miércoles, 28 de septiembre de 2016

FLORENCE FOSTER JENKINS: horrible cantante, magnífica película.

Florence Foster fue una excéntrica aristócrata que se empeñó en ser cantante pese a la oposición de su padre (que llegaría a desheredarla) y a la total falta de talento que estaba para la música. Su historia inspiró la película Margarite, trasladando la acción al París de los años 20, pero ha sido Stephen Frears, buen amigo de los biopics elegantes y suntuosos, quien explicara la verdadera historia de esta mujer que, pese a tenerlo todo en contra, consiguió el éxito y la fama que ella consideraba que merecía.
El principal valor de Florence Foster Jenkins estriba en saber contar una historia tan esperpéntica y surrealista, pero a la vez trágica y triste, con un sentido del humor que respeta y dignifica en todo momento la figura de la ¿artista? Eso, junto a un insuperable trabajo de Meryl Streep hacen que Florence Foster Jenkins sea una de las películas imprescindibles del año, una pequeña joya tan divertida como amarga.
No voy ahora a descubrir lo gran actriz que es Meryl Streep, una mujer que triunfa en todos los desafíos que se propone, pero tras atreverse a cantar por primera vez en el musical Mamma mía! y repetirlo luego en Into the Woods, ahora acomete el más difícil todavía teniendo que esforzarse en cantar mal aposta. Y créanme si les digo lo difícil que puede ser hacer algo intencionadamente mal y que aun así no resulte desagradable.
Para contar la historia de Florence, Stephen Frears (que parece sertirse últimamente cómodo en historias de mujeres tras  La Reina, Chéri o Philomena) ha retratado un lujoso Nueva York de 1944 que parece por momentos salido de una película de Woody Allen y ha rodeado a la Streep con dos actores que podrían estar ante las mejores interpretaciones de sus carreras. Por un lado, Hugh Grant está genial en el papel de apoyo empresarial y emocional de Florence a la par que le oculta una vida paralela que comparte con Rebecca Ferguson (vista en la última Misión Imposible), mientras que Simon Elberg, mundialmente famoso por ser Howard en la exitosa serie The Big Bang Theory, hace un trabajo sorprendente bastante alejado a lo que nos tenía acostumbrados.
Florence Foster Jenkins es la historia de una mujer que creía tanto en sí misma que logró sobresalir sin tener cualidades para ello, pero sirve también como reflexión hacia la hipocresía de ciertos sectores, crítica del amiguismo entre las altas esferas capaces de “tragarse” cualquier cosa por el simple postureo y denuncia a la corrupción latente en muchos medios de opinión que realizan sus crónicas según sople el viento que más les favorezca.
Florence Foster Jenkins reúne todo esto y consigue ser un coctel de sensaciones, emotiva, conmovedora y, por momentos, desternillante.

Valoración: Ocho sobre diez.

martes, 27 de septiembre de 2016

LOS SIETE MAGNÍFICOS: Reviviendo el clásico.

La nueva película de Antoine Fuqua es un nuevo remake del clásico de Akira Kurosawa Los Siete Samurais, de 1954, pero por razones obvias la fuente de inspiración más directa es Los Siete Magníficos de John Sturges, de 1960. Fue el western protagonizado por Yul brinner, Steve McQueen y compañía tan mítico que ha quedado por siempre grabado en nuestras memorias, por más que su popularidad se deba probablemente más al inmortal tema musical de Elmer Bernstein que a la propia calidad de la película.
Lo cierto es que realizar un remake de esta historia es terriblemente sencillo, ya que se pueden contar por cientos las películas derivadas de esta trama: un pueblo se ve amenazado por un especulador y recurren a la contratación de unos desconocidos bienintencionados para que les protejan. Las misma serie del Equipo A se nutría de esta base.
Así pues, lo único que ha necesitado Fuqua es modernizar la película, adaptarla a los tiempos actuales y darle un poco más de empaque. Fuqua ha demostrado sobradamente lo bien que se mueve en el terreno de la acción, bastando con recordar sus dos últimas películas: The Equalizer y Objetivo: La Casa Blanca y ha sabido, además, rodearse de un puñado de actores de primer nivel no solo por su calidad interpretativa sino también por poseer la misma carisma, o más, que los presentes en el film de 1954. Aquí es donde un remake de un clásico se diferencia de otro como, por ejemplo, Ben Hur, la cual con otro director y otros actores le habría ido mucho mejor.
Con Denzel Washington a la cabeza bien escudado por Chris Pratt y  Ethan Hawke, el elenco de secundarios lidiados por un irreconocible Vicent D’Onofrio está a la altura, consiguiendo unificar un equipo compacto y bien definido en una película que, aun siendo un western puro y duro, tiene algo del estilo de cine de superhéroes actual, con sus chascarrillos y bromas internas. Los Siete Magníficos no son más que, en el fondo, la versión de Los Vengadores en el far west, aunque en este sentido Faqua falla ligeramente en el tramo final, reduciendo al mínimo las características vitales de cada uno de los protagonistas y simplificándolo todo en un tiroteo bastante insulso. Aquí es donde queda definitivamente claro que esta no es, ni mucho menos, una película de personajes, sino un mero divertimento, un film para disfrutar y olvidar sin preocuparse demasiado por la carga emocional que soporten los protagonistas (que apenas la hay, excepto por parte del personaje de Washington), lo que por otro lado permite sobresalir ligeramente la presencia de Haley Bennett como la viuda que se encarga de contratar a los mercenarios, una joven actriz que al menos sí tiene la oportunidad de mostrar varios registros y con unos ojos cargados de odio y dolor que permiten avanzar a la película.
Faqua no es todavía uno de los grandes del cine, pero sí un estupendo artesano que consigue aquí dos horas de entretenimiento y diversión donde lo que vemos importa más que lo que cuenta (al fin y al cabo ya nos conocemos de sobra la historia), con un villano que sin ser memorable funciona bastante bien, una buena banda sonora (la última filmada por James Horner antes de su prematura muerte) y el inevitable detalle de recurrir a las notas de Bernstein en los créditos finales.
Quizá el desenlace del film sea lo peor de todo, pero no alcanza para enturbiar el buen rato ofrecido por Faqua y sus siete vaqueros.

