sábado, 28 de abril de 2018

VENGADORES: INFINITY WAR

Una vez más (y no será la primera ni la última) nos encontramos ante una película difícil de reseñar. Siendo, como es, la película más esperada del año (de la década, para algunos), a partir de este fin de semana van a haber cientos de críticas y opiniones por la red, y seguro que de nuevo hay sentimientos contrastados y enfrentamientos diversos.
Y es que para empezar a valorar Vengadores: Infinity War lo primero que habría que hacer es definir su condición de película.
Porque, ¿es, realmente, Vengadores: Infinity War una película? Si la tratamos como tal hay que decir que resulta sumamente entretenida, muy emocionante y con suficientes toques de humor para contrastar con el tono de desesperación general que rezuma la trama. Sin embargo, podría parecer que todo ello es insuficiente. El valor humano, el trasfondo social o la profundidad de personajes que incluso a una película de superhéroes se le debería exigir es apenas apuntado en pequeños detalles, en esbozos que la propia imaginación del espectador debe terminar de rellenar para poder lograr una empatía total con los protagonistas. Así que podría llegar a entender a todo aquel espectador ocasional que se acerque a este film y lo defina como una disparatada sucesión de peleas sin sentido, un espectáculo pirotécnico a merced de un villano de opereta con un montón de héroes que no importan demasiado porque no hay tiempo ni espacio para explicar sus dilemas ni sentimientos.
Sin embargo, esto no es una película. Ni mucho menos. Eso es, en realidad, el clímax final de una. Ni siquiera eso. La primera parte del clímax final de una. Así, no es posible comprender ni disfrutar de Avengers: Infinity War sin conocer de antemano las dieciocho películas anteriores (no todas son imprescindibles, pero toda ayuda es poca para conocer mejor a los personajes y lo que les mueve). De hecho, son las películas de los hermano Russo, directores de esta Infinity War, las que más profundidad y carga social tienen, con unas tramas de trasfondo más político que superheróico (Capitán América: El Soldado de Invierno y Capitán América: Civil War). Sin embargo, han decidido enfrentarse a esta nueva pieza del puzle que compone el MCU dando por sentado que estamos ante un capítulo más, con todas las piezas ya conocidas puestas sobre el tablero (es curioso, de hecho, que el propio espectador conozca más a los personajes de lo que se conocen ellos mismos) y centrarse tan solo en el gran cataclismo que se venía anunciando desde hace años, en concreto desde Los Vengadores de Joss Whedon, con ese Thanos como la gran amenaza para la humanidad.
Es por ello que puede que la película no alcance el festival que para el fandom supuso esa primera reunión del supergrupo, donde Whedon supo crear unas interacciones perfectas y compuso la película de superhéroes definitiva. Pero para evitar comparaciones, los Russo juegan casi a lo contrario y rematando lo que comenzaron en Civil War presentan a los personajes iniciando caminos diferentes, con lo que tocará esperar para ver la definitiva dinámica de equipo que todos deseamos (algo habrá que guardar para la ya rodada conclusión, todavía sin título oficial). Recordando una popular saga de los cómics, esto casi podría haberse llamado Vengadores Desunidos. Un gran acierto, dicho sea de paso, porque esa división de los protagonistas en los pequeños grupos que ya nos venían anunciando los trailers permite repartir mejor los tiempos y no saturar con batallas interminables y confusas.
Aceptando, pues, que no hablamos de una película, sino de una serie cinematográfica que pisa el acelerador al acercarse a su final de temporada, Vengadores: Infinity War es una delicia en todos los sentidos. Quizá el mayor mérito de todos es como los Russo han logrado conjugar personajes derivados de películas tan diferentes y hacer que todo funcione con naturalidad. Es cierto que muchas veces se ha acusado a las películas del MCU de estar demasiado influenciadas por el “método Marvel”, pero personalmente nunca he aceptado que se traten de meras fotocopias, teniendo cada una de ellas su propia personalidad. Sin embargo, cuando uno ve Infinity War y aparecen por primera vez los Guardianes de la Galaxia casi podría creerse que está James Gunn tras las cámaras, mientras que es inevitable pensar en Jon Favreau al ver las escenas individuales de Iron Man o reconocer a Watts en los momentos de lucimiento de Spider-man (quizá quien se encuentra más como pez fuera del agua en toda la película).
