viernes, 31 de marzo de 2017

Reflexiones catódicas: LA TELEVISIÓN HA CAMBIADO (Y PARA BIEN)

Los tiempos están cambiando. Y pese a que en este país siguen existiendo canales que malviven a base de refritos de series que programan sin orden ni criterio (de algo tienen que vivir los procedimentales), y que tienen más audiencia de la que puedo llegar a comprender, lo cierto es que la manera de entender la televisión ha sufrido una fuerte transformación en los últimos años.
Siempre se ha dicho que este era un país muy propenso a la piratería, y eso parecía una certeza hasta la aparición de las plataformas de streaming, esas mismas que los más agoreros vaticinaban que iban a fracasar. Nadie pagará por lo que puede tener gratis, decían. Pero ha pasado más de un año y no solo se han aposentado, sino que su número se ha incrementado de manera notable.
Es evidente que ahora el público televisivo es mucho más exigente. Por un lado, se requiere inmediatez. 
No tiene ningún sentido acceder a series de fama mundial como The walking dead o Juego de Tronos varios meses (cuando no años) después de su emisión en Estados Unidos (recuérdese si no lo que pasó con True Detective). 
Luego está el tema de la libertad. La televisión tradicional impone una especie de dictadura que obliga a ver los programas cuando y como ellas quieren. El streaming, sin embargo, permite al espectador elegir el mejor momento para el visionado.
Todos tenemos en mente a Netflix como la gran pionera del streaming en España, aunque para ser justos hay que recordar que antes que ella ya teníamos a Filmin y Wuaki (rebautizada Rakuten), aunque estas se centran más en la oferta cinematográfica que la televisiva propia. Y luego están las plataformas de internet de los canales generalistas, esas que permitieron que series como El ministerio del tiempo pudiese triunfar pese a las bajas audiencias en su emisión original.
Pero definitivamente ha sido Netflix quien más ha apostado por este formato. Y casi u n año y medio después de aterrizar en nuestro país su catálogo se ha incrementado de forma ostensible y su apuesta por la producción propia ha sido notable. 
Al llegar, parecía que solo Orange is the new black y House of cars, de las cuales, en un primer momento, ni siquiera tenían los derechos para España. Sin embargo, y dejando de lado el tema superheróico del que ya hablaremos en otro momento, las producciones propias se han multiplicado, con gran nivel de calidad y aceptación. Títulos como Better call Saul (el spin off de Breaking Bad), Narcos o Stranger Things están entre lo más destacado del año.
En paralelo al crecimiento de Netflix habría que mencionar también los esfuerzos de Movistar por no quedarse a la zaga, pero cuentan con una gran desventaja al depender del servicio de telefonía.
Mientras no se pueda contratar al canal independientemente del servidor de Internet que cada uno quiera nunca podrán competir de tú a tú con el resto de ofertas.
Además, en los últimos meses hemos disfrutado del desembarco de otros dos grandes canales de streaming: HBO y Amazon. En el caso de la primera se han encontrado con el mismo hándicap que Netflix, ya que su serie de cabecera, Juego de Tronos, ya tenía los derechos vendidos en España. Pero han reaccionado rápido y WestWorld ha sido otra de las revelaciones de la temporada. Con respecto a Amazon, la propuesta es interesante por su precio, llegando a ser gratuito para clientes Premium de su portal de compras por internet, aunque su serie más relevante hasta la fecha (aunque las críticas no han sido muy positivas) no ha llegado aún. Me estoy refiriendo a Crisis in six scenes, el debut de Woody Allen en televisión. 
El gran problema, a día de hoy, de HBO y Amazon es no disponer todavía de aplicaciones para SmartTV, aunque no creo que tarden mucho en solventarlo.
Los tiempos están cambiando. Y más que van a cambiar todavía. HBO suele arrasar en los premios Emmy, Amazon ha tenido una importante presencia en los Oscars de este año (coproducían Manchester frente al mar) y Spike Lee se encargará de dirigir la primera película producida por ellos en solitario, y Netflix, aparte del imprescindible apoyo que han dado para que la tercera temporada de El ministerio del Tiempo sea una realidad, se han quedado en exclusiva la nueva película de Martin Scorsese con Robert de Niro y sus próximos títulos serán protagonizados por Brad Pitt y Will Smith, aparte de haberse comprometido a concluir y estrenar el proyecto que quedó inacabado de Orson Welles.
Insisto. Los tiempos están cambiando. La piratería debería ser ya cosa del pasado. La ficción televisiva en “directo”, también. Ahora hay alternativas. De calidad, variadas y a buen precio. Y el público está respondiendo.

Vienen buenos tiempos para la televisión. Esto no ha hecho más que empezar…

sábado, 25 de marzo de 2017

EL BAR, divertida, cruel y reflexiva.

