sobre segundas oportunidades, sobre la locura y la Fe en el mañana. Y con una protagonista, Paloma Bloyd (que en La fría luz del día coincidía con Bruce Willis, ¿ven como todo cuadra?), que al igual que hiciera Natalia de Molina en Vivir es fácil con los ojos cerrados, hace una interpretación arrebatadora, logrando hacer creíble que cualquiera se enamore de ella por más que en algún momento deseemos también estrangularla.
Ciertamente, uno no se cree nada de lo que está viendo en pantalla, pero la película te obliga a sonreír cuando se lo propone, conmueve cuando toca y al final sales con la idea de que el amor puede existir realmente y que quizá sea verdad que hay alguien en algún sitio esperándonos, por mucho que no lo creamos.
He leído por ahí que no es una película apta para diabéticos. Por suerte yo no tengo ese problema.




TRANSCENDENCE (4d10)

Que soy de los que opinan que Christopher Nolan es un director sobrevalorado no debería ser ninguna novedad para los que me conocen. Es un tipo que adorna muy bien unas producciones disfrazadas de trascendencia y dramatismo que ocultan muy bien sus muchas carencias. Y si lo hace con un reparto espectacular, mejor que mejor.

Lo malo del tipo este es que cuando no dirige se debe aburrir mucho, así que se dedica en meter mano en películas de otros y, disfrazado de productor, reconduce tonterías como El hombre de Acero o el título que nos ocupa ahora.
Dirigida por su amigo (y director de fotografía habitual)  Wally Pfister, se denotan en Transcendence todos los tics del amigo Nolan, con la salvedad de que el tal Pfister es aún peor director y como no le da el tipo para ser director y director de fotografía a la vez se pierde en su ópera prima lo que debería ser su mayor virtud, la belleza de las imágenes.
Pero en el fondo, Transcendence no es una película de gran impacto visual. Ni siquiera es una película de actores, por más que presente un rico (y desaprovechado) elenco de estrellas donde (y no os dejéis engañar) el protagonismo cae casi exclusivamente en la figura de Rebeca Hall. Transcendence es, sobre todo, una película de guion. Una historia de las que invitan a pensar, a reflexionar sobre si lo que estamos haciendo con nuestras vidas y si nuestra sociedad va por buen camino o nos estamos volviendo todos locos, con un toque de tecnocrítica y tratando de sorprendernos y desconcertarnos en cada giro de guion. Invitan, he dicho. Porque a la hora de la verdad, el guion termina siendo lo peor del invento, con situaciones que no hay por donde cogerlas y un desarrollo que (y perdonen si no están de acuerdo, posiblemente se deba todo a que soy demasiado tonto para esta película) no se entiende nada.

Y eso es así. La película no se entiende. No es ya que contenga una ambigüedad pretendida como sucediera con Origen, del propio Nolan, o que juegue a dobles cartas en una fumada mental como la que perpetro hace poco Denis Villeneuve en Enemy. Se trata más bien de que Pfister quiere explicar algo muy complejo y sesudo y lo explica mal.
Intentaré contar algo del argumento: Will y Evelyn son una pareja muy enamorada que se dedican a hacer cosas con ordenadores (quieren crear una inteligencia global, o algo así). El caso es que sufren un atentado de un grupo radical antitecnócrata (que matan gente pero luego resulta que son los buenos) que disparan a Will con una bala envenenada que no lo mata al momento pero si lo va consumiendo poco a poco. En sus últimos días de vida Evelyn decide traspasar su conciencia al sistema operativo en el que estaban trabajando, consiguiendo no sólo mantener con vida la mente de su amado sino convertirlo en una especie de dios.
Hasta ahí, todo más o menos correcto. Luego es cuando se les empieza a ir la pinza con una serie de poderes del Will digital este que parecen sacado de un comic de superhéroes de los noventa (para el profano le diré que en los noventa hubo una de las peores crisis creativas de la historia del comic) y es donde yo ya no logro entender nada, con lo cual me importa un churro la resolución a la que lleguen porque me la voy a tener que comer con patatas, es decir, aceptarla porque ellos me lo digan.
El caso es que independientemente de lo mal explicada que esté, lo tonto que yo sea o lo complicado del tema, la película transcurre por dos caminos separados, no llegando a decidirse cual tomar, si el de la intriga pura y dura o el de la acción desenfrenada, queriendo picotear en ambos géneros sin hacerlo bien en ninguno y derivando en una especie de drama romántico que ya no se aguanta por ningún lado. Y por el camino, como ya pasaba con la última crítica que he publicado, aburre hasta decir basta.