Valoración: siete sobre diez.

lunes, 26 de septiembre de 2016

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS: la edad de la picaresca.

El hombre de las mil caras es la nueva película de Alberto Rodríguez tras La Isla Mínima y así se está promocionando. Craso error. Primero, porque Rodríguez ya tenía alguna otra estupenda película antes de esa, como Grupo 7. Segundo, porque El hombre de las mil caras no tiene nada que ver con La Isla Mínima y eso puede hacer que termine perdiendo injustamente en las comparativas.
Y es que El hombre de las mil caras no tiene la belleza visual ni la calma tensa de la que fue la gran triunfadora de los Goya del año pasado, ni tampoco lo pretende. Cada historia precisa de su atmósfera, y en esta Rodríguez elige acertadamente una atmósfera más americana, jugando con las músicas y las cámaras lentas en un estilo que tiene algo del Tarantino inicial de Reservoir dogs aunque tampoco tenga esta película ningún punto en común más con aquella.
El hombre de las mil caras tiene un poco de todo: es una ficción, un retrato social de una época, una historia real, un thriller de intriga, un documental, un drama con toques de comedia… Una mezcla que, no obstante, tiene personalidad propia y de la que Rodríguez sale airoso casi en todo.
Y digo casi en todo porque algo falta para lograr la perfección. Quizá la complicada tarea de ficcionar unos personajes reales, de rellenar los huecos de la historia que nunca sabremos, impiden que se pueda profundizar más en unos protagonistas a los que no llegamos a conocer realmente. Las motivaciones de Francisco Paesa y Jesús Campoes (más allá del amor por el dinero) quedan algo turbias al pasar tan de puntillas por su vida personal, pero la magníficas interpretaciones de Eduard Fernández y José Coronado hacen que esos pequeños problemas quede de lado y podamos empatizar con la frialdad de Paco y con la narración cargada de ironía de Jesús.
El hombre de las mil caras no cuenta la historia de Luis Roldán y su fuga (de hecho, no se termina en profundizar el alcance de su delito, más allá de recalcar su patrimonio de mil quinientos millones) sino la del hombre que le ayudó, un Francisco Paesa que actúa como hombre en la sombra y termina siendo más interesante que el propio Roldán, sobre quien estaban todos los focos de la época. Por cierto, que Carlos Santos y Marta Etura también lo bordan como el exdirector de la Guardia Civil y su esposa Nieves.
Hace unos días comentaba la dudosa fidelidad de Los hombres libres de Jones a la realidad. Aquí, Rodríguez se pone la venda antes de la herida y comienza su película advirtiendo que esto es una ficción basada en hechos reales. Esto es, no sabemos si las cosas sucedieron exactamente igual que en la película, amén de que la relación entre Roldán y Paesa y entre Paesa y el gobierno tiene más miga de la que se refleja en la película, mientras que hay más oscuridad en un Roldán que aquí casi llega a convertirse en la víctima del sistema, pero en eso consiste el cine, en maquillar la realidad sin traicionarla. Y lo que Alberto Rodríguez refleja con total fidelidad es la corrupción, la ambición política y la codicia que ha definido siempre a un país donde los ladrones han sido héroes y la picaresca se aplaude.
Insisto, El hombre de las mil caras no es La Isla Mínima ni lo pretende ser. No hay aquí hermosos planos cenitales ni se juega con las miradas y los silencios, pero eso no quita para que sea una pieza magnífica, que demuestra que lo de Rodríguez no es flor de un día, que es una magnífico realizador, guionista, director de actores y que sabe coronar su trabajo con un equipo que rinde a la perfección, visual y sonoramente.
El otro punto negativo del film es el detalle de que ya conozcamos de antemano (más o menos) el final de la historia, pero eso ya no es culpa de Alberto Rodríguez. Es lo que tiene jugar con la historia.

Valoración: Ocho sobre diez.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

LOS HOMBRES LIBRES DE JONES: Resucitando al héroe americano.

Los hombres libres de Jones es la última película de Gary Ross, un tipo que empezó como guionista (suyo es el libreto de la clásica Big, por ejemplo) y que en cine debutó con la simpática Pleasantville, toco techo con Seabiscuit y saltó a la fama con Los Juegos del hambre.
Escrita también por él mismo, Los hombres libres de Jones tiene toda la apariencia de ser su apuesta más personal y arriesgada, algo totalmente diferente a lo que había hecho hasta ahora y que bucea entre el drama bélico y la denuncia social.
Resulta curioso, no obstante, que siendo Ross antes guionista que director, tenga graves errores de narrativa en una obra que encierra, en realidad, dos películas dentro y que, por separado, podrían llegar a ser grandes títulos los dos, pero que unidos terminan configurando una pieza excesiva, agotadora y de errático ritmo.
Por un lado, tenemos un retrato cruento de la Guerra de Secesión, en la que el soldado Newton Knight (personaje real aunque con una leyenda tan difícil de comprobar como la del propio Hugh Glass, al que daba vida Leonardo DiCaprio en El Renacido) deserta y forma un grupo de refugiados que se enfrentará a los confederados en su propio terreno. La segunda parte de la película, sin embargo, trata sobre cómo tras la guerra las cosas no son tan felices como se las imaginaban los antiguos esclavos negros y Knight centra sus esfuerzos en defenderlos y luchar por sus derechos. Como digo, dos historias interesantes por separado pero que vistas seguidas dejan al espectador con la sensación de haber visto el clímax de la película casi una hora antes del final.
Otro ejemplo de los errores de Ross está en el hecho de que pese a las dos horas y veinte minutos que dura la película hay momentos que se me antojan demasiado elípticos, como si hubiese demasiados huecos por rellenar.
Pero la mayor torpeza que comete el director, quizá por propia inseguridad en su declaración de intenciones, es el uso de flashforwars que trasladan al espectador casi un siglo después para mostrarnos un juicio a uno de los descendientes del protagonista solo con la utilidad de demostrar que, pese al paso del tiempo, las cosas no han cambiado demasiado para los negros. Si lo que pretendía era emocionar o intrigar, Ross consigue el efecto contrario, rompiendo constantemente la narrativa. En el tramo principal de la película, no obstante, los saltos al futuro desaparecen, lo cual se agradece a la vez que desconcierta. Con ello, lo que realmente se logra es que una historia tan desgarradora como se pretende mostrar termine en un vil culebrón donde lo que realmente importa es de cuál de las dos mujeres que tuvo Knight, una blanca y otra negra, es descendiente el acusado.
Los hombres libres de Jones se apoya en una soberbia interpretación de Matthew McConaughey en el papel protagonista, bien secundado por Gugu Mbatha-Raw (Belle) y Keri Russell (El amanecer del Planeta de los Simios) como caras más reconocibles pero con un efectivo puñado de secundarios y en una planificación visual muy efectiva y elegante, pero a la postre hay cierta falta de alma en la historia. Ross no transmite la pasión necesaria a sus protagonistas para que la película llegue a emocionar, y la suma de todos estos factores hacen que una apuesta grandiosa y épica quede desinflada. Parece como si Ross buscase la típica película candidata a diez Oscars y se haya quedado en el camino.
No quiere decir esto que la película no sea interesante, quizá incluso necesaria, pero es innegable que queda muy por debajo de sus posibilidades y que quizá habría agradecido la presencia de un director más ducho en el drama que el pizpireto Ross, que en la actualidad trabaja en el remake femenino de Ocean’s eleven.