Tiene un problema Álex de la Iglesia cada vez que debe estrenar una nueva película. Y es que en sus inicios tiene algunos títulos tan magníficos como El día de la Bestia o La Comunidad que, como le pasa a algún colega anglosajón suyo como Shaymalan, parece que nunca vaya a poder volver a estar a la altura de las expectativas. Y eso es algo demasiado injusto hacia un realizador que ha dado grandes obras a la filmografía de este país.
Es por ello que muchos destacan El bar como una especie de regreso a esa época gloriosa después de unos años de oscuridad. Personalmente no puedo estar completamente de acuerdo, pues si bien es cierto que El bar es una muy buena película supe disfrutar mucho también de Las brujas de Zugarramurdi y Mi gran noche, siendo de su época más reciente La chispa de la vida la única que me dejó algo frío.
Si es cierto, sin embargo, que ahora logra resarcirse de algo de lo que se le acusa continuamente: no saber cerrar bien sus películas. Porque desde luego El bar tiene un final impecable, que podrá ser más o menos del gusto del espectador, pero totalmente coherente con la historia y con una amargura como no podía ser de otra manera. Pero empecemos mejor por el principio…
El bar no es exactamente una comedia negra, aunque tiene muchos puntos de humor. Es más bien una radiografía de la sociedad, de cómo el ser humano reacciona ante situaciones límite y como el instinto de supervivencia se antepone habitualmente a la propia moral. Por ello no es una película de buenos y malos y cada personaje, incluso en sus momentos de mayor bajeza, merece ser justificado. ¿Acaso no haríamos nosotros lo mismo?
La cosa va de un grupo de desconocidos que quedan atrapados en el interior de un bar después de que dos personas sean abatidas a tiros en mitad de la calle y el centro de Madrid, de un momento para otro, quede totalmente desierto. Es entonces cuando los miedos, la desconfianza y las fobias salen a relucir, convirtiéndose el bar del título en una suerte de Gran hermano con muchas similitudes con La niebla, aquella novela de Stephen King versionada por Frank Darabont donde también un grupo de desconocidos quedaban atrapados, en esa ocasión en un supermercado, aterrados por una misteriosa amenaza del exterior.
El guion que el propio De la Iglesia firma con su amigo y colaborador habitual Jorge Guerricaechevarría combina con inteligencia el humor y el drama, la acción y los momentos más intimistas, aunque hay que reconocerle que obliga a realizar en algún que otro momento un ejercicio de suspensión de la credibilidad, y el director consigue mantener el ritmo en todo momento, sin que ni siquiera con la salida del bar se llegue a perder el interés ni la emoción. Pero no basta con su buen trabajo para llevar este barco a buen puerto, y sin duda sería imposible sostener una película como El bar sin un trabajo impecable por parte de todos sus protagonistas. Joaquín Climent y Alejandro Awada cumplen con creces, Mario Casas y Secun de la Rosa están brillantes y divertidos y a Terele Pávez y Carmen Machi no vamos a descubrirlas ahora, ¿no? Pero son sin duda Jaime Ordóñez y Blanca Suarez quienes realmente se llevan el gato al agua. Ordóñez está deliciosamente excesivo, histriónico, capaz de despertar odio y ternura en el espectador en cuestión de segundos. Suarez, por su parte, está superlativa, evolucionando de niña pija maleducada a heroína de la función con una facilidad pasmosa. Sin problemas para resistir con firmeza los primeros planos, asusta conmueve, convence y enamora.
El bar puede parecer una película excesiva, cargada de momentos surrealistas y de reacciones desproporcionadas, pero si uno se para a analizar bien a los personajes, magníficamente retratados en apenas cuatro planos, se da cuenta de que esas reacciones son tan terriblemente humanas y naturales que, por encima de los chistes, la emoción y el suspense, convierten a El bar en una película extremadamente triste. Y ese encadenado de planos finales por las calles de Madrid lo demuestran.
El bar es, por tanto, absurda, tronchante, dura y con momentos de escatológica sensualidad, pero, por encima de todo, es una película que me ha hecho reflexionar. Y no estoy muy seguro de si me gusta las reflexiones a las que he llegado. ¿Qué habría hecho yo? O lo que es más importante, ¿qué habríais hecho vosotros?
Esta vez, definitivamente, De la Iglesia lo ha conseguido. De principio a fin. ¡Bravo!

Valoración: Ocho sobre diez.

jueves, 23 de marzo de 2017

CRUDO, tan intensa como incómoda.

Una carretera solitaria. Una figura adolescente la recorre en silencio hasta que decide esconderse entre los arbustos de un lateral. Cuando aparece un coche, el adolescente se lanza ante este y provoca un fatal accidente. Este es el potente arranque de Crudo. Una escena que, posiblemente, tenga más intensidad que cualquier otra a lo largo del metraje, pero suficiente para atraparte con fuerza. Y ya no te va a llegar a soltar.
Dirigida por la debutante Julia Ducournau, esta película franco belga que ha llamo la atención por los festivales por donde ha pasado (provoco los clásicos y mojigatos desmayos en Cannes y se llevó el premio a la mejor dirección en Sitges) es una incómoda y por momentos desagradable metáfora sobre el proceso de convertirse en adulto.
Justine, excelente estudiante, abandona el hogar paterno para entrar en la universidad y comenzar así una nueva etapa de su vida. Es vegetariana radical, tal y como la educaron sus padres, y quiere seguir sus pasos en el campo de la veterinaria. Pero una vez en el campus, donde se reencontrará con su hermana mayor, las cosas no serán como se esperaba. De hecho, una perversa y demencial novatada la obligará a probar carne por primera vez en su vida, y en ese momento todo cambiará para siempre…
Ducournau se basa en una historia con tintes de terror sobre el canibalismo para hablar de muchos temas. Ahí están la aceptación a uno mismo, el despertar sexual, las relaciones fraternales, el acoso escolar… toda una colección de recursos que definen el paso de la adolescencia a la madurez y que, en cualquier otra película, podría haberse basado en problemas más mundanos, como la adicción a las drogas, el alcohol, la anorexia… para usarlos como leif motive, pero sin duda el resultado sería mucho menos impactante.
No, la clave en Justine es que tras degustar por primera vez la carne un instinto se despierta en ella que va a regir su destino a partir de entonces.
Hay en la película referencias al Carrie de Bryan De Palma, a The Neon Demon de Nicolas Winding Refn, a la adicción carnal mostrara en The Addiction de Abel Ferrara y al cine de zombies en general, pero es la sombra de Cronenberg la que todo el rato sobrevuela el trabajo de Ducournau. Es por ello que Crudo no llega a ser, pese a que nos la quieran vender así, una película de terror al uso. Contiene sangre, violencia y escenas explícitas bastantes gore, pero estamos en realidad ante un drama con toques de intriga, una historia de dolor y angustia en la que la dirección de Ducournau y el excelente trabajo de la también desconocida Garance Marillier consiguen transmitir al espectador una incomodidad atroz.
Crudo es algo inesperado, por lo que es aconsejable un segundo visionado para acabar de comprender lo que se nos está mostrando. Pero a la vez, es tan incómoda y desagradable que no invita en ningún momento a esa segunda oportunidad. Es por ello que se mueve siempre entre el límite de lo aceptable, resultando complicado valorarla y mucho menos recomendarla.
La película va más allá de los convencionalismos, por lo que no se mueve en los niveles de calidad habituales. No es posible definirla como una película buena o mala, sino que debe verse y dejar que lo que te transmita sea lo que cada uno llegue a valorar.
No es, desde luego, para todos los públicos (o estómagos) pero no se le puede negar una intensidad y una manera de narrar que es, como poco, interesante.

