domingo, 27 de enero de 2013

EL VUELO (5d10)

Nos encontramos ante el regreso de Robert Zemeckis a la dirección con personajes reales tras su periplo por el mundo de la animación, y eso por síi solo ya debía ser motivo de celebración,  aunque personalmente, ante el debate sobre si se le da mejor la acción real que la digital, opino que en lo que es bueno de verdad Zemeckis es realizando entretenimiento, pues dejando de banda Forrest Gump (para mí muy sobrevalorada) Náufrago se reveló como un peñazo interminable,  Contact fue acusada de panfleto sectario y Lo que la verdad esconde fue sencillamente intrascendente, demostrando que al Zemeckis que queremos y añoramos es al de Tras el Corazón Verde, ¿Quién engañó a Roger Rabitt? y, sobretodo, la mítica trilogía de Regreso al Futuro (a mi incluso me gustó la incomprendida La muerte os sienta tan bien).
En este caso nos encontramos con un drama protagonizado por el siempre eficiente (pero poco más) Denzel Washington, que da vida a un piloto que o bien no está correctamenre definido como personaje o el guion patina a la hora de explicarnos su historia.
La película empieza con Whip Whitaket (Washington) en la cama hablando por teléfono, mientras su última amante, Katerina Marquez (Nadine Velazquez) se pasea desnuda por delante de la cámara. Podría ser una magnífica presentación, ya que en apenas unos minutos podemos darnos cuenta de los tres valores que mueven la vida de Whitaker (divorciado y con un hijo): el sexo, el alcohol y las drogas. Sin embargo, la crudeza natural con la que se desarrolla la escena hace que ya de entrada no podamos simpatizar con el piloto, y mucho menos con la chica, de la que podemos presuponer que es una vulgar ramera sin más importancia que ayudar a definir el personaje de Washington.  Luego veremos que no es así.
La acción en si comienza cuando durante el vuelo del 227 de Southjet (recordemos que el protagonista ha estado toda la noche copulando y ocupa el sillón de piloto medio borracho) hay un fallo mecánico y el avión está a punto de estrellarse y solo una maniobra imposible de Whitaker salva la situación, finalizando la cosa con tan solo seis fallecidos, entre los que se encuentran la azafata Katerina (si, esa misma). Naturalmente,  Whitaker es considerado un héroe hasta que los análisis médicos revelan tanto la cocaína como el alcohol de su sangre, vagando a partir de ahí la película por dos rumbos paralelos, la historia del falso héroe que recuerda a títulos como Héroe por accidente o la reciente serie de Homeland y el camino de autodestrucción personal de Whitaker, con sus intentos de desintoxicación y continuas caídas al Infierno, al estilo del Nicolas Cage de Living las Vegas. La apuesta no es mala, y la brillante dirección de Zemeckis -que no ha perdido su toque, como demuestra la espectacular secuencia del aterrizaje forzoso- permiten que se siga con entusiasmo,  algo cansina en su parte más melodramática pero de creciente interés en la parte correspondiente al proceso de culpabilidad, tanto cuando es juzgado por los medios de comunicación como en los tribunales. Quiero destacar aquí dos presencias fundamentales: Don Cheadle como el abogado y casi niñera de Whitaker y John Goodman como su camello (impresionante la interpretación de este recuperado actor que últimamente está hasta en la sopa).
Hasta aquí todo correcto. El problema viene cuando hay que decidirse por un final entre tres posibles y Zemeckis (dicen en los burladeros de Hollywood que por imposición de Washington) se decanta por el peor. Y atención porque lo que viene ahora es un SPOILER como un piano pero necesario para entender por qué falla la película. Una opción sería el drama puro y duro con moraleja incluida, es decir, que lo declaran culpable y acaba pudriéndose en la cárcel o incluso suicidándose, fiel reflejo de lo que se merece por el estilo de vida que ha elegido. La segunda opción es más cínica y pasa por engañar a todo el mundo y terminar siendo el héroe impoluto. Quizá la última escena podría ser riéndose de los periodistas desde su casa, con una nueva amiga, y metiéndose una raya de coca. Totalmente opuestas, ambas me valen. La pena es que han tirado por el camino de en medio, por un final feliz en una historia de degradación personal. En este final consigue engañar al jurado y está a punto de salir airoso cuando comprende que eludir su responsabilidad pasa por inculpar a su fallecida novia Katerina (¿comprenden ahora mi comentario inicial y la necesaria pero ausente empatía con la muchacha?), y en un acto de decencia que no ha demostrado tener en todo el film termina confesando y entrando en prisión donde participa en un programa de desintoxicación y recupera el cariño de su hijo.

Es decir, un acto de redención ridículo que hunde en la miseria lo que estaba siendo una interesante película. 

ARGO (8d10)

Después de las aburridas La noche más oscura y Lincoln, Argo se postura como la única esperanza del buen cine de cara a la próxima edición de los Oscars de Hollywood. Partiendo de una historia real Argo relata la misión casi imposible de extraer de Irak a varios diplomáticos americanos confinados en la embajada canadiense durante la crisis de los rehenes en Irán, entre noviembre del 79 y enero del 81. Tras sopesar varias opciones suicidas, la mejor (o única) alternativa es enviar un grupo de rescate haciéndose pasar por un equipo de rodaje de una productora de cine en busca de localizaciones para una película. Un plan tan rocambolesco e inverosímil que hasta podría funcionar.

No hay duda que una historia como esta es casi un caramelo, un regalo que Ben Affleck no dudó en aceptar y convertir en su tercera película, después de las buenas acogidas que tuvieron Adiós, pequeña, adiós y, sobretodo, The town, ciudad de ladrones. Con Argo Affleck cierra el círculo,  consiguiendo su película más completa y madura que, en una de esas decisiones que no se comprenden, no le reportara el Oscar como director por no estar nominado, pero que a buen seguro le abrirá las puertas a la gloria que parecía haber perdido como actor. Y es que si bien la historia es buena, no es menos cierto que en manos de cualquier otro director podía haber derivado bien en un drama político tedioso o, por el contrario, derivar en la pantomima más absoluta. No quiero ni imaginar que habría resultado de caer este proyecto en manos de Spielberg o Bigelow, por poner dos ejemplos de directores que ya han ganado un Oscar. Affleck, sin embargo, logra encontrar el punto exacto entre drama y comedia, consiguiendo un relato intenso y emocionante cuando se centra Irán pero divertido y relajado en el retrato del Hollywood de la época, ayudado también por las extraordinarias interpretaciones de Allan Arkin y John Boorman. La puesta en escena de Affleck es elegante y sobria, limitándose a narrar unos hechos sin ceder a las tentaciones del maniqueísmo político. Tan solo en la breve introducción hay un atisbo de critica a la política exterior de los Estados Unidos, promovida más por la realidad de lo que sucedió que por la ideología política del director (que por otro lado ni conozco ni me interesa), eludiendo luego una reinterpretación de la historia con la supuesta distinción entre buenos y malos. No se pretende, pues, ni alzar ni quemar la bandera de las barras y estrellas, y si queremos buscar en la narración un héroe de verdad habría que señalar al embajador canadiense (notable Victor Garber),  quien verdaderamente arriesga su vida y la de su familia no por cumplir con su trabajo (como podía ser el caso del personaje de Affleck) sino por actuar según le dicta su conciencia.

Y quiero finalizar con un apunte dedicado a aquellos que disfrutan atacando sin motivos la calidad interpretativa de un actor (que, reconozcámoslo, no es demasiado acertado a la hora de elegir de sus papeles). Ya está bien de recurrir al tópico fácil de que Affleck es tan buen director como mal actor. Él mismo ha protagonizados sus dos últimas películas, así que si son alabadas es que tampoco lo hará tan mal, digo yo.

EL LADO BUENO DE LAS COSAS (8d10)

Perdonadme que no sea nada original en esta crítica de hoy, pero escuché un comentario en un programa de radio que me pareció tan acertado que he decidido copiarlo. El lado bueno de las cosas es una peli romántica ideal para aquellos a los que no les gusten las pelis románticas.
Pat es un joven conflictivo a causa de su tendencia a la ira, problema a causa del cual ha tenido que estar un tiempo internado. Cuando trata de rehacer su vida conoce a Tiffany, extrovertida, divertida y… ninfómana. Con semejantes características, estos personajes estarán obligados a entenderse. Y, como todo el mundo sabe, una cosa lleva a la otra. En esta ocasión, el baile -Tiffany está empeñada en ganar un concurso de baile y para ello debe enseñar a Pat a bailar- será el punto de partida que los unirá, obligándoles a mantener una disciplina y aprender a confiar el uno en el otro, dejando atrás sus problemas pasados (ella es viuda, él divorciado incapaz de resignarse a que su ex ya no esté en su vida). Para redondear el círculo el padre de Pat, Pat senior, tiene un claro problema con el juego y el mejor amigo de Pat, Danny, no hace más que escaparse del internado psiquiátrico fingiendo que ha sido dado de alta.
Este es el punto de partida de una comedia divertida pero inteligente, alejada de los cánones escatológicos que tanto se llevan ahora en el humor americano pero sin caer tampoco en los edulcorados tópicos propios de una cinta romántica. El lado bueno de las cosas, pese a lo rocambolesco de su argumento (si lo analizamos bien, nadie está sano en esa familia), trata con respeto a sus personajes y les otorga unos buenos diálogos, algo que habitualmente se echa en falta en este tipo de producciones. Además, sabe medir muy bien sus tiempos, teniendo un concurso de baile como trama pero sin que sea una película de baile, con humor pero sin caer en lo absurdo y con sentimiento pero sin ñoñería.
Si bien el trabajo del director David O. Rusell es impecable (ya demostró sus cualidades en su anterior película, El luchador), quienes realmente merecen todo el reconocimiento sin la pareja protagonista. De Jennifer Lawrence ya nada debería sorprendernos, pues ya demostró su talento en Winter’s bone y su capacidad para papeles más comerciales en las exitosas X-men, primera generación y Los juegos del hambre (ambas preparando sus respectivas secuelas), y no sería de extrañar que acabase llevándose el Oscar por esta interpretación (a sus veintitrés años es ya su segunda nominación), aunque quien quizá sorprenda más es Bradley Cooper, el cual ya demostró su vis cómica en la saga de Resacón en Las Vegas pero que últimamente, pese a tratar de adentrarse en diferentes registros, parecía repetir el esquema de galán majete y simpático, demostrando en esta ocasión que hay algo más tras sus ojos azules y que merece ser muy tenido en cuenta.
Tampoco es que el resto del reparto ande cojo, con Robert De Niro recordándonos lo buen actor que era antes de perderse en el camino de las comedias bobas (en breve volverá a las andadas con La Gran Boda) y un irreconocible Chris Tucker.

Totalmente recomendable, El lado bueno de las cosas es mi gran esperanza de este año de cara a los Oscars, junto al Argo de Ben Affleck, ante truños sobrevalorados como Lincoln o La noche más oscura.

viernes, 25 de enero de 2013

DJANGO DESENCADENADO (8d10)

Django desencadenado (Jango, la D es muda) es la nueva película de Quentin Tarantino. Eso, por sí solo, debería bastar para saber de qué estamos hablando pues pocos autores son capaces de tener un universo personal tan definido como para considerar su simple firma como un ejemplo de género propio (Burton o Allen podrían ser otros ejemplos, cada uno en su estilo único), sin importar que en apariencia sea un thriller,  una película bélica o, como en este caso, un western.

Tarantino, un artista tan grande que ha conseguido hacer de la copia un arte, se inspira/homenajea en el spaghetti-western de Sergio Leone sin renunciar a ello a su sello personal, con diálogos brillantes y violencia extrema. Sin embargo, Django no es solo eso, sino que supone un paso adelante de su director,  un punto de madurez en una filmografía corta pero magnífica. Si estábamos acostumbrados al humor sagaz y corrosivo del director (y en Django hay mucho humor) esta película sobre la venganza, tema que ya utilizó en Kill Bill, oculta mucho más de lo que a simple vista podría parecer. Tras una primera parte a medio camino entre la roadmovie y la buddymovie donde se detallan las aventuras del esclavo liberado Django y el cazarrecompensas el doctor Schuzt recaudando dinero durante el invierno, la segunda parte se centra en sus esfuerzos para liberar a la mujer del primero, Brunilda (para el tercer acto queda la mencionada venganza). Y es en esta segunda parte cuando Tarantino, bajo ese disfraz de chistes y violencia aparentemente gratuita, se pone serio y nos regala algunas de las secuencias más duras de su carrera, en un alegato casi imperceptible pero que se grava a fuego en las retinas de los espectadores contra la esclavitud (escalofriante la escena de Brunilda encerrada en un pozo a pleno sol o Django apresado una vez descubiertas sus intenciones) con momentos de gran crudeza y sin un ápice de humor que casi llegan a herir a la vista, en contraposición al interminable tiroteo donde los chorros de sangre y las amputaciones marca de la casa provocan más carcajadas que otra cosa.
Tarantino no solo no es tonto, sino que ha mamado mucho cine. El suficiente, al menos, para saber cuáles son los cuatro pilares fundamentales en los que se sustenta una buena película. De tres de ellos se responsabiliza en persona: guion, dirección y música (con una selección que va desde el obligado Freedom de Anthony Hamilton hasta temas de hip-hop de RZA pasando por el Django de Rocky Roberts o por diversos temas clásicos de Ennio Mornicone), pero dejando el aspecto interpretativo (salvo por un breve cameo) en manos seguras. Jimmy Foxx compone un creíble y sufrido Django (en una interpretación de esas que para ser convenientemente valorada deberíamos escuchar en su versión original) y un Christopher Waltz brillante, que con un personaje sobre el papel muy parecido al de Malditos Bastardos consigue darle un cariz totalmente diferente, haciendo entrañable a alguien que mata por dinero. Pero especial atención merecen los villanos, con un superlativo Leonardo DiCaprio (¿para cuando un Oscar, por Dios?) que consigue seducirnos con su personaje en una escena y nos provoca odio en la siguiente, componiendo a un malvado cruel y sádico (como ejemplo está el divertimento que le supone la pelea de mandingos) pero con un punto de ternura e inocencia que se encarga de ocultar su Pepito Grillo particular, el verdadero monstruo de la historia, interesado, egoísta y traidor hacia su propia raza, un asombroso y genial Samuel L. Jackson que bien podría haber logrado el dudoso mérito de interpretar a unos de los personajes más asquerosamente despreciables de la historia del cine.
Y como a Tarantino siempre le ha gustado contar con amiguetes, mucha atención a la secuencia que comparten Don Johnson y Jonah Hill.

Sería difícil decretar si es su mejor trabajo (aunque desde luego a la altura, como mínimo, de Pulp Fiction o Malditos Bastardos), ya que un exceso de metraje debido a un final algo alargado (la historia decae cuando los personajes de Waltz y DiCaprio salen de escena) y un uso algo abusivo de hemoglobina afean el resultado, que pese a ello continua siendo brillante. Tal y como Tarantino nos tiene malacostumbrados.

lunes, 21 de enero de 2013

LINCOLN

Hace un par de años Robert Redford dirigió una magnífica película donde retrataba los sucesos posteriores al asesinato de Abraham Lincoln (si alguien piensa que esto es un spoiler, que no me venga con gaitas) y el posterior juicio a los implicados (La conspiración). Poco después, la mente cachonda de Seth Grahame-Smith, con la complicidad de Tum Burton y Timur Bekmambetov nos proponían una versión “diferente” del presidente americano  en Abraham Lincoln: Cazados de Vampiros, relatando desde que el pobre barbudo es un niño hasta su ascensión al poder, pasando, naturalmente, por el estallido de la guerra de Secesión. Es decir, que podrían ser una secuela y una precuela de este nuevo Lincoln. Sin embargo, algo las diferencia de la obra que acaba de estrenar Steven Spielberg, el que en otra época fuese considerado rey Midas de Hollywood, y es que ambas eran entretenidas. Y, de paso, se aprendía historia (sí, no me he vuelto loco, incluso la de los vampiros es relativamente fiel a los acontecimientos reales de la época).
La película que nos ocupa ahora, por el contrario, solo provoca bostezos y miradas continuas al reloj. Como si se tratara de una versión cinematográfica mediocre de El ala oeste de la Casa Blanca, Spielberg decide enfocar su trama en los interiores del poder americano, centrando toda la acción en la votación para aceptar o no la enmienda  treceava de la Constitución (que imagino que todos sabemos que ganó el sí). Quizá si la película se hubiese titulado Las aburridas votaciones para aceptar la decimotercera enmienda de la Constitución americana la película habría gustado más -habría sido más honesta- a los tres frikis que hubiesen ido a verla, pero si su título es Lincoln creo que tenemos derecho a ver una película sobre Lincoln, no una simple caricatura con maquillaje robado a los de Muchachada Nui y un Daniel Day Lewis que creo que se limita a hacer sus gesticulaciones de siempre. ¿Cómo pueden decir que es una interpretación excelente si, para empezar, no hemos conocido al referente para poderlos comparar y, para concluir, apenas puede percibirse demasiado al actor bajo tanto disfraz?
La película, tenedlo claro, está destinada a un público americano, como si a Spielberg se la trajera floja (con perdón) el resto del mundo, por lo que quizá las distribuidoras nos podrían haber ahorrado su estreno en Europa. Además, es necesario saber algo de historia americana no para entender la película (no es que haya mucho que entender), sino para poderla disfrutar mínimamente, ya que lo que no se consigue (quizá ni se pretende) en ningún momento es la identificación del espectador con ningún personaje. Da igual que Spielberg considere imperativo que todo el Universo conozca los pormenores del pasado de los Estados Unidos, la película no cuenta nada sobre la Guerra (¿qué la originó o por qué?) ni sobre el propio Lincoln. Sí, sabemos que tiene una mujer algo desquiciada (en realidad estaba loca, pero bueno), y dos hijos, uno con el rostro de Joseph Gordon-Lewitt que parece que va a aportar algo de chicha a la historia pero al final todo queda en agua de borrajas (en realidad, tuvo cuatro hijos, pero dos de ellos murieron jóvenes, lo que propició la enfermedad mental de su mujer; si queréis saber qué le pasó al primer hijo id a ver Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros…). Y encima, lo que si se cuenta es, después de la votación, su asesinato, y eso sí que todos lo conocemos, así que de giro dramático nada de nada.
¿Y qué pasaría si aceptamos desde el principio que la película solo va sobre la dichosa votación? Pues que nos encontraríamos con una película sin alma ni pasión, elegantemente bien filmada (sigue siendo Spielberg) pero aburrida hasta la saciedad (más aún que la tontada esa del Caballo de guerra), sin ritmo y con tan solo un par de escenas para recordar (casualmente las más chistosas), con un Tommy Lee Jones más cara de palo de lo habitual y un clímax final (la votación: ¡uy! ¿qué pasará?) que encima ha sido manipulada para darle un poco de emoción. Naturalmente, todo lo que envuelve este ladrillo es impecable: la ambientación, el vestuario o la banda sonora del incombustible Williams, pero por muy bonito que sea el papel de regalo y el lazo, el ladrillo de dentro siempre será un ladrillo. Y dos horas de conversaciones en su mayoría intrascendentes y el tipo de la barba ridícula contando batallitas cual abuelo Cebolleta no merecen la pena el precio de la entrada.

Hacedme caso, en la de  Bekmambetov se aprende más y encima cortan cabezas a vampiros. ¿Qué más se puede pedir?

domingo, 13 de enero de 2013

JACK REACHER

Lo primero que encontramos al acercarnos a esta película es a Tom Cruise.  Independientemente de que el director sea Christopher McQuarrie, que esté basada en una novela de Lee Child y que aparezcan también actores de la talla de Rosamund Pike Robert Duvall o Richard Jenkins, esta es una película de Tom Cruise, para lo bueno y para lo malo.
Hace unos años Cruise era el rey de Hollywood. Con una pericia excepcional para elegir papeles, supo combinar películas comerciales que sirvieron para decorar cientos de carpetas de adolescentes (Risky Business, Top Gun, Cocktail) con trabajos magníficos que le reportaron premios y prestigio (Rain Man, Nacido el cuatro de julio, Algunos hombres buenos). Entonces, algo se torció. No sé si a él se le fue la olla o algún grupo de envidiosos decidió que era demasiado bueno, rico y guapo, pero sus películas comenzaron a centrarse cada vez más en su figura, haciéndolo parecer el centro el universo, mientras que su agitada vida sentimental llenaba más papel  que sus estrenos. Eso hizo que la crítica le cogiera manía y el público empezara a darle la espalda, por más que él siguiera adelante con proyectos de interés como Entrevista con el Vampiro, Jerry Maguire o la arriesgada Eyes wide shut. Desesperado, cayó en una vorágine de proyectos básicamente comerciales, quizá erróneamente convencido de sus limitaciones como actor y en busca de papeles de héroe de acción ignorando que los años no pasan en balde, y haciendo tonterías como Misión Imposible 2 y 3, Vanilla Sky , La guerra de los Mundos o Noche y día. De poco le valdrían ya los intentos de hacer cine serio con la fallida Valkiria y solo su cameo en Tropic Thunder (jugada que trató de repetir en Rock of Ages)  en una ridícula a la par que brillante parodia logró volver a sacarle aplausos al público y señores del CSI (mis amigos Críticos Sesudos e Intelectuales).
Tras el buen sabor de boca que dejó la cuarta entrega de Misión imposible, Jack Reacher debería ser la confirmación de si Cruise va a levantar cabeza o no, pues aunque siga empeñado en los papeles de acción por lo menos sus últimos proyectos suenan más interesantes (la inminente Oblivion, cuyo tráiler se me ya de memoria, Edge or Tomorrow, Van Helsing y de nuevo Misión Imposible).
Si la tónica a seguir va a estar marcada por este Jack Reacher, por mi encantado. La película es dinámica, divertida y frenética. Cruise vuelve a ser el héroe intachable, cuasi perfecto. Un hombre de pasado oscuro y futuro desconocido que deberá aparecer de la nada para desvelar un multitudinario asesinato de paseantes aleatorios a plena luz del día. Con toques detectivescos a lo Sherlock Holmes, una gota del abogado de Algunos hombres buenos y sobre todo mucha acción, la película funciona a la perfección, entreteniendo durante todo su metraje y cumpliendo con lo que promete. Quien busque más es que se ha equivocado de producto, así de simple.

