sábado, 28 de julio de 2018

MISSION: IMPOSSIBLE - FALLOUT

Cuando en 1996 Brian De Palma hizo la que posiblemente sea su última gran película al adaptar la serie de televisión de Misión Imposible a la gran pantalla, pocos imaginaban hasta donde podría llegar esta saga, más si tenemos en cuenta el bajón anímico y de calidad que supuso su secuela M:I-2, por culpa tanto de un poco inspirado John Woo como de un guion torpe y deslavazado. Por suerte, en ese momento entró en la franquicia J.J.Abrams y le insufló nuevos aires. Con la coproducción de su compañía Bad Robot y el trabajo de sus guionistas de confianza Alex Kurtzman y Roberto Orci (junto a él mismo), lograron dar una vida nueva al agente Ethan Hunt, humanizándolo gracias al personaje de Michelle Monaghan y confirmando que el agente del FMI aún tenía cuerda para rato.
La primera cosa que llama la atención en Mission: Impossible - Fallout es la pequeña traición que se hace al espíritu de la serie. Si hasta ahora se había apostado por un director de diferente personalidad para cada entrega, de manera que diesen su toque personal a la saga (Brad Bird se encargó de Protocolo Fantasma y Christopher McQuarrie de Nación Secreta), en esta ocasión McQuarrie iba a repetir, siendo también responsable en solitario del guion. Una decisión , por otro lado, bastante lógica si se tiene en cuenta la buena química entre el director y el actor principal, un Tom Cruise al que ya había dirigido en Jack Reacher y de cuya imaginación salieron los guiones (o al menos parte de ellos) de Valkiria, Al filo del mañana y La Momia.
Mission: Impossible - Fallout tiene una clara vinculación con la anterior película, de manera que no funciona de manera tan independiente como el resto. Tanto es así, que casi cierra un ciclo que se inició con la película de Abrams, de manera que las cuatro piezas producidas bajo su tutela forman un arco que ayuda a desarrollar el personaje de Ethan Hunt, enriqueciéndolo.
Más allá de su complejo pero efectivo argumento, Mission: Impossible - Fallout sigue el esquema clásico del cine de espías, con tramas retorcidas, personajes de doble cara y giros imposibles de guion. Esto ayuda a que, pese a que uno de los giros más importantes se huela a distancia (en parte por culpa a que ya fue anunciado por cierta productora “rival” hace ya unos meses), esto no desluzca la trama en absoluto.
Otro elemento común de esta saga que aquí funciona a la perfección es su gran espectacularidad. Persecuciones imposibles en moto y helicóptero, saltos al vacío, peleas en lavabos, tiroteos... Fallout tiene de todo, y lo tiene alcanzando un gran nivel. Poco importa que la verosimilitud quede muchas veces en entredicho. No va de realismo la cosa, sino de diversión. Y Mission: Impossible - Fallout es una película muy muy divertida. Muy divertida pero, además, dolorosamente triste cuando conviene, con golpes bajos que dejan KO al fan del personaje y le invitan a sufrir como sufre el propio Hunt.
Y en medio de todo este fregado está Tom Cruise, uno de los actores más grandes que hay, pese a los muchos (e incomprensibles) odios que genere y con ese ligero resbalón que le supuso el año pasado La Momia (una película inferior pero a la que sigo defendiendo como producto de entretenimiento). Cruise es el amo y señor del cotarro, la pieza sobre la que gira todo el engranaje perfecto que es la trama de Fallout y que, sin embargo, no se hace tan cansino como para eclipsar a sus compañeros de reparto, con los ya indispensables Ving Rhames y Simon Pegg, la incorporación de Henry Cavill y su bigote y la recuperación de viejos amigos (y enemigos) cada uno con su momento de lucimiento de rigor.
Es fácil deshacerse en elogios ante Mission: Impossible - Fallout, y aunque cueste decidir si es la mejor de la saga (todas excepto la segunda rallan a muy buen nivel), no me cabe la menor duda de que se encuentra entre las mejores películas de acción que podemos disfrutar a lo largo de este año. Que un film dure dos horas y media y no haya ni un momento de aburrimiento, que nunca baje el ritmo y que tampoco sobrecargue con su desmedida acción tiene un mérito extraordinario.
Por eso esta es una grandísima película que nadie debe perderse. Y por eso Cruise/Hunt deben volver sí o sí. Porque queremos (necesitamos) saber que hay más allá de este final y si al fin el mejor agente de la Agencia FMI va a conseguir la paz que tanto merece o deberá seguir sacrificándose para salvar el mundo una y otra vez. La verdadera misión imposible es conseguir que la sexta entrega de una saga tenga semejante nivel. Y si la taquilla le respalda como parece que lo va a hacer, su siguiente misión, si decide aceptarla, será el acabose. Y ahí seguiré yo, fiel a mi cita con Hunt y sus damas (¡y qué tres damas se le juntan en este film!) para contemplarlo.