Valoración: Seis sobre diez.

lunes, 20 de marzo de 2017

LA BELLA Y LA BESTIA, cumplidora fotocopia del clásico

Me resulta especialmente complicado valorar objetivamente esta película, así que voy a tratar de hacer un esfuerzo por ser lo más objetivo y justo con la última producción de Disney que sigue empeñada en versionar sus grandes clásicos animados en acción real.
La bella y la bestia es posiblemente, de todas las revisiones hechas hasta la fecha, la más fiel al material original, resultando prácticamente un calco argumental de la versión de Gary Trousdale y Kirk Wise, recuperando incluso las canciones originales de Alan Menkel. Apenas unos detalles sobre la madre de Bella sirven como mínima diferencia entre ambas películas.
El principal problema de La bella y la bestia cabe encontrarlo en la falta de magia que desprende. Siéndole imposible sorprender en su argumento, es en la aportación de los actores donde debían poner toda la carne en el asador. Es por ello que se reúne un brillante reparto, mucho de ellos simples cameos en su versión doblada, resultando estimulante ver de nuevo a Kevin Kline en un papel tan relevante y con un Luke Evans bastante solvente. 
En el apartado protagonista, sin embargo, Dan Stevens se encuentra demasiado oculto bajo la algo artificial digitalización de la bestia como para desplegar todo el carisma del que es capaz (recuerden su trabajo en The guest), aunque algo de brillo tiene, mientras que su partenaire Emma Watson cumple lo justo, no por falta de belleza ni talento sino porque no consigue superar la comparativa con la Bella original, resultando algo menos maravillosa que su contrapartida animada.
Sin embargo, a quien más se puede responsabilizar de esa falta de magia que embarga al film es a su director, un Bill Condon solvente en historias intimistas, pero a la que el blockbuster todavía le viene algo grande (Dreamgirls no era realmente una superproducción y de sus dos contribuciones a la saga Crepúsculo mejor ni hablar). Sé que no es cuestión de comparar con alguien ajeno al proyecto, pero con la maravillosa versión de La Cenicienta de Keneth Branagh uno no puede evitar imaginar al director de Mucho ruido y pocas nueces con semejante libreto.
No me malinterpreten, que la película no tenga la magia suficiente para enamorar no significa que sea una mala película, Simplemente que desperdicia muchas de sus posibilidades. Con todo, esta nueva versión del cuento clásico es una delicia musical con suficiente lujo y emociones como para resultar sumamente entretenida y en ningún momento aburrida y con unos efectos especiales que cojean un poco en la caracterización de la bestia pero que son magníficos en el resto de secundarios sobradamente conocidos (el candelabro Lumiere, la tetera Sra. Potts, el reloj Din Don...).
No puedo, sin embargo, dejar de comentar la gran lacra de esta película: su versión en español. Los que me conocen saben que soy un gran defensor del cine doblado, pero (llámenlo bipolaridad si quieren), con los musicales ya es otra cosa. Vale que esto sea una película infantil, pero no estamos ya ante un producto de animación, sino uno de imagen real donde vemos a actores reales cantando y bailando, pero sin llegar a oírlos nunca. 
¿Se imaginan a La la land sin la voz rota de la oscarizada Emma Stone? Pues van a quedarse con las ganas de escuchar a otras Emmas como la Watson o la Thompson. Y si el doblaje en España es de muy buena calidad no puedo decir lo mismo de la mayoría de cantantes de por aquí. Siendo La bella y la bestia un musical puro con gran cantidad de canciones casi me sangran los oídos con los gorgojos insoportables de la versión española. Y eso me hace odiar un poquito a la película. 
Vayan a verla. Está realmente bien pese a las limitaciones comentadas. Y lleven a sus niños para que las disfruten. Pero, por favor, que sea en versión original. Sus oídos lo agradecerán. Y, al fin y al cabo, en la mayoría de las canciones dobladas tampoco se entiende lo que dicen…

Valoración: Seis sobre diez. 

EL FUNDADOR, la creación de un imperio

Hace apenas unos días os hablaba sobre Gold, una película que, inspirándose en una historia real, hablaba sobre cómo conseguir el sueño americano y lograr llegar hasta lo más alto partiendo casi de la nada. Quizá lo más interesante de la película sea su moraleja, que es imposible lograrlo sin retorcerse entre la basura y estar dispuesto a cometer prácticas… digamos desleales como poco.