Ya he insinuado que Johnny Deep, amo y señor en todas las carátulas, no es ni de lejos el protagonista. Tiene un par de escenas iniciales y, a partir de su prematura muerte, se limita a pasarse de vez en cuando por el set de rodaje poniendo caras y voz sin ningún tipo de convicción. Es Rebeca Hall, la Vicky de Vicky Cristina Barcelona, quien debe llevar toda la película a sus espaldas, consiguiendo así una oportunidad de oro para dar un giro a su carrera y demostrar que vale más que para ser la secundaria simpática de Scarlett Johansson en la cinta de Allen o de Gwyneth Paltrow en Iron man 3. Y la desaprovecha por completo, no consiguiendo emocionar en ningún momento con una interpretación que resulta ser tan plana como su propio personaje.
Destaca a su lado Paul Bettany, en lo que parece apuntar a un triángulo amoroso nunca desarrollado, mientras que pululan también (en personajes que no pintan nada) Morgan Freeman y el inevitable Cillian Murphy, no sé si simplemente para cobrar su cheque o por lo que mola eso de decir que han actuado en la última peli de Nolan, aunque se supone que esto no es una peli de Nolan.
Cierran el reparto Kate Mara (la futura Sue Richards del renacimiento de Los Cuatro Fantásticos) y Lukas Hass (¿recuerdan al niño de Único testigo?) que tiene una pedazo interpretación de un par de minutos.
Como digo, un grupo de amiguetes cobrando por pasearse por una película que pretende ser tan trascendental como su título indica y que acaba siendo un enorme y soporífero montón de paja, donde da la sensación de que ni los propios actores entienden de que va la cosa ni les importa. Eso justificaría al menos la cara de pasmo con la que se pasan gran parte de la aventura.
No es insultante, como la de Yo, Frankenstein. No es despreciable, como la de No hay dos sin tres. Simplemente es aburrida. Como una peli de Nolan, pero peor.
Y si alguien la ha entendido, agradeceré me la explique.


YO, FRANKENSTEIN (3d10)