Valoración: Seis sobre diez.

MORGAN: Inocencia aterradora.

Apenas una semana después de aplaudir el brillante debut como director de Raúl Arévalo con Tarde para la ira, llega a las carteleras otra ópera prima. En esta ocasión, sin embargo, Luke Scott lo ha tenido mucho más fácil que el español, ya que es hijo de Ridley Scott y es papá quien le produce su primer largometraje.
Con todo, Morgan es una película pequeñita, con un presupuesto casi ridículo de ocho millones de dólares, y el primer gran mérito de Scott es que esto no se note en pantalla. Cierto es que los escenarios son escasos, pero podría haberse limitado a reducirlo todo a cuatro paredes y en lugar de eso apuesta por espacios abiertos para su desenlace final.
Morgan cuenta la historia de un grupo de científicos que logran crear a un ser artificial y de la mujer enviada por la empresa contratante para comprobar si, tras un grave incidente, este experimento debe ser clausurado o no. Morgan, una niña brillantemente interpretada por Anya Taylor-Joy (el descubrimiento de La Bruja), es un ser en busca de su propia identidad, un alma perdida que necesita saber el sentido de la existencia para saber quién es ella realmente. Así, hay reminiscencias desde al I.A. de Spielberg pasando por el propio Blade Runner de papá Ridley o incluso el Under the skin de Jonathan Glazer. Y puestos a buscar referencias, he querido ver algo también de la Calle Cloverfield, 10 de Dan Trachtenberg, por aquello del cambio narrativo que hace que casi haya dos películas en una. Incluso algo de Stephen King (o, por extensión, de la magnífica serie Stranger things) hay por aquí. Pero a lo que más se parece de verdad este film, y con quien está siendo injustamente comparado por todos, es con la magnífica Ex Machina de Alex Garland, por más que esta vaya hacia otros derroteros.
Precisamente esto último es lo que más se ha criticado, cuando para mi es la clave para que Morgan pueda tener una identidad propia diferente a Ex Machina. Cierto que la película que nos descubrió a Alicia Vikander es muy superior a esta, pero eso no significa que a partir de ahora tratar el tema de la Inteligencia Artificial deba seguir sus mismos pasos.
Con un reparto de verdadero lujo donde sobresalen como protagonistas Kate Mara y Rose Leslie, pero donde también están los estupendos Toby Jones y Paul Giamatti, Morgan es una película sobre la empatía, el amor y la maternidad, como una nueva vuelta de tuerca al mito de Frankenstein y donde los momentos de acción parecen toda una declaración de intenciones de Luke Scott por homenajear el cine de su padre y su tío (el malogrado Tony Scott). Su debut no es perfecto, pero tiene algunas escenas visualmente bellas que le auguran un buen futuro.
Así, yo soy de los que se han dejado seducir por esta niña misteriosa y su enfrentamiento interior, que la llevan a cometer actos terribles forzada por su propio destino, sin importarme que adivinara mucho antes de lo previsto el giro sorpresa, que la claustrofobia y el hacinamiento den paso a la acción pura y dura ni que a Scott se le vaya un poco la mano en las escenas de lucha.
Morgan es un buen thriller de ciencia ficción, quizá menos reflexivo de lo que podría ser, pero muy entretenido y emotivo.

Valoración: Siete sobre diez.

EL FUTURO YA NO ES LO QUE ERA: Para algunos sí que no hay futuro ya.

Ante la llegada de una película como esta, uno no puede más que plantearse una serie de interrogantes. Por ejemplo: ¿Cuántas películas debe protagonizar un humorista para llegar a ser considerado actor? ¿Basta con un cambio bastante drástico de look para mejorar a nivel interpretativo? Y por último, ¿es esta realmente la peor película del año, como dice casi todo el mundo?
Probablemente no sea la peor película del año (Los Visitantes la lían es decididamente peor, eso sin duda) pero sí es una mala película. Y el principal responsable (algo de culpa tendrá Dani Rovira, pero está claro que él hace lo que puede) la tiene Pedro L. Barbero, que ha tardado quince años en rodar su segunda película (Tuno negro fue la primera) y ahora puede entender uno por qué.
No es que la dirección sea desastrosa (es hasta salvable en ocasiones), pero el propio Barbero es autor del guion, y eso sí que es un auténtico lastre para el film.
De entrada, no se sabe lo que El futuro ya no es lo que era pretende ser. Parece una comedia, pero luego uno se encuentra con unas dosis de drama bastante fuertes y muy pocos chistes (aunque sea precisamente con un chiste como arranca el asunto). Es todo tan confuso e irregular como las dos principales influencias de Barbero en su historia: Woody Allen y el cine de Superhéroes. Porqué sí, Barbero pretende hacer una tragicomedia muy a lo Woody Allen, con muchas frases lapidarias (algunas con cierta gracia, no todo va a ser negativo) y no solo no lo esconde sino que muestra cada vez que puede la escultura que Oviedo dedicó al cineasta de Manhattan. Pero luego todo se resume en una metáfora sobre la dualidad del héroe que, por si alguien no había pillado, repite constantemente: el falso héroe en que se convierte el personaje de Dani Rovira se llama Kar-El y constantemente se nombra a Superman. ¿Queda alguna duda? Por si fuese poco, el productor televisivo al que da vida José Corbacho es un calco del J.J.Jameson de Spiderman, así que por influencias no será. Una combinación, ya pueden ustedes imaginar, como aceite y agua.
El futuro ya no es lo que era parte con buenas intenciones, pero fracasa en cada paso que da, desde la insistente y cansina voz en off hasta el despliegue de tópicos mal empleados que se amontonan en la historia, una historia a la que le falta ritmo, alma e identidad y que, por si no hubiese quedado claro, naufraga definitivamente en la acumulación de escenas aparentemente finales, demostrando que el propio Barbero no parece tener muy claro como cerrar su obra. Un buen puñado de actores desaprovechados (Carmen Maura y Carolina Bang a la cabeza), algún cameo que hace algo de gracia y un mensaje que resulta tan confuso que pese al obligado giro final uno piensa que está ante una película de postguerra: machista y homofóbica.
Puede que algún acierto haya conseguido Barbero, como la interpretación de la joven Lucía de La Fuente, fresca y descarada, la estampa que ofrece de la ciudad de Oviedo y alguna que otra frase inspirada. Lo demás, anodino y plano. Y nuevo traspiés de Dani Rovira que, más allá de sus Ocho apellidos vascos, todavía debe luchar para hacerse un nombre como actor.
¿La peor película del año? No, claro. Las hay peores. Pero si ese debe ser un consuelo…