Valoración: Nueve sobre diez.

sábado, 21 de julio de 2018

MAMMA MIA! UNA Y OTRA VEZ

Secuela (aunque a la vez precuela) de la exitosa Mamma mia! de 2008, poco podría decirse sobre Mamma mia! Una y otra vez que pudiera sorprender. Calificativos como: “más de lo mismo”, “solo para fans de la primera película” o “secuela innecesaria” son los que más se van a repetir en las críticas que podáis leer sobre este film de Ol Parker y con las que no puedo estar más en desacuerdo.
Sí, efectivamente, Mamma mia! Una y otra vez es un film continuísta, que apuesta por repetir los esquemas de su predecesora y que no arriesga en absoluto. Incluso muchas de las canciones de Abba que suenan aquí estaban ya presentes en la anterior película. De manera que quien amase (y me consta que hay gente que lo hizo) al título que Meryl Streep protagonizó hace diez años disfrutará mucho al recuperar a esos personajes reunidos en una preciosa isla griega y conocer su pasado. Mientras que aquellos que odien los musicales per se también odiarán esta propuesta.
Sin embargo, yo me encuentro en un extremo que no se corresponde con ninguno de los dos mencionados. Me gustan los musicales. Los buenos musicales, debería añadir. Y Mamma mia!, bajo mi punto de vista, no lo era. Sí, es cierto que las canciones de Abba contagian alegría y que el colorido y los excesos visuales que decoraban la isla de Kalokairi convertían la experiencia en un viaje a un mundo de positividad y buen rollo. Sin embargo, no es menos cierto que el trabajo tras las cámaras de Phyllidia Lloyd era un verdadero despropósito. En sus manos, una de las mejores actrices que ha habido jamás como es Meryl Streep estaba horrorosa, pasándose la película haciendo muecas y reflejando su desconcierto ante la total ausencia de una dirección de actores como debería ser. Y algo parecido sucedía con los tres galanes del film, unos Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgård que no parecen creerse nunca a sus personajes y que desde luego no se los llegan a tomar en serio. Solo la esforzada Amanda Seyfried parecía jugarse algo con la película, no en vano fue su primer gran trabajo en Hollywood. Y eso por no hablar de las coreografías, los momentos de humor absurdo y el tono caricaturesco de todo el film.
En la secuela, el cambio en la silla de director ha sido muy positivo y Ol Parker consigue darle el tono adecuado, sabiendo navegar con eficacia (y eso no siempre es fácil) entre las dos líneas temporales y consiguiendo que la historia, dentro de su sencillez, tenga más enjundia que en la primera película. Aquella fue escrita por Catherine Johnson, ahora el propio Parker (autor de los libretos, entre otros, de El exótico hotel Marigold y su secuela) se encarga de firmar el guion, ayudado en el argumento por Richard Curtis, cuya mano se aprecia claramente (pocos hay que sepan dominar el arte de las comedias románticas mejor que él).
En sus manos, los actores demuestran que se lo pasaron muy bien en el rodaje (que no es lo mismo que no tomárselo en serio) y logran contagiar esa sensación de gran fiesta que en realidad es la película, con esa aparición/cameo de Cher como la gran diva y esa mezcla generacional de los títulos de crédito que obligan, sí o sí, a salir de la sala con una sonrisa en los labios.
Se le pueden poner pegas, por supuesto, como su falta de ambición, las limitaciones de algunos de los actores que representan las versiones jóvenes de los tres presuntos padres o la simpleza el guion, pero todo queda compensado por el gran trabajo de Lily James (¿de verdad alguien se puede creer que Meryl Streep de joven se pareciese a ella?), una estrella en ciernes que se entrega a la causa derrochando simpatía y talento y consiguiendo (como casi todo el reparto juvenil) mimetizar los tics y gestos de sus contrapartidas adultas.
En resumen, esta película me parece todo lo que Mamma mia! prometía ser y no conseguía. Es una apuesta sencilla y sin más pretensiones que la de contagiar buen rollo y alegría, con coreografías bien diseñadas y la absurda locura que emana de las propias canciones de Abba.
Porque a mi sí me gustan los musicales. Estos musicales.

Valoración: siete sobre diez.

