viernes, 9 de septiembre de 2016

BEN-HUR (2016). Disfrutable a pesar de todo.

Cuando se anunció que se estaba preparando un remake del clásico de William Wyler de 1959 todos se llevaron las manos a la cabeza vaticinando un gran desastre. Y como suele suceder en estos casos, acertaron, sino en cuanto a su calidad sí por lo menos en sus resultados en taquilla.
Ben-Hur (2016) ha resultado un estrepitoso fracaso en Estados unidos cuyo periplo por Europa no puede más que maquillar el desastre, ya que dudo que en este caso llegue la salvación desde China. Es la crónica de una muerte anunciada, se podría decir, y es que sobre el papel todas las decisiones tomadas tenían el desastre marcadas a fuego.
Para empezar, estaba la idea del remake en sí mismo (aunque dicen que no es en realidad un remake, ya que no tenían los derechos del film original, sino una nueva versión de la novela, pero para el caso es lo mismo), la absordudez de plantearse siguiera emular a la que está considerada como una de las mejores películas de la historia del cine y cuyo records de Oscars ganados no ha sido aún superado (aunque sí igualados) con la friolera de once premios de la Academia. Se pueden hacer otras versiones, desde luego. De hecho, las hay. Pero o bien hay que limitarse a telefilmes de relleno que cuestan cuatro duros o hacerlo muy pero que muy bien. Y este no ha sido el caso.
Siguiendo con la lista de errores, tenemos la elección de su director. Timur  Bekmambetov, un realizador del que desconozco su filmografía rusa pero que en su etapa americana había hecho dos películas que no estaban mal, algo gamberras y más propias del mundillo de los comics que de los péplums (Wanted y Abraham Lincoln, cazador de vampiros). Sin cabida para el humor ni los derroches visuales, su Ben-Hur es demasiado serio, demasiado ansioso por alcanzar la épica, demostrando que al realizador ruso la cosa le va grande.
Luego tenemos a un reparto bastante discretito, donde el secundario Morgan Freeman es su máxima estrella y Rodrigo Santoro el actor más reconocible. Nada que ver con lo que suponía Charlton Heston en su época.
Todo ello, sumado a unos primeros trailers desoladores, unos posters realmente horribles y unas primeras críticas vapuleantes, auguraban que Ben-Hur iba a resultar el peor espanto posible, una película que, como en la escena de las galeras, iba a hacer aguas por todas partes.
¿Y con qué nos encontramos finalmente? Pues como en el caso de otros títulos de este mismo año, como Batman v. Superman o Warcraft, la ferocidad de las críticas y el odio vertido sobre Ben-Hur ha sido exagerado e infundado, siendo esta incluso superior a las dos películas mencionadas.
Una vez uno realiza el obligado ejercicio de dejar de lado la versión de Wyler, e incluso ignorando otros peplums modernos a los que también puede recordar (el caso más evidente es el Gladiator de Ridley Scott), lo cierto es que la película es realmente entretenida. Se evidencia un esfuerzo por parte de Bekmambetov de dar un aire fresco a la narrativa (véase la escena de la batalla naval, con ciertas reminiscencias al lenguaje de los videojuegos) mientras que los guionistas Keith R. Clarke y John Ridley deciden apostar más por el ritmo frenético y la espectacularidad que por la introspección de sus personajes. Así, la película puede parecer algo vacía en cuanto a contenido (más cuando las interpretaciones no ayudan demasiado y Ben-Hur y Messala carecen de la química necesaria entre ellos), pero esto se compensa con una buena puesta en escena donde lo digital apenas molesta y la escena de la carrera de cuadrigas (verdadero corazón del film) cumple con eficacia y dinamismo.
Nombraba antes a la referencia que se puede encontrar en el Gladiator de Ridley Scott, pero el propio realizador británico vivió en sus carnes lo que era competir con el recuerdo de una obra mítica como le sucedió con su denostada Exodus: Dioses yReyes.
Quizá en su aspecto más negativo deba encontrarse ese extraño y casi impostado acercamiento a la figura de Jesús, que parece metido con calzador, o al buenismo poco creíble de sus conclusiones finales, pero ello no empaña una película que, decididamente, nunca estará a la altura del Ben-Hur de toda la vida y que, una vez vista, continua siendo completamente innecesaria, una vez hecha, puede disfrutarse sin complejos. No es una película que nos cambiará la vida, pero sí un entretenimiento de finales de verano con el que galopar junto a su protagonista y dejarse llevar por una historia que, aún de sobras conocida, sigue funcionando.
No es una obra maestra, pero tampoco merecedora del odio visceral que parece infundir. Hay cosas que nunca lograré comprender…

Valoración: Seis sobre diez.

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