Valoración: Tres sobre diez.

lunes, 19 de septiembre de 2016

BRIDGET JONES' BABY, reconstruyendo el mito británico

Han pasado ya doce años desde que se estrenara Bridget Jones: Sobreviviré y quince desde que El diario de Bridget Jones diese inicio a la saga, y que se estrene ahora Bridget Jones´baby, coincidiendo con el regreso de su protagonista, Renée Zellweger, de su retiro temporal del mundo de la interpretación apesta a oportunismo barato y a intentar exprimir más la teta de una vaca que parecía ya fallecida. O quizá se deba solo a la falta de imaginación de los productores de Hollywood (y no de los guionistas, a los que siempre se acusa tan alegremente) que nos han obsequiado recientemente con secuelas como Independence day o remakes como Cazafantasmas.
Ya de entrada debo decir que El diario de Bridget Jones no me pareció una gran película, pese a ser muy heredera de su tiempo y sucesora de otras comedias románticas británicas como Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill y similares (ahí está el guionista Richard Curtis como denominador común). Nunca encajé bien la dualidad entre la historia del patito feo (y mi problema con la Jones no era lo pasadita de kilos que pudiera estar, sino lo exageradamente torpe y zoqueta que podía llegar a ser) y la de los dos galanes que se peleaban por ella. Y tampoco soy fan de la Zellweger, que incomprensiblemente fue nominada al Oscar por las muecas sobreactuadas de esta película. Pero al menos debo reconocer que la manipulación sensorial que una efectiva banda sonora y un par de chistes graciosos, y el contrapunto entre Hugh Grant y Colin Firth, hacían del film una propuesta algo simpática que en su secuela cayó en picado con una repetición de esquemas descarada y anodina.
Con semejantes antecedentes iba algo predispuesto a que esto fuese más de lo mismo, estirar el chicle con un vehículo que permitiese a la protagonista de Cold Mountain y Chicago pagarse más operaciones de cirugía y otros caprichos varios, pero debo reconocer que salí gratamente sorprendido de ver la película y supe apreciar un esfuerzo por hacer las cosas mejor, no ya que en la secuela (lo cual era terriblemente fácil), sino que la original.
De entrada, Bridget Jones´baby (¿alguien me puede explicar por qué le ha parecido a la distribuidora española tan complicado de traducir el título?) no adapta ninguna novela de Helen Fielding, y aunque la escritora británica figura en los créditos como guionista, ahí debe sumarse a Dan Mazer (que procede de la escuela de Sacha Baron Cohen y, sobre todo, a Emma Thompson, que no solo aporta su toque de elegancia (recuerden que ganó el Oscar por la estupenda Sentido y sensibilidad) sino que se reserva un papel en el reparto tan secundario como brillante.
Aunque repita la directora de la película original, Sharon Maguire (que no ha dirigido más que una película en estos quince años), se nota un intento de modernizar la puesta en escena, rompiendo con la imagen desangelada de Bridget y buscando un enfoque musical alejado durante gran parte del metraje de las canciones edulcoradas propias de este tipo de películas. Esto tiene en su contra que puede llegar a confundir al espectador, con una extraña mezcla entre ejercicio de nostalgia y narrativa juvenil que impide saber a ciencia cierta a quién va enfocada la película, si a un público joven o más bien veterano (femenino siempre, en todo caso), pues por más que se esfuercen en incluir temas musicales como el famoso (y ya bastante caduco) Gangnam style, al final la cosa no deja de ir de una historia de amor entre cuarentones (aunque Zellweger tiene ya cuarenta y siete y Firth cincuenta y seis, y vaya si se les nota).
Sobre la trama, poco que decir. Se repite el esquema de dos hombres peleando por Bridget esta vez con un embarazo de por medio, aunque al menos han sabido darle la vuelta al conflicto y conseguir que el guaperas Patrick Dempsey se distancie lo suficiente del Hugh Grant como para que no suene a más de lo mismo. El humor está mejor conseguido que en las anteriores películas y el motor de la historia está en la confrontación de sentimientos más que en la penosidad que desprendía Bridget anteriormente. Por supuesto, continúa siendo igual de metepatas, pero con más gracia. Y el final contiene, esta vez sí, el broche de oro definitivo para cerrar la trama principal de la saga.
Bridget Jones´baby no es una gran película, pero sí lo suficientemente entretenida y simpática como para conseguir ser, posiblemente, la mejor de la trilogía (aunque me queda la duda de si la última escena es solo un chiste final o una invitación para una nueva secuela). Pese al acartonamiento de la Zellweger que limita mucho su trabajo interpretativo, el film tiene todos los ingredientes como para hacer pasar un buen rato, aunque también tiene todo lo necesario para asustar a una parte de los espectadores potenciales demasiado distanciados en el tiempo con la (¿heroína?) británica y en una época donde el público femenino parece más interesado otros temas más banales (el tráiler de la secuela de Cincuenta sombras de Grey ha batido records de visionado) que la maternidad (aunque no nos engañemos, el trasfondo moral y las apariencias de crónica social no son más que meras excusas de relleno).