HOTEL TRANSILVANIA 3: UNAS VACACIONES MONSTRUOSAS

Estamos en una época que salvo honrosas excepciones el cine de animación parece nutrirse casi exclusivamente de refritos de otros éxitos, creando sagas antes que películas. Gru, mi villano favorito, Ice Age: la edad de hielo, Shrek (esta, afortunadamente, extinta), Como entrenar a tu dragón... Incluso Disney/Pixar está abusando de ello y, mientras está a la vuelta de la esquina Los Increíbles 2, tiene en cartera Ralph rompe Internet, Toy Story 4 y Frozen 2).
La última saga animada en hacer acto de presencia es la de Hotel Transilvania, que estrena su tercera entrega bajo el subtítulo de Unas vacaciones monstruosas.
Dirigida de nuevo por Genndy Tartakovsky, el realizador que lo empezó todo no tenía pensado hacerse cargo de las aventuras de Drácula y su “familia” de monstruos hasta que sufrió una experiencia realmente desastrosa durante unas vacaciones y le llegó la inspiración para incluso participar en el guion de esta nueva aventura de Drácula, Mavis y compañía. Quizá eso se pueda traducir en que Sony le ha dado algo más de libertad creativa, de manera que si bien no es una grandiosa película, como no lo es ninguna de la saga, sí sube un poco el listón. A los monstruos le sienta francamente bien abandonar su entorno habitual y el delirio visual que supone esa Atlántida que es el destino final de sus vacaciones y el tono de slapstic que tiene el enfrentamiento histórico entre Drácula y la familia Van Helsing da mucho juego.
También ayuda el que uno ya se conozca a los personajes al dedillo, permitiendo enfatizar más los chistes basados en sus personalidades y haciendo la trama más coral, aunque luego se termine retomando los lugares comunes (el triunfo del amor, la familia por encima de todo) para caer en convencionalismos que impiden que la película destaque más de lo debido.
Con todo, este Hotel Transilvania 3 es, posiblemente, la mejor de la saga y funciona como imaginativo entretenimiento. Es de esas películas locas y divertidas que puede entusiasmar a los más pequeños y que, por lo menos, no se convierte en una tortura para los padres.
A veces, tampoco hay que pedir mucho más.

Valoración: Seis sobre diez.

miércoles, 18 de julio de 2018

EL MEJOR VERANO DE MI VIDA

Ya hace algún tiempo, sobretodo a raíz del éxito de Dani Rovira con Ocho apellidos vascos y su secuela, que los monologuistas televisivos se han convertido en la nueva cantera para el cine español, con mayor o menor fortuna. Leo Harlem, padrino del “cuñaismo” y del humor más castizo y patrio, ha sido de los últimos en apuntarse a la moda, teniendo un papel bastante destacado en la insulsa Villaviciosa de al lado y copando todo el protagonismo en El mejor verano de mi vida.
Casi se podría decir que El mejor verano de mi vida es un vehículo para su exclusivo lucimiento, lo que ya de por sí supone un gran peligro. Soy muy fan del actor en su faceta de cómico de el club de la comedia, pero los antecedentes filmicos no auguraban buenos presagios. Sin embargo, hay otro elemento muy a tener en cuenta en la película y es el que consigue declinar la balanza hacia el sí más rotundo, consiguiendo que lo que a priori parecía una peliculilla más de humor paleto sea una comedia sensible y contagiadora de muy buen rollo. Me estoy refiriendo a Dani de la Orden, quien ya hiciera un buen trabajo en El pregón (aunque quizá algo absorbido por el carisma de sus estrellas protagonistas, de nuevo monologuistas más que actores) pero del que recuerdo con especial entusiasmo sus primeras obras, Barcelona nit d’estiu y, sobretodo, la fascinante Barcelona nit d’hivern.
El mejor verano de mi vida es una película que se cuece a ritmo lento, de manera que sus méritos van claramente de menos a más. El prólogo presentando al protagonista, un típico perdedor, granuja pero de buen corazón, es un arranque muy pobre que no mejora con esa especie de road movie que inicia con su hijo en busca de unas vacaciones a la altura de las circunstancias (es decir, lo mejor que se pueda pagar con cero dinero) y que presagiaba otra comedia rural heredera del cine de Paco Martínez Soria que no iba a aportar nada nuevo al panorama fílmico español. Pero hete aquí que tras el primer giro de guion entran en escena los personajes de Maggie Civantos y Stephanie Gil y entre ambas logran iluminar la pantalla (muy apreciable también la labor de Alejandro Serrano en el papel de hijo), dando un toque de humor absurdo y lujo al film (con que facilidad se cambia del turismo rural más hippie al snobismo de Marbella) que entra así en el buen camino, dejando de lado las cafrerías típicas de los chistes de tractores y paletos y dando paso a un buenrollismo que, aunque poco creíble en su narrativa, logra emocionar con momentos muy tiernos y conmovedores.
Este es el filón que mejor sabe explotar Dani de la Orden, y tras un comienzo titubeante logra imponer su marca, impregnando de frescura y buen humor (hay más sonrisas que carcajadas, eso sí) su película y logrando, con un tono muy blanco, una lección de positividad mucho más efectiva que otra reciente “feel good movie” como era Campeones, algo más manipuladora en cuanto a su sensiblería moral.
Puede que los más reticentes definan El mejor verano de su vida como una tontería sin demasiadas pretensiones, y quizá ese sea su punto de partida, pero el resultado final, con un Leo Harlem francamente encomiable, no puede ser más satisfactorio.
Sin duda, la película (española) del verano. Aunque se rodara en inverno.