Seamos sinceros. Si entramos en el cine para ver una película basada en un comic en el que convierten a la criatura creada por Victor Frankenstein en un héroe de acción y el mejor reclamo que tiene es que está creada por los productores de Underworld ya sabemos que no estaremos ante una obra maestra.
Eso sí, entre eso y la solemne estupidez que es este Yo, Frankenstein hay un abismo.
Me confieso fan de la saga Underworld, incluso la flojita conclusión (por ahora) de la misma me entretuvo, pero eso no significa que esté dispuesto a tragarme de buen agrado todo lo que unos guionistas muy poco inspirados (me pregunto si habrán cobrado por este trabajo) y un director totalmente incompetente  me quieran endosar.
Lo más curioso del caso es que en un primer momento parecen querer ser fieles a la obra de Mary Shelley, comenzando la película tal y como termina el libro (incluso hay un traveling aéreo del monstruo caminando por la nieve que parece un claro homenaje al Frankenstein de Kenneth Branagh), como si de una continuación fiel al argumento de la escritora británica se tratase. Bastan cinco minutos más de película para descubrir que no.
La película (aunque me parece ofensivo llamarla así) versa sobre una lucha milenaria entre una especie de ángeles encarnados (o empedrados, mejor dicho) en gárgolas contra unos demonios. La eterna lucha entre el bien y el mal llevado a su máximo grado de simpleza. Una guerra en la que el monstruo, que lleva 200 años oculto al mundo, jugará un papel determinante. Algún giro de guion, varias traiciones y una presencia femenina con la que por lo menos evitan cualquier intento de subtrama romántica que ahondaría aún más en el ridículo es que eso es todo lo que ofrece Yo, Frankenstein. El resto es una hora y media de peleas absurdas y espantosamente mal coreografiadas, con unos villanos embutidos en máscaras de látex que posiblemente estén provocando que el gran Ray Harryhausen se deba estar retorciendo en su tumba y que hace que, en comparación, la serie de Buffy Cazavampiros parezca una maravilla visual, y un exceso de la digitalización chapucera y casposa.
Tal es el despropósito de la película que maya usted a saber a través de que retorcidos engaños han conseguido reunir un interesante elenco de actores que ofrecen sin duda la peor interpretación en sus carreras. Aaron Eckhart está de pena, limitándose a mantener el ceño fruncido todo el metraje y sin demostrar un ápice de carisma, como si su maquillaje de mercadillo bastase para dar entidad al personaje. Miranda Otto es de vergüenza ajena e invita a eliminar todas las escenas suyas de la trilogía de El Señor de los Anillos como castigo. Jai Courtney no merece comentario alguno si tenemos en cuenta que es el tipo que jodió (perdón por la vulgaridad) la saga de Jungla de Cristal y el gran Bill Nighy deambula por pantalla sin saber muy bien qué hacer, imagino que tratando de devolver algún favor al productor o algo así, porque si no, no se entiende qué hace en esta producción. El propio actor explicó hace poco en una entrevista que mientras rodaban no tenía ni idea de qué iba la película ni que pintaba él en medio de ese fregado.

Sólo la presencia de Yvonne Strahovski justifica mínimamente el visionado, quizá porque tengamos demasiado reciente en el recuerdo su participación en las dos últimas temporadas de Dexter y eso nos ayude a perdonarle tan grotesco insulto al mundo del cine.
Hay ocasiones en que nos encontramos con películas burdas que no pretenden más que hacer un poco de cachondeo, aun con el peligro de no ser conscientes de ello. Me viene a la mente el Abraham Lincoln, Cazavampiros de Timur Bekmambetov, que podría haber sido una buena película de acción (y mucho más interesante que el tostón que Spielberg hizo sobre el presidente más o menos por la misma época) si no cometiera el error de tomarse demasiado en serio a sí misma. Pese a todo, aquella tenía momentos divertidos y una acción muy bien filmada.
Nada de eso se encuentra en este Yo, Frankenstein que es soberanamente aburrido (y mira que tiene mérito aburrirse con una peli de gárgolas y demonios dándose de leches) y no apuesta en ningún momento por la diversión.
No voy a mencionar las muchas incongruencias del guion, pues ya cuento con que este tipo de cine no busca hacer encajes de bolillos perfectos, pero sí exijo que una película de estas características por lo menos entretenga. Y esta no lo hace en ningún momento.
Que estando en junio piense que ya he visto la peor película comercial del año por lo menos me da buenas esperanzas de cara a lo que queda por llegar.
Desastrosa, infumable y ridícula, no puedo más que rogaros a todos que huyáis de ella. Yo hasta me sentí insultado.