La gran incógnita estaba en saber si Thanos iba a ser por fin ese gran villano que Marvel necesitaba, el gran talón de Aquiles de la saga (solo Loki había convencido completamente hasta la fecha, aunque Hela y Killmonger, de Thor Ragnarok y Black Panther respectivamente, apuntaban maneras). Y lo cierto es que sí, es ese villano de gran injuria, con un enorme poderío físico, capaz de poner en jaque a todos los héroes del Universo. Sus motivaciones bien pueden resultar simplistas, incluso se podría decir que son las mismas que han tenido miles de villanos de cine a lo largo de la historia (me viene a la mente Kingsman, pero hay muchos más ejemplos en la saga Bond, en Inferno...), magnicidas en potencia que justifican sus actos por el bien de la humanidad. Quizá aquí la diferencia es que en algún momento vemos sus resultados, lo que a sus propios ojos lo convierten más en un salvador que en un destructor, aparte de ese deseo de aleatoriedad que le otorga un cierto sentido de justicia.
Este es el único apunte social en una película que no va a dar que hablar por su debate anti Trump, por su defensa de las minorías o por su aportación al feminismo. Aquí todo es acción y drama, drama y acción, y aunque hayan unos cuantos chistes, en ningún momento logran (ni lo pretenden) empañar la gran sensación de peligro que representa este Thanos, tan peligroso por sus ideas como por su fuerza bruta.
Así, Vengadores: Infinity War no es otra cosa que lo que prometía. La mayor reunión de héroes hasta la fecha (aunque me anticipo a decir que se va a quedar corta con respecto a la por ahora conocida como Vengadores 4), con mucha acción espectacular, mucha épica y, definitivamente, muchas muertes, como venían avisando los propios directores. Sin entrar en spoilers, ya aviso que los Russo no engañan a nadie, y que algunas de las muertes que se ven en pantalla serán solventadas en la siguiente entrega. Pero mucho me temo que no todas. Infinity War es una película definitiva y una gran oda a esos diez años de MCU, pero también una película con sabor a despedida y cuyo final produce un cierto bajonazo anímico, que solo se arregla, parcialmente, gracias a la inevitable escena postcréditos, que va a hacer que ese años de espera que tenemos por delante para ver la resolución (endulzado por en medio con Ant-man y la Avispa y Capitana Marvel) se nos vaya a hacer muy largo.
Con unos actores entregados a la causa, entre los que sobresale un Josh Brolin que consigue hacerse notar pese a las capas de CGI que componen su rostro de Thanos, verdadero centro espiritual del film, y unos Russo portentosos a la hora de manejar la cámara y medir los tiempos, logrando una película sombría y trágica donde no desentonan las pinceladas de humor, Infinity War es, definitivamente, la película definitiva del género y un film que marcará un antes y un después en la industria del cine. Y es que se nota que, por más que esto sea un negocio y lo que prime sea ganar dinero, los Russo han conseguido hacer una película desde el corazón. Y eso siempre termina transmitiéndose a través de la pantalla.
No es que todo sea perfecto, y puestos a ser quisquilloso uno podría llegar a encontrar algún pequeño defecto en la película, como algunos desajustes con respecto a los dos films inmediatamente anteriores de la compañía (imagino que los Russo trabajaron esta Infinity War sobre los guiones de estas, no viéndolas terminadas hasta que ya era tarde para ciertos cambios) o la escasa presencia (o directamente ausencia) de algún personaje, pero es es precio a pagar por una experiencia fílmica única, a la que las dos horas y media de metraje se hace incluso insuficiente y que supone un hito en la historia del cine.
En resumen, un gran espectáculo palomitero que no decepcionará a nadie. A nadie que sepa a lo que se está enfrentando, dese luego. Yo, por mi parte, estoy deseando hacerle un segundo visionario. Y es que es tanto lo que ocurre en tan poco tiempo que apenas se puede llegar a asimilar a la primera.