Valoración: Siete sobre diez.

sábado, 14 de julio de 2018

EL RASCACIELOS

El rascacielos es el último film de acción concebido como vehículo de lucimiento de Dwayne Johnson, un actor con carisma cuyos trabajos casi siempre funcionan pero que no por ello es infalible (y ya se demostró con Los vigilantes de la playa). Normalmente el actor tiene dos vertientes más o menos diferenciadas, la de tipo duro y amenazador y la de sacarrón y algo autoparódico, y en esta ocasión toca la primera versión, en una cinta de pura acción con escasas dosis de humor que sin duda se habrían agradecido un poco, cosa curiosa en vista de los precedentes de su director.
El rascacielos no tiene nada de original, y ya su mismo planteamiento hace pensar en sus dos referentes más claros: El Coloso en llamas y, sobre todo, Jungla de Cristal. Así que muchos calculaban que el éxito o no de la película iba a depender de si Johnson conseguía tener la misma empatía que aquel joven y destrozado Bruce Willis o si iba a perder en las comparaciones. De forma ajustada, Johnson sale airoso del esfuerzo, pero no así el elemento más importante y diferenciador del film. Y es que aparte de machotes hormonados, lo que más distancia El rascacielos con Jungla de cristal tiene un culpable con nombre y apellidos: Rawson Marshall Thurber. Como si esto fuese cine de autor, el director de Somos los Miller y Un espía y medio se responsabiliza del guion y la realización, dejando claro que ni tiene la inspiración literaria de Jeb Stuart y Steven E. de Souza ni le llega a la suela de los zapatos al gran John McTiernan.
Su historia de un ataque organizado contra un imponente rascacielos y un sufrido héroe que debe rescatar a su familia no deja de ser una sucesión de situaciones demasiado agarradas por los pelos, con unos personajes bastante planos (y eso que el Will Sawyer protagonista tiene su drama inicial a lo Máximo riesgo, muy poco aprovechado) y muchos momentos de absurdo gratuitos. Además, las cartas se ponen demasiado pronto sobre la mesa, de manera que desde el minuto uno ya se sabe prácticamente todo lo que va a suceder, desde el rostro de cierto villano traidor hasta la resolución final, anticipada en una conversación entre el matrimonio protagonista nada sutil.
Así, que es inútil buscar algo de emoción en una película tan trillada que solo puede justificarse como que es un homenaje (la forma más sutil de camuflar la copia más descarada) de la mencionada Jungla de Cristal, incluyendo los saltos imposibles del protagonista rascacielos abajo (cambiando cuerda por manguera), el uso de la cinta adhesiva (mucho más ingeniosa en el film de McTiernan) o incluso una versión del antológico puñetazo de la sufrida esposa cambiando simplemente de objetivo. Incluso el momento “recorrido por la cara exterior del edificio” es muy inferior al visto, por ejemplo, en la muy superior Misión Imposible: Protocolo fantasma.
Con todo, hay que reconocer que la imaginación correspondiente al diseño del edificio La Perla es bastante atractivo, aunque luego Marshall Thurber no sepa lucir convenientemente ni el impresionante jardín vertical ni la estancia oculta en el interior de “la Perla”, y que, conforme a los tiempos que corren, la participación femenina es mucho más activa que en su modelo a imitar, con una recuperada Neve Cambell bastante acertada. Lo de la villana secundaria, una vez más, es un tópico demasiado trillado.
¿Qué se puede aprovechar, pues, de El rascacielos? Pues más o menos lo que ya se intuía con el tráiler (demasiado revelador en algunas escenas -un mal del cine actual que no parece tener solución-, inédito en otras): acción espectacular, piruetas argumentales y saltos imposibles. Dwayne Johnson y su Will Sawyer no consiguen ni mucho menos hacer olvidar al viejo John McClane (de hecho el protagonista bien podría ser el mismo personaje de San Andrés o cualquier otra peli de acción del actor de descendencia samoana), pero al menos cumplen con su parte de la función, esforzándose al máximo para dar entidad a un personaje pobremente escrito. La película tiene un ritmo frenético, agotador incluso, y aunque eso nos ea necesariamente positivo al menos consigue no aburrir en ningún momento, aunque a partir de cierto número de inverosimilitudes al espectador poco empieza a importarle el destino de los personajes.
En fin, puro entretenimiento, algo decepcionante en comparación con otros espectáculos circenses de Johnson, que sirve para pasar el rato pero con bastante menos de lo que cabría esperar.

Valoración: Cinco sobre diez.