El mismo día de su estreno llegó también a las carteleras El fundador, que casi podría parecer una versión hermanada sobre el mismo tema y con las mismas reflexiones. Solo que en el caso de El fundador su director, John Lee Hancock, sabe dotar a la película de un humor ácido (para ello también ayuda, y mucho, el magnífico trabajo de Michael Keaton) que se echaba en falta en Gold.
El fundador cuenta la historia de la creación de la cadena de franquicias McDonald’s, y como tal podría casi identificarse como un spot publicitario de dos horas. Algo de ello hay, desde luego, y ya se encargan sus autores de que la firma no quede demasiado mal parada de la adaptación de la historia, aunque no se pueda decir lo mismo de su personaje protagonista, Ray Kroc. Kroc era, a mediados de la década de los cincuenta, lo que hoy en día se conoce como un emprendedor. Un emprendedor de escaso éxito, habría que añadir. Siempre estaba apostando por nuevos proyectos, dedicando todos sus esfuerzos en ellos, como el negocio de los vasos de papel o los multimixer para hacer varios batidos a la vez. Pero fue cuando conoció a los hermanos Dick y Mac McDonald y el novedoso restaurante que regentaban cuando su vida cambió definitivamente. 
Kroc no es, como pudiera parecer por el título de la película, el fundador de McDonald’s, pero sí quien supo reconocer el enorme potencial de ese tipo de restaurante diferente a todo lo que se conocía hasta entonces, con comida preparada en cadena, sin camareros y minimizando los tiempos de espera. Sí fue él el responsable de convertir la idea en una cadena de franquicias, de expandirse por toda la zona de Chicago y de crear una marca que se convertiría en todo un símbolo americano. El resto, como suele decirse, es historia…
El fundador es una película sobre cómo los sueños pueden hacerse realidad, sobre el triunfo del espíritu humano sobre las adversidades y sobre cómo nadie puede creer en uno más que uno mismo. Pero a la vez, es un fiel reflejo de cómo el dinero puede llegar a corromper, del descenso a los infiernos de alguien completamente obsesionado por triunfar y de cómo todo vale por conseguir los objetivos.

El Ray Kroc de Michael Keaton es un tipo agradable al principio de la película, buen marido y fiel amigo, pero a medida que su triunfo se va convirtiendo en realidad su espíritu se va corrompiendo hasta convertirse en un despiadado y cruel hombre de negocios, rastrero y despreciable. Sin embargo, Keaton ha logrado darle una humanidad tal que consigue que ese proceso de degradación no enturbie lo suficiente su imagen como para llegar a odiarlo, y por más que podamos sentir lástima por los “cadáveres “que va dejando en su camino al éxito, el humor cínico y (a su manera) honesto hacen de él un personaje hasta entrañable y fácil de perdonar.
El fundador no aspira a ser una revisión de El lobo de Wall Street, como pasaba con Gold, sino que es una historia mucho más humana y terrenal, y John Lee Hancock tiene la habilidad de centrarse principalmente en la ascensión de Kroc y McDonald’s sin perder demasiado tiempo en profundizar en la vida personal del protagonista, la cual con apenas cuatro pinceladas queda suficientemente definida para conocer y comprender al personaje. Por ello, la escasa aunque esencial aportación de Laura Dern interpretando a la esposa de Kroc, es fundamental para aportar el punto de vista arbitrario del propio espectador, siendo ella quien mejor puede comprender (y sufrir) el significado del ascenso de su marido.
El fundador, aparte del interés de descubrir cómo un pequeño negocio local llegó a convertirse en el monstruo empresarial que es hoy McDonald’s, es una interesante fábula sobre la lealtad, el deseo y la ambición.

Valoración: Siete sobre diez.

martes, 14 de marzo de 2017

GOLD: oro parece...

Dirigida por Stephen Gaghan, un buen guionista que destacó como realizador con Syriana, lo peor de Gold es su tramposa campaña promocional, un verdadero desastre que quizá pueda lograr su objetivo de atraer a la gente al cine, pero no va a conseguir que estos salgan demasiados satisfechos de la misma.
Vayamos por partes: de entrada, el subtítulo español que acompaña al anglicismo es La gran estafa. Y en una época en la que se ha llegado a unos extremos exageradamente radicales por odiar a todo lo que huela a spoiler, este me parece un caso flagrantemente escandaloso. A continuación, está la frase publicitaria: Wall Street ha encontrado su próximo lobo. De acuerdo que durante toda la película se intuye la sombra del excelente film de Scorsese, pero si alguien pretende ver una variante de aquella obra maestra la decepción será total. Y finalmente, la verdadera estafa: querer colar esto como una historia real. Sí, es cierto que se indica que está simplemente inspirada, pero tan acostumbrados como estamos a las recreaciones más o menos fieles de casos insólitos de perdedores que consiguen burlarse del sistema, Gold tiene demasiado de ficción como para invitar a la comparativa.
No, definitivamente Gold no es la cara B de El lobo de Wall Street. Ni se acerca tampoco a otros casos reales como los narrados en Dolor y dinero, Juego de armas o, incluso, De-mentes criminales, aunque aparenta ir de lo mismo, de tipos corrientes que persiguen el sueño americano y logran triunfar, aunque sea de manera esporádica en algunos casos, en ello.
Kenny Wells, interpretado con algunos excesos por Matthew McConaughey, no existió realmente, pero se inspira en David Walsh, el fundador de Bre-X Minerals, una empresa minera canadiense que aseguró encontrar oro en Indonesia y cuyas acciones se dispararon de la noche a la mañana. Sí que existió su amigo y geólogo Michael de Guzmán (aunque en el film es llamado Michel Acosta, interpretado por Edgar Ramírez), cuyo final en la vida real fue similar, pero tampoco exactamente igual, al que muestra la película.
Sin embargo, si logramos evadirnos de unas expectativas que la propia distribuidora nos ha querido imponer, la película resulta un buen ejercicio para demostrar que (normalmente) no es posible eso de conseguir dinero fácil y como ejercicio para recordar los descensos al infierno que impone entrar en la vorágine destructiva del capitalismo. Es por ello, pese a su reducida presencia, que el personaje al que da vida Bryce Dallas Howard simboliza el punto de vista, inocente y puro, del propio espectador, que debe mantenerse alejado de los cantos de sirena de este mundo de corrupción e intereses creados.
McConaughey cumple como es habitual en él, aunque coquetea demasiado con la caricatura por culpa quizá a ese maquillaje excesivo que pretende mostrarnos a un tipo no especialmente agradable (un caso que me recuerda poderosamente al de Christian Bale en La gran estafa americana), y posiblemente Gaghan debería haber confiado más en su talento interpretativo y menos en un maquillaje algo tosco, repulsivo incluso.
Es Gold de esas películas de guion deslavazado que no termina por encontrar nunca el rumbo adecuado, pasando sin demasiado convencimiento de parecer una película de aventuras en la selva a una alegoría económica de despachos para terminar convertida en una peli de falsas apariencias. Y quizá Gaghan no tiene aún suficiente bagaje como director como para llevar algo así a buen puerto. Es quizá su falta de sentido del humor (hay algún momento divertido, pero no es lo que se busca) lo que hace más indigesta la historia. Volviendo a las comparativas, El lobo de Wall Street no era realmente una comedia, pero tenía un sinfín de momentos desternillantes. Aquí todos se lo toman demasiado en serio como para conseguir que la metáfora funcione realmente y lograr que el espectador se crea lo que sucede, quizá culpa de que, como digo, no es definitivamente una historia real. Con todo, una vez finalizado el visionado, tras dejar reposar el batiburrillo de ideas que se proponen, la experiencia no es del todo negativa, siendo lo más criticable que no alcance a ser lo que realmente prometía.
No me parece la gran definitiva sobre el sueño americano, pero afortunadamente, este mismo fin de semana se ha estrenado otra que, definitivamente, sí lo es.