Valoración: Nueve sobre diez.

lunes, 23 de abril de 2018

SANT JORDI 2018


Permitidme que por un momento me aleje del mundo del cine para haceros un pequeño recordatorio.
Hoy, 23 de abril, se celera en Cataluña la diada de Sant Jordi, esa bonita fiesta donde se regalan rosas rojas y libros (la tradición era que los hombres regalaban una rosa a la mujer y ella le correspondía con el libro, aunque hoy en día no se hace tan a rajatabla).
El caso es que es un buen momento para presentar “oficialmente” mi segunda novela: Sanguijuelas. Y aunque ya se ha hecho bastante eco de ello por las redes, permitidme que haga también por el blog un breve comentario para que, si sois de Barcelona, sepáis que podéis acudir a dos puestos del barrio de Sant Andreu donde estaré encantado de firmaros vuestros ejemplares.
Además de las paradas para autores locales de la Plaza Orfila y la que habrá en la Rambla de Fabra i Puig a la altura de Camil Fabra, donde firmaré de una a dos de mediodía y de cinco a seis de la tarde, respectivamente, también podéis encontrar ejemplares, tanto de Sanguijuelas como de Mundo Muerto, en las siguientes librerías:

·         Gigamesh (Calle Bailén, 8. Barcelona)
·         Dit i Fet (Calle Dr. Balari i Joavany, 4. Barcelona)
·         Canales (Calle Fabra i Puig, 1-3. Barcelona)
·         Mon Mític (Calle Camil Fabra, 5. Barcelona)
·         Domu (Calle Industria, 142. Barcelona)
·         Cami Ral (Calle Cami Ral, 50. Tordera)
·         Punt i seguit ( Avenida Catalunya, 21. Massanet de la Selva)

Además, por descontado, los libros siguen disponibles en Amazon, tanto en su formato en tapa dura como en digital (kindler) y estos días los podéis conseguir con un descuento especial.
No dejéis pasar la oportunidad de recuperar Mundo Muerto y disfrutar, también ahora, con Sanguijuelas, más breve en cuanto a número de páginas, pero más ambiciosa de cara al futuro.
Un abrazo y feliz día del libro.

FIREWORKS


He de reconocer, ya de entrada, que no soy muy fan del Anime, ese subgénero de dibujos animados propio de Japón. Por eso me sorprendió gratamente lo mucho que me llegó a gustar y emocionar Your name, esa pequeña joya que califiqué como de lo mejor del año pasado.
Es curioso lo mal que se estreno en nuestro país, pese a los éxitos que la precedían, pro cómo esa película ha provocado que nos llegue ahora a bombo y platillo todo aquello que se le pueda parecer mínimamente o que lleve en su poster esa fatídica frase que reza “de los productores de…”. Hace unas semanas tuvimos A silent voice y en la misma liga juega esta Fireworks.
De nuevo estamos ante una trama juvenil, con un grupito de amigos /compañeros de escuela bastante calcados de cualquier otro anime de la productora, cuya historia de amor es tan profunda y trascendental que parece merecedora de cambiar el destino del universo.
En apariencia, la película habla del poder de la amistad y del dolor de la separación (ya sea familiar o del entorno confortable que uno crea a su alrededor), jugando a las segundas oportunidades bajo la temible pregunta que en cualquier momento a todos nos a carcomido de “¿y si?”. ¿Y si hubiera hecho esto en lugar de esto otro? ¿Y si hubiese dicho...? ¿Y si hubiese ido…?
En realidad, de lo que trata es de unos niñatos que no sirven ni para dar un palo al agua, que ni saben lo que quieren ni les importa, y que con la excusa de un elemento mágico que trastoca los límites del tiempo retroceden para poder enmendar sus propias decisiones.
Si A silent Voice, pese a su excesiva duración, lograba por lo menos emocionar con los temas que trataba, Fireworks me ha parecido una tontería enorme, aburrida y simplona y que, voy a serles muy sincero, ni siquiera llegue a entender de qué iba.
Dicen que se basa en una película de acción real de cincuenta minutos, y que al tener ahora más tiempo (al menos se han sabido contener para no pasar de la hora y media) han desarrollado mejor la trama. No lo sé. A lo mejor es cosa mía y estas películas no son para mí.
A lo mejor es que me estoy haciendo demasiado mayor para según qué cosas.
O a lo mejor es que esto es un rollo patatero que aburre a las ovejas.
Ustedes mismos. Por ahí parece que ha tenido éxito. Véanla si quieren, juzguen y, si es conveniente, fustíguenme.

Valoración: tres sobre diez.