jueves, 12 de julio de 2018

LA NOCHE DE LAS BESTIAS: LA PRIMERA PURGA

Cuando una cosa funciona se corre el peligro de abusar demasiado de ella. Eso bien lo saben en Hollywood, pero no es motivo para que no lo sigan haciendo. Y la saga de La noche de las bestias es un buen ejemplo de ello.
Concebida al amparo de Blummhouse, The Purgue: la noche de las bestias fue el vehículo que llevó a James DeMonaco a destacar como director tras unos años escribiendo interesantes libretos de acción, pero al final la saga lo ha logrado absolver y poco se ha prodigado más allá de la hasta hace poco trilogía.
Cuando aparecía que no había nada más que contar (y visto lo visto, así era), DeMonaco se ha sacado de la manga una precuela para tratar de contarnos (como si no quedase suficientemente claro en sus películas) el origen de la dichosa purga, aunque para plasmarlo en imágenes se ha hecho un cambio en la silla de director, siendo sustituido por el casi debutante Gerard McMurray. El resultado es una película con un estilo visual muy similar a las anteriores pero con un ritmo narrativo bastante más irregular.
La excusa de detallar el origen del evento no solo no aporta nada nuevo a la trama, sino que la vuelve redundante (¿de verdad necesita alguien que nos justifiquen el unos de esas máscaras tan psicodélicas marca de la casa?) y incluso afea un poco el mensaje politicosocial de las anteriores. Que para conseguir reducir la delincuencia se permita una noche de libre albedrío una vez al año es una salvajada, pero en caso de tener resultados positivos tiene su interés e incluso podría invitar a un macarronico debate sobre su conveniencia o no. Ahora, en esta precuela, cualquier atisbo de viabilidad se echa por tierra convirtiéndolo todo en una conspiración gubernamental del montón, con momentos tan absurdos e innecesarios como la escena final con Marisa Tomei (¿quién te engañó para hacer esto, tía May?).
Con todo, como suele suceder con los inventos de Blummhouse, la cosa les ha salido barata y, aunque amenaza con aburrir en algún momento, no deja de ser una peli de acción efectiva, que a buen seguro será suficientemente rentable como para asegurar más películas y dar luz verde a ese proyecto de serie de televisión del que se viene hablando desde hace algún tiempo. Sin embargo, el que no llegue a aburrir del todo tampoco justifica su existencia, y la utilización de unos personajes muy planos junto con unos actores de medio pelo (menudo bajón interpretativo ha dado esto, que empezó con Ethan Hawke y Lena Headey, pasó a Frank Grillo y Elizabeth Mitchell y ha acabado con este Y’lan Noel que aporta presencia y poco más).
En fin, La noche de las bestias: La primera purga, es un pasatiempo aceptable para los menos exigentes, pero demasiado tópica y que no muestra nada que no hayamos visto ya en pantalla.

Valoración: Cuatro sobre diez.

OCEAN'S 8

La maquinaria de Hollywood no para y cuando algo funciona (o se parece mínimamente a una moda) todos quieren subirse al carro. Tras los (por otra parte necesarios) movimientos reivindicativos feministas de los últimos años ha surgido una corriente por apostar por héroes femeninos dando el callo en pantalla, con resultados claramente desiguales. Wonder Woman funcionó francamente bien, Tomb Raider fue algo más discreta y la versión femenina de Cazafantasmas quedó claramente por debajo de las expectativas, pese a ser, posiblemente, la mejor de las tres (la más divertida, al menos).
En ese estilo se encuentra Ocean’s 8, una revisión (aunque continuista) de Ocean’s eleven y sus secuelas, de Steve Soderbergh, que a su vez era un remake de La cuadrilla de los once de Lewis Milestone, protagonizado por mujeres, con Sandra Bullock a la cabeza interpretando a Debbie Ocean (hermana del personaje que interpretara por tres veces George Clooney) aunque con Cate Blanchett robándole las escenas.
Ocean’s 8 no es más que lo que aparenta, una cara B del film de Clooney, Pitt, Dammon y compañía que no alcanza nunca la frescura de la original (Gary Ross es un director interesante, pero no a la altura del Soderbergh más inspirado) pero que sí puede competir sin sonrojarse con las dos secuelas. Ross, manteniéndose fiel a la marca, busca un estilo noventero para el film, con esas típicas cortinillas dividiendo la pantalla verticalmente y un uso casi desmedido de la banda sonora, logrando realmente la sensación de secuela directa, cosa a lo que también ayuda la presencia de Elliott Gould.
La trama es sencilla y funcional. Debbie, recién salida de prisión, reúne a una banda para perpetrar un gran atraco, en esta ocasión un valioso collar de Cartier. Quizá el mayor punto débil del film sea precisamente esa sencillez en su argumento. Es cierto que está repleto de los giros necesarios para tratar de desconcertar al personal, pero por un lado carece de un antagonista de peso que suponga una amenaza al equipo mientras que por el otro todo el plan parece ejecutarse con una sencillez tan pasmosa que le quita emoción al asunto, por más que sea lógico imaginar desde el arranque como va a terminar la cosa. Además, el propio título amenaza con destripar uno de los giros de guion que más pretenden sorprender.
Con todo, lo que no se le puede negar es que como entretenimiento funciona a la perfección. Es divertida y dinámica y las actrices, en un magnífico reparto y con espacio suficiente para que cada una tenga su momento de protagonismo, muestran una potente química entre ellas. Solo esto ya es justificación suficiente para acudir a los cines para disfrutar de un pasatiempo veraniego tan refrescante como olvidable.