Valoración: Seis sobre diez.

martes, 13 de septiembre de 2016

TARDE PARA LA IRA: Cautivador debut de Arévalo como director.

No es ninguna novedad que el cine español actual está plagado de thrillers negros con muy buena factura. La isla mínima o Cien años de perdón son dos buenos ejemplos de ellos en los que, además, coincide un intérprete concreto: Raúl Arévalo. Además, ambas películas se caracterizan por tener una factura impecable, una realización que nada tiene que envidiar a las grandes producciones americanas.
Para su debut como director, Arévalo se ha servido de ese mismo género pero dándole la vuelta a la tortilla. Tarde para laira es una historia sucia, desgarradora, y como tal, se localiza en la España más costumbrista, en una España de barrio, de pueblo, casi en las antípodas de lo se venía haciendo últimamente.
Escrita por el propio Arévalo junto a David Pulido, Tarde para la ira es una película que ha necesitado de casi diez años para su creación, lo cual le ha servido al novel director para lograr imponer el estilo y la personalidad deseados, sin imposiciones de la productora. Por eso, es meritorio que en un primer trabajo se demuestre una personalidad tan brutal y una claridad de ideas tan notoria que hacen de esta película una gran propuesta y de Arévalo un director a seguir muy de cerca.
Tarde para la ira arranca con planos muy cortos, casi claustrofóbicos, como invitándonos a participar de las vidas de los protagonistas, unos Antonio de la torre y Luis Callejo que están sensacionales en su brillante ejercicio de contención. A ritmo muy lento, rozando la impasividad, la película se va fraguando hasta que se produce su primer gran giro de guion y entonces todo cambia, desde el ritmo hasta la composición visual. Sin entrar en detalles, diremos sólo que Tarde para la ira es una película de venganza, pasional y violenta, que sabe medir sus fuerzas para rozar unos límites que nunca llega a traspasar. La primera media hora es casi desesperante por su escasez narrativa. El final es casi excesivo. Y la clave de todo ello, y el gran valor de Arévalo, es lograr ese “casi” sin superarlo, sin estropear una historia sencilla pero contundente y unos personajes donde no hay realmente buenos y malos (sino todo lo contrario) movidos por el amor y la desesperación.
Tarde para la ira es una película muy próxima, en la que casi se huele la suciedad de las calles y el refrito de los bares, y donde De la Torre consigue con sus miradas vacías y sin alma (aparente) lo que muchos no logran con grandes diálogos.
Magnífico debut como realizador de un ya de por sí gran actor y magnífica película que logra desesperar y cautivar por igual.

Valoración: siete sobre diez.

domingo, 11 de septiembre de 2016

BLOOD FATHER: grandioso Mel Gibson

Lo mejor que se puede decir de esta película es que es brutalmente sincera y autoconsciente de lo que es y de lo que aspira a ser.
Muy cercana al llamado cine de serie B de los años setenta y ochenta, Blood father es una historia sencilla, muy sencilla sobre un hombre que huye de su oscuro pasado y su reencuentro con su hija perdida. Una historia de venganza, violencia y redención que no se anda por las ramas y va directa al grano, como un western crepuscular pero sucio metáfora quizá de la situación del propio actor protagonista.
Y es que analizando la película se podría comentar el buen trabajo del director del remake de Asalto al Distrito 13, Jean-François Richet, la buena química entre Erin Moriarty (vista en Jessica Jones) con su padre, las interesantes aunque breves aportaciones de Michael Parks y William H. Macy o la escasa aportación de Diego Luna, lo más flojo del film, pero la verdadera alma del film, el motor que mueve la película y que da verdadero sentido a todo el invento es Mel Gibson.
El magnífico actor y director de Braveheart ha pasado una época oscura tras sus coqueteos con el alcohol y el veto que Hollywood le impuso a raíz de sus polémicas declaraciones, pero hace ya unos años mostró síntomas de recuperación con el interesante Vacaciones en el Infierno y este puede ser su año de redención total, pues se le espera de nuevo trabajando tras las cámaras.
Pese a los años perdidos, Gibson demuestra aquí que no ha perdido un ápice de su calidad interpretativa ni su carisma, mejorando si cabe con un trabajo de contención donde la locura y desesperación que tan bien sabía reflejar con sus aspavientos y arranques de rabia se condensan ahora en una simple mirada.
Blood father es, para bien y para mal, Mel Gibson. Un Gibson es estado puro, un Gibson recuperado, inconmensurable y que a la postre es quien sostiene toda la historia a sus espaldas. 
Una historia de violencia pero, también, una historia de segundas oportunidades, de reencuentros familiares y de la importancia de saber elegir las opciones correctas en la vida.
Valoración: Siete sobre diez.