CADA DÍA


Cada día es una extraña película que, como punto de partida, es una tremenda tontería, solo clasificable como comedia romántica adolescente con toques fantásticos. 
Sin embargo, hay que reconocerle que tiene un puntito que la hace suficientemente amable como para conseguir digerirla sin demasiados problemas, resultando simpática y hasta tierna.
Todo se basa en la aceptación de que existe alguien de carácter incorpóreo, una especie de ser que cada día habita en el interior de un cuerpo diferente, tomando control del mismo, como si de una posesión se tratase, durante ese único día. 
Eso es algo que el tipo, que decide autodenominarse A, lleva haciendo toda su vida hasta que conoce a Rhiannon, de la que se enamora, y por la que tratará de cambiar las reglas del juego que rigen su vida.
Romance simplón, como digo, en el que casi todo el peso recae en Angourie Rice, que ya demostró en Dos buenos tipos que tenía madera de estrella y a la que hemos podido ver también en La seducción y Spider-man Homecoming
El no tener un partenaire fijo en toda la película hace que todo dependa de lo que la muchacha llegue a creerse su papel, y en ese sentido la actriz cumple con creces, siendo el primer flotador al que agarrarse al enfrentarse a la película.
Por lo demás, poquita cosa hay en este producto demasiado enfocado a un público juvenil (que no sé yo si está por estas moñadas) pero más aceptable de lo que en principio invitaba a pensar su argumento y que, al menos, sirve como distracción siempre que no se le exija demasiado.

Valoración: Cinco sobre diez.

LAS LEYES DE LA TERMODINÁMICA


Lo malo de las comedias románticas es que todas están cortadas por un mismo patrón. Generalmente el esquema es muy básico: chico conoce chica, chico se enamora de chica, una confusión provoca que chico se separe de chica y, finalmente, chico se reconcilia con chica. Todo muy básico pero que, como funciona, no se suele cambiar.
Por eso, cuando alguien hace algo un poco diferente (me viene a la mente algún título como (500) días juntos o el final de Separados) es digno de elogio. Y solo por eso merece considerarse al guionista y director Mateo Gil como un tipo a tener en cuenta.
El problema es que Gil, que viendo su filmografía está claro que le gusta más el riesgo que el acomodo (sus dos últimas películas fueron un western como Blackthorn y un drama existencial futurista como Proyecto Lázaro), tiene más claro lo que quiere hacer que cómo hacerlo. Ya en su momento condené Proyecto Lázaro por lo aburrida que se me hizo, y algo similar me sucede con Las leyes de la termodinámica.
Desde el punto de vista argumental no es que haya nada del otro mundo. Cuando Manel conoce a Elena (una ascendente modelo) se enamora perdidamente, pero cuando la relación se tuerce no es capaz de levantar cabeza y superar el rechazo, todo narrado con mucho humor y desenfado. La nota original es cuando aprovechando que Manel es físico se trata de justificar todos los actos bajo el prisma de la ciencia, cobrando una literalidad total eso de que el amor es física y química.
Todo está predestinado mediante una serie de cálculos y algoritmos, y para dejar constancia de ello la película está nutrida de apariciones de científicos que, como en un documental didáctico al igual que Adam McKay hacía en La gran apuesta para explicar la crisis financiera, explican al espectador diversas leyes de la física cuántica y demás.
Sí, todo muy original y fresco, pero que pierde su gracia a la media hora de película. Porque, reconozcámoslo, uno va al cine a divertirse, no a aprender física, y a la tercera o cuarta vez que se interrumpe la acción para que un señor nos suelte una explicación que no vamos a comprender (ni lo vamos a intentar siquiera), el cerebro empieza a desconectar del argumento, más cuando para subrayar las explicaciones Mateo Gil juega con la cámara atrás y las repeticiones de planos.
Así que sí, le reconozco cierta originalidad y frescura a la película, pero lamento decir que no me intereso demasiado, más cuando, como no podía ser de otra manera, la conclusión final tras tanta charla científica, es que todo es mentira, y que el amor está regido por el corazón, no por la ciencia.

Valoración: Cuatro sobre diez.