Sí, es cierto, hay más cosas aparte de Tom Cruise, pero si a nadie parece importarle, ¿para qué os voy a aburrir con ellas?

martes, 8 de enero de 2013

LA NOCHE MÁS OSCURA ( 3d10)

Dicen que La noche más oscura es la recreación de cómo el gobierno de los Estados Unidos localizó y asesino a Osama Bin Laden. Dejando aparte el rigor histórico de los hechos descritos (que muchos han definido como falseados y alejados de la realidad) lo cierto es que el tema en si es suficiente como para captar el interés de todo el mundo, seamos o no americanos. No en vano Bin Laden es (o era) uno de los hombres más odiados del mundo.
Una película de estas características puede enfocarse de dos maneras diferentes: como un documental, ofreciendo una mirada distante de lo sucedido, evitando implicarse en la historia, o como una película de ficción (una dramatización de los hechos), con un guion y un desarrollo de los personajes que sean relativamente fieles a lo sucedido pero dotándoles de personalidad cinematográfica. Desgraciadamente, la señora Kathryn Bigelow (cuya película más soportable es Le llaman Bodhi), ha optado por el camino intermedio. Empeñada, según parece, a demostrar que no ha aprendido nada de cine en los años que fue la esposa de James Cameron (que gran guion suyo estropeó ella en la visualmente confusa Días Extraños), esta mujer condenada a películas de medio pelo y bajo presupuesto ganó la lotería cuando su sobrevalorada En tierra hostil cayó en gracia entre mis amigos del CSI (Críticos sesudos intelectuales) y la elevaron a los altares. Demostrando no tener un ápice de vergüenza (y orgullo no digamos), la buena mujer ha decidido copiarse a sí misma y repetir estilo de cámara temblorosa y falso documental en su nueva película, una película que, por cierto, se comenzó a fraguar cuando nadie tenía ni puñetera idea de donde se encontraba el terrorista y para la que su captura fue como una bendición, ya que haciendo gala de un gran oportunismo se apuntaron el tanto de conseguir los derechos de la historia aprovechando que estaban en ello sin importar que su guion original no tuviera nada que ver con lo que iban a narrar ahora.
El caso es que la Bigelow no ha hecho un documental (eso da pocos premios y menos dinero aún), pero ha querido escatimar a la hora de contratar un guionista, ya que Mark Boal, el tipo que aparece en los créditos y que debe ser muy amigo de la directora, pues En tierra hostil y esto son los únicos libretos que ha escrito hasta la fecha, se limita a copiar ciertos informes (que muchos dudan de su exactitud) del caso, ignorando por completo construir unos personajes, desarrollar una estructura argumental o crear un trasfondo dramático.
La película, consciente de que necesita desesperadamente empatizar con el público, comienza manipulando vergonzosamente al espectador mediante grabaciones reales sobre fundido negro de las llamadas der los pasajeros del vuelo Unit 93 poco antes de estrellarse en los atentados del 11-S. A partir de ahí vemos una serie de investigaciones encabezados por el personaje interpretado por Jessica Chastain que no llevan a ninguna parte. Tras un interesante arranque donde vemos como se interroga a un prisionero islamista sin cortarse un pelo con las torturas, la acción se desvanece, pasando a un proceso interminable de informes, escuchas, errores, más escuchas, discusiones con el jefe, más errores… hasta que, en el último tramo, un golpe de suerte les pone sobre la pista del terrorista y en una sigilosa misión (aterrizan con dos helicópteros –uno de ellos más que aterrizar se estrella- en plena noche en el patio de Bin Laden sin que nadie oiga nada) lo identifican y acribillan. Por el camino, alguno de los que perecían protagonistas deja de salir y nos da igual. Una agente con un papel bastante destacado en la primera mitad de la película muere y nos da igual. Parece que toda la investigación vaya en una dirección equivocada y nos da igual. Todo da igual. Y es que la película no tiene nada de pasión, nada de sentimiento. Podría haber durado media hora, pasando de las escenas de tortura a las de la captura de Bin Laden y todos habríamos salido tan contentos del cine, pero como eso no puede ser (y parece que para que una película sea consideraba buena debe superar las dos horas de metraje), pues Bigelow y Boal rellenan con paja aburrida y vacía de manera totalmente aleatoria. No conocemos nada de los personajes, ni si tienen familia, amigos, qué les mueve a hacer lo que hacen, qué piensan…, impidiéndonos empatizar con ellos, mientras que tampoco nos iluminan demasiado sobre la manera de funcionar de la CIA ya que, al fin y al cabo,  todo concluye con un golpe de suerte. Por si fuera poco, las escenas finales, las que todo el mundo está esperando, y en las que Bigelow cambia de estilo y pretende despertarnos de la butaca con toques de acción, están torpemente filmadas, abusando de planos oscuros  demasiado confusos (ya sé que en la vida real era de noche y estaba oscuro, pero esto es cine, ¡caray! ¿Nunca ha oído Bigelow hablar de una técnica llamada noche americana?).

En fin, una película soporífera, donde solo se salva una correcta Jessica Chastain que si por algo destaca es por sus esfuerzos por mostrarse tan fría y contenida como la pesadez de la película le exigía y a la que podíamos tomar por una actriz inexpresiva en lugar de un esfuerzo interpretativo si no la hubiésemos visto en personajes tan diferentes como los de La deuda, El árbol de la vida y, en breve, en Mamá

LA VIDA DE PI (7d10)