JUEGO DE ARMAS: fallida imitación de Scorsese

Hay que reconocerle a Todd Phillips el mérito de que, tras haber triunfado con la saga de Resacón en Las Vegas, no ha querido acomodarse en el terreno de las comedias alocadas y ha apostado por un cambio de registro algo radical. Lo suficiente, al menos, para centrarse en una historia basada en hechos reales, por absurda que pueda parecer. Sin embargo, lo que mejor puede definir a una película como Juego de armas es la expresión: película fallida.
La pretensión de realizar una sátira basada en la historia real de dos veinteañeros que logran firmar un acuerdo millonario con el gobierno de los Estados Unidos para la venta de armas naufraga al pretender Phillips abarcar demasiados géneros sin que la trama tenga el valor que se le supone. La historia, al final, no da para mucho más que como divertida anécdota de bar y ahí donde los hechos no llegan tampoco la dirección de Phillips es suficientemente notable como para compensar las carencias. En el fondo, esto debería ser un cuento muy negro sobre como en una época donde se podía hacer casi cualquier cosa mediante el dinero en la que unos jóvenes puedan crear un imperio de la nada y derrumbarse luego con ellos dentro, con la edificante conclusión moratoria final. Pero ni el imperio fue tal, ni hay un humor que funcione a cambio y ni siquiera la moraleja final llega a tener un verdadero valor.
Ya desde el tráiler se puede intuir algunos de los referentes de Phillips a la hora de abordar la historia, que van desde El lobo de Wall Street de Scorsese al Dolor y dinero de Michael Bay, dos estupendas películas sobre jóvenes emprendedores y hasta donde pueden llegar antes de caer al abismo. Pero ni Phillips tiene el talento de sus colegas Scorsese y Bay a la hora de dar dinamismo a la historia ni sus actores cumplen con la eficacia mínima para dar empaque a la historia. Miles Teller no se entera de que va la película, Ana de Armas es solo una cara mona sin un ápice de personalidad visible y solo Jonah Hill (quizá por haber estado ya en El lobo de Wall Street) parece saber de verdad cual es el trasfondo de la historia y se hace con las riendas de un personaje que el guion no sabe desarrollar.
Juego de armas tiene algunos aciertos, pero son muchos más los fallos que la convierten no en una mala película, sino más bien en una película anodina, en una historia simplona y sin personalidad a la que le falta acción, le falta humor y. sobre todo, le falta saber qué rumbo pretende tomar.
Las intenciones de Phillips son buenas, y espero que esta película no le obligue a regresar al terreno seguro pero limitado de las películas al estilo Resacón, pero lo cierto es que en ocasiones, como es este caso, el intentarlo no basta.

Valoración: Cuatro sobre diez.

NO RESPIRES: Angustiante caustrofobia

Escribía hace unos días, a raíz del estreno de Nunca apagues la luz, de la evolución que está sufriendo el género del terror actual. En esta línea está No respires, una película enmarcada en el subgénero de las home invasión, un film que en el fondo es más de intriga y tensión que de terror puro pero con trasfondo dramático (tanto por parte de la protagonista como del villano) como telón de fondo.
El uruguayo Fede Álvarez sabe bien lo que hace. Ya fue muy prometedor su debut tras las cámaras con el remake de Posesión Infernal, que aun siendo muy inferior al film de Raimi si demostraba un buen manejo de la cámara y los tempos cinematográficos.
En No respires, otra vez apadrinado por Sam Raimi y con Rodo Sayagues de nuevo ayudándole con el guion, las cartas se ponen sobre la mesa desde el primer momento, con una historia tan sencilla como efectiva: tres chavales se dedican a meterse en casas para cometer pequeños atracos que les permitan salir de sus miserables vidas hasta que se cuelan en el lugar equivocado: la casa de un veterano de guerra ciego que no va a resultar una víctima fácil.
Álvarez no se complica la vida y opta por ir por el camino fácil. Huyendo de rocambolescos giros argumentales (aunque alguno hay bastante impactante), toda la fuerza de la película se basa en conseguir una agobiante sensación de claustrofobia que recuerda a los momentos más inspirados del primer REC de Balagueró, pero dotando de unas pinceladas de vida a sus protagonistas que ayudan a empatizar con todos ellos, al menos con los dos principales, el veterano Stephen Lang y la joven Jane Levy (a la que Álvarez ya torturó con saña en Posesión Infernal), que están estupendos. Es su brillante interpretación lo que termina por redondear una película que sabe aprovecharse de los clichés del género sin parecer una copia, siendo incómoda y angustiante, un cuento oscuro sobre fracasados sin nada que perder en la vida (aparentemente) y a la que puestos a buscar alguna pega le podría sobrar cierta escena (¿veo un homenaje al Cujo de Stephen King?) que quizá rompe un poco con la normas del juego.

Valoración: Siete sobre diez.

LOS VISITANTES LA LÍAN: Lo peor del cine francés resumido en dos interminables horas.

Imagínense si estaba yo poco interesado en la secuela del éxito francés de 1993 que ni siquiera sabía (o quizá lo había logrado olvidar) que ya existía una secuela datada en 1998 además de un remake americano con los mismos actores protagonistas en 2001. ¿Tan mal están las cosas para Jean Reno que debe regresar una y otra vez a una saga que tuvo su gracia en aquella primera película pero que ha perdido ya toda chispa que se le pudiera intuir?
Dirigida por Jean-Marie Poiré, como toda la saga, y con guion de Christian Clavier (que debe ser tan inepto que no ha sido capaz de escribir una sola línea valida ni para su propio personaje) Los Visitantes la lían es un despropósito de principio a fin. Eliminados de la ecuación los chistes sobre dos tipos del medievo enfrentados a la época actual, trasladarlos a la Revolución Francesa elimina cualquier intento de empatizar con ellos o lograr encontrar algún punto en común para identificarse con algo de lo que está pasando. De hecho, el propio Clavier parece haber perdido el rumbo cuando el chiste más celebrado (el mal olor de los medievales) se repite insistentemente durante todo el metraje, como si fuese el único acierto que ha creído hallar el mal denominado guionista (y peor actor).
Los Visitantes la lían es tan desagradable como grotesca, ridícula en su planteamiento y estéril a la hora de provocar la carcajada. Un despropósito de principio a fin que revela lo peor de la filmografía del país vecino y en la que Reno se pasea por pantalla como un pasmarote, dando la sensación de que esté esperando a que alguien le entregue su parte del guion, mientras Clavier se limita a gritar insultos y hacer payasadas y gesticular como un mimo de barrio.
Incluso Poiré, que a estas alturas uno iomaginaría que ya le habría cogido el pulso a los personajes, demuestra una dirección torpe y errática, no sabiendo ni siquiera cuando es el momento de finalizar la historia (que para más inri parece amenazar con una nueva entrega)
Los Visitantes la lían solo tiene la utilidad de poder rebatir a los ventajistas que gustan de criticar por costumbre el cine americano y su intento de exprimir hasta la extenuación a la gallina de los nuevos de oro. De igual manera, esta película solo pretende hacer dinero a consta de quien solo conserva el recuerdo, más o menos simpático, de la primera película, siendo lo que en otros tiempos se habría considerado un film condenado a ir directamente al videoclub.
Una completa y absoluta pérdida de tiempo, no le den más vueltas.

Valoración: Dos sobre diez.

SIETE VIDAS, ESTE GATO ES UN PELIGRO: un vídeo de youtube de cien minutos.

Soy consciente de que todos los trabajadores del mundo hacen sus tareas a cambio de un jornal y que, como tal, cualquier trabajo es tan digno como el que más. Pero, ¿en serio necesita Kevin Spacey hacer películas como esta?
Siete vidas no es que sea una película mala de por sí. Ni buena. Simplemente es una tontería de esas que en los años ochenta proliferaban como setas en otoño y que solían estar relegadas al videoclub o a tardes de sábado lluviosas. De tal astilla tal palo, ViceversaEste cuerpo no es mío, El cambiazo… son solo algunos ejemplos en los que la mente del protagonista, por accidentes de la vida, termina atrapado en un cuerpo ajeno. Lo original ahora (y tampoco tanto) es que se trata de del cuerpo de un gato. Con esta premisa ya podemos imaginar que estamos ante una comedia familiar muy infantil que puede funcionar relativamente bien para niños pero cuyo humor se desinfla a partir de cierta edad.
No pasaría la cosa de ser una variante de los típicos telefilmes Disney con mensaje moralista de fondo si no fuese por los nombres de prestigio que esconde detrás. Junto al mencionado Spacey están también Jennifer Garner, Christopher Walken y sobretodo, y quizá sea lo más decepcionante, Barry Sonnenfeld tras las cámaras, aquel director que empezó su carrera con la brillantez y el derroche visual de La familia Adams y los Hombres de Negro y que se ha perdido gas como una gaseosa mal tapada.
Empieza la película con un muestrario de videos graciosos de gatos sacado de internet y al final eso mismo resulta ser la película, un video de cien minutos de un gato haciendo monerías al que, por lo menos, han metido una subtrama en forma de conflicto empresarial que por lo menos da un mínimo interés a aquellos que han superado la barrera de los diez años.
Con una serie de tics bastante previsibles (el padre que dedica más tiempo al trabajo que a la familia,la incomunicación matrimonial, el hijo que quiere demostrar su valía fuera de la sombra familiar…) lo mejor que se puede decir de la película es que por lo menos, no aburre. Es todo una tontería enorme, monumental, plana y totalmente falta de identidad, pero contiene algunos chistes que funcionan, al gatito está bastante bien hecho y los peques se lo pasarán en grande.
Los grandes echamos en falta que, por lo menos, los diálogos en boca de Kevin Spacey sean un poco más ingeniosos.

Valoración: Cuatro sobre diez.

KUBO Y LAS DOS CUERDAS MÁGICAS: Misticismo japonés preciosista.

Pese a su apariencia totalmente oriental, Kubo y las dos cuerdas mágicas es la nueva creación de Laika, una pequeña productora independiente de Estados Unidos centrada en la técnica del Stop-Motion y que ya ha creado pequeñas maravillas como Los mundos de Coraline, El alucinante mundo de Norman y Los Boxtrolls, dirigida por el propio presidente de la compañía, Travis Knight.
Con una muy cuidada ambientación y una extrema belleza en sus paisajes, Knight se ha esforzado por cuidar hasta el último detalle de una historia de magia y aprendizaje en el que un niño huérfano debe enfrentarse a fuerzas de la oscuridad para lograr reunir tres piezas místicas de una armadura de samurái con las que proteger a su pueblo, tal y como tratara de hacer en el pasado su difunto padre.
Con un reparto estelar en su doblaje original (Charlize Theron, Ralph Fiennes, Matthew McConaughey y Rooney Mara acompañan al protagonista Art Parkinson), la película rememora el estilo de los estudios Ghibli, encontrándose también algo de Kurosawa en su mensaje, con una argumento oscuro y dramático dónde solo la aportación de dos personajes secundarios pero imprescindibles, una mona y un escarabajo, aportan las suficientes dosis de humor para recordarnos que estamos ante una película infantil.
Kubo y las dos cuerdas mágicas (que pese a su título ya han avisado desde Laika que no se trata de ninguna saga y que por ahora no están interesados en hacer secuelas de sus películas) es una película de hermosa factura, preciosista y muy respetuosa con la tradición cultural nipona, aunando misticismo y artes marciales con elegancia. 
Pero su gran problema puedas estar en que vive tan anclada a la tradición oriental que puede provocar desinterés en aquellos, como yo, que no nos sentimos especialmente atraídos por la cultura del sol naciente.
Así, Kubo es una película extraordinaria, la mejor de su productora y de lo mejor visto en animación últimamente, casi una obra maestra en lo visual pero que a mí, y esto es algo muy personal y subjetivo, no me interesó demasiado en su propuesta argumental, teniendo una extraña dualidad que provocara que me maravillara lo que estaba viendo a la par que me aburría lo que me estaban contando.

Valoración: Siete sobre diez.

viernes, 9 de septiembre de 2016

BEN-HUR (2016). Disfrutable a pesar de todo.