LAS DOS CARAS DE ENERO (5d10)

Decepcionante sería el primer adjetivo que a uno se le viene a la mente tras ver esta película. No es un producto malo, pero acontece de alma, de espíritu, y eso provoca que a mitas del visionado ya nos hayamos aburrido de la trama y nos importe un churro lo que le suceda a los personajes.
Viendo la carátula todo son buenas sensaciones. Un interesante reparto, compuesto por el siempre eficiente Viggo Mortensen, la generalmente desaprovechada Kirsten Dunst y una de las revelaciones del año pasado gracias a los hermanos Coen, Oscar Isaac; una premisa argumental de nivel, basada en una novela de Patricia Highsmith y dirigida por el que fuera guionista de aquella pequeña joya que era Drive, Hossein Amini. Estaban por medio, además, los productores de El Topo, pero como personalmente aquella ya me pareció un tostón mejor no lo destaco mucho.
El caso es que, y tratando de evitar las comparaciones con El talento de Mr. Ripley, posiblemente la mejor adaptación hasta la fecha de la obra de Highsmith hasta la fecha, lo cierto es que la película arranca bien, con un matrimonio de vacaciones en Atenas y la intromisión de un atractivo guía turístico que amenazará con quebrar el idílico mundo perfecto de la pareja. Pero un asesinato involuntario revelará que el mundo perfecto de la pareja no lo es tanto y que los secretos del pasado siempre regresan para acosar a sus víctimas, y el guía turístico pasará a convertirse de seductor a cómplice. Así, la historia avanza ahora con el periplo de este improbable trío de amigos unidos por las circunstancias en un intento de abandonar el país y mantener ocultos sus secretos.
El problema es que lo que pretende ser un thriller de intriga no lo es. La película es aburrida y mantiene al espectador con la constante sensación de que debe pasar algo inesperado sin que esto nunca llegue a suceder. Los personajes son planos y no avanzan en ninguna dirección, especialmente el de Mortensen, y el conjunto final es plano y se va desinflando a medida que nos acercamos al final.
Cierto es que en Drive, el trabajo que consagró a Amini, también pasaban muy pocas cosas, pero el director Nicolas Winding Refn conseguía crear una atmósfera de desasosiego apoyado en la interpretación pasiva de Ryan Gosling que funcionaba muy bien. En este caso, el salto de guionista a director de Amini no ha funcionado correctamente y ni los diálogos ni las situaciones consiguen transmitir la intriga y emoción que pretenden, consiguiendo que la película sea tan anodina como mucho de los habitantes de las propias islas griegas. Ni siquiera es capaz Amini de transmitir la belleza de los paisajes que lo rodean, demasiado pendiente, quizá, en resaltar que estamos en una historia ambientada en los años 60 y abusando por ello de una tonalidad ocre que transmite simpleza y tediosidad.
No es una película detestable, ni mucho menos (casi me atrevería a decir que es la mejor que he visto este fin de semana), y por simple que sea Amini con la cámara no es suficiente como para opacar por completo a tres grandes actores que se esfuerzan, en ocasiones de manera estéril, por demostrarlo.
Lo peor de todo es que, una vez más, estamos ante un ejemplo de historia que prometía mucho y, quizá sólo con un poco de esfuerzo más, habría podido ser muy estimulante. Y ese es el gran fracaso de Amini.

lunes, 23 de junio de 2014

TARZAN (5d10)