Valoración: siete sobre diez.

domingo, 8 de julio de 2018

ANT-MAN Y LA AVISPA

Resultaba difícil regresar al universo Cinematográfico Marvel después de los duros hechos narrados en Vengadores: Infinity War, por eso ya comenté en su momento que me parecía muy inteligente la propuesta de Marvel de rebajar expectativas y tensiones haciendo que el siguiente capítulo de la saga fuese protagonizado por Ant-Man, uno de los héroes más irrelevantes de la franquicia y donde el humor prima siempre por encima de la épica.
Con Ant-Man y la Avispa no hay lugar para la sorpresa. Esto es puro entretenimiento y nada más, y así lo ha entendido el director Peyton Reed, que mejora la puesta en escena de su anterior película pero en función de una historia bastante irrelevante y sin un villano de altura.
Además, Ant-Man y la Avispa arrastra un problema muy común en las series de comics y que los lectores más habituales reconocerán enseguida. Me refiero a cuando hay un gran evento que aúna a varios personajes, lastrando la colección individual de uno en concreto. Traducido al cine, esta secuela de Ant-Man está demasiado maniatada por los acontecimientos de Capitán América: Civil War y Vengadores: Infinity War, lo que le impide tener una trama propia completamente independiente, si es que lo pretendiese.
Así pues, no esperéis aquí en siguiente eslabón de una trama compleja con el destino de la humanidad en juego. Esto es un carrusel de chistes y diálogos ingeniosos y como tal debe considerarse. De esa manera, Ant-Man y la Avispa es un buen entretenimiento, un espectáculo veraniego ligero que sabe aprovechar la química entre sus protagonistas y donde Paul Rudd brilla especialmente, aunque en algunos momentos pueda parecer un remiendo del espíritu socarrón de Deadpool.
Por ello, Ant-Man y la Avispa, desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, estaría entre lo más flojo de Marvel, sin que ello sea especialmente malo, pero eso no indica para nada que sea decepcionante o fallida, como podría ser para muchos Thor: el Mundo Oscuro. Insisto, simplemente ni apunta más alto por decisión propia.
Así que estamos ante una aventurilla de rescates cuánticos, divertidos juegos relativos al tamaño, chascarrillos y simplezas que, sin embargo, consigue golpear de nuevo a los espectadores merced a sus escenas postcréditos, la primera mucho más trascendente que la segunda, a todas luces imprescindibles y que dan el punto de originalidad de conferir a Ant-Man y la Avispa el honor de ser la primera película Marvel de final totalmente abierto e inconcluso (teniendo en cuenta que desde mi punto de vista Infinity War no tiene un final abierto, simplemente termina con el malo ganando a los buenos: que luego vaya a haber continuación es otra cosa).
Risas, evasión y la siempre agradable presencia de Evangeline Lilly. Esto es lo que hay. ¿Para qué más?

Valoración: Seis sobre diez.

SICARIO: EL DÍA DEL SOLDADO

Tras el éxito en 2015 de Sicario, que confirmaba (si es que a esas alturas era necesario) el talento de Dennis Villeneuve, el anuncio de su secuela, ya sin el director franco canadiense a los mandos, no parecía exactamente una buena idea.

Es por ello que el gran mérito de Sicario: el día del soldado es el de no desmerecer demasiado con respecto a aquella, logrando mantenerse a la altura e incluso siendo valorada por algunos como ligeramente superior.
No, el italiano Stefano Sollima no consigue superar a Villeneuve, pero a estas alturas de la historia a nadie debería pasar desapercibido que el verdadero corazón de la aparente saga está en la labor de su guionista, Taylor Sheridan, autor también de las magníficas Comanchería y Wind River, que se mantiene como firmante de la historia y consigue dar una coherencia interna a la trama, consiguiendo que la nueva trama (no sería justo considerarla exactamente como secuela) tenga sentido.
Sí consigue Sollirma captar el espíritu de Villeneuve con una fotografía dura y sucia, consiguiendo que la violencia se pueda sentir sin caer en concesiones al espectador, componiendo un relato fronterizo de esos que tanto gustan a Sheridan y sacando lo mejor de Josh Brolin y Benicio del Toro (quien cae de la ecuación es Emily Blunt), aunque con alguna decisión de guion algo cuestionable por lo de inverosímil que resulta, aparte de esa trampa que es arrancar con un atentado islamista que a la postre no es más que un mcguffin sin más relevancia para la trama.
Quizá el punto débil de la película esté en su incapacidad por decidir el tono de denuncia sociopolítica que pretende hacer. Por un lado parece querer denunciar los abusos del gobierno de los Estados Unidos, haciendo y deshaciendo a su antojo y manipulando a capricho a las bandas mexicanas (pobre retrato, por cierto, el que hace del país vecino), erigiéndose una vez más como reyes del mundo por encima del bien y del mal. Sin embargo, por el otro, casi podría justificar la política migratoria de Trump, justificando con lo que se ve en pantalla muros y lo que haga falta para evitar que esos “malvados” invasores ataquen a las pobres víctimas americanas.
Indefinición política que el propio director ha tenido que justificar argumentando que esto es, ante todo,m un entretenimiento y que sirve para definir perfectamente a la película. Dejando de lado mensajes y lecturas ocultas, esto es una estupenda cinta de acción, con mucha sangre, violencia insana y dos personajes con buena química entre ellos y que siguen creciendo a medida que los vamos conociendo mejor.
Y, visto su final, con aspiraciones a seguir junto a ellos al menos en un film más.
Ahora ya es cuestión de cada uno querer conformarse con eso o insistir en pedir algo más que no vamos a encontrar. Al menos no de manera satisfactoria.