UN LUGAR TRANQUILO

Actor de largo bagaje, John Krasinski es conocido, sobre todo, por su personaje en la versión americana de la serie The Office, y en breve será el rostro televisivo de Jack Ryan, aunque posiblemente hasta ahora seguía siendo más conocido por estar casado con Emily Blunt que por otra cosa. Hace dos años (dejando de lado algún que otro capítulo de dicha serie) decidió dar el salto a la dirección con Los Holland, aunque ha sido con su segunda película, Un lugar tranquilo, con la que ha conquistado a público y crítica de manera irrefutable.
Un lugar tranquilo es un impecable ejercicio de terror angustiante, de esos que se cocinan a fuego lento, creando una sensación de desasosiego y mal rollo en el espectador que, inevitablemente, termina llevándose a casa al salir de la sala de cine. No estamos ante la película de miedo al uso, de esas con impactos visuales a cámara y subidas repentinas de la música, sino de ese terror inteligente y atmosférico que no busca el simple salto en la butaca del espectador, sino atemorizarlo desde sus adentros, consiguiendo que se sumerja por completo en la desgracia de los protagonistas.
Narrada casi como si de un drama se tratase, esto hace que la película no sea de bocado fácil, y aun sin ser tan difícil de valorar como otros grandes títulos del género recientes como La bruja, sí se sumerge en esa corriente donde la historia y lo que la envuelve lo es todo. De hecho, me vino constantemente a la mente esa interesante película de Trey Edward Shults llamada Llega de noche, recogiendo además momentos el Shyamalan más inspirado (Señales, por ejemplo, aunque en una versión mucho más austera)
La historia es bien sencilla: una amenaza mortal a diezmado a la humanidad, y solo el descubrimiento de que el enemigo se guía únicamente por el sonido ha permitido subsistir a los pocos supervivientes que quedan. En esas están Lee Abbott y su familia, esposa embarazada incluida, que deberán superar la pesadilla de huir constantemente en un mundo de silencio.
Eliminando con inteligencia los flashbacks que habían en la novela en la que se basa, con lo que el desconcierto aumenta acertadamente, Un lugar tranquilo es casi una película sin diálogos, donde las miradas y los gestos lo son todo, y es por ello que el trabajo del propio Krasinski y de Emily Blunt (sin desmerecer para nada el trabajo de los pequeños) es una pieza fundamental para que todo funcione a la perfección, junto con un montaje perfecto y una banda sonora de Marco Beltrami que terminan de completar la ecuación.
Quizá no todo sea perfecto, y se puedan poner pegas a una película cuyo principal enemigo es el gran hype que está provocando a su alrededor, pero si se es consciente del tipo de cine que se va a ver, nada que ver con las producciones de Jason Blum o James Wan, la satisfacción (aterradora satisfacción) está asegurada.
Casi parece un chiste que Michael Bay, el maestro de las explosiones (y que dirigió a Krasinski en 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi), esté como productor en una película donde el silencio lo es todo.

Valoración: Ocho sobre diez.

domingo, 15 de abril de 2018

PROYECTO RAMPAGE


Esta no deja lugar a dudas.
Estamos ante la adaptación de un videojuego en la que unos científicos locos manipulan genéticamente el ADN de diversos animales hasta que la cosa se les va de las manos y crean unos monstruos mutantes que lo arrasan todo.
Si están pensando ustedes que estamos ante la tontería del año, lo han adivinado.
Además, se le pueden encontrar flecos por todas partes. El guion, dentro de su absurdidad, tiene una incoherencia terrible (¿por qué unos mutan más que otros?), la historia es tan previsible como ya vista (cojan un poquito de El origen del Planeta de los Simios, mezclen el King Kong de Peter Jackson con el Godzilla de Roland Emmerich e imaginen alguna escena del Pacific Rim de Guillermo del Toro) y súmenle a un actor terrible como Jeffrey Dean Morgan haciendo exactamente los mismos tics interpretativos que si se tratase del Negan de The Walking Dead. Eso es Proyecto Rampage.
Y es cierto. Pero es, además, Dwayne Johnson derrochando todo su carisma habitual, unos bichos gigantes pegándose leches mientras destrozan Chicago y un ritmo frenético que nunca decae.
Así que sí, esta película es una tontería enorme, pero te permite pasártelo estupendamente. Es endiabladamente entretenida y los efectos especiales suficientemente cumplidores para ver una vez más una ciudad americana arrasada por los monstruos de turno y no morir en el intento.
Es curioso cómo, además, el director Brad Peyton, que ya ha trabajado con Johnson en Viaje al centro de la Tierra 2 y San Andrés, pretende diferenciarse de otras películas del montón dándole un toque de seriedad y dramatismo que funciona muy bien en su primera mitad. La primera secuencia, sin ir más lejos, es heredera del terror espacial de Alien y alrededor del tono cómico de la película hay muertes e incluso una ligera violencia que me llamaron la atención.
Luego todo se pierde en la aparatosidad del espectáculo pirotécnico, con algún momento supuestamente climático que roza el ridículo, pero como diría Alejandro González Iñárritu, “el ritmo lo es todo”. Y esta película tiene ritmo. Mucho.
Es entretenimiento puro y duro. No hay que buscarle nada más, porque es entonces cuando nos podemos sentir decepcionados. Claro que quien le pida a una película de estas características algo más… Bueno, digamos que quien falla no es el film, sino el espectador.
A cada cual lo suyo, digo yo.