Confieso haberme acercado a esta película con algo de temor, alertado como estaba por las nefastas críticas que estaba recibiendo por doquier. Pero lo cierto es que si la tomamos como lo que es, una producción europea destinada a un público infantil, la cosa no está tan mal.
Quizá la pregunta es: ¿Hacía falta?
Todos conocemos de memoria la historia del heredero de los Greystoke que queda huérfano y abandonado siendo sólo un niño en medio de la selva africana para ser criado por unos simios que lo aceptan como uno de los suyos. Ya adulto, Tarzán se convertirá en el rey de la selva y velará por la protección y seguridad de los suyos. Una trama que hemos visto mil veces sobre todo con el rostro de Jonnhy Weissmuller pero también con el de Cristopher Lambert o la animación de Disney.
Quizá sabedor de ello, el director Reinhard Klooss maquilla esta producción germana con tintes de ciencia ficción, centrando el argumento en la búsqueda del legendario meteorito que se supone que exterminó a los dinosaurios y al que se le atribuyen grandes propiedades energéticas.
Pese a ello, y aun aceptando los notables cambios respecto a la historia original de Edgar Rice Burroughs, este nuevo Tarzán divaga entre el tono más infantiloide con omnipresente voz en off que incide en la sensación de cuento y un pretendido toque adulto en la recreación de personajes e incluso algún que otro diálogo. Con todo, y pese a las evidentes carencias visuales (sobre todo en lo que respecta a la recreación de personajes humanos), el Tarzán de Klooss no renuncia a los homenajes a los clásicos (era inevitable la conversación: “Yo Tarzán; tú, Jane) siendo a la vez muy hijo de su tiempo. Por momentos, la construcción de la historia de Tarzán recuerda a una película de superhéroes, desde la presentación trágica del héroe (ahí está la carga dramática del Tarzán ya adulto en el helicóptero en el que murieron sus padres), el primer rescate de la dama en apuros o incluso la fanfarria musical a cargo de David Newman que acompaña a la aventura. Incluso los movimientos del joven salvaje saltando entre lianas parece clavado al Spiderman cinematográfico.
Tarzán no es una gran película, ni se parece a la superproducción animada a la que pretende aspirar, pero entretiene y divierte lo justo como para justificar el visionado, aportando los valores apropiados referentes a la importancia de la familia y el triunfo del bien sobre el mal, y luciéndose en el apartado gráfico en cuanto a lo que en paisajes se refiere.
El error, desde luego, sería compararla con la versión de Disney. Es otro presupuesto y, por lo tanto, juega en otra liga. 

NO HAY DOS SIN TRES (3d10)

Es esta una película que bien debería mostrarse en las escuelas de cine para explicar la diferencia básica entre argumento y guion.
Me explico. Aun sin ser exageradamente original, la historia de tres mujeres engañadas por el mismo hombre que se alían contra él hasta llegar a convertirse en amigas es una buena idea como base para una comedia gamberra alrededor de la eterna y efectiva guerra de sexos.

Ese sería un buen argumento.
Pero luego alguien escribe el guion. Y esa idea llena de posibilidades acaba repleta de situaciones estúpidas, gags previsibles y sobreactuaciones imposibles que convierten la película de Nick Cassavetes en un despropósito total sin ninguna gracia y menos sentido aún.
Protagonizada por un trío imposible de amigas: Cameron Diaz (haciendo lo mismo de siempre, pero cada vez más mayorcita y, por lo tanto, menos creíble para estos papeles), Leslie Mann (que se pasa la película llorando y exagerando sus emociones hasta alcanzar la vergüenza ajena) y Kate Upton (esta ni es actriz, por más que el director se empeñe en insistir en los dos grandes argumentos que la muchacha ofrece para merecerse el papel) y el guaperas Nikolaj Coster-Waldau (este sí es buen actor, hasta que le toca profundizar en su vis cómica –léase la escena en el baño y el clímax final- en el que, simplemente, hace el ridículo), la película está repleta de situaciones desaprovechadas y unos personajes que nadie se ha molestado en trabajar, posiblemente porque de haberlo hecho se encontrarían con que nada de sus reacciones son creíbles.
Soy consciente de que esto es una peliculilla tonta para lucimiento de las féminas protagonistas y poco más, por lo que no voy a exigir una comedia ácida y punzante como podría firmar Billy Wilder o Woody Allen, pero siendo el director el hijo del gran John Cassavetes y recordando como apuntaba maneras en El diario de Noa, uno esperaba cuanto menos una comedia con algo de gracia. Pero no. Nada hace gracia en esta patochada estúpida y desgarbada en lo que el único punto simpático (al menos para los que vivimos la televisión de los años ochenta) es la participación de Don Jonhson, que simplemente pasa por ahí pero eso le basta para ser de lo mejorcito de la función.
Y si creen que exagero, busquen cualquier escena en la que aparece la… (me niego a definirla) Nicki Minaj. Pretender que esta chica interprete y nos la creamos es la prueba suficiente para entender el nivel de basura que nos quieren vender.
Con películas como esta echo de menos incluso a zafios como Judd Apatow o a cualquiera de sus becarios.


