domingo, 13 de septiembre de 2015

TRANSPORTER LEGACY (6d10)

Cuando una saga cuesta cuatro duros y da buenos dividendos resulta difícil desprenderse de ella, incluso cuando su protagonista principal decide desvincularse de ella.
Esto es, por lo menos, lo que debe pensar Luc Besson al tratar de revitalizar la serie de Transporter que no es, en el fondo, más que otra de sus producciones clónicas con espectaculares peleas, coches saltando por los aires y chicas atractivas. En realidad, daría lo mismo que hablásemos de esta versión afrancesada de Fast & Furiouos que de cualquier otra de las historias que Besson coescribe para entregárselas a alguno de sus amiguetes (esto sí que es una buena cantera, y lo las del futbol) para que la dirija, tales como la trilogía de Venganza, MS1: Máxima seguridad o Tres días para matar, películas sin complejos totalmente autoconscientes de sus propias carencias pero sin más pretensión que la de entretener.
Y en este punto está el gran acierto de Transporter legacy. Y es que pese a sus muchas limitaciones, la película resulta sumamente entretenida, con un protagonista mucho más duro y chulesco que nunca, un cuarteto de femmes fatales de nivel y un Ray Stevenson que es el verdadero amo del cotarro en el papel del padre de Frank cuya carisma hace aumentar el valor de la película.
Y carisma es, precisamente, lo que le falta al protagonista, Ed Skrein, un secundario del montón de Juego de Tronos y cuyo Frank Martin está a años luz del que compuso el incomparable Jason Statham.
Camile Delamarre, director de Brick Mansions pero editor en alguno de los Transporters anteriores así como de otras franquicias de Besson, sabe sacar partido de una excelente labor de especialistas, consiguiendo espectaculares persecuciones en coches sin necesidad de recurrir al CGI y filmando coreografías de luchas divertidas y muy imaginativas, buscando la originalidad en sus decorados, como la escena del pasillo estrecho con cajones metálicos o el uso de un salvavidas como arma defensiva en la pelea del barco. Y todo ello sabiendo hacer un buen uso de los hermosos paisajes de la Costa Azul francesa.
En resumen, una película muy disfrutable si se accede a ella con las expectativas bajas y en las que transcurren los noventa y seis minutos  de metraje sin necesidad de mirar una sola vez el reloj.  Y es que algunas veces, cuando nos ofrecen un buen pasatiempo, no hace falta exigir mucho más.

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