Valoración: Siete sobre diez.

LA CASA TORCIDA

Cuando una cosa se pone de moda parece que no tiene freno. 
Al menos, en la industria del cine. Aunque no fuese un tremendo exitazo, Asesinato en el Orient Express funcionó lo suficientemente bien como para que se anunciara una especie de secuela, que no es más que una forma de decir que volveremos a ver a Kenneth Branagh en la piel (y el bigote) de Poirot, la más célebre creación de Agatha Christie. 
Y sin tiempo para más, hete aquí que tenemos una nueva adaptación de una obra de la señora, que últimamente parecía condenada a telefilms de sobremesa de esos que dan en Paramount uno tras otro. Y, claro, las comparaciones son odiosas.
Lo mejor de La casa torcida es que es una obra que nunca se había adaptado al cine, con lo que por lo menos se puede mantener la intriga hasta el final. Además, el director Gilles Paquet-Brenner (cuyo trabajo anterior confieso desconocer), se esfuerza por dar un cierto toque de modernidad a una ambientación muy clásica, casi vetusta.
Pero no, con un reparto muy inferior al reunido por Branagh (con Glenn Close y Terence Stamp como nombres ilustres), la película no tiene ni de lejos la espectacularidad ni la virguería visual con que el irlandés dotó a su Asesinato en el Orient Express, aparte que su Poirot derrochaba un carisma al que ni de lejos podría aspirar el personaje interpretado por Max Irons.
Sí, hay una intriga palaciega que no está mal, una crítica a la deconstrucción familiar alrededor de la carroña de la herencia y la grata sorpresa de ver a algún rostro conocido aunque ni mucho menos estelar, pero aparte de eso la película no merece ser considerada muy superior a los telefilms antes apuntados, una típica película alrededor de un asesinato en el que todos son sospechosos hasta que se descubre que el culpable es el que uno menos se espera. O a lo mejor ni eso.
Pasable para fans del misterio y los puzles, pero aburridilla para los más exigentes.


Valoración: Cinco sobre diez.

INMERSIÓN


Decir que el cine de Win Wenders hace años que ha perdido su fuelle no es ninguna novedad. Lejos quedan ya París, Texas, La noche sobre Berlín o Hasta el fin del mundo, y parecía condenado a limitarse a documentales interesantes pero que desperdiciaban su talento de antaño.
Inmersión no va a ser la película que lo devuelva a primera plana, pero tampoco me parece el descalabro que algunos han querido ver en ella. No es una mala película y tienen momentos visuales muy hermosos, amén de una gran química entre sus dos protagonistas, unos buenos Alicia Vikander y James McAvoy. El problema está en que Wenders no parece saber exactamente lo que quiere contar. O, al menos, no cómo.
La película es un drama romántico en el que dos personas aparentemente opuestas se conocen y enamoran para ver como sus caminos los separa den breve. Irónicamente, lo mismo que los une, es lo que los distancia: el agua. Ella es una biomatemátia (sea eso lo que sea) que debe hacer una peligrosa inmersión en un submarino mientras él es un espía que se infiltra en Somalia haciéndose pasar por ingeniero hidráulico. Ce hecho, la película comienza con ellos separados y es mediante flashbacks que conoceremos como nació el amor entre ellos con una hermosa villa en Normandía como idílico escenario.
La prueba de que algo falla en la película está en que a cualquiera que se le explique que por un lado tenemos las complicadas conversaciones técnicas entre arrumacos y carantoñas de la pareja, y por otro a un espía del MI5 luchando por su vida y a una investigadora en un submarino que puede suponerle una aventura mortal, lo normal sería que sintiera cierta pereza hacia la primera de las tramas. Sin embargo, el resultado final es todo lo contrario. La película solo funciona cuando están los dos juntos y el diálogo verbaliza en lugar de ser todo una metáfora con el agua como elemento de vida y muerte.
Así que no, no es un completo desastre, pero quizá los que abuchearon la película en el pasado festival de San Sebastián no anden errados del todo. Porque Wenders logra juntar las piezas para un drama interesante, pero no sabe armar luego el puzle de forma correcta. Y termina siendo todo muy pedante y aburrido.