domingo, 15 de junio de 2014

X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO (7d10)


Resulta complicado tratar de valorar con imparcialidad una película como esta, ya que hay tres elementos fundamentales en ella que según la influencia que le reconozcamos hará que aumente o disminuya su percepción. 

Por un lado (y esto debería ser lo más lógico y fundamental) podemos tratarla simplemente como lo que es: una peli de acción y entretenimiento de las que se podría considerar como simplemente palomitera. Por otro lado se puede tener en cuenta que es una adaptación de un comic y como tal puntuar la fidelidad que tiene con el mismo y con su espíritu (y en ello no me entretendré demasiado, pues personalmente nunca he sido un gran seguidor de los mutantes). Y finalmente se le puede considerar como el cierre de una saga en la que su director, Bryan Singer, se ha empeñado en tapar grietas y agujeros con más o menos fortuna.
Se mire como se mire, X-men: Días del futuro pasado es una entretenidísima película con momentos impactantes y suficiente carga emocional para contentar a los más exigentes, aunque se le echa en falta un poco de chispa, un punto de pasión que termine por emocionar a todos aquellos que no vamos a jadear cada vez que hay un guiño o referencia que no va dirigido a nosotros, los “no muties”. Así, aunque no sea amigo de las comparaciones, teniendo en cuenta las grandes apuestas de género super heroico en lo que va de año, podríamos decir que está por encima de The Amazing Spider-man 2: el poder de Electro pero  que no alcanza a El Capitán América: El Soldado de Invierno.
Pero hagamos un poco de historia: Bryan Singer fue el artífice, allá por los lejanos 2000 y 2003, de resucitar las pelis de superhéroes con X-men y X-men 2, poniendo de moda el mundo de los comics tras los últimos fiascos en adaptaciones que hacían pensar que el Superman de Donner y el Batman de Burton eran excepciones que confirmaban que cine y comics no casaban bien (luego ya vendrían los pelotazos del Spiderman de Raimi, El Caballero Oscuro de Nolan y el exitoso experimento de Universo Cinemático de Marvel) aunque tras producir X-men Origenes: Lobezno tuvo que abandonar el barco mutante cuando la Fox no quiso esperar a que terminara Superman Returns para realizar la tercera parte de la saga, siendo sustituido por Brett Ratner . Viendo que la acogida de estas dos películas no fue especialmente buena (y lo mismo se podría decir de la carrera de Singer por su cuenta), la Fox y el director parecían condenados a reencontrarse. 
A punto estuvieron con X-men: Primera generación, que de nuevo los problemas de agenda (esta vez por culpa de Jack Cazagigantes) dejaron fuera del barco al director neoyorquino en favor de  Matthew Vaughn, y que supuso un soplo de aire fresco a la saga que en taquilla, sin embargo, no terminaba de remontar el vuelo, como terminó de confirmar la secuela de X-men orígenes: Lobezno (Lobezno Inmortal). Así, parecía el momento propicio para que Singer y Fox volviesen a unir fuerzas en busca de la película definitiva o el fracaso más absoluto. Hacía ya catorce años de aquel primer equipo de superhéroes mutantes que asombró al mundo y quedaba por en medio todo un camino de decisiones precipitadas, guiones irregulares y muertos mal enterrados.
Por eso, con Singer de nuevo a los mandos de los mutantes de Marvel, lo primero que se hizo es construir un gigantesco puzle donde no sólo se reuniese a lo mejor de los dos films de Singer con lo del de Vaughn sino que en lugar de correr un tupido velo sobre las decepciones que supusieron X-men: La decisión final y los dos Lobeznos (tal y como el propio director había hecho con su también fallido Superman returns, para la que había ignorado totalmente la existencia de Superman 3 y 4) se tratara de explicar y/o arreglar todos los desaguisados de tales films.
Un poco siguiendo la estela del Star Trek de Abrams, Singer logra reinventar la saga con una película que es a la vez reboot, secuela y precuela, usando el truco de los viajes en el tiempo y con la historia creada por Chris Claremont como base principal (curiosamente una historia en la que el propio Cameron confesó haberse inspirado para su Terminator, película a la que hay un guiño en la propia X-men: Dias del futuro pasado).