Valoración: Cinco sobre diez. 

lunes, 13 de marzo de 2017

KONG, LA ISLA CALAVERA: Espectacular y entretenida colección de secuencias vacías.

Lo primero que hay que reconocerle a Kong, la isla Calavera es que es una película Warner, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Destinada a compartir universo con la insípida Godzilla de Gareth Edwards, esta nueva recreación del simio gigante (la octava, si no cuento mal) comparte con su némesis japonesa el estilo trascendental y casi epistolar que tanto gusta a la compañía, aunque al menos han sabido rectificar los mayores errores de Edwards (aunque alabados por algunos, hay que ser justos) y primar más la acción y la espectacularidad.
El arranque es casi de manual, con un ritmo endiablado y presentado a los personajes con cuatro pinceladas suficientes como para saber situarlos en su contexto, cosa que me recordó en algo al Escuadrón Suicida. La acción se pone en marcha de forma trepidante, mostrándonos enseguida la imagen del Kong más gigantesco visto hasta ahora en pantalla y homenajeando al film clásico (y a la escena más icónica del personaje) cambiando avionetas por helicópteros. Lamentablemente, a partir de entonces todo empieza a ir cuesta abajo.
Como ya he dicho, la película reúne lo mejor y lo peor de la Warner, teniendo sus últimas producciones superheróicas como referente más claro. Incluso parece como si el director (con poquísima experiencia en cine, por cierto) Jordan Vogt-Roberts quisiera imitar a Zack Snyder y ofrecer un par de horas de puro espectáculo visual prescindiendo totalmente de un guion sobre en que sostenerlo.
Efectivamente, más allá de esa presentación inicial, los protagonistas van deambulando por la película sin propósito alguno, siendo meras caricaturas cuyos buenos actores poco pueden hacer para darles un poco de empaque. La oscarizada Brie Larson se limita a ser la inevitable rubia mona de la peli (aunque el momento sensible de su encuentro con Kong resulta muy descafeinado), Tom Hiddleston basa su papel en poner posturitas molonas, siendo su momento cumbre justamente el de su presentación y Samuel L. Jackson simplemente se reinterpreta a sí mismo, como suele ser habitual en él.
La acción es espectacular, insisto, y eso permite que la película no resulte en ningún momento aburrida. Y hay varios momentos memorables en la cinta, más allá de los homenajes evidentes a títulos como Apocalipsis Now o incluso Depredador, pero eso no basta para evitar sentir que la película no tiene alma, por más que al final haya más lágrimas que en una peli de Bayona. Es, una vez más, el efecto Warner, que aunque aquí mete algún chiste y tiene a John C. Reilly como alivio cómico (algo cargante en algún momento) sigue buscando esa trascendencia que demuestre que esto es mucho más serio y dramático de lo que podría parecer (y lo que podría parecer –y tendría que parecer- es una peli de un mono gigante dándose de leches contra otros bichos gigantes). Todo en la trama es demasiado absurdo e insustancial, empezando por un rastreador que nunca llega a rastrear nada, una misión científica en la isla que no he entendido todavía de que va, un científico (John Goodman) cuya historia con los monstruos es muy ambigua, un poblado indígena totalmente desaprovechado, un monstruo que vomita parte de su comida en el momento y lugar más oportuno  y unos militares demasiado arquetipos.
Los efectos especiales, por supuesto, están a la altura de lo que cabe esperar de una superproducción de estas características, pero la necesidad de desmarcarse de otras películas similares obligan a crear un repertorio de bichejos totalmente novedoso que tampoco me terminan de entusiasmar, en especial esa especie de bicho palo gigantesco o los verdaderos villanos de la película, esos lagartos bípedos de rostro cadavérico que no mejoran en nada a los dinosaurios a los que Kong se enfrentaba en la versión de Peter Jackson.
Si ya comenté que el Godzilla de Emmerich, pese a todo, era superior al de Gareth, lo mismo podría decirse entre el King Kong de Jackson y este. Además, de nuevo la necesidad de convertir al monstruo en el bueno de la película (recuerden los aplausos los habitantes de San Francisco ofrecían al “salvador” Godzilla después de destruir media ciudad) suena a rancio, aunque aquí al menos se deja claro que, aun en defensa de su territorio, Kong mata sin contemplaciones, y aquí está uno de los puntos fuertes de la película, que como en si de un psicokiller se tratase (de nuevo me viene a la mente el Depredador de McTiernan) uno nunca sabe qué protagonistas (quitando a los dos que todo el mundo se imagina) van a sobrevivir y cuáles no, independientemente de la importancia de sus intérpretes. Son estas muertes, de nuevo, algo que desconcierta, pues si bien en ocasiones hay secuencias realmente potentes y violentas (empalamientos, amputaciones…) como si de un homenaje al cine de serie B de hace unas décadas se tratase, por otro lado la ausencia de sangre es casi total, temerosos de ser castigados con una calificación R (cosa que, por cierto, a Logan no aprece estarle yendo nada mal). De nuevo la indefinición Warner.
Eso sí, la banda sonora de la película está genial, aprovechando al máximo el hecho de que la acción esté ambientada justo al terminar la guerra de Vietnam, con lo que ayuda a mantener en ritmo de las escenas y compensa esas carencias narrativas que culminan en un epílogo durante los títulos de crédito definitivamente anticlimáticos (y atención, que hay escena postcréditos que prácticamente nadie ha visto).
En fin, entretenimiento puro y duro y un buen espectáculo visual al que no hay que exigirle mucho si no queremos que todo se venga abajo.