Valoración: Siete sobre diez.

TULLY

Hace tiempo que Jason Reitman dejó de ser el hijo de Ivan Reitman para crearse un nombre propio dentro del mundo de la dirección, sobretodo a partir de la notable Up in the air. Desde entonces su carrera ha ido en clara decadencia, sobretodo a raíz de las aburridillas Una vida en tres días y Hombres, mujeres & niños, siendo su colaboración con la guionista Diablo Cody (la cual tampoco ha tenido una carrera demasiado brillante cuando se ha alejado de Reitman) lo que mejores frutos le ha dado.
De esta manera, Tully podría ser casi el cierre de una trilogía que comenzó con Juno (el primer gran éxito del director) y que se completa con Young adult, ya con Charlize Theron como protagonista.
Basándose de nuevo en sus propias experiencias, Diablo Cody retrata en Tully los problemas de una mujer de clase media para lidiar con la compatibilidad entre su trabajo, la casa, sus dos hijos y su nuevo embarazo. Pero tras dar a luz el agotamiento al fin hace mella en ella, entrando en una especie de depresión post parto para la que su hermano parece tener la solución ideal: contratar a una niñera de noche que le permita descansar convenientemente.
Con esta película se reafirma la sensibilidad de Reitman por las cuestiones femeninas y su habilidad para compaginar situaciones estresantes y mentalmente agónicas con un sentido del humor sutil y efectivo, muy apoyado, eso sí, en la brillante interpretación de Theron, que aun pese al esfuerzo de haber engordado más de veinte quilos para adaptarse a la realidad de su personaje demuestra que se puede hacer un gran trabajo actoral más allá de los méritos de la propia caracterización. Theron, bien acompañada por Mackenzie David (la prostituta de Blade Runner 2049), está en la práctica totalidad de planos de la película y es el motor que permite que todo funcione a la perfección.
Reitman y Cody usan un inteligente recurso para transmitir los miedos y las ansiedades de la protagonista, rescatada por una especie de Mary Poppins nocturna, que propicia un interesante giro final que, pese a que se empieza a intuir en algún momento anterior, está bien trabajado y resulta totalmente creíble, a diferencia de lo que sucedía en otra película reciente con el mismo recurso narrativo y que no voy a mencionar ahora por aquello de los spoilers.
Interesante propuesta, en fin, sobre las dificultades de ser madre y el agotamiento físico y mental que puede llegar a suponer y bonita lección sobre como sobrellevarlo (por más que algunos puedan cuestionar la falta de realismo de su resolución), al que sí le echo en cara, sin embargo, un exceso de explicaciones que, como siempre, cuestiona la capacidad del espectador para entender lo que le están explicando.

Valoración: siete sobre diez. 

HEREDITARY

Debo confesar que me acerqué a ver esta película con cierto temor en el cuerpo. Algo bueno, podríais pensar, ya que se trata de un film de terror, pero el miedo que sentía no era hacia lo que me pudiera asustar la historia, sino ante el desmedido hype que la precedía. Decían de ella que era la película de terror definitiva, la mejor de la historia, la que ibas a suponer un antes y un después en el género. Y aunque eso se ha dicho muchas veces de muchas películas, esta vez las voces que la alababan parecían ser más efusivas que nunca. Y luego está, claro, la dicotomía habitual entre los que la adoran y la odian, que tampoco son escasos.
En vista del panorama, me esperaba una película complicada, quizá demasiado intimista y diferente a lo que nos suele ofrecer el género, algo positivo pero también muy arriesgado. Pero afortunadamente, pese a que Hereditary podría jugar en la misma liga que esas películas extrañas y diferentes como La bruja, no está tan alejada de las convicciones propias como para sentirse extraño ante ella.
Ya he comentado en alguna ocasión que el cine de terror está tomando una nueva dirección, más centrada en el drama interno que en el susto fácil, lo que hace que triunfen títulos como Un lugar tranquilo mientras Winchester caía en el olvido. Y en ese sentido, Hereditary cumple con creces, pues detrás de una historia de fantasmas y posesiones (y no soy más específico por no develar nada crucial de la trama) se encuentran los esfuerzos de una familia por permanecer unidos ante el dolor por la pérdida de un ser querido.
Hereditary propone un descenso a los infiernos del dolor y la desesperación, desgarrando desde dentro una unidad familiar con secretos y rencores, en una historia contada con tanta inteligencia que es en un segundo visionado donde más se puede disfrutar, descubriendo así que los giros inesperados de guion no son nada caprichosos y que todo está milimétricamente pensado desde el principio.
Puedo entender que nos ea una película apta para todo el mundo, aunque parece que el debate principal está entre los que la consideran un gran drama con el terror como excusa de fondo y los que la consideran una gran pieza de miedo con la tragedia de adorno. Sea como sea, ambas versiones son aceptables, como si su autor, un Ari Aster con las ideas tan claras como para rechazar los múltiples proyectos comerciales que le están ofreciendo desde el Hollywood más convencional, quisiera invitar al espectador a participar en la historia aportando su propio punto de vista, aunque advirtiendo, eso sí (y esto no lo consideréis un spoiler, sino una aclaración que ayudará a disfrutar mejor de la película) que todo lo que sucede en el film es real (narrativamente hablando), sin caer en escenas tramposas en las que no se sabe nunca cuando se está viendo lo que sucede o lo que un personaje determinado cree ver en su mente.
No me parece, desde luego, que Hereditary sea la película definitiva, aunque la he disfrutado mucho, consiguiendo un malrollo insano y enfermizo y dejando un malcuerpo gracias a una historia con muchas sorpresas (algunas incluso tan radicales que es lo que más a desconcertado a la gente) y unas interpretaciones magníficas.
No, no es la película definitiva. Pero sí una gran película. Y una prueba más de que en el cine independiente el género de terror tiene una salud envidiable, alejada de los convencionalismos que en su momento James Wan, Jason Blum y compañía nos impusieron.