Estamos en el futuro, un futuro oscuro ya anunciado por el profesor Xavier y Magneto en el prólogo final de Lobezno Inmortal. Tras una cruel guerra que ha diezmado a la raza mutante la humanidad entera está en peligro y la única esperanza es que los X-men supervivientes (los que quedan de la trilogía original más alguna nueva incorporación) envíen la conciencia de Lobezno al Lobezno de hace cincuenta años para, con la ayuda de la versión joven de los mutantes vistos en X-men: Primera generación tratar de cambiar los acontecimientos que terminarán desembocando en la guerra contra los mutantes.
Con un planteamiento que de entrada puede resultar confuso, la película transita entre pasado y futuro con dos generaciones de X-men luchando por su propia supervivencia pero entre los que sobresale el trío protagonista que ya brillara en la versión de Vaughn, es decir, los personajes interpretados por Michael Fassbender, James McAvoy y Jennifer Lawrence, con un Hugh Jackman que termina siendo menos omnipresente de lo que inicialmente nos pudiésemos temer (lo cual es de agradecer, Fox tiene que convencerse de que hay vida más allá de Lobezno) y una absolutamente genial presentación de Mercurio (mutante al que también veremos, aunque interpretado por otro actor, en Los Vengadores: La era de Ultrón), que roba protagonismo a todos los que le rodean durante unos minutos brillantes pero que después desaparece para que el peso de la acción y el drama recupere a sus protagonistas.
Uno de los grandes méritos de esta nueva incursión de los X-men en el cine es el conseguir mantener a todos los actores del elenco principal cuyos rostros estarán por siempre ligados a los personajes y aumentar aún más el nivel interpretativo con la apuesta de Peter Dinklage (el maquiavélico Tyrion Lannister de Juego de Tronos) como el villano de la función, que junto a Evan Peters como el mencionado Mercurio y Omar Sy (quizá uno de los actores más desaprovechados del gran reparto coral) como Bishop es una de las nuevas caras de la saga.
Supongo que hay que concederle un punto de fortuna a una franquicia que en su momento apostó por rostros bastante desconocidos como fueron Hugh Jackman o Halle Berry que luego se convirtieron en grandes estrellas y volvieron a acertar en el reboot con Fassbender, McCavoy y Lawrence, consiguiendo así que al juntarlos todos y sumar a los veteranos Patrick Stewart y Ian McKellen a la ecuación nos encontremos con uno de los repartos más impresionantes de todos los tiempos (sumemos las apariciones más o menos relevantes de Nicholas Hoult, Anna Paquin o Ellen Page más alguna sorpresita que no voy a revelar).
Con todos estos componentes resultaba casi imposible que Singer hiciera una película mala, en la que solo debe preocuparse por acertar en el ritmo narrativo y establecer con claridad las preferencias entre las dos líneas temporales, consiguiendo acertar en ello y poner el broche de oro a una franquicia que le pertenece por méritos propios (aunque no hay que restarle méritos ni obviar la influencia que ha ejercido Vaughn en la misma).
X-men: Días del futuro pasado es, en resumen, un gran fin de fiesta, una película donde confluyen todos los afluentes que parecían perderse a lo largo de las seis películas anteriores y que establece un punto y aparte en el mundo mutante marvelita. No es la última película que veremos del grupo (ya están anunciadas una tercera de Lobezno y X-men: Apocalipsis), pero la creación de diferentes líneas temporales que se producen a lo largo del film (los que en su día no se aclararon con la trilogía de Regreso al futuro aquí lo van a flipar) permite que los fans más acérrimos disfruten de una despedida/homenaje de toda una generación a la par que deja claro quién dirigirá el cotarro a partir de ahora, con Jennifer Lawrence como gran estrella, James McCavoy con un papel que le permite lucirse y un Fassbender que quizá sea de lo más flojito del film, como si no terminara de estar demasiado interesado en la historia.
Centinelas, una buena recreación de los 70’ y muchos mutantes para una peripecia narrativa a la que tuvieron que eliminar una subtrama entera para no liar más la cosa y que hará que su aparición en DVD en una hipotética versión extendida sea muy apetecible.
Los mutantes han vuelto. Y es para quedarse.