Valoración: Seis sobre diez.

EL GUARDIÁN INVISIBLE, magnífica ambientación que no basta para seducir.

Me parecen tan ridículas las polémicas que están surgiendo recientemente en defensa de la bandera boicoteando cualquier producción cinematográfica que tenga un mínimo aroma antipatriótico que casi prefiero tomármelo a broma y anunciar esta película como: “de los haters que hundieron a La reina de España y los ignorantes que odiaron 1898, los últimos de Filipinas. Llega ahora El guardián invisible, spoiler ya disponible en todas sus redes sociales”.
Lo cierto es que dejando de banda los fundamentos en los que se basa el boicot (yo solo quiero ver cine), es posible que esta vez, por tratarse de una película de intriga y haberse difundido de forma grosera e irresponsable la identidad del asesino por doquier, esta vez sí hayan dañado a la taquilla de la película atacada, por más que basándose en una novela superventas es posible que muchos de sus espectadores ya conocieran de antemano el desenlace.
Dejando estas polémicas de lado, el caso es que El guardián invisible, tal y como sucediese con la anterior película de Fernando González Molina, Palmeras en la nieve, es un  film de una impecable factura técnica. Sin duda su ambientación es lo mejor de un thriller de carácter rural, incómodo y agobiante, con bosques densos y lluvias constantes que hereda el espíritu insano de cintas como El silencio de los corderos o Seven pero traídas a nuestro terreno. Lamentablemente, esto no es suficiente y algo falla en la película, no sé si debido al guion de Luiso Berdejo o a la propia novela de Dolores Redondo, que hace que uno se sienta a medio camino de lo que nos quiere contar.
El guardián invisible pretende ser una película clásica sobre un asesino en serie y la investigadora que lo persigue, pero se pierde cuando aspira a desarrollar en exceso la identidad de unos personajes que terminan por lastrar el ritmo narrativo. Los continuos flasbacks de la protagonista para conocer sus traumas de la infancia y por qué le resulta tan conflictivo regresar a investigar al pueblo en que nació no terminan de convencer, y al final uno se pregunta si González Molina pretende dar más importancia al misterio de los asesinatos o a las malas relaciones entre el personaje de Marta Etura y su hermana. Prueba de ello es que pese a contar con un buen reparto, solo Elvira Míguez logra destacar en su rol, habiendo nombres como Manolo Solo o la propia Etura que parecen estar muy por debajo de sus posibilidades.
Hay además, un elemento sobrenatural que parece ser una especie de denominador común en las novelas de Redondo que componen la llamada Trilogía del Baztán que tampoco termina de funcionar en pantalla, quizá debido a que demasiadas cosas, muchas subtramas, quedan en suspenso a la espera de unas necesarias (aunque no confirmadas) continuaciones.
Es por tanto El guardián invisible una película interesante pero decepcionante a la vez, que apunta maneras pero se queda a las puertas de ser ese thriller macabro al que aspira ser, no llegando a aburrir pero coqueteando con ello en demasiadas ocasiones. Puede que, de conseguirse hacer la trilogía, el resultado en conjunto haga mejorar este primer título, empresa algo arriesgada en nuestro cine, pero de momento, viendo El guardián invisible  de forma aislada, queda lejos de la magnificencia.
Puede que, después de todo, el pretendido boicot debiera ser estéril ya que, como sucediera en ese gran título que es La isla mínima, el descubrir la identidad del asesino no termine por ser lo más relevante del film. Pero González Molina no es Alberto Rodríguez y El guardián invisible precisa de un final menos precipitado y más intenso para funcionar mejor.
Tanta lluvia termina aguando el espectáculo, aunque sí merece que, al menos, demos una oportunidad a su presumible secuela. Veremos que se puede esperar de ella…

Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 5 de marzo de 2017

LOGAN: amarga despedida del verdadero Lobezno.

