Call me by your name es como una pieza de relojería. Pese a hablar sobre algo tan aleatorio e impredecible con el amor, nada en la película está dejado al azar. Tanto el trabajo del director, Luca Guadagnino, como del guionista, James Ivory, cuidan hasta el más mínimo detalle para componer un retrato preciosista y de calado alrededor de la relación entre un adolescente italiano y el apuesto americano que pasa un verano hospedado con su familia en una casa de campo al norte del país.
La relación entre ambos, obviamente, será el punto central de la trama, pero más allá del aspecto sentimental de la misma, hay un sinfín de elementos secundarios como la introspección en el componente alumno-profesor, el desarrollo de las relaciones paralelas (ese grupo de amigas que constantemente orbitan alrededor de ambos), el descubrimiento de sentimientos desconocidos... Todo ello sazonado con unos paisajes rurales tan encantadores como reconocibles, que forman parte de una estampa italiana pero bien podrían hermanarse con un ambiente rural patrio como el que se veía, por ejemplo, en Estiu 1993, con el calor del verano, el enrarecido ambiente político y el aroma a cultura que la familia del protagonista desprende como imprescindibles elementos decorativos.
Mucho se ha hablado del elemento homosexual de la película, tanto a favor como en contra, pero ello no es más que una excusa, un vehículo con el que Ivory se siente más cómodo para hablar sobre el despertar sexual, la edad del descubrimiento y el deseo, el desconcierto y la pasión, la diferencia de edad entre los dos personajes y, sí, definitivamente, el amor de verano, ese amor que por definición tiene fecha de caducidad pero que, de alguna manera, queda gravado en nuestros corazones para toda la vida.
Con todos estos elementos Guadagnino compone una película intensa, de las que se cocinan a fuego lento y permiten encariñarse de los protagonistas (excelente Timothée Chalamet, muy correcto Armie Hammer) casi sin que uno se dé cuenta, donde no molesta demasiado el exceso de metraje y que, pese a que en apariencia pudiera parecer que no está pasando nada importante en pantalla, uno no se cansa de ver las historias de los personajes, casi como si el propio espectador fuese partícipe de ellas, algo que ya sucedía con uno de sus anteriores trabajos, la también estimulante (aunque menos laureada) Cegados por el sol (a mi entender más redonda que esta).
Algo chirría, sin embargo, en Call me by your name (título original que ridículamente no ha sido traducido en España pese a que la frase “llámame por mi nombre” aparece en uno de los diálogos y es, además, crucial para el devenir de la historia), quizá por ese empeño en que todo sea tan milimétricamente calculado, sin dejar nada a la improvisación, que a la postre dotan a la película de un cierto aroma a artificial, casi rozando la pedantearía. Secuencias tan hermosas como la de los protagonistas hablando alrededor de una fuente en el pueblo se alternan con otras que parecen puro postureo que pueden provocar la desconexión parcial, mientras que el exceso de atención que ambos reciben deja un poco en tinieblas al resto de personajes. Cierto es que la película no va más que sobre ellos dos, pero los elementos que se ofrecen de los padres del chico, por ejemplo, son suficientemente reveladores como para que uno quiera conocer un poco más sobre el trabajo al que se dedica, mera excusa para incorporar al film un elemento de tintes cultural que funciona también como contraste entre la evidente clase social más bien alta de la familia y las ideas progresistas y culturales. Y es que ese es otro de los detalles definitorios del film, la gran cantidad de contrastes que se ocultan en su interior, sirva como ejemplo el gusto musical del protagonista, capaz de vestir camisetas de Talking Heads y a la vez aspirar a componer música clásica.
En fin, una interesante película, recuperada en cines mucho tiempo después de su estreno original, a la que quizá le pese el hype producido por las nominaciones que tuvo a los Oscar, pero que me alegro de haber podido ver al fin y que, sin ser todo lo redonda que uno podría esperar, es una interesante y sensible reflexión sobre el primer amor, el descubrimiento de la propia sexualidad y, en resumen, la dificultad de llegar a conocerse a uno mismo.
Valoración: Siete sobre diez.
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