Valoración: Ocho sobre diez.

sábado, 7 de julio de 2018

CON AMOR, SIMON

De vez en cuando aparece por el panorama cinematográfico una película que presume con ser pionera en algo, una valiente que se atreve a encabezar un movimiento revolucionario. Pasó, por ejemplo, cuando Los amigos de Peter y Philadelphia (cada una a un a un lado del charco) fueron las primaras ficciones en tratar abiertamente el problema del SIDA y ahora han convertido Con amor, Simon, en la primera película de un gran estudio en hacer una película totalmente centrada en un protagonista homosexual. Personalmente, no entiendo el mérito de esto, más una argucia publicitaria que una realidad, pues ya hace muchos años que se se hacen films del tipo de la magnífica In&Out, donde Kevin Kline se enfrentada a su propio desconcierto al descubrir su homosexualidad. Sea como sea, siempre es de agradecer los intentos de normalizar un colectivo demasiado estigmatizado por la intolerancia y los estereotipos. Y eso es, precisamente, lo que pretende hacer Greg Berlanti en Con amor, Simon.
Berlanti, muy dado al género juvenil debido a su vinculación al universo televisivo de DC (vamos a hacerle el favor de obviar que fue el que guionizó esa denostada película llamada Linterna Verde), ha creado una dramedia romántica para adolescentes con todos los tics propios del género, con la única salvedad de la orientación sexual del protagonista. El Simon del título lleva unos años sabiendo que le gustan los chicos, pero la época del instituto quizá no es el mejor momento para salir del armario, pese a los problemas y las dudas que su secreto le lleva, tanto para sí mismo como para la relación con sus amigos.
Con amor, Simon no aspira a ser rompedora en ningún sentido, más allá del mencionado paso adelante en la reivindicación, y por ello se mira descaradamente en el espejo de una de las series de más éxito de los últimos años: Por trece razones. Tanto es así que incluso toma prestados a dos de sus protagonistas, consiguiendo parecer casi un capítulo doble de la serie con la misma ambientación y estilo pero cambiando las reflexiones sobre el acoso y el suicidio por el de la sexualidad (lo que, por otro lado, también va vinculado al acoso).
Como sea, Berlanti consigue una película muy agradable y simpática, con unos personajes muy bien trabajados para que sea fácil identificarse con ellos más allá de la orientación sexual de cada uno, consiguiendo que se empatice con el protagonista hasta el punto de perdonarle (como sucede con los verdaderos amigos) que se le perdonen las múltiples meteduras de pata que va cometiendo durante la historia.
No estamos ante un tratado social definitivo, ni ver Con amor, Simon va a cambiar la vida de nadie, pero sí puede invitar a la reflexión de una manera más natural y mucho menos pedante que, por ejemplo, en Call me by your name, que en el fondo quería contar la misma historia pero de un estilo totalmente opuesto a este.
Sí, al final el tema del amor queda relativizado (estamos ante una comedia romántica típica, eso no hay que olvidarlo) y la historia romántica final no es más que el toque de caramelo para hacernos salir de la sala con una sonrisa y creyéndonos ingenuamente que el mundo puede ser, a veces, perfecto y justo, pero al menos el camino hasta ese final es muy digno, emocionando y divirtiendo a partes iguales y haciendo la película muy recomendable, un buen colofón, quizá, para cerrar la semana del orgullo, permitiéndose, incluso, un toque de autoparodia muy sano.

Valoración: Siete sobre diez.