miércoles, 11 de junio de 2014

PANCHO, EL PERRO MILLONARIO (3d10)

Esto va a ser rápido: sólo hay tres argumentos que puedan justificar el visionado de esta película. La gracia que pueda hacernos las peripecias del perrete protagonista, la química sexual entre Iván Massagué y Patricia Conde y la pareja cómica que conforman Alex O'Dogherty y Secun de la Rosa.
Respecto a lo primero, baste decir que el bicho en cuestión carece de la gracia suficiente como para sostener el peso de la película, más cuando los supuestos golpes de humor no provienen de sus aptitudes o la de sus adiestradores, sino de unos supuestos efectos digitales que es una manera exageradamente generosa de definir los movimientos de una pata de peluche que con pegarle algo en la punta (un cuchillo, un remo, un volante...) pretenden ilusamente hacernos creer que el can es un prodigio como cocinero, surfista o lo que convenga.
Dos. La química sexual entre los protagonistas es inexistente. Patricia Conde es una chica mona que daba el pego como rubia tonta de piernas infinitas en programas de televisión acompañada de otras féminas de talento tan reducido como sus faldas, pero como actriz es simplemente espantosa. Aunque no es ella la única culpable, sino quien la dirige, pretendiendo hacerla creíble en un ambiguo papel regado de momentos de pijería descelebrada pese a que se supone es una gran abogada. Sobre Massagué, poco que decir. Posiblemente lo dé todo, pero sus limitaciones resultan evidentes para todo el mundo excepto quien lo propuso como protagonista de una película.
Finalmente, donde se encuentra algo que rascar, aunque tampoco mucho, es en el dúo dinámico que firman O'Dogherty y de la Rosa, una suerte de Hernández y Fernández mafiosos que se llevan los mejores gags de la película sin que ello sea demasiado complicado.
Como no me desagradó la anterior película de Tom Fernández,  ¿Para qué sirve un oso?, y era muy fan de 7 vidas, esperaba algo más de esta patochada, un absurdo estiramiento de aquel divertido anuncio de La Primitiva cuyo interés termina al finalizar los títulos de crédito iniciales, una especie de presentación animada de la situación de Pancho, único momento en el que uno se puede creer que ahí haya trabajado un guionista de verdad. A partir de entonces arranca una versión canina de Niño Rico con un villano arquetípico que quiere capturar al chucho a toda costa, un animalico perdido en la gran ciudad y un intento sensiblero de moralina final en un despropósito de película cuyo abuso de actores televisivos de medio pelo ya invitan a huir de ella (por ahí pasan, nunca mejor dicho, Miki Nadal, David Fernández o Cesar Sarachu, entre otros) a no ser que nos interese un ejercicio de prostitución realizadora en una supuesta comedia estúpidamente infantil con apenas un par de situaciones propias del cartoon y un par de diálogos que provoquen una mínima sonrisa.

Sencillamente insultante.