Después de las aburridas La noche más oscura y Lincoln, Argo se postura como la única esperanza del buen cine de cara a la próxima
edición de los Oscars de Hollywood. Partiendo de una historia real Argo relata la misión casi imposible de
extraer de Irak a varios diplomáticos americanos confinados en la embajada
canadiense durante la crisis de los rehenes en Irán, entre noviembre del 79 y
enero del 81. Tras sopesar varias opciones suicidas, la mejor (o única)
alternativa es enviar un grupo de rescate haciéndose pasar por un equipo de
rodaje de una productora de cine en busca de localizaciones para una película.
Un plan tan rocambolesco e inverosímil que hasta podría funcionar.
No hay duda que una
historia como esta es casi un caramelo, un regalo que Ben Affleck no dudó en aceptar
y convertir en su tercera película, después de las buenas acogidas que tuvieron
Adiós, pequeña, adiós y, sobretodo, The town, ciudad de ladrones. Con Argo Affleck cierra el círculo, consiguiendo su película más completa y
madura que, en una de esas decisiones que no se comprenden, no le reportara el
Oscar como director por no estar nominado, pero que a buen seguro le abrirá las
puertas a la gloria que parecía haber perdido como actor. Y es que si bien la
historia es buena, no es menos cierto que en manos de cualquier otro director
podía haber derivado bien en un drama político tedioso o, por el contrario, derivar
en la pantomima más absoluta. No quiero ni imaginar que habría resultado de
caer este proyecto en manos de Spielberg o Bigelow, por poner dos ejemplos de
directores que ya han ganado un Oscar. Affleck, sin embargo, logra encontrar el
punto exacto entre drama y comedia, consiguiendo un relato intenso y
emocionante cuando se centra Irán pero divertido y relajado en el retrato del
Hollywood de la época, ayudado también por las extraordinarias interpretaciones
de Allan Arkin y John Boorman. La puesta en escena de Affleck es elegante y
sobria, limitándose a narrar unos hechos sin ceder a las tentaciones del maniqueísmo
político. Tan solo en la breve introducción hay un atisbo de critica a la política
exterior de los Estados Unidos, promovida más por la realidad de lo que sucedió
que por la ideología política del director (que por otro lado ni conozco ni me
interesa), eludiendo luego una reinterpretación de la historia con la supuesta
distinción entre buenos y malos. No se pretende, pues, ni alzar ni quemar la
bandera de las barras y estrellas, y si queremos buscar en la narración un
héroe de verdad habría que señalar al embajador canadiense (notable Victor
Garber), quien verdaderamente arriesga
su vida y la de su familia no por cumplir con su trabajo (como podía ser el
caso del personaje de Affleck) sino por actuar según le dicta su conciencia.
Y quiero finalizar con un
apunte dedicado a aquellos que disfrutan atacando sin motivos la calidad
interpretativa de un actor (que, reconozcámoslo, no es demasiado acertado a la
hora de elegir de sus papeles). Ya está bien de recurrir al tópico fácil de que
Affleck es tan buen director como mal actor. Él mismo ha protagonizados sus dos
últimas películas, así que si son alabadas es que tampoco lo hará tan mal, digo
yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario