lunes, 28 de septiembre de 2015

AMERICAN ULTRA (5d10)

American ultra es un curioso experimento, una extraña mezcla entre una comedia de corte independiente con el aroma de un blockbuster de lo más palomitero.
Es por ello que resulta extraño que haya sido estrenada comercialmente en cines justo un par de semanas antes de que comience Sitges cuando es una propuesta que podía haber tenido mucha más resonancia pasando antes por un festival de semejantes características.
Dirigida por Nima Nourizadeh (director de esa “cosa” llamada Project X) y con guion de Max Landis, American ultra es una gamberrada, un divertimento alucinógeno que introduce a una pareja de losers en una desconcertante intriga de conspiraciones y asesinatos. En cierto modo, algo tiene que me recuerda a la divertida The Guest, de Adam Wingard, aunque quizá American ultra peque en determinados momentos de tomarse demasiado en serio a sí misma.
Al menos sirve para confirmar que Kristen Stewart, vista recientemente en las magnífica Viaje a Sils Maria, se has librado definitivamente del estigma de Crepúsculo y puede avanzar recorriendo su propio camino en Hollywood mientras Jesse Eisenberg puede aspirar a registros más diversos que los personajes alojados e introvertidos que lo lanzaron a la fama, como en Bienvenidos a Zombieland, 30 minutos o menos o sobretodo La red social, permitiendo respirar aliviados a todos los fans de DC que no terminaban por verlo encarnando al malvado Lex Luthor.
American ultra destaca además por sus secundarios, como un Topher Grace que desde que decepcionará como Eddie Block en Spider-Man 3 se ha tenido que conformar con interpretar papeles de poca enjundia, John Lequizamo, tan pasado de vueltas como de costumbre, o los veteranos Connie Britton y Bill Pullman.
Quizá falta algo de imaginación en algunas secuencias de lucha, pero el resultado final es más que digno, resultando ser una tontería de lo más entretenida y aceptable, sin más pretensiones que ver a unos tipos que podrían haber salido de Superfumados para terminar perdidos en la saga Bourne. Más distraída que original resulta tan fácil de digerir como de olvidar al poco tiempo.

EL CORREDOR DEL LABERINTO: LAS PRUEBAS (7d10)

Hace un par de años El corredor del laberinto fue un éxito inesperado. Incluida dentro de la moda del cine YA (young adult) y planteada como el inicio de una saga a la sombra de Los juegos del hambre, se trataba de la adaptación literaria de la trilogía escrita por James Dashner que Wes Ball dirigió con Dylan O’Brien (recién salido de la serie Teen Wolf).
Posiblemente el secreto del éxito fuese el rehuir del estigma de Crepúsculo no incluyendo en la trama ningún triángulo amoroso que despiste de la historia principal mientras que el argumento es, a priori, más maduro que Harry Potter y sus imitaciones. Además, El corredor del laberinto nació con una modestia y falta de pretensiones que le permitieron superar a proyectos nacidos con más ambición como la saga de Percy Jackson o, sobretodo, la fallida Los juegos de Ender. Es por ello que está secuela ha sido recibida con ganas, más si tenemos en cuenta que ya está confirmada la tercera y definitiva entrega que, nadando a contracorriente, no usará ese truco tramposo y hasta indignante de dividir la última película en dos para tratar de recaudar el doble (la aburrida Insurgente es la última que se ha subido al carro).
La principal cualidad de la película (e imagino que esto es mérito de las novelas) es que no repite el esquema del título anterior, siendo el Laberinto del título algo del pasado y avanzando en la trama, aunque tras los créditos comprobamos que se han planteado más preguntas que respuestas que deberán satisfacerse sí o sí en el tercer capítulo de la serie.
Thomas, Theresa y el resto de los supervivientes de la primera parte parecen estar a salvo junto a los supervivientes de otros laberintos, aunque como ya se intuía en el epílogo de aquella las cosas no son lo que parecen y la organización CRUEL tendrá muchas cosas por las que responder, incluyendo el propio pasado de Thomas.
Posiblemente El corredor del laberinto: las pruebas no supere a su antecesora, principalmente por perder la originalidad de aquella en favor de una serie de subtramas que nos pueden recordad a mil películas anteriores, pero saber mezclar en una historia juvenil secretos empresariales, mundos postapocalípticos, zombies y guerrillas con rebeldes armados, y hacerlo con efectividad es mérito suficiente para aplaudir una película que a la postre resulta ser sumamente entretenida.
Repiten actores (junto a O´Brien siguen Kaya Scodelario, Patricia Clarkson, Thomas Brodie-Sangster, Ki Hong Lee, Dexter Darden y Alexander Flores) y director, a los que se añaden Aidan Gillen (el popular Meñique de Juego de Tronos), Barry Pepper y Lili Taylor, así como los menos conocidos Jacob Lofland, Rosa Salazar y Giancarlo Esposito .
A poco que se cumplan las expectativas el año que viene se cerrará una saga que puede convertirse en una pequeña joyita dentro del cine de entretenimiento, sin pretender ilustrar con grandes discursos revolucionarios como en los casos de las obras de Suzanne Collins o Veronica Roth, sino limitándose a ofrecer un relato de secretos y supervivencia muy interesante y fresco.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El comentario del mes: EL CINE DE SUPERHÉROES Y OTRAS BURBUJAS... ¿O NO?

Soy un fkiki. Lo sé, lo acepto y me enorgullezco incluso. No soy un friki radical, de esos que se saben de memoria en qué página de que número de la colección de Superman aparece por primera vez el Superperro ni sé recitar de memoria los directores de fotografía de las diversas secuelas de La noche de los muertos vivientes de George Romero, pero sigo siendo, pese a ello, un friki reconocido. 
Y es por ello que me indigno e incluso ofendo cuando aquellos que llevan las caretas de “cultos” o “intelectuales” (ya sabéis que por aquí hablo mucho de los tipos del CSI, críticos sesudos intelectualoides) se dedican a tirar piedras y esconder la mano contra todo aquello que pertenezca a lo llamado la subcultura de lo fantástico.
Ahora, la última moda está en criticar hasta el odio irracional las películas basadas en cómics, imagino que temiendo que las increíbles recaudaciones que la mayoría de estas obras están disfrutando amenace la estabilidad mundial. Se habla, con cansina insistencia, de la “burbuja del cine de superhéroes”, que sin duda debería terminar por estallar como sucediera con la tristemente célebre burbuja inmobiliaria. Quizá ahora, muchos de esos tipejos tristes y de escasa imaginación estarán frotándose las manos ante el estrepitoso descalabro de Los Cuatro Fantásticos, de Josh Trank, viendo en el despropósito de la Fox el primer signo de debilidad en el género. Pues bien, a todos ellos quiero dedicar mi comentario del mes.
Un pequeño interludio, solo para dejar las cosas claras: Los Cuatro Fantásticos no ha pinchado porque la gente se esté cansando de tanto superhéroe. Simplemente, es una película pésima. Ya está, ya lo he dicho. Sigamos…
Antes que nada me gustaría definir lo que son las películas de superhéroes. Antes, cuando se podían contar con los dedos de una mano, era fácil confundir cine de superhéroes con adaptación de comics, pero ambas definiciones han terminado por seguir caminos paralelos pero no siempre superpuestos, como lo demuestran títulos comiqueros que nada tienen que ver con los célebres tipos con mallas y capas, como las magníficas Camino a la perdición, de Sam Mendes, Una historia de violencia, de David Cronenberg o Snowpiercer de Bong Joon-ho, mientras que hay muchos títulos con superhéroes que no han sido paridos en el comic, como Hancock, Los Increíbles o El Protegido. Para no crear confusiones, voy a suponer que la burbuja a la que muchos auguran su inminente decadencia (y ahí están las palabras de Steven Spielberg –que sabe mucho de lo que es una retirada a tiempo como demuestra su Indiana Jones y la calavera de cristal, guiño, guiño- o Alejandro González Iñárritu) son aquellas que mezclan ambas cosas: superhéroes y comic.
Personalmente, la prueba de que no se trata de una burbuja como tal está en la radical importancia que este fenómeno ha tenido en los últimos años, mereciendo que sea considerado casa como un género propio. Quizá los académicos se puedan llevar las manos a la cabeza ante mi propuesta, pero ¿acaso la clasificación por géneros no debería surgir a partir del imaginario popular? Marvel ha demostrado en sus últimas adaptaciones como jugar con diversos géneros, desde la space-opera hasta la comedia de robos pasando por thrillers políticos, fantasía mitológica y, en un futuro cercano, el terror psicológico (Doctor Extraño será dirigido por el director de Sinister) o la aventura clásica (Black Panther sin duda tendrá reminiscencias de Tarzán, rey de los monos). Pero la gente las sigue definiendo como “películas de superhéroes”, así, sin más. Por lo tanto, ¿no merecen ser consideraras ya como un género individual dentro de la Industria?
Y si fuese así, ¿dónde está esa peligrosa burbuja de la que todos hablan? El año pasado llegaron cinco grandes películas basadas en cómics: Capitán américa: Soldado de Invierno, Amazing Spiderman 2: el poder de Electro, X-men: días del futuro pasado, Los Guardianes de la Galaxia y Tortugas Ninja (esta última entraría en el género por los pelos), quedando en el limbo del olvido Sin City 2. Cinco. Y si rebuscamos un poco en películas menores, adaptaciones menos superheróicas, estrenos directos a video, etc. podríamos quizá doblar esa cifra. ¿Alguien sabría decir cuántas comedias románticas se han estrenado en ese mismo periodo de tiempo? ¿Cuántos títulos de terror? ¿Cuántas policíacas?
Sí, ciertos titulares pueden resultar alarmantes (recuerdo el portal Sensacine anunciando que: “Más de 40 películas de superhéroes llegarán entre 2015 y 2020”) y se prevé una cruenta guerra entre Marvel y DC en los próximos meses pero, insisto, los superhéroes como género siguen siendo una inmensa minoría. El problema es que, pese a ser minoría, dan mucho dinero (ahora mismo tres de las diez películas con más recaudación de la historia son de este género; Marvel, para ser más precisos), y si encima se extienden a la televisión, pues peor todavía.
Ahora bien, si queremos hablar de burbujas: ¿qué me decís de la burbuja de las películas Young Adult que nos invaden desde que Crepúsculo arrasara entre las quinceañeras o de la fantasía adolescente que pretende emular a Harry Potter? Por cada Juegos del Hambre (y la tercera fue una chufla) o Corredor del laberinto, ¿cuántos bodrios como Insurgente, La brújula dorada y compañía nos hemos tenido que tragar? ¿Y qué me decís de la burbuja de las adaptaciones de cuentos de hadas? Dos reinvenciones de Blancanieves coincidieron en cartel, Oz y Jack el cazagigantes de dieron también de tortas, hay secuelas y precuelas en acción real de títulos originales de animación y aún nos espera el estreno inminente de Pan y de El libro de la Selva. ¿Y el Universo Star Wars, todo él una burbuja en sí mismo con un estreno anual los próximos seis años, comics, series y web series aparte?
El cine de superhéroes no es una moda, sino un nuevo concepto que se supo reinventar a con el cambio de siglo y goza, a nivel general, de muy buena salud, logrando algo que parecía ya imposible en el mundo del cine: innovar. Porque lo que hizo Marvel (con un factor suerte que tampoco hay que obviar) de crear una saga cinematográfica como si cada película fuese un episodio de un conjunto mayor, dividiéndolas incluso en temporadas (fases, las llaman ellos) y expandiendo los argumentos hasta la televisión (magnífica la serie Daredevil) era algo impensable en aquellos años en que el Superman de Donner y el Batman de Burton eran una rareza para el mundillo friki. ¿El precio a pagar? Los imitadores, que pretenden seguir el camino marcado como si fuese algo tan sencillo.
La verdadera burbuja llega ahora, con el tema de los Universos compartidos que tan bien ha trabajado Marvel y en los que DC tienen aún mucho que decir. En un futuro cercano vamos a tener un Universo compartido de monstruos dela Universal (y la primera película, Drácula, no es que fuese para tirar cohetes), habrá universo compartido de Tranformers, otro de Cazafantasmas y se pretende hacer incluso un universo compartido que mezcle  a los Hombres de Negro con los protagonistas de Infiltrados en clase. Ver para creer.

En fin, dicho esto, cada uno seguirá fiel a sus ideas, eso está claro, pero no me cabe la menor duda de que los superhéroes tienen cuerda para rato. Y aquí estará el panda para dar fe de ello.



La recomendación del mes: JO, QUÉ NOCHE

Aparte de merecer pasar a la historia del cine como uno de los títulos peor traducidos en nuestro país (After hours en el original), Jo, ¡qué noche! es una de las consideradas “películas menores” de Martin Scorsese, a mi parecer uno de los mejores directores vivos y que a sus más de setenta años sigue en plena forma y llenando de genialidad y brillantez cada una de sus películas.
Aunque ya había estrenado Malas Calles, Taxi Driver y Toro Salvaje Scorsese aún no había logrado ningún gran éxito en taquilla (solo Taxi Driver funcionó más o menos bien), hasta el punto que su última película, El Rey de la comedia, pasó casi desapercibida. Así, en 1985, tras tres años sin rodar nada, el mítico realizador neoyorquino aceptó esta propuesta sumido en un leve desánimo y embarcado en un proyecto al que no hacían más que ponerle trabas y que parecía condenado al olvido, su polémica La última tentación de Cristo. Tanto es así, que durante un tiempo estuvo fuera de After hours (llamémosla mejor así, ¿de acuerdo?) e incluso la productora llegó a anunciar a su sustituto, un jovencísimo Tim Burton que había llamado ya la atención de Hollywood con su cortometraje Vincent.
After hours es una comedia ligera aunque muy negra, con bastante mala baba, que describe una noche de paranoia y desconcierto en la que el desdichado protagonista de la historia, un Paul Hackett correctamente interpretado por el cómico Griffin Dunne, un oficinista de vida triste y solitaria, se adentra en el barrio de Soho (parece muy significativo que el director regresara desde Los Angeles a su Nueva York natal dolido por los problemas que estaba teniendo con La última tentación de Cristo) tras los pasos de una misteriosa y seductora mujer, una Rosanna Arquette en estado de gracia (ese mismo año estrenó también Silverado y Buscando a Susan desesperadamente) que consiguió con este título una nominación a los Bafta y otra a los Independent Spirit como mejor secundaria.
A partir del momento en que Paul entra en el apartamento de la inclasificable Marcy su mundo quedará patas arriba por una serie de acontecimientos a cual más extraño y surrealista que terminará con muertes, secuestros e intentos de linchamientos, convirtiendo el barrio de Nueva York (apenas a media hora del domicilio habitual de Paul) en un submundo propio, en el que el protagonista queda atrapado sin posibilidad de huida, en una especie de descenso a los infiernos cargado de locura y paranoia.
Hay quien ha querido ver en este film algo de desidia en el trabajo de su director, quizá con la mente más puesta en su futura adaptación bíblica que en el presente, pero lo cierto es que Scorsese aprovecha esta historia (parcialmente inspirada en un monólogo del humorista Joe Frank) en un homenaje/parodia  al cine de su idolatrado Alfred Hitchcock, copiando algunos planos a Marnie, la ladrona y pidiendo, incluso, al compositor de la banda sonora, Howard Shore que se inspirara en la música de Bernard Hermann.
Siendo Griffin Dunne lo más justito del film (el actor, visto recientemente en Dallas Buyers Club había cosechado un gran éxito con Un hombre lobo americano en Londres y la escena del metro de After hours se hizo como referencia directa al título de John Landis), el reparto está nutrido por rostros poco conocidos que terminarían despuntando más adelante. Junto a la mencionada Arquette y la ya consagrada Teri Garr (sin duda lo mejor de la obra) podemos encontrar a Linda Fiorentino, Will Patton, Bronson Pinchot, Catherine O'Hara o John Heard (los dos últimos, curiosamente, unidos para siempre en la memoria popular por la saga de Solo en casa).
Con todo, la película contiene una muestra del mejor Scorsese, que ya por aquel entonces jugaba a su antojo con la cámara mezclando estilos visuales y desarrollando una narrativa propia, dando forma física a la paranoia y culminando su noche demencial y casi alucinógena con un magistral traveling final que nos despierta de la pesadilla y, durante los créditos finales, nos devuelve a la realidad.
Por cierto, mención especial para mi amigo Carlos Abreu, protagonista de la recomendación de este mes, que me ha permitido descubrir a un Scorsese que se me había pasado por alto y que merece mi agradecimiento. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

EVEREST (4d10)

Dirigida por Baltasar Kormákur, ese director islandés que debutó en Estados Unidos con la normalita Contraband y se reafirmó con la bastante más recomendable 2 guns, Everest narra la tragedia acontecida en 1996 cuando varias expediciones de alpinistas trataron de criticar la cima del mundo. No voy a dar más datos por no entrar en spoilers pero el detalle de que esté basada (bastante fielmente, parece) en una historia real hace que no haga falta mucho esfuerzo para saber cómo van a producirse los acontecimientos.
La película cuenta con un director correcto, unos bonitos paisajes (algunas escenas están filmadas en el mismo Nepal) y un reparto tan espectacular como desaprovechado, pero todo ello no es suficiente, ni de lejos, para que Everest sea una buena película.
Lo primero que falla es la empatía con los personajes. A priori es fácil solidarizarse con la desgracia ajena, tanto en ficción como en la vida real, pero hay que profundizar un poco más en los personajes para conseguir la comunión necesaria para sentirse en su piel y sufrir como sufren ellos. En el caso de un accidente o desastre fortuito es diferente, y el espectador no debe conocer al detalle la vida de todos los ocupantes del Titanic o saberse el nombre de todos los habitantes de Pompeya (que pese a sus carencias y pretensiones más palomiteras la película de Anderson tiene mucha más alma que esta) para sufrir por ellos. Aquí el problema principal es que son los protagonistas los que ponen sus vidas en juego conscientemente sin más objetivo que el orgullo, el desafío personal o incluso el siempre lucro. Unos tipos van a la montaña más peligrosa del mundo y les sorprende un gran peligro... ¡Pues claro! Como diría el humorista José Mota: si hay que ir se va, pero ir por ir...
No, no estoy diciendo que por poner sus vidas en juego caprichosamente merezcan lo que les sucede, pero algo deberían tener para poder simpatizar con ellos y no ser meros maniquíes sobre los que, al principio de la película, puedes apostar sobre si viven o mueren. Y eso, más allá del hecho de ser una historia real, es culpa del guionista, que no sabe dar un toque de épica a la narración, como si tenía ¡Viven!, de Frank Marshall, ni la carga dramática que tenían otros personajes reales que sufrían las consecuencias de su propia imprudencia como el Ramón Sampedro de Mar Adentro o el Aron Ralston de 127 horas.
Everest arranca con un planteamiento similar al típico cine de catástrofes, lo que puede justificar su reparto estelar, pero olvida que una de las normas no escritas de ese género consiste en dar su minuto de gloria a todos los personajes. Everest, en cambio, se limita a seguir las andanzas de Rob Hall (Jason Clarke) como líder de la expedición y a Beck Weathers (Josh Brolin), escalador cuyos méritos se los ha dado más el dinero que la experiencia, quedando como tercer bastón argumental a Jon Krakauer (Michael Kelly), el periodista que a la postre escribirá el libro en que se basa la historia. De telón de fondo están los personajes femeninos que interpretan sin demasiado esfuerzo Emily Watson como mano derecha en el campamento base de Hall, Keira Knightley como su embarazada esposa y Robin Wright como la casi anecdótica mujer de Weathers. 
Todo lo demás es la nada más absoluta, desde un incomprensiblemente olvidado Jake Gyllenhaal cuya inicial rivalidad con el personaje de Clarke se diluye como la nieve bajo el sol o un Sam Worthington que, literalmente, pasaba por ahí. ¡Por Dios, que es el prota de Avatar y Terminator Salvación y se pasa la peli hablando por radio cómodamente sentado en su campamento!
Parece ser que la idea inicial de los productores, que llevaban diez años trabajando en la película, era centrar la trama sólo en Hall, que iba a protagonizar Christian Bale, pero cuando Bale se bajó del carro para ser sustituido por Clarke tuvieron tan poca fe en el actor de El amanecer del Planeta de los Simios y Terminator Génesis  que improvisaron está historia coral de forma tan chapucera.
Ciertamente, lo único que salva algo la película son sus maravillosos paisajes, por más que se note la parte filmada en estudio, pues no en vano fue concebida para estrenarse en Imax y los que la han visto en 3D dicen que vale la pena el formato.
En la cuneta queda lo que podía haber sido verdaderamente interesante si hubiesen querido tirar por ese camino, como es la transformación que el Everest ha sufrido en los últimos tiempos (por no decir prostitución) de manera que cualquiera puede ir a pasear por ahí como si fuesen Las Ramblas sólo con pagar un módico precio, convirtiendo el lugar en un estercolero de basura, bombonas abandonadas, campamento vacíos y, ¿por qué no decirlo?, cadáveres imposibles de rescatar, demostrando que la seguridad puede llegar a ser algo secundario ante la necesidad de conseguir llevar a un cliente hasta la cima por no perder la reputación, ya de por sí no muy destacable, del negocio. Pero la película no quiere tomar ese camino y prefiere desviarse por la vía fácil y cobarde de convertir a Hall (para mí el gran culpable de lo que pasa, que para algo su trabajo es mantener con vida a sus clientes) en un mártir, mereciendo la santificación por conseguir, pese al precio a pagar, cumplir el sueño de uno de los personajes.
Al final, la calidad del film es como el oxígeno a partir de los 4.000 metros de altura: muy escasa...

viernes, 18 de septiembre de 2015

MA MA (8d10)

El esperado regreso de Julio Medem a las pantallas después del tibio recibimiento que tuvo Habitación en Roma se ha saldado ahora con una disparidad crítica tan sólo comparable a los amores y odios que acostumbra a provocar Pedro Almodóvar, pese a que la propuesta de Medem sea a la postre (alucinaciones aparte) mucho más convencional que el cine del manchego.
Producida por Penélope Cruz, dueña y señora del film tanto a un lado como a otro de la pantalla, Ma ma cuenta la historia de Magda, madre recién separada y maestra en paro a la que detectan un cáncer de pecho. Con esta premisa es evidente que no estamos ante una comedia, pero el drama de Magda no está tratado tampoco bajo una tentadora sensiblería propia de un melodrama televisivo.
Quizá sea esta falta de recreo en el drama más descansado lo que ha indignado a sus detractores, pues Medem, tratando de distanciarse de forma consciente de la lágrima fácil dota a Magda de un sentido del humor muy negro que la ayuda tanto a ella como al espectador a superar el dolor.
Fácil de caer en comparaciones con Camino o la magnífica serie de televisión Pulseres Vermelles (Pulseras Rojas), Ma Ma trata sobre el cáncer, sí, pero no es una película sobre la muerte sino que, todo lo contrario, habla sobre el amor por la vida, las segundas oportunidades, la maternidad...
Ma ma es una dura y sobrecogedora historia de superación, pero también es un cuento de hadas, una fantasía bienintencionada y hermosa, un canto a la fe y a la esperanza.
Por motivos que no alcanzo a comprender, Pe puede pasar de ser desconsoladamente idolatra tanto como odiada sin causa aparente, y la aceptación de este film será un buen rasero para ello, pues pese a contar con el siempre perfecto Luis Tosar y la interesante aportación (tanto interpretativa como musical) de Asier Etxeandia (sin olvidarnos del joven Teo Planell, muy correcto también), ya he comentado que Ma Ma es Penélope Cruz, para bien y para mal. Ella es la que lleva la historia y copa casi todos los planos, es la esencia vital para todos los personajes que la rodean y el motor del estado de ánimo del espectador. Si ella funciona, la película funciona. Si no, no. Así de simple. Y a mi entender (que nunca he admirado especialmente a la actriz madrileña) la mujer está sublime.
La nota discordante la encuentro en Julián, ese ginecólogo al que no critico sus excentricidades musicales (yo mismo he conocido a alguno que dedicaba parte de la hora de visita en su consulta a contar chistes o enseñar fotos de sus vacaciones), pero si me rechina esa intromisión en la intimidad de Magda, esa facilidad para atravesar la barrera médico/paciente y convertirse sin saber bien cono en un miembro adoptivo de la familia, sin que se nos explique con claridad sus motivaciones personales (está enamorado, quizá, de Magda? Al menos, lo parece).
Detalles nimios como este aparte, la película consigue emocionar y estremecer, plagada de grandes hallazgos visuales propios de su director y recursos interesantes como el uso metafórico de la nieve o la natación de algunas secuencias desde el punto de vista del corazón de Magda.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

LA VISITA (7d10)

Había mucha expectativa por ver el nuevo trabajo de M. Night Shyamalan como escritor y director después de sus últimos descalabros. Algunos lo esperaban con los cuchillos afilados dispuestos a darle la puntilla final mientras otros, entre los que me incluyo, manteníamos la esperanza de que la recuperación del indio fuese cuestión de tiempo.
Tras un debut en cine insuperable con El sexto sentido y continuar con dos títulos tan brillantes como fueron El protegido y Señales, la carrera de Shyamalan empezó a torcerse cuando la crítica despreció La joven del agua y el público El bosque, siendo El incidente la primera muestra del agotamiento de la creatividad del autor y Airbander (inicio de una frustrada saga) y sobretodo la insultante After Earth las que demostraron que los buenos tiempos del otrora idolatrado Shyamalan habían quedado atrás.
La visita es, posiblemente, de las últimas oportunidades que va a tener de revitalizar su carrera, y consciente de lo que hay en juego Shyamalan ha apostado por lo seguro, regresando a las historias sencillas y de giros argumentales sorprendentes que tan bien le habían funcionado antes de pretender embarcarse en grandes superproducciones en las que el exceso de efectos especiales y la presión de los estudios marcarán en exceso su trabajo.
Además, Shyamalan ha apostado por el estilo narrativo del found footage, decisión tan discutible como posiblemente necesaria, y un reparto poco conocido que le han permitido hacer una película pequeñita, de tan escaso presupuesto que era difícil un nuevo descalabro económico (tanto es así que en una semana ya ha recaudado el quíntuple de lo que costó).
La visita cuenta la historia de dos hermanos, versión moderna de Hansel y Gretel a la que no le faltan las constantes alusiones gastronómicas) que van a pasar una semana en casa de sus abuelos, a los que ni siquiera conocían debido a un conflicto familiar del pasado. Becca, la hermana mayor, aprovechará la estancia en la granja de los adorables ancianos para realizar un documental sobre su familia, la excusa necesaria para el mencionado found footage. Como sucedía en los buenos tiempos de Shyamalan, del resto mejor no contar nada.
Los seguidores de este Blog ya tendréis una idea aproximada de lo que opino sobre este insoportable y en ocasiones hasta molesto sistema de filmación, de las que salvo la aterradora REC y poco más, pero en esta ocasión Shyamalan demuestra que cuando se lo propone es un brillante realizados siendo capaz de revitalizar un género ya caduco y consiguiendo que el empleo de la cámara en mano sea un recurso narrativo (la primera persona permite identificar y empatizar a la perfección con los niños protagonistas) más que un simple truco para ocultar las carencias de un director y disimular los recortes presupuestarios mediante planos atropellados y mareantes en los que apenas se sabe lo que sucede en pantalla. Shyamalan, en cambio, huye de esos convencionalismos, abusando (para bien del espectador) del empleo del trípode o dejando simplemente la cámara apoyada sobre alguna estantería, e incluso se las ingenia para que el otro hermano consiga su propia cámara y juega a realizar planos/contraplanos y otros trucos visuales.
Producida bajo el amparo de Blumhouse, productora experta en eso de cosechar éxitos con cuatro duros, Shyamalan incorpora un macabro humor a su historia, permitiéndole burlarse de los tópicos del género y ayudándole a construir una insana sensación de desasosiego de forma lenta pero acertada hasta llegar a un final coherente, que no toma por estúpido al espectador como otros títulos de la compañía. Cierto es que algunas situaciones son algo forzadas (aún no tengo claro si en esa granja hay Internet o no) y algunas de las sorpresas se ven venir de antemano, más si uno es conocedor de la obra del autor (recuperas aquí algunos de los trucos empleados en El sexto sentido y Señales, por ejemplo), pero la ejecución es tan correcta que es fácilmente perdonable.
He comentado ya que el casting está compuesto por actores desconocidos, pero como ya demostrara en las mencionadas Señales y, sobretodo, El sexto sentido, Shyamalan tiene un buen ojo para los niños. Olivia DeJonge y Ed Oxenbould, que interpretan a los hermanos Becca y Tyler, están impecables, sabiendo mantenerse en la peligrosa línea entre el descaro juvenil y la insoportabilidad, sabiendo mantener el perfecto equilibrio y mostrando una personalidad propia de las edades que se les supone pero sin llegar a resultar cargante. Especialmente destacable es el caso de DeJonge, que con sus diecisiete años es capaz de aguantar sin problemas largos primeros planos transmitiendo sus sensaciones y sentimientos sólo con gestos y miradas, aunque las largas parrafada en forma de hip hop improvisado de Oxenbould (este puede sonaros algo de aquel rollazo llamado Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso) tampoco son para desmerecerlo.
Una sola película es poca cosa como para asegurar que hemos recuperado al mejor Shyamalan, pero comprobar que es capaz de hacer un found footage que está años luz por encima de lo que suelen ofrecer estas propuestas es desde luego un alivio. Queda la duda de saber qué habría hecho con esta historia y estos actores de haberse tratado de un film convencional, pero es posible que las imposiciones recaudatorias nos la hubiesen estropeado, así que mejor perdonarle las maneras y quedarnos con los modos, como esos planos casi fotográficos de los árboles al atardecer o los elementos más rutinarios de la vida rural.

domingo, 13 de septiembre de 2015

RICKI (5d10)

Tras cuatro películas y media españolas y una coproducción franco-china ya iba siendo hora de poder recurrir a un título cien por cien americano.  ¿Y qué puede haber más americano que una mujer de Chicago capaz de dejar atrás a su familia en pos de perseguir su sueño de ser estrella de rock y que termina cantando en un bar cutre en la costa californiana?
Ese es el arranque de Ricki, película hecha a mayor gloria de Meryl Streep que tras sorprender a todo el mundo con Mamma mia! y repetir  en Into the Woods, parece haberle cogido el gustillo a esto de cantar y se mete en la piel de una cantante bastante pasada de vueltas que, tras años de abandono, se reencuentra con su antigua prole (había tenido tiempo de tener tres hijos antes de decidir que su camino iba hacia otro lado) tras la dura ruptura matrimonial de la niña de la familia y la inminente boda de uno de los hijos (para redondear el circulo, el tercero ha salido gay, ¿cómo no?).
Jonathan Demme, aquel realizador que tras El silencio de los corderos y Philadelphia parecía que iba a comerse el mundo y que se diluyó entre la mediocridad y la televisión (lo único destacado desde aquella lejana época ha sido El mensajero del miedo, del 2004, donde ya contaba con la labor siempre efectiva de la Streep), se hace cargo de una película demasiado repleta de tópicos donde solo la buena labor interpretativa permite que se destaque en algo, con Kevin Kline interpretando al marido abandonado, Mamie Gummer (hija en la vida real de Meryl Streep y hermana de Grace, nombrada hace apenas un par de entradas por Aprendiendo a conducir), Sebastian Stan (El Soldado de Invierno de Marvel) y Nick Westrade como los sufridos hijos y Rick Springfield dando el cante en el buen sentido ela palabra (tiene un Grammy en sus estanterías).
Cuando la Ricki del título agarra su guitarra y se sube al escenario acompañada por The Flash, la película invita a pensar que vamos a emprender un viaje por el lado oscuro del rock, una epopeya sobre los sueños que terminan convertidos en fracasados cincuentones aferrados a unas esperanzas ya difuminadas y condenados a terminar sus días en un escenario indigno por un salario más indigno aún (la protagonista se gana la vida, en realidad, como cajera de supermercado). Sin embargo, todo se va al traste cuento la cosa deriva en un melodrama simplón y sin alma, un folletín culebronesco demasiado mascado con personajes apenas dibujados y sin que el director sepa implantar suficiente emoción y haciendo que uno se pregunte qué tendrá esta Diablo Cody para que le sigan comprando guiones cuando la revelación que le supuso Juno ha quedado ya tan lejos.
La única decisión inteligente de la película es la de abusar de Streep para que cope casi todos los planos, logrando gracias a su indudable talento mantener a flote una historia que deambula sin rumbo fijo hacia un único destino posible: el regreso de un rock mucho más light de lo que el aspecto de la protagonista augura pero rock al fin y al cabo.

TRANSPORTER LEGACY (6d10)

Cuando una saga cuesta cuatro duros y da buenos dividendos resulta difícil desprenderse de ella, incluso cuando su protagonista principal decide desvincularse de ella.
Esto es, por lo menos, lo que debe pensar Luc Besson al tratar de revitalizar la serie de Transporter que no es, en el fondo, más que otra de sus producciones clónicas con espectaculares peleas, coches saltando por los aires y chicas atractivas. En realidad, daría lo mismo que hablásemos de esta versión afrancesada de Fast & Furiouos que de cualquier otra de las historias que Besson coescribe para entregárselas a alguno de sus amiguetes (esto sí que es una buena cantera, y lo las del futbol) para que la dirija, tales como la trilogía de Venganza, MS1: Máxima seguridad o Tres días para matar, películas sin complejos totalmente autoconscientes de sus propias carencias pero sin más pretensión que la de entretener.
Y en este punto está el gran acierto de Transporter legacy. Y es que pese a sus muchas limitaciones, la película resulta sumamente entretenida, con un protagonista mucho más duro y chulesco que nunca, un cuarteto de femmes fatales de nivel y un Ray Stevenson que es el verdadero amo del cotarro en el papel del padre de Frank cuya carisma hace aumentar el valor de la película.
Y carisma es, precisamente, lo que le falta al protagonista, Ed Skrein, un secundario del montón de Juego de Tronos y cuyo Frank Martin está a años luz del que compuso el incomparable Jason Statham.
Camile Delamarre, director de Brick Mansions pero editor en alguno de los Transporters anteriores así como de otras franquicias de Besson, sabe sacar partido de una excelente labor de especialistas, consiguiendo espectaculares persecuciones en coches sin necesidad de recurrir al CGI y filmando coreografías de luchas divertidas y muy imaginativas, buscando la originalidad en sus decorados, como la escena del pasillo estrecho con cajones metálicos o el uso de un salvavidas como arma defensiva en la pelea del barco. Y todo ello sabiendo hacer un buen uso de los hermosos paisajes de la Costa Azul francesa.
En resumen, una película muy disfrutable si se accede a ella con las expectativas bajas y en las que transcurren los noventa y seis minutos  de metraje sin necesidad de mirar una sola vez el reloj.  Y es que algunas veces, cuando nos ofrecen un buen pasatiempo, no hace falta exigir mucho más.

APRENDIENDO A CONDUCIR (6d10)

Tras cuatro entradas consecutivas dedicadas a películas españolas podría esperarse cambiar algo de tercio, pero tampoco va a ser exactamente así, ya que aunque Aprendiendo a conducir sea un film completamente anglosajón está dirigido por nuestra Isabel Coixet, así que algo sigue quedando en casa.
No soy un gran conocedor del cine de Coixet, el cual parece haberse desinflado en sus últimos trabajos, y quizá este Aprendiendo a conducir no sea el mejor ejemplo para fijarse en ella. Y no porque sea una mala película o porque no funcione su historia, sino porque están convencional, tan alejada de alguno de las señales de identidad de la realizadora de Sant Adrià del Besos, que difícilmente podría definirse bajo el estigma de “una película de Coixet”.
No es malo, sin embargo, que de vez en cuando un director de fuerte personalidad renuncie a sus rasgos distintivos al aceptar una peli de encargo (Coixet no ha participado en nada del guion) para realizar un buen trabajo, funcional y carente de riesgo, que le permita coger fuerzas para futuros proyectos en los que su involucración sea más definitoria, para bien o para mal.
Y es que si no fuese por la fuerza que tiene el nombre de Coixet tras las cámaras, posiblemente esta sería recordada simplemente como “la nueva peli de Ben Kingsley”.
Treinta y tres años después de Ghandi, el brillante actor británico vuelve a interpretar a un indio (posiblemente sea el intérprete que más nacionalidades diferentes ha representado en cine), en el papel de un refugiado político afincado en Nueva York que pese a ser un hombre de estudios debe subsistir dando clases prácticas en una autoescuela.
Por otro lado, Patricia Clarkson (conformando el reencuentro de los dos actores y la directora tras Elegy), interpreta a una crítica literaria que se encuentra completamente desorientada en la vida tras el repentino abandono de su marido.
Darwan y Wendy, los protagonistas, son dos personajes atrapados por su pasado y enfrentados a sus propios miedos cuyo encuentro provocará una relación de aprendizaje mutuo. Así, las clases de conducción que toma Wendy se convierten en realidad en una excusa para que dos personas aprendan el uno del otro, siendo el título del film un equivalente metafórico de lo que podría haber sido “Aprendiendo a vivir”.
Posiblemente la historia sea algo rutinaria y, en algunos momentos, incluso tediosa, pero ello no es suficiente para lastrar una historia simpática y que funciona correctamente, sin que sus deliberadas gotas de sabiduría lleguen a resultar cargantes ni rezuma una pretenciosidad trascendental excesiva. Aprendiendo a conducir funciona como sencillo manual de autoayuda en el que la soledad (entendida esta como el aislamiento de los que nos rodean, ya sea por razones sentimentales, culturales o sociales) es la madre de todos los males y donde la improbable amistad de los dos protagonistas revelará el camino a seguir.
Completan un eficiente reparto Grace Grummer (una de las hijas de Meryl Streep), Jake Weber (recordado sobre todo por su papel de marido de Patricia Arquette en Medium) y Sarita Choudhury (vista recientemente en Hommeland), siendo la propia ciudad de Nueva York un elemento determinante más.

viernes, 11 de septiembre de 2015

ANACLETO, AGENTE SECRETO (7d10)

Dicen los más alarmistas que estamos en una burbuja de cine de superhéroes que va a terminar explotándonos en la cara a los más fieles seguidores del comic. Independientemente de que pueda estar de acuerdo con ello o no (en breve, el comentario del mes sobre el tema) lo cierto es que con tantas películas inspiradas en héroes del comic nuestro cine no podía quedar fuera de la moda.
Dejando de lado esa cosa llamada Capitán Trueno, las incursiones recientes en adaptaciones del papel patrio (todas ellas de la mano de la extinga Editorial Bruguera) han cosechado éxitos de crítica y taquilla, tanto la tronchante versión animada de Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo como Zipi y Zape y el Club de la Canica de la que ya se prepara secuela. Por tanto, y en espera a que llegue alguna vez la eternamente anunciada Super López, no es de extrañar que Anacleto, agente secreto haya supuesto una fuerte inversión, casi una superproducción confiada a las manos de un director tan solvente como Javier Ruiz Caldera, realizador firmante de algunas de las más divertidas comedias de los últimos tiempos pero que ha sabido entremezclar diversos géneros con eficacia, desde la parodia pura de Spanish movie, la fantasía de Promoción Fantasma o el romanticismo de Tres bodas de más. Así que, ¿Por qué no iba a ser una comedia de acción su nueva película?
Basada en el célebre personaje creado por Vázquez (aprovecho para recomendar la biografía homónima del dibujante al que dio vida Santiago Segura), Anacleto, agente secreto cuenta las desventuras de un implacable espía al que los años comienzan a pesarle y que, tras la fuga de prisión de su más psicótico enemigo, deberá hacer todo lo posible para proteger la vida de su único hijo, un desastroso vigilante de una tienda de electrodomésticos que no tiene ni la más remota idea de a lo que se dedica su padre.
Ruiz Caldera sabe moverse como pez en el agua en los momentos más delirantes el film, consiguiendo sacar todo el talento interpretativo de un cómico como Berto Romero, el partenier perfecto para Anacleto (tanto padre como hijo) así como de Alexandra Jiménez, sus dos actores fetiches (ambos aparecen en tres de las cuatro películas del director), resultando también muy efectivo en los momentos más adrenalíticos, con peleas bien filmadas y perfectamente coreografiadas y sin que le tiemble el pulso ante el mayor presupuesto de su carrera.
Pero si algo hay que destacar de Anacleto, agente secreto, es el trabajo de los dos protagonistas: un Imanol Arias al que casi habíamos perdido la pista en cine (y no todo va a ser Cuéntame, ¿no?) y un Quim Gutierrez que poco a poco está convirtiéndose en un referente indispensable de la comedia nacional. Se suele decir que Carlos Areces (que interpreta al villano de turno) se suele comer con patatas a sus compañeros de plano, pero en este caso tanto Imanol como Quim logran sobrevivir a este robaescenas, consiguiendo el primero un interpretación tan estimulante que ya hay quien lo da como favorito para los Goyas de este año.
Anacleto, agente secreto es divertida, emocionante, surrealista, violenta, sarcástica y frenética, con efectos especiales de gran factura, no dando respiro al espectador y ofreciendo sus buenas cuotas de sangre como si advirtiesen de que, entre chiste y chiste, la cosa va en serio. Este James Bond crepuscular es fiel al icono visual del tebeo, con su traje con pajarita, su tupé (ahora blanqueado por las canas), su cigarrillo y su frase lapidaria: Anacleto nunca falla, pero pese a ello hay algo que debo reprocharle y es que no termino de ver reflejado al Anacleto de las historietas, mucho más torpe y desastroso. Este Anacleto es un tipo frío, calculador y despiadado y su violenta efectividad casa me hace pensar más en una adaptación española del Harry Tasker que protagonizó Schwarzenegger en Mentiras Arriesgadas de James Cameron que en el compañero de desventuras de Mortadelo y Filemón del papel, donde nuestro héroe no tenía, por descontado, hijo alguno. Claro que a lo mejor eso se debe a que no hemos visto aún al verdadero Anacleto, ¿no? Y cuando vean la película entenderán de lo que hablo.
En fin, en un año plagado de espías (Kingsman: servicio secreto, Espías, Misión Imposible: nación secreta, Operación U.N.C.L.E. y pronto Spectre, ¿y nadie habla de la burbuja del cine de espionaje?) nuestro agente más eficaz ha querido unirse a la fiesta. Y todos los invitados lo han disfrutado.
Y digo yo: ya que estamos con la moda esa (¡qué pesadito estoy hoy con eso de las burbujas!) de los Universos Compartidos, cuando se haga por fin Super López, ¿no podríamos ver juntos en pantalla a Anacleto, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape y Super López? Sería la repanocha.
¡Generación Bruguera al poder!

ATRAPA LA BANDERA (7d10)

Película de animación española que viene precedida por el anterior gran éxito de sus creadores: Las aventuras de Tadeo Jones, y eso precisamente puede ser su gran problema.
Y es que, más allá de su calidad, la opinión más predominante es que es inferior a aquella y, casi con toda probabilidad, así lo reflejen los resultados en taquilla.
Pues bien, no he tenido ocasión de ver todavía la versión patria del célebre personaje concebido por Spielberg y Lucas, así que me considero limpio de todo prejuicio y capaz de esquivar cualquier tipo de comparativa con la susodicha cinta.
Atrapa la bandera es una magnífica película que si bien bebe de muchas fuentes (su influencia más destacable, al menos en el primer tercio de película, es claramente el Space Cowboys de Eastwood) sabe aunar sus muchos referentes con brillantez, logrando una aventura sólida, emocionante y, sobretodo, muy divertida.
Sin olvidar que estamos ante una película para niños que no se ruboriza por insistir en uno de los mensajes más manidos del género (la importancia de la familia por encima de todas las cosas), al verla no pude evitar que me viniera a la mente las palabras de Cristopher Nolan para justificar la existencia de Interstellar alegando que añoraba la épica de las películas sobre el espacio de antaño en las que se miraba hacia el cielo mientras se soñaba con descubrir nuevos mundos. Bajo ese concepto, Atrapa la bandera refleja con mucha mejor eficacia la parte más mágica e idealista de la carrera espacial que el propio film de Nolan (de algo así se suponía que pretendía ir ese pastiche mal titulado Los Cuatro Fantásticos, si me permiten la pullita), mostrando una competición contrarreloj con destino la Luna  entre los buenos (representantes de la humanidad -así, sin complejos- en un toque de realismo que recuerda a films como Apolo XIII) y los malos (la vertiente más fantasiosa, con una nave que parece prestada por algún villano de comic).
Atrapa la bandera cuenta las historias paralelas de tres chavales cuya máxima prioridad en la vida es vencer en una versión sofisticada y acuática del juego de atrapa la bandera y de un magnate empeñado en demostrar que el hombre nunca ha pisado la luna (referencia a esa clásica leyenda urbana, cameo de Stanley Kubrich incluido), lo cual supondría, por encima de todo, un fuerte golpe a la fe y la esperanza de la humanidad (insisto con esa intención constante de comparar la aventura espacial con la magia de hacer los sueños realidad). Ambas historias se entremezclarán cuando el padre de uno de nuestros protagonistas sea elegido para comandar una nueva expedición al satélite en la que demostrar la realidad de ese primer viaje, aunque las cosas no serán para nada fáciles…
Con una calidad gráfica excepcional, la película está repleta de guiños que facilitan una complicidad constante con el chaval protagonista, mientras que la combinación de humor y acción está bien medida, consiguiendo que la película esté a la altura de los otros dos estrenos infantiles del verano: Los Minions y Del revés, aunque desde luego sus pretensiones sean mucho más modestas que la inteligente y reflexiva obra de Pixar.
Atrapa la bandera no es perfecta en su argumento y obliga a verdaderos saltos de fe a los espectadores más adultos (¿por qué hay trajes espaciales de talla infantil? ¿de dónde sale la enorme base lunar del villano?), pero al final este es un producto destinado a los niños y ellos, sin duda, se lo van a pasar pipa. Y los demás también, ¡qué caramba!
Atrapa la bandera sí es, como deseaba Nolan, una de esas películas que te invitan a mirar hacia el cielo y soñar. Y lo consigue, además, haciéndote reír. Dejemos las comparaciones para otro día. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

UN DÍA PERFECTO (6d10)

Tras la algo fallida Amador, Un día perfecto es la nueva película como director de Fernando León de Aranoa, célebre autor de títulos como Barrio, Princesas o, sobre todo, Los lunes al sol, después de sus interesantes incursiones en el mundo del documental.
Un día perfecto recupera el tono de concienciación social de su realizador pero convirtiendo el asunto en un tema internacional, para lo cual el madrileño ha optado por rodar en inglés con un reparto multicultural y ampliando sus historias habitualmente urbanas hasta el desesperanzador conflicto de los Balcanes.
Pese al final de la contienda, el lugar está devastado por la guerra y los peligros siguen a la orden del día, así que un asunto tan (aparentemente) trivial como un cadáver arrojado en un pozo de agua es la excusa perfecta para seguir el deambular de cinco cooperantes que se enfrentarán a la situación en perspectiva a sus propios conflictos emocionales.
El principal mérito de León de Aranoa es saber hacer un retrato de guerra desde un punto de vista pacifista y humanitario, dejando claro el horror de la situación sin necesidad de mostrar una sola escena de violencia, y permitiéndose incluso endulzar la trama con pinceladas de humor negro que dan el necesario toque de cotidianidad a la historia, humanizando de paso a sus personajes. Es este humor, sin embargo, un peligroso juego que se mantiene en equilibrio inestable durante todo el metraje, resultando a la postre tanto lo mejor como lo peor del film. Y es que, si bien hay momentos que las chanzas y los diálogos a veces absurdos entre sus protagonistas ayudan a digerir mejor la situación de un país condenado a miseria y hambre, hay otros momentos en que los chistes no terminan de funcionar, invitando a tomar demasiada distancia con el drama e incitando a verlo todo a demasiada distancia.
Claro que también puede ser que el doblaje al español no sea especialmente acertado, recordando por momentos a una comedia francesa de esas que se doblan con el piloto automático puesto más que a un film con un elenco notable de intérpretes, encabezado por Tim Robbins, Benicio del Toro y Olga Kurylenko a los que acompañan Mélanie Thierry y Fedja  Štukan, con Sergi López en una breve aparición dejando la semillita patria.
Como sea, Un día perfecto busca emocionar sin caer en el sentimentalismo fácil, y aunque no lo logre por completo sí consigue reflejar la crudeza de un conflicto desde un punto de vista algo inusual, el de los cooperantes, que sin ser militares ni llevar armas en su equipo son los verdaderos héroes de la historia.
O lo intentan, al menos.
Destaca también una cuidada banda sonora que, poniendo banda sonora a las impresionantes panorámicas en las escenas de carretera, cumple el mismo objetivo que el humor de los diálogos: aliviar la tensión dramática au8nque con el riesgo de trivializar demasiado.
Un día perfecto no es una película perfecta. Quizá ni siquiera sea la mejor película de un director tan personal como es Fernando León de Aranoa, pero sí es una buen oportunidad para conocer una realidad más allá de lo que muestran los telediarios sin que el hambre o los asesinatos tengan porqué tener más importancia, desde un punto de vista personal, que las aristas siempre delicadas de una relación sentimental a distancia o, más aún, que un simple balón de fútbol.