En
el verano del 93 la cortometrajista Carla Simón perdió a su madre. Ahora, casi
veinticinco años después, la directora debuta en el terreno del largometraje
con una película con tintes autobiográficos que explora esa sensación de
pérdida y ese dolor que sufrió siendo niña.
Estiu. 1993 está siendo toda una sensación, cosechando grandes
críticas y deslumbrando allá por donde va, siendo uno de los debuts más
poderosos que se recuerdan (aunque lo cierto es que llevamos una temporada de
debuts prometedores en España, baste recordar los casos de Tarde para la ira o Pieles).
No
voy a negar el poderío visual de la película de Simón, como sabe jugar con los
silencios y los paisajes para transmitir la tristeza y el aislamiento de la
niña protagonista, condenada a vivir en una casa en plena montaña con sus tíos
y su prima pequeña tras su dura pérdida. Frida debe conseguir aceptar una
situación que la supera en un mundo al que no pertenece, y esa es la gran baza
de la historia que pretende transmitir Simón.
Sin
embargo, no ha conseguido Simón seducirme como a la mayoría del público. Habiéndola
visto en su formato original (en catalán), era un verdadero esfuerzo entender a
veces la voz de la protagonista (una Laia Artigas que basa todo su valor
interpretativo en la fuerza de su melancólica mirada), y aun reconociendo como
propias muchas de las situaciones vividas por los personajes (por aquella época
yo también vagaba por el bosque, me bañaba en ríos y disfrutaba -es un decir-
de las fiestas mayores de pueblo) no he conseguido sumergirme lo suficiente en
la historia como para sentirme maravillado.
Sí,
Simón refleja muy bien la soledad de Frida. ¿Y qué? Películas sobre la pérdida
y la soledad hay muchas, y esta no me ha logrado transmitir nada que no haya
sentido antes. Si acaso, aburrimiento. En su interés por condensar todo sobre el
personaje de la pequeña huérfana, no hay una trama que envuelva con suficiente
interés el resto de la película, y ni siquiera cuando hay algo que trata de
sacudir al público (la desaparición de la prima) es suficiente como para
recuperar el interés.
No
cabe la menor duda de que Estiu. 1993
exige un punto de colaboración por parte del espectador. Es de esas películas
en las que es necesario “entrar” en su historia, empatizando con los
protagonistas. Y eso es algo que yo nunca conseguí, sin terminar de comprender
siquiera las posiciones, algo irregulares, de los “nuevos padres”.
No
es una mala película, no pretendo decir eso, pero no es, al menos, mi película.
Y de verdad que lo siento. Esta es la historia (y los fantasmas) de Carla
Simón. No la mía.
Valoración:
Cuatro sobre diez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario