jueves, 3 de enero de 2013

LOOPER (6d10)

Looper es una de esas películas difíciles de valorar con justicia, y es que es tanto el hype que la precedía que es casi imposible salir del cine sin sentir un ápice de decepción. Se había dicho de ella que iba a revolucionar el mundo de la ciencia ficción, que era de las mejores películas de la década y que estaba a la altura de otras epopeyas de viajes en el tiempo como Terminator o 12 monos. Y la verdad es que, aun siendo una buena peli, no es para tanto. Quizá el problema es que había cierta carencia de películas de género que tratasen al espectador de forma inteligente y se aventurasen en una historia compleja, ahora que por culpa (o gracias) a los comics todo parece reducirse a los representantes del bien liándose a tortas con los representantes del mal mediante un sinfín de efectos digitales en 3D. Y la obra de Rian Johnson, por contra, pretende ser reflexiva, contar una historia interesante  y dar más importancia a los actores que a los efectos (que también los tiene), y eso siempre es de agradecer. Pero de ahí a encumbrarla entre las más grandes… Quizá si hubiese llegado de manera más silenciosa, como en su momento Moon o Distrito 9, sería otra cosa.  Claro que para ser justos eso no es culpa de Johnson, desde luego. Él se ha limitado a hacer su película, una película cargada de referencias que bien podría interpretarse como un canto de amor a esos títulos de los 80, así como al propio mundo del comic, aunque quizá la emotividad que le da esos homenajes sean a la vez su mayor lacra, ya que hay una cierta sobrecarga que lastra al final lo que estaba siendo una interesante propuesta.
Rian Johnson, en su primer trabajo destacado, escribe y dirige la historia de un grupo de asesinos a sueldo denominados Loopers. En un futuro cercano las bandas organizadas, para evitar que sus ajustes de cuentas sean descubiertos por la ley, envían a sus víctimas al pasado (nuestro presente), donde los loopers se encargarán de ejecutarlos sin conocer sus identidades ni motivos. Así, en el futuro no hay ningún problema, ya que no hay cadáver, mientras que en el presente los ejecutados todavía no existen. El problema radica en que con el paso de los años los loopers (que habrán disfrutado de una vida cómoda y lucrativa) deberán también ser eliminados, quién sabe si por su propia versión joven.  Esa es la vicisitud en la que se encuentra Joe cuando se enfrenta cara a cara con su propio yo futuro.
Pese a lo sesudo que parece el argumento (que se intuye calculado a conciencia) los agujeros del guion existen, algo por lo visto inevitable cuando se habla de viajes temporales al no ser que te lo tomes a cachondeo y crees infinitas líneas temporales perfectamente explicadas en la pizarra de Doc en la magnífica saga de Regreso al Futuro. Esto no es necesariamente un escollo –nada más faltaría no poder perdonar algo así-, pero el problema deriva cuando se incluye el elemento sentimental y se produce un, a mi entender, absurdo giro de guion y lo que era una película de viajes en el tiempo se transforma en una historia de mutantes al más puro estilo X-men, haciendo que una historia de ficción en la que no nos importaba creer se vuelva totalmente irreal.
Afortunadamente, para compensar este desvarío final tenemos a dos magníficos actores, el cada vez más importante Joseph Gordon-Levitt (por quien no habría dado yo un duro cuando sólo era el niño de Cosas de marcianos y ahora está a punto de convertirse en una de las figuras más importantes de Hollywood) y mi admirado Bruce Willis, en un papel más similar a sus colaboraciones con M. Night Shyamalan que como John McClane. Prodigioso, por cierto, el maquillaje de Gordon-Levitt que consigue que su rostro tenga un cierto reflejo del de Willis, haciendo creíble que se traten de la misma persona con décadas de diferencia.
Al lado de ambos se encuentra correcta Emily Blunt (no acabo de tragar mucho con ella, lo confieso) y un recuperado Jeff Daniels.
En su conjunto, la película es agradable de ver, una apuesta curiosa y arriesgada que cumple con creces durante su primera mitad, pero que se pierde en su desenlace, por más que la escena final sea de nuevo magnífica.

Buena, pero mejorable.

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