Ang Lee es uno de esos directores que logra juntar dos cualidades vitales en Hollywood: rodar bien y caer bien. Gracias a ello se permite hacer lo que le da la gana, y en lugar de acomodarse y repetirse como hacen muchos compañeros de profesión él opta por seguir sus instintos y saltar de un género y estilo a otro sin encasillarse, arriesgando en extremo en unas ocasiones y apostando seguro en otras. No es un realizador artesanal, por lo que carece de un sello de identidad que lo defina, pero ni falta que le hace. Con una variedad de estilos solo comparable a Danny Boyle, saltó a primera plana con un drama romántico como Sentido y Sensibilidad, reinventó el género de artes marciales en Tigre y Dragón, hizo un Hulk gafapasta, se aventuró en un wester homosexual en Brokeback Mountain y ahora se introduce en una aventura casi infantil demostrando además que aún  hay esperanza para el cine en 3D.
Basada en una novela de Yann Martel cuenta la aventura de Pi, un muchacho indio que sufre un naufragio cuando transportaba junto a su familia a los animales de un zoo camino a Canadá. Pi sobrevive gracias a un bote salvavidas, pero debe compartirlo con otro superviviente, un tigre con el curioso nombre de Richard Parker.
A priori una película donde dos tercios transcurren con el chaval perdido en medio del océano podría resultar tediosa (recuerden aquel coñazo de Zemekis llamado Náufrago), pero Lee lo resuelve con maestría. Dado lo increíble de la historia, el director decide liarse la manta a la cabeza y lanzarse a por todas, dejando que la historia quede un poco de lado y cediendo todo el protagonismo al terreno visual. La vida de Pi es un espectáculo sencillamente apabullante de luz y color de una belleza sublime. Cualquier excusa es buena para impresionar y hacernos abrir la boca, embobados, como si asistiéramos al mejor castillo de fuegos artificiales jamás concebido. Ballenas gigantescas, peces voladores, islas carnívoras… todo vale en pos de una fotografía impagable que convierte la fábula de Pi y su tigre en un sueño onírico, un viaje psicotrópico por un mundo mágico que amenaza con apabullar con tanto efecto digital pero que sabe quedarse siempre a las puertas de la saturación. Y como colofón, ese magnífico tigre, prodigio tecnológico, que se revela como el auténtico protagonista de la historia.
No todo es perfecto en La vida de Pi. Como ya he comentado, la imagen tiene más importancia que la narración, y eso hace que una vez finalizado el mágico viaje el ritmo decaiga en una final demasiado alargado, no sé si por la necesidad que se autoimpone el director de que todo quede más o menos aclarado o lastrados por el hecho de estar ante una adaptación literaria. El hecho es que hay dos versiones de la misma historia, la que se ve y la que se cuenta. La mágica y la realista. Y aunque se invite al espectador a creerse la que más le guste (al fin  y al cabo, todo se basa en creer en Dios en un discurso demasiado forzado en su intento de contentan a todas las religiones sin apostar claramente por ninguna), se abusa de algunas explicaciones, como si Lee temiese que su mensaje no quedara suficientemente claro.

Sea como sea, la película es una invitación a soñar, y durante gran parte del metraje es lo que consigue. En estos tiempos que corren, eso ya es mucho.

THE MASTER (2d10)

The Master es, sin duda, la película del año. Los críticos sesudos intelectuales y demás gafapastas la han encumbrado hasta lo más alto. Ha arrasado por los festivales por los que ha pasado, va a triunfar en los próximos Globos de Oro y sus competidoras ya están planteándose retirarse de la pugna por los Oscars por no hacer el ridículo. La dirección es maestra y Joaquín Phoenix y compañía nos regalan una interpretación simplemente maravillosa.
¿O no?
Pues va a ser que no. Lo siento por mis queridos amigos los críticos sesudos intelectuales pero The Master se me antoja como una de las peores películas que he visto jamás. ¿Exagero? No, para nada.
Paul Thomas Anderson, su director, es uno de esos tipos que ha conseguido el nombramiento de genio sin haber dirigido nada digno de atención, y en esta película se le nota que la divinidad se le ha subido a la cabeza. Las buenas películas no se crean, surgen de manera espontánea, pero Anderson sin duda tenía la conciencia durante todo el rodaje de que él lo estaba haciendo, pues el film es de esos que parecen más dedicados a arrasar en los Oscars que en contar una historia. Y eso que la historia, de entrada, tiene su cosa: un veterano de guerra que no encuentra su lugar en el mundo, hundido por el alcohol y el sexo, encuentra una salida en su amistad con el líder de una secta que trata de ayudarlo. A partir de aquí Anderson podría haberse decantado por un drama sobrThe Master termina siendo una caricatura de un hombre despreciable al que Phoenix le pone tics y rostros en una de las interpretaciones más patéticas y sobreactuadas que puedo recordar.
e la inadaptación, una historia de amistad y esperanza o un alegato contra las sectas (con la sombra de la Cienciología aflorando tras cada esquina), pero incapaz de decidir intenta un batiburrillo de las tres cosas sin acertar en ninguna de ellas. No por apretar muchas teclas se aprende a tocar el piano y
Si la historia tiene su interés, el guion propiamente dicho es horrendo. En su incapacidad para hacernos entender el drama de Freddie Quell (Phoenix) tras su regreso de la guerra (que tan bien se muestran en El Cazador o Nacido el cuatro de julio, por poner solo dos ejemplos), Anderson necesita escarbar tanto en la basura y lanzar tanta mierda alrededor del personaje (y perdonen por tan desagradable metáfora) que al final acaba salpicando al espectador. Quell es una persona odiosa, mezquina y despreciable, y toda la película está repleta de situaciones desagradables que incomodan al espectador. Cierto es que eso es lo que busca Anderson, pero llega a tales extremos que no consigue ningún tipo de empatía hacia el desgraciado que interpreta Phoenix. Volviendo a uno de los ejemplos antes expuestos, el veterano que interpretaba Tom Cruise en la película de Oliver Stone también podía incomodarnos por sus actos y su carácter, pero siempre se tenía la sensación de que el malo de la historia era e conflicto bélico. Aquí, por más que el tema sea el mismo, Quell regresa y tiene un buen trabajo, una chica y unos amigos, así que no se puede excusar en la inadaptación. Él es el problema, y resulta por ello imposible mostrar la más mínima simpatía hacia él, por lo que todo lo que no sea terminar la película con Quell brutalmente descuartizado de la manera más cruel posible supone una decepción enorme.
Phoenix, como ya he dicho, está totalmente fuera de control, recordando a las interpretaciones más histriónicas de Nicholson o Penn. Estar tan pasado de vueltas aleja aún más al espectador, ya que en ningún momento provoca la más mínima compasión. A su lado, sin embargo, Philip Seymour Hoffman raya a muy buen nivel, tal y como nos tiene acostumbrados, haciendo creíble su papel y consiguiendo, esta vez sí, que simpaticemos con él pese a saber que todo lo que mueve a su alrededor es un completo fraude.
Cierra el círculo una de las actrices de moda, Amy Adams, que me da la sensación de que simplemente pasaba por ahí. No es que trabaje mal, pero trata de buscar un contrapunto tan fuerte a Quell, logrando una interpretación tan contenida, que da la sensación de que cualquier actriz desconocida sin su caché podría haber logrado lo mismo.

