Nos encontramos ante el
regreso de Robert Zemeckis a la dirección con personajes reales tras su periplo
por el mundo de la animación, y eso por síi solo ya debía ser motivo de
celebración, aunque personalmente, ante
el debate sobre si se le da mejor la acción real que la digital, opino que en
lo que es bueno de verdad Zemeckis es realizando entretenimiento, pues dejando
de banda Forrest Gump (para mí muy
sobrevalorada) Náufrago se reveló
como un peñazo interminable, Contact fue acusada de panfleto sectario
y Lo que la verdad esconde fue
sencillamente intrascendente, demostrando que al Zemeckis que queremos y
añoramos es al de Tras el Corazón Verde,
¿Quién engañó a Roger Rabitt? y,
sobretodo, la mítica trilogía de Regreso
al Futuro (a mi incluso me gustó la incomprendida La muerte os sienta tan bien).
En este caso nos
encontramos con un drama protagonizado por el siempre eficiente (pero poco más)
Denzel Washington, que da vida a un piloto que o bien no está correctamenre
definido como personaje o el guion patina a la hora de explicarnos su historia.
La película empieza con
Whip Whitaket (Washington) en la cama hablando por teléfono, mientras su última
amante, Katerina Marquez (Nadine Velazquez) se pasea desnuda por delante de la
cámara. Podría ser una magnífica presentación, ya que en apenas unos minutos
podemos darnos cuenta de los tres valores que mueven la vida de Whitaker
(divorciado y con un hijo): el sexo, el alcohol y las drogas. Sin embargo, la crudeza
natural con la que se desarrolla la escena hace que ya de entrada no podamos
simpatizar con el piloto, y mucho menos con la chica, de la que podemos
presuponer que es una vulgar ramera sin más importancia que ayudar a definir el
personaje de Washington. Luego veremos
que no es así.
La acción en si comienza
cuando durante el vuelo del 227 de Southjet (recordemos que el protagonista ha
estado toda la noche copulando y ocupa el sillón de piloto medio borracho) hay
un fallo mecánico y el avión está a punto de estrellarse y solo una maniobra
imposible de Whitaker salva la situación, finalizando la cosa con tan solo seis
fallecidos, entre los que se encuentran la azafata Katerina (si, esa misma).
Naturalmente, Whitaker es considerado un
héroe hasta que los análisis médicos revelan tanto la cocaína como el alcohol
de su sangre, vagando a partir de ahí la película por dos rumbos paralelos, la
historia del falso héroe que recuerda a títulos como Héroe por accidente o la reciente serie de Homeland y el camino de autodestrucción personal de Whitaker, con
sus intentos de desintoxicación y continuas caídas al Infierno, al estilo del
Nicolas Cage de Living las Vegas. La
apuesta no es mala, y la brillante dirección de Zemeckis -que no ha perdido su
toque, como demuestra la espectacular secuencia del aterrizaje forzoso-
permiten que se siga con entusiasmo,
algo cansina en su parte más melodramática pero de creciente interés en
la parte correspondiente al proceso de culpabilidad, tanto cuando es juzgado
por los medios de comunicación como en los tribunales. Quiero destacar aquí dos
presencias fundamentales: Don Cheadle como el abogado y casi niñera de Whitaker
y John Goodman como su camello (impresionante la interpretación de este
recuperado actor que últimamente está hasta en la sopa).
Hasta aquí todo correcto.
El problema viene cuando hay que decidirse por un final entre tres posibles y
Zemeckis (dicen en los burladeros de Hollywood que por imposición de
Washington) se decanta por el peor. Y atención porque lo que viene ahora es un SPOILER como un piano
pero necesario para entender por qué falla la película. Una opción sería el
drama puro y duro con moraleja incluida, es decir, que lo declaran culpable y
acaba pudriéndose en la cárcel o incluso suicidándose, fiel reflejo de lo que
se merece por el estilo de vida que ha elegido. La segunda opción es más cínica
y pasa por engañar a todo el mundo y terminar siendo el héroe impoluto. Quizá
la última escena podría ser riéndose de los periodistas desde su casa, con una
nueva amiga, y metiéndose una raya de coca. Totalmente opuestas, ambas me
valen. La pena es que han tirado por el camino de en medio, por un final feliz
en una historia de degradación personal. En este final consigue engañar al
jurado y está a punto de salir airoso cuando comprende que eludir su
responsabilidad pasa por inculpar a su fallecida novia Katerina (¿comprenden
ahora mi comentario inicial y la necesaria pero ausente empatía con la muchacha?),
y en un acto de decencia que no ha demostrado tener en todo el film termina
confesando y entrando en prisión donde participa en un programa de desintoxicación
y recupera el cariño de su hijo.
Es decir, un acto de
redención ridículo que hunde en la miseria lo que estaba siendo una interesante
película.
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