domingo, 27 de enero de 2013

ARGO (8d10)

Después de las aburridas La noche más oscura y Lincoln, Argo se postura como la única esperanza del buen cine de cara a la próxima edición de los Oscars de Hollywood. Partiendo de una historia real Argo relata la misión casi imposible de extraer de Irak a varios diplomáticos americanos confinados en la embajada canadiense durante la crisis de los rehenes en Irán, entre noviembre del 79 y enero del 81. Tras sopesar varias opciones suicidas, la mejor (o única) alternativa es enviar un grupo de rescate haciéndose pasar por un equipo de rodaje de una productora de cine en busca de localizaciones para una película. Un plan tan rocambolesco e inverosímil que hasta podría funcionar.

No hay duda que una historia como esta es casi un caramelo, un regalo que Ben Affleck no dudó en aceptar y convertir en su tercera película, después de las buenas acogidas que tuvieron Adiós, pequeña, adiós y, sobretodo, The town, ciudad de ladrones. Con Argo Affleck cierra el círculo,  consiguiendo su película más completa y madura que, en una de esas decisiones que no se comprenden, no le reportara el Oscar como director por no estar nominado, pero que a buen seguro le abrirá las puertas a la gloria que parecía haber perdido como actor. Y es que si bien la historia es buena, no es menos cierto que en manos de cualquier otro director podía haber derivado bien en un drama político tedioso o, por el contrario, derivar en la pantomima más absoluta. No quiero ni imaginar que habría resultado de caer este proyecto en manos de Spielberg o Bigelow, por poner dos ejemplos de directores que ya han ganado un Oscar. Affleck, sin embargo, logra encontrar el punto exacto entre drama y comedia, consiguiendo un relato intenso y emocionante cuando se centra Irán pero divertido y relajado en el retrato del Hollywood de la época, ayudado también por las extraordinarias interpretaciones de Allan Arkin y John Boorman. La puesta en escena de Affleck es elegante y sobria, limitándose a narrar unos hechos sin ceder a las tentaciones del maniqueísmo político. Tan solo en la breve introducción hay un atisbo de critica a la política exterior de los Estados Unidos, promovida más por la realidad de lo que sucedió que por la ideología política del director (que por otro lado ni conozco ni me interesa), eludiendo luego una reinterpretación de la historia con la supuesta distinción entre buenos y malos. No se pretende, pues, ni alzar ni quemar la bandera de las barras y estrellas, y si queremos buscar en la narración un héroe de verdad habría que señalar al embajador canadiense (notable Victor Garber),  quien verdaderamente arriesga su vida y la de su familia no por cumplir con su trabajo (como podía ser el caso del personaje de Affleck) sino por actuar según le dicta su conciencia.

Y quiero finalizar con un apunte dedicado a aquellos que disfrutan atacando sin motivos la calidad interpretativa de un actor (que, reconozcámoslo, no es demasiado acertado a la hora de elegir de sus papeles). Ya está bien de recurrir al tópico fácil de que Affleck es tan buen director como mal actor. Él mismo ha protagonizados sus dos últimas películas, así que si son alabadas es que tampoco lo hará tan mal, digo yo.

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