Una película, en fin, de esas en las que hay que entrar. Yo, desde luego, no lo hice. Y me aburrí soberanamente. Pretenciosa  como su director, The Master será de esas películas que, pese a las flores que la crítica le lance, será olvidada en breve. Y si no, al tiempo.

jueves, 3 de enero de 2013

LOOPER (6d10)

Looper es una de esas películas difíciles de valorar con justicia, y es que es tanto el hype que la precedía que es casi imposible salir del cine sin sentir un ápice de decepción. Se había dicho de ella que iba a revolucionar el mundo de la ciencia ficción, que era de las mejores películas de la década y que estaba a la altura de otras epopeyas de viajes en el tiempo como Terminator o 12 monos. Y la verdad es que, aun siendo una buena peli, no es para tanto. Quizá el problema es que había cierta carencia de películas de género que tratasen al espectador de forma inteligente y se aventurasen en una historia compleja, ahora que por culpa (o gracias) a los comics todo parece reducirse a los representantes del bien liándose a tortas con los representantes del mal mediante un sinfín de efectos digitales en 3D. Y la obra de Rian Johnson, por contra, pretende ser reflexiva, contar una historia interesante  y dar más importancia a los actores que a los efectos (que también los tiene), y eso siempre es de agradecer. Pero de ahí a encumbrarla entre las más grandes… Quizá si hubiese llegado de manera más silenciosa, como en su momento Moon o Distrito 9, sería otra cosa.  Claro que para ser justos eso no es culpa de Johnson, desde luego. Él se ha limitado a hacer su película, una película cargada de referencias que bien podría interpretarse como un canto de amor a esos títulos de los 80, así como al propio mundo del comic, aunque quizá la emotividad que le da esos homenajes sean a la vez su mayor lacra, ya que hay una cierta sobrecarga que lastra al final lo que estaba siendo una interesante propuesta.
Rian Johnson, en su primer trabajo destacado, escribe y dirige la historia de un grupo de asesinos a sueldo denominados Loopers. En un futuro cercano las bandas organizadas, para evitar que sus ajustes de cuentas sean descubiertos por la ley, envían a sus víctimas al pasado (nuestro presente), donde los loopers se encargarán de ejecutarlos sin conocer sus identidades ni motivos. Así, en el futuro no hay ningún problema, ya que no hay cadáver, mientras que en el presente los ejecutados todavía no existen. El problema radica en que con el paso de los años los loopers (que habrán disfrutado de una vida cómoda y lucrativa) deberán también ser eliminados, quién sabe si por su propia versión joven.  Esa es la vicisitud en la que se encuentra Joe cuando se enfrenta cara a cara con su propio yo futuro.
Pese a lo sesudo que parece el argumento (que se intuye calculado a conciencia) los agujeros del guion existen, algo por lo visto inevitable cuando se habla de viajes temporales al no ser que te lo tomes a cachondeo y crees infinitas líneas temporales perfectamente explicadas en la pizarra de Doc en la magnífica saga de Regreso al Futuro. Esto no es necesariamente un escollo –nada más faltaría no poder perdonar algo así-, pero el problema deriva cuando se incluye el elemento sentimental y se produce un, a mi entender, absurdo giro de guion y lo que era una película de viajes en el tiempo se transforma en una historia de mutantes al más puro estilo X-men, haciendo que una historia de ficción en la que no nos importaba creer se vuelva totalmente irreal.
Afortunadamente, para compensar este desvarío final tenemos a dos magníficos actores, el cada vez más importante Joseph Gordon-Levitt (por quien no habría dado yo un duro cuando sólo era el niño de Cosas de marcianos y ahora está a punto de convertirse en una de las figuras más importantes de Hollywood) y mi admirado Bruce Willis, en un papel más similar a sus colaboraciones con M. Night Shyamalan que como John McClane. Prodigioso, por cierto, el maquillaje de Gordon-Levitt que consigue que su rostro tenga un cierto reflejo del de Willis, haciendo creíble que se traten de la misma persona con décadas de diferencia.
Al lado de ambos se encuentra correcta Emily Blunt (no acabo de tragar mucho con ella, lo confieso) y un recuperado Jeff Daniels.
En su conjunto, la película es agradable de ver, una apuesta curiosa y arriesgada que cumple con creces durante su primera mitad, pero que se pierde en su desenlace, por más que la escena final sea de nuevo magnífica.

Buena, pero mejorable.

MOONRISE KINGDOM (6d10)

Nos encontramos de nuevo ante una película gafapasta dirigida por un tipo de esos a los que los del CSI (críticos sesudos intelectuales, ¿ya os lo sabéis, no?) elevan a los altares. Wes Anderson es autor de películas extrañas,  comedias poco convencionales como Los Tenenbaums, Live Aquatic o El fantástico Mr. Fox. Sin embargo, en el caso de Anderson, y con todo el dolor de mi alma, debo confesar que estoy totalmente de acuerdo con ellos. Quizá sea porque su cine es intencionadamente minoritario, porque sus historias son complejas pero entrañables o porque, como otros locos maravillosos como Terry Gillian (que maravilla ese cuento poético que es El Imaginario del doctor Parnassus), son alabados por la crítica pero ignorados por la academia.