Nos encontramos ante la (supuestamente) última película en la que Hugh Jackman va a interpretar a Lobezno, y eso merecía una despedida por todo lo alto. Y no me refiero a una despedida espectacular, a modo de blockbuster veraniego, con fuegos artificiales y bandas de música. 
En ese sentido, Logan apuesta en dirección contraria, siendo casi la película más pequeña de la franquicia X-men, más incluso que esa gamberrada que fue Deadpool. Logan no es, apenas, una película de superhéroes, con sus grandes explosiones y sus impactantes efectos digitales. Y eso es lo que hace que sea, paradójicamente, la mejor película de la franquicia.
Han pasado diecisiete años desde que un desconocido Jackman se metiese por primera vez en la piel del irascible mutante canadiense, y pese a los trucos de maquillaje o cgi es evidente que los años no pasan en balde, ni siquiera para el héroe inmortal. Ahora, todo ese cansancio, todas esas heridas de batallas acumuladas y el balance de muertes de uno y otro bando acumuladas en sus recuerdos han terminado por pasar factura. Logan, brillantemente dirigida por James Mangold, se remonta treinta años después del final de X-men: Apocalipsis, y mucho han cambiado las cosas desde entonces. Se pudo evitar la purga de 2024 presagiada en X-men: Días del futuro pasado, pero ello no es sinónimo de tiempos felices para los mutantes. El homo-superior al fin ha caído y han pasado años sin el nacimiento de ninguno de ellos. Y por lo que los propios protagonistas pudieran saber, Logan, Caliban (presentado, aunque con otro actor, en X-men: Apocalipsis) y un Charles Xavier senil y agonizante pueden ser los últimos de su especie. Hasta la aparición de una niña llamada Laura que aporta un poco de esperanza en este futuro tan desolador.
Logan no es una película de superhéroes al uso. Pese a sus secuencias de luchas salvajes y desenfrenadas, no es ni siquiera una película de acción. Estamos más bien ante una especie de western crepuscular, una película de perdedores acosados por su pasado que recuerda mucho al Sin Perdón de Clint Eastwood y que no oculta sus influencias homenajeando abiertamente al film Horizontes lejanos. El futuro imaginado por Mangold para Logan está más cercano de las tierras baldías y desérticas de Mad Max que de los diseños futuristas de títulos como Blade Runner, y eso se debe también a las in fluencias de la mini serie El viejo Logan, de Mark Millar y Steve  McNiven. Logan no puede, por más que le hubiese gustado, adaptar la mítica obra pues el futuro apocalíptico que en ella se describe es vital la interactuación (ya sea en acción o recuerdo) del resto del Universo Marvel, ausente en la franquicia de la Fox, pero sus influencias están siempre presentes. Logan es ahora un hombre derrotado, una sombra del héroe que fue, apenas un fantasma del pasado que debe luchar contra sus propios recuerdos y proteger a los pocos que le quedan a su lado ahora que el sueño de Xavier de un mundo en paz a perecido definitivamente.
Sin contener incoherencias con respecto al resto de películas de la franquicia (algo muy habitual en la propia saga, por cierto), Logan respeta sus orígenes sin regodearse en ellos. Rechaza tanto el ser una película autoreferencial que ni siquiera obsequia a sus seguidores con los populares “fan-eggs” o con una escena postcrédito que, a modo de chiste, dulcifique la historia. No hay aquí tipos con mallas de colores ni edificios volando, y ni siquiera hay una explicación detallada de lo que ha sucedido con el resto de los héroes, apenas unas pinceladas que deben bastar para entender dónde estamos y como henos llegado aquí.
Logan es una película de perdedores buscando su propio camino, una historia de redención y segundas oportunidades, amarga y deprimente, donde una niña violenta y asalvajada es la única luz de esperanza que queda. Se trata, sobre todo, de una película sobre padres e hijos, sobre la relación entre Charles y Logan, por un lado, y entre Logan y Laura por otro, una road movie de carreteras polvorientas sin destino definido que se asemeja también al Blood Father donde Mel Gibson buscaba su propio camino de redención siendo también su recién encontrada hija su único punto de contacto con la realidad.
Hay momentos divertidos en Logan, pero se trata de una diversión a cuentagotas, de chistes amargos y dolorosos. Marvel/Fox abre aquí una nueva vía para hacer cine de superhéroes, y demuestra que hay vida más allá del colorido amable y espectacular de la línea marcada por Los Vengadores y de la oscuridad depresiva con que Nolan tiñó el Universo DC. Deadpool, con sus chistes incesantes y desmedidos, abrió las puertas a un cine menos infantil, con violencia extrema y sangre a borbotones, y Logan ha seguido ese camino, rehuyendo del humor pero no de la violencia que identifica la película como “R”, algo que antaño se consideraba veneno para la taquilla. 
Así, gracias a poder ver desmembramientos, decapitaciones y destripamientos, nos encontramos con el Lobezno que siempre debió ser, ese antihéroe salvaje y desmedido con el que Fox no se había atrevido hasta la fecha.
Hemos tenido que esperar hasta su última aventura tras ocho apariciones anteriores en el universo cinematográfico de los X-men para verle el verdadero rostro al hombre anteriormente conocido como James Horwlett. Y, esta vez, sí es de verdad la última.
En los cómics, El viejo Logan no pertenecía al canon oficial, por aquello tan complicado de entender para los apócrifos de los Multiversos, pero en cine sí deberíamos dar esta película como el cierre definitivo de la historia de los X-men. Podemos seguir averiguando qué pasó por el camino, e incluso se podrían buscar argucias argumentales para recuperar a un rejuvenecido Logan sin alterar la corriente temporal, pero esta película es, y debe ser, su epitafio definitivo.
Logan es, sin duda, la mejor película de mutantes hasta la fecha. Y, muy posiblemente, está entre las mejores películas de superhéroes de todos los tiempos. Puede que porque ni siquiera es una película de superhéroes.
Ahora la pregunta que en Fox deben hacerse es… ¿vale la pena seguir expandiendo el malherido universo mutante o deberían seguir los pasos marcados por Mangold en Logan? Seguramente será lo primero (a la serie Legión hay que sumar la inminente X-men: Supernova), pero yo aplaudiría por la segunda vía. El futuro de los hombres X debería definirse bajo las indicaciones de X… 23. Aunque Logan no vaya a estar ahí para verlo.

Valoración: Ocho sobre diez.

