La estrofa de uno de los clásicos de Sabina, incluido en su disco más extraño y de premonitorio título, Enemigos íntimos, rezaba así: «El primero en sacarte a bailar un vals, el vals de la tristeza más triste del mundo».
Eso fue en 1998, un año antes de que, con cuarenta y diez años, escribiera una canción donde detallaba su funeral y testamento. Aclaraba, eso sí, que lo hacía sin prisas, y «que el traje de madera, que estrenaré no está siquiera plantado». Después de eso, aún tendrían que llegar más discos, una depresión, otra colaboración (esta vez con final feliz) junto a «su primo, el Nano», una aparatosa caída, muchos conciertos y continuas demostraciones de su «mala salud de hierro».
Hasta ahora.
Esta semana, en la que parecía que todo iba a girar alrededor de la ruptura entre Leyre y el resto de componentes de La Oreja de Van Gogh (creando un debate casi violento entre los defensores de Leyre y los de Amaia Montero que a punto estuvo en dividir a las dos Españas, un enfrentamiento a la altura del que hay entre seguidores de La Revuelta y El Hormiguero), va el bueno de Don Joaquín y nos obsequia por sorpresa con un tema nuevo, presentado en forma de videoclip que, según ha asegurado, va a ser el último de su carrera. No solo eso. Además, va acompañado por la noticia de que va a iniciar una potente gira llamada «Hola y… Adiós» que supondrá su despedida definitiva de los escenarios.
Sería fácil pensar que Sabina iba a ser uno de esos
artistas que no se iba a retirar nunca (y estoy convencido de que como
compositor no lo podrá hacer, aunque lo pretenda) pero el genio de Úbeda se ha
propuesto marcarse su propio destino y decidir cuándo y cómo despedirse de su
gente. Y lo ha hecho por lo grande, con una maestría en forma de canción de
despedida que, junto con unas imágenes maravillosamente filmadas por Fernando
León de Aranoa (quien ya llevara parte de la historia de Joaquín a los cines
con su documental Sintiéndolo Mucho), logran emocionar hasta límites
insospechados.
En El último vals, Sabina habla, con el corazón en la
mano, directamente a su público, mirándolo a los ojos y haciendo un rápido
balance de su historia, disfrazándolo todo en forma de conversación de bar
(¿qué mejor lugar para despedirse de la música o, en definitiva, de la vida?) y
rodeado por algunos de los amigos que han marcado sus últimos años.
El último vals no es, en fin, una canción triste, sino
un inventario de recuerdos y sentimientos que da una lección de vida a todo
aquel que la escucha. Lo triste no es envejecer y morir. Lo triste es no saber
cómo enfrentarse a ello. Sabina ya ha bailado varias veces con «la pálida dama» y sabe que no debe temer
nada de ella. Es mejor, en su lugar, coger el toro por los cuernos y decirle a
la cara que cuando «se encapriche con él
y lo lleve a dormir siempre con ella» no estará solo. Y es por ello por lo
que vivirá por siempre en nuestros recuerdos y en el de sus grandiosas,
insuperables canciones.
Ya lo dijo en sus comienzos. « Aquí he vivido, aquí quiero quedarme». Pues eso, maestro, aquí te
quedarás para siempre. No en Madrid, sino en nuestros corazones, que es mejor
lugar que «a mitad de camino entre el
infierno y el cielo».
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