Moonrise Kingdom narra la hermosa historia de amor por correspondencia entre dos niños: él, un huérfano que vive con unos padres de acogida y ella, perteneciente a una familia feliz pero por la que no se termina de sentir comprendida. Cuando él va a un campamento de boys scouts a la misma isla donde vive ella, ambos planean huir juntos,  siendo buscados por el sheriff local y sus propios compañeros scouts. Una historia extraña,  peculiar como poco, sobre la adolescencia y el amor,  las primeras experiencias, la inadaptación y, por encima de todo, la comprensión,  explicado con un sentido del humor muy peculiar,  tan surrealista como tierno.
Acompañando a la historia, Anderson refuerza esa sensación de fábula con unos paisajes imposibles, demasiado maravillosos para ser reales y a los que saca todo su jugo con su maestría con la cámara. 
Y por si todo esto no fuera suficiente,  Anderson se rodea de un elenco de actores sencillamente alucinante, amigos -imagino- más interesados en participar en este cuento mágico que en aumentar sus cuentas corrientes. Y eso, en la industria del cine, tiene un valor añadido. Tomen nota: Bruce Willis, Bill Murray, Edward Norton, Frances McDormand, Harvey Keitel...
Pero, ojo, podría estar alabando las virtudes de esta delicia de comedia hasta la saciedad, pero debo recordar que hablamos de un film de Wes Anderson,  con todo lo que ello comporta. Y es que para poder disfrutar de la película es necesario aceptar su juego, entrar en ella sin miramientos y dejarse atrapar por la magia. No es apta para todos los gustos, y quien busque aquí una comedia al uso, de las que nos tienen acostumbrados los Farrelly o los Apatow de turno se han equivocado de película.

No todos pueden disfrutar del humor sutil, a veces apenas insinuado,  de Anderson, siempre con mucho más que decir de lo que parece a simple vista, pero quienes no encuentren un mínimo de magia en Moonrise Kingdom es que, simplemente,  han perdido la capacidad de soñar. Y eso sí sería una pena.

martes, 1 de enero de 2013

Bienvenidos

Buenos días, buenas tardes o buenas noches.
Permitidme que me presente: soy un Panda. pero no un Panda cualquiera. Eso no tendría ningún mérito. Seguro que hay un montón de pandas que escriben blogs, sobre todo en japón. Yo soy un panda especial, ya que no solo me gusta escribir, sino que también me gusta el cine. Y, para colmo, me gusta también escribir sobre cine. Es posible que haya por ahí otro panda con mis mismas cualidades, pero creo que escribe en japonés, así que ignoradlo.
El caso es que de hoy en adelante voy a intentar escribir una pequeña crítica con mis opiniones (siempre acertadas, ya os lo digo) sobre las diversas películas que vaya viendo. Además, en el encabezado incluiré mi puntuación, que irá siempre del 0 al 10.
Soy un amante del cine, y cuando digo cine me refiero a esos sitios oscuros y con olor a palomitas (en ocasiones rancias) donde se ve películas solo o en compañía (y no sería la primera vez que estoy solo, completamente solo, en toda la sala). Eso es el cine. No lo que algunos os descargáis de Internet, que además de ilegal es absurdo, con películas que tiemblan, sonidos metálicos y gente tosiendo. El cine hay que verlo en el cine. Por eso se llama así: cine. ¿Verdad que nunca habéis quedado con un amigo para ir a ver la última película de sofá de Marvel, por ejemplo? Pues si no se llaman películas de sofá, sino películas de cine será por algo, digo yo?
¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Qué que pasa cuando se ven en vídeo o en la tele? Bueno pues... Esto es un blog, y aquí no se admiten preguntas, ¿está claro?
El caso es que por muy defensor que sea e las salas de cine y de la legalidad no siempre se puede ver todo en las mejores condiciones. Unas veces por problemas en las propias salas, por falta de cines de estreno... Así que en alguna escasísima ocasión me he visto obligado a recurrir también yo a sistemas alternativos de visionado. Naturalmente, ciertos visionados pueden alterar el disfrute de la película, y por lo tanto también influir en mi crítica (esto puede pasar también -en mi caso, al menos-, cuando vea la película en versión original), así que cuando sea ese el caso incluiré un pequeño asterisco junto a la puntuación, para que lo tengáis en cuenta.
No se si lo sabréis, pero los pandas somos los seres más inteligentes del planeta. Lo que pasa es que los delfines tienen mejores publicistas. Así, mis opiniones no solo tienen la finalidad de crear debate (lo cual me encantaría, por cierto, no dejéis de insultarme en los comentarios cada vez que lo creáis necesario), sino también de aconsejaros si os merece la pena gastar el dinero en una película o no, así que aunque lo intentaré evitar en la medida en que me sea posible, quizá en alguna ocasión me vea obligado a hacer algún spoiler. cuando sea así, intentaré avisar con antelación, no quiero que por mi  culpa os enteréis de que Bruce Willis está muerto o que el Titanic se acaba hundiendo... ¡Uy, se me ha escapado!
Para acabar, solo quiero insistir en que las entradas serán sobre películas de estreno, y su periodicidad dependerá de mi disponibilidad para acudir a las salas. Solo en muy raras ocasiones podéis encontraros alguna entrada que hable sobre noticias (quizá para los Oscars), sobre alguna película antigua o sobre alguna serie, pero desde luego no será lo habitual.
Pues eso, no me enrollo más, que ya empiezan los trailers. Espero que disfrutéis con mi blog, estéis de acuerdo o no con mis opiniones, y que ayudéis a mejorarlo con vuestros comentarios, que si bien no serán tan acertados como mis opiniones pueden ayudar a que nos echemos unas risas. Y si sois demasiado perezosos para escribir, pues me mandáis un jamón y asunto arreglado.
Empieza el espectáculo...