Cuando se anunció que se estaba preparando un remake del clásico de William Wyler de 1959 todos se llevaron las manos a la cabeza vaticinando un gran desastre. Y como suele suceder en estos casos, acertaron, sino en cuanto a su calidad sí por lo menos en sus resultados en taquilla.
Ben-Hur (2016) ha resultado un estrepitoso fracaso en Estados unidos cuyo periplo por Europa no puede más que maquillar el desastre, ya que dudo que en este caso llegue la salvación desde China. Es la crónica de una muerte anunciada, se podría decir, y es que sobre el papel todas las decisiones tomadas tenían el desastre marcadas a fuego.
Para empezar, estaba la idea del remake en sí mismo (aunque dicen que no es en realidad un remake, ya que no tenían los derechos del film original, sino una nueva versión de la novela, pero para el caso es lo mismo), la absordudez de plantearse siguiera emular a la que está considerada como una de las mejores películas de la historia del cine y cuyo records de Oscars ganados no ha sido aún superado (aunque sí igualados) con la friolera de once premios de la Academia. Se pueden hacer otras versiones, desde luego. De hecho, las hay. Pero o bien hay que limitarse a telefilmes de relleno que cuestan cuatro duros o hacerlo muy pero que muy bien. Y este no ha sido el caso.
Siguiendo con la lista de errores, tenemos la elección de su director. Timur  Bekmambetov, un realizador del que desconozco su filmografía rusa pero que en su etapa americana había hecho dos películas que no estaban mal, algo gamberras y más propias del mundillo de los comics que de los péplums (Wanted y Abraham Lincoln, cazador de vampiros). Sin cabida para el humor ni los derroches visuales, su Ben-Hur es demasiado serio, demasiado ansioso por alcanzar la épica, demostrando que al realizador ruso la cosa le va grande.
Luego tenemos a un reparto bastante discretito, donde el secundario Morgan Freeman es su máxima estrella y Rodrigo Santoro el actor más reconocible. Nada que ver con lo que suponía Charlton Heston en su época.
Todo ello, sumado a unos primeros trailers desoladores, unos posters realmente horribles y unas primeras críticas vapuleantes, auguraban que Ben-Hur iba a resultar el peor espanto posible, una película que, como en la escena de las galeras, iba a hacer aguas por todas partes.
¿Y con qué nos encontramos finalmente? Pues como en el caso de otros títulos de este mismo año, como Batman v. Superman o Warcraft, la ferocidad de las críticas y el odio vertido sobre Ben-Hur ha sido exagerado e infundado, siendo esta incluso superior a las dos películas mencionadas.
Una vez uno realiza el obligado ejercicio de dejar de lado la versión de Wyler, e incluso ignorando otros peplums modernos a los que también puede recordar (el caso más evidente es el Gladiator de Ridley Scott), lo cierto es que la película es realmente entretenida. Se evidencia un esfuerzo por parte de Bekmambetov de dar un aire fresco a la narrativa (véase la escena de la batalla naval, con ciertas reminiscencias al lenguaje de los videojuegos) mientras que los guionistas Keith R. Clarke y John Ridley deciden apostar más por el ritmo frenético y la espectacularidad que por la introspección de sus personajes. Así, la película puede parecer algo vacía en cuanto a contenido (más cuando las interpretaciones no ayudan demasiado y Ben-Hur y Messala carecen de la química necesaria entre ellos), pero esto se compensa con una buena puesta en escena donde lo digital apenas molesta y la escena de la carrera de cuadrigas (verdadero corazón del film) cumple con eficacia y dinamismo.
Nombraba antes a la referencia que se puede encontrar en el Gladiator de Ridley Scott, pero el propio realizador británico vivió en sus carnes lo que era competir con el recuerdo de una obra mítica como le sucedió con su denostada Exodus: Dioses yReyes.
Quizá en su aspecto más negativo deba encontrarse ese extraño y casi impostado acercamiento a la figura de Jesús, que parece metido con calzador, o al buenismo poco creíble de sus conclusiones finales, pero ello no empaña una película que, decididamente, nunca estará a la altura del Ben-Hur de toda la vida y que, una vez vista, continua siendo completamente innecesaria, una vez hecha, puede disfrutarse sin complejos. No es una película que nos cambiará la vida, pero sí un entretenimiento de finales de verano con el que galopar junto a su protagonista y dejarse llevar por una historia que, aún de sobras conocida, sigue funcionando.
No es una obra maestra, pero tampoco merecedora del odio visceral que parece infundir. Hay cosas que nunca lograré comprender…

Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 4 de septiembre de 2016

CRIMINAL: entretenimiento puro y duro.

Ya he ha hablado mucho de la falta de originalidad que hay en el Hollywood actual. En algunos casos, como el que nos ocupa hoy, la cosa es mucho más curiosa, pues Criminal no solo tiene el mismo planteamiento que una película muy reciente como Eternal sino que es capaz de traerse aquí incluso a su actor protagonista para repetir la jugada aunque cambiando de bando.
En ambos casos el punto de partida es una tecnología capaz de traspasar los recuerdos del cerebro de un fallecido a los de un cuerpo nuevo aunque claro, la cosa no es tan sencilla y el receptor sufrirá la confrontación de sus dos identidades, luchando por sobrevivir una a la otra. Si en Eternal Ryan Reynols era el joven en cuyo cuerpo re iba a reubicar la conciencia de Ben Kingsley aquí es el marido de Blake Lively quien fallece y sus recuerdos deben trasplantarse a la mente del asesino y sociópata que interpreta Kevin Costner, que en los últimos años parece empeñado a recuperar todo el prestigio perdido.
Afortunadamente, en manos de Douglas Cook y David Weisberg, autores del guion de La Roca (posiblemente la mejor película hasta la fecha de Michael Bay), la película desemboca en un frenesí de acción y emociones que permite que lo absurdo de su planteamiento se diluya en más de dos horas de puro entretenimiento.
Con un reparto de auténtico lujo (acompañan a Costner y Reynols  Gary Oldman, Tommy Lee Jones, Jordi Mollà y Gal Gadot, aunque también aparecen en papeles menores Alice Eve, Michael Pitt, Antje Traue y los televisivos Amaury Nolasco y Colin Salmon), la película es un thriller de acción dirigido con eficacia por el israelí Ariel Vromen que con un estilo que recuerda a las producciones de Luc Besson consigue imponer un ritmo trepidante a la acción que disimula las absurdeces de un guion algo loco e irregular.
Pese a todo, quizá sea Costner el único que verdaderamente destaca interpretativamente, dando lo mejor de sí mismo consciente de que cada fracaso en taquilla es una oportunidad perdida para él. También es su personaje el que mejor evoluciona a lo largo del film lo que le permite mayor variedad de registros, cosa que el actor sabe agradecer sosteniendo por si solo la película.
Todo es muy enrevesado, muy cogido por los pelos, pero estamos ante una de esas películas que es conveniente no analizar mucho y dejarse llevar por su ritmo y sus persecuciones, tiroteos y sus momentitos de emotividad, que también los tiene. Y todo ello con una cámara muy limpia y luminosa. Es decir, todo de lo que carece una película a priori mucho más seria e interesante como se suponía que era la simplona Jason Bourne.
Criminal no inventa nada nuevo, ni tampoco lo pretende. Ni siquiera prueba a sacar partido a las decisiones médicas moralmente discutibles en las que se basa. Es un producto de lucimiento para la acción y poco más. Y con ello debería bastar.

Valoración: siete sobre diez.