Valoración: Cinco sobre diez.

CAMPEONES


He tardado lo mío en escribir la reseña de Campeonesy, aún con tanto tiempo para meditarla, sigo teniendo mis dudas acerca de su calidad. Y no porque no sepa valorar el trabajo de Javier Fesser y los suyos, sino porque se me hace muy difícil separar la parte artística de la sentimental.
Ciertamente, esta es una de esas películas que entran por el corazón más que por los ojos. La historia de unos discapacitados intelectuales que dan una lección de vida a un tipo malhumorado y egoísta y le enseñan lo que es importante de verdad, por encima de prejuicios e ideales preconcebidos. Noble idea que, sin embargo, está exageradamente trillada. Y más con el punto de partida de esta. Un tipo despreciable que se piensa por encima de los demás se ve obligado por un juez (jueza en este caso) a entrenar a un equipo de baloncesto como servicio social para evitar una pena mayor. Así a lo tonto se me ocurren al menos una decena de películas con esa misma base, por lo que la gracia del invento recae solamente en la peculiaridad de dicho equipo.
Algunas veces las buenas intenciones no bastan para elevar un producto, y me viene a la mente, por ejemplo, aquella peliculita tan mediocre como maravillosa que se llamaba Lo que de verdad importa. Sus valores fílmicos eran discretos, pero ¿cómo criticar un film cuya recaudación iba destinada a la fundación Aladina para ayudar a las víctimas del cáncer infantil?
Campeones está muy por encima de Lo que de verdad importa, eso es cierto, y consigue el difícil mérito de mantenerse en equilibrio sobre el filo de el humor y la parodia. No hay duda de que Fesser (que ya demostró con su espantosa adaptación en live action de Mortadelo y Filemón lo que le gusta abusar de la caricatura) pretende que nos riamos con los protagonistas, pero en más de una ocasión se tienta al espectador a que realmente lo que haga sea reírse de los protagonistas. Sutil pero importante diferencia.
Si tomamos la película como una simple comedia, debo reconocerle sus méritos. Los chicos protagonistas están tremendos, y demuestran realmente que las limitaciones que sufren sus mentes no deberían suponerle limitaciones en el mundo real, logrando unos trabajos insuperables que ya quisieran lograr muchos actores a los que el personaje interpretado por Javier Gutiérrez llamaría “normales”. Y él, como no puede ser de otra manera, está también magnífico.
Quien no me parece demasiado inspirado (o quizá ni se ha esforzado por serlo) es el propio Fesser y su colaborador David Marqués en el guion. Parecen tan centrados en todo lo que rodea al equipo de chavales que aspiran a ganar una competición deportiva que prescinden del más mínimo sentido de la verosimilitud para todo lo demás. Y sí, los chavales son la caña y te emocionas con ellos, pero ni su historia me resulta creíble (al fin y al cabo, no reflejan un grupo “real” de una asociación; no en vano han sido seleccionados entre un extensísimo casting) ni me creí en ningún omento el cambio que hace el personaje de Gutiérrez. Tal y como tampoco me creí para nada todo lo que rodea a su situación de pareja.
Así que estamos ante una película muy divertida, conmovedora en algún momento (aunque tampoco emociona como para hacer llorar a nadie, pese a que lo pretenda), y que lanza un potente mensaje por la integración social, pero que a efectos prácticos no pasa de cuento de hadas sensiblero y algo bufón.
Pero sí, el buen rollo hay que premiarlo. Y no seré yo quien lance la primera piedra.

Valoración: Seis sobre diez.

lunes, 9 de abril de 2018

JUEGO DE LADRONES. EL ATRACO PERFECTO


Cuando comienza