Análisis: LAS SECUELAS DE LOS OSCARS

Hoy se cumple una semana exacta de la ceremonia de los Oscars y la cosa aún colea. Será, desde luego, una ceremonia inolvidable, con esa pifiada final que rozó el ridículo y ha dejado en evidencia a varias personas. Al final, todo se debió a una serie de catastróficas coincidencias que estuvo a punto de no poderse solucionar ante la inminente conclusión de la gala. De hecho, yo mismo conozco a muchos compañeros que aguantaron estoicamente despiertos hasta las seis de la madrugada para apagar sus televisores apenas escuchar el nombre de la ganadora (La la land!) y no enterarse del cambio de tercio hasta muchas horas después.
¿Qué pasó realmente?, me preguntáis muchos mientras Jack Palance y Marisa Tomei deben estar descojonándose en sus respectivas casas ante la leyenda urbana que asegura que ella nunca llegó a ganar el Oscar y que todo fue una broma de un Palance quizá algo pasado de alcohol.
La explicación, en realidad, es muy sencilla. Hay dos sobres cerrados por cada premio, con el nombre de la candidatura impreso en el mismo pero con una letra quizá demasiado pequeña y poco visible. Tras la entrega del Oscar a la mejor actriz secundaria, que como todos sabéis fue a parar a Emma Stone, llegó el turno de la estatuilla, la de Mejor Película. Resulta que la empresa PricewaterhouseCoopers (PwC), la responsable de garantizar la fiabilidad de los premios, tenía a dos empleados velando por ello. Uno de ellos, Brian Cullinan, era el encargado de entregar el sobre al siguiente  presentador (la pareja formada por Warren Beatty y Faye Dunaway), pero estaba distraído haciéndose un selffie con la Stone y les entregó el sobre equivocado, concretamente el correspondiente al último premio entregado. Con él en la mano, Beatty hizo la gracia ensayada y lo abrió para extraer La tarjeta y decir el nombre del ganador. Pero cuando leyó en la cartulina roja: Emma Stone for La la land! se dio cuenta de que algo iba mal, aunque no supo cómo reaccionar. Si se hubiese limitado a consultar a Cullinan todo habría quedado en una anécdota sin importancia, pero se quedó en blanco, dubitativo, y su compañera lo tomó como una gracieta más, como tratando de prolongar su momento de gloria estirando el momento de tensión. Él le pasa la tarjeta y ella, que sin gafas no tiene una vista demasiado buena, apenas leer La la land! lo suelta en voz alta, ante el delirio de sus productores. En ese momento Martha Ruiz, la compañera de Cullinan, debería haber actuado, pues se supone que ella debería tener memorizados todos los ganadores, pero tampoco se atrevió a decir nada. Hubo unos segundos de desconcierto y al final fueron los productores de la gala los que tuvieron que actuar, interrumpiendo el discurso de los pobres no ganadores y rectificando el premio. El propio Beatty trató de explicar el motivo del error ante el micrófono, pero el daño ya estaba hecho. Ellos dos hicieron el ridículo y los empleados de PwC no volverán a acercarse a una ceremonia como esta.
Y el prestigio de los premios, por los suelos…
Una lástima, pues ello enturbió una gala que, por lo demás, estaba resultando de las mejores de los últimos años. Con menos interrupciones musicales que en otras ocasiones (aunque hay quien echó de menos algún juego audiovisual de esos que le gustaban tanto a Billy Crystal), lo cierto es que Jimmy Kimmel estuvo francamente bien y supo conducir las gala con ritmo y humor. Casi me atrevería a decir que ha sido una de las mejores galas de los últimos años, que no debería quedar empañada por ese despropósito final y que para nada fue culpa suya (incluso logró salir airoso demostrando que se le da muy bien improvisar).
Sobre los premios, pues Escuadrón Suicida va a conseguir ser el rey de los memes en el mundillo friki gracias a su Oscar, pero la gran pregunta que todos se hacen es si Moonlight de verdad merece el galardón a mejor película del año.
Yo, por mi parte, lo tengo claro. No. No es una mala película, desde luego. Tiene su interés y sus cualidades, pero no es ni por asomo la mejor de las nueve nominadas. Si hablamos de su calidad desde un punto de vista objetivo, creo que estaría por mitad de la lista. Hasta el último hombre, Manchester frente al mar, La llegada o La la land! habrían merecido el premio mucho antes que ella. Si hablo desde un prisma más subjetivo, definitivamente es la que menos me gustó de las nueve. No logró despertar mi interés y la empatía que podía sentir por el protagonista durante los dos primeros tercios desapareció en su parte final, donde realmente me parece un personaje olvidable que termina por convertirse en aquello que debería despreciar sin que logre yo adivinar un mensaje oculto en ello. O a lo mejor es que por eso de ser un arquetipo tan alejado de nuestros referentes culturales no me llegó a calar.
Esto abre el debate de cómo decidir qué es una buena película. Yo siempre defiendo que hay dos escalas muy importantes a tener en cuenta: la técnica o académica, y la emocional. Si valoramos en su conjunto el guion, la dirección y las interpretaciones de las películas (además de los muchos otros elementos que intervienen en ella) siempre defenderé a Hasta el último hombre o Manchester frente al mar por encima de las otras. Luego vendrían La la land! y Comanchería. Desde el punto de vista emocional, donde hay que analizar lo que me transmitieron las películas, lo que me emocionaron y cautivaron, ahí me tengo que rendir, incluso a mi pesar, al musical de Chazelle. Lo escenificaré de la siguiente manera: He visto al menos una vez todas las películas nominadas al premio principal. En el caso de Moonlight tengo claro que es muy poco probable que vuelva a volver a verla jamás. No me muero de ganas, por ejemplo, de volver a ver Lion o Fences, y una revisión de Manchester frente al mar sería interesante pero en un futuro algo lejano. Sin embargo, Comanchería y La llegada las he disfrutado ya dos veces y no me importaría volver a repetirlas. Me he quedado con las ganas, por otra parte, de repetir con Hasta el último hombre y Figuras ocultas, aunque no sé si como para un tercer visionario muy seguido. Pero en el caso de La la land!, que la primera vez no me apasionó hasta el infinito y en la segunda me dediqué a encontrarle pequeños fallos, cada vez que escucho el tema de City of stars o Audition me entran unas ganas terribles de volver a verla y tengo el convencimiento de que no sería la última vez que lo hiciera.
La la land! no es, por tanto, la mejor película del año, pero sí la que más me ha transmitido y más estoy deseando rememorar, así que eso, por sí mismo, ya la hacia merecedora del Oscar principal.
Pero Moonlight… Lo siento, pero Moonligth, no. Quizá esta vez el lobby negro ha influido demasiado. O la polémica del año pasado. O las ganas de tocar las narices a Trump. Y es una lástima porque al final, de lo que menos se va a hablar, es de cine. Y La la land!, eso nadie lo puede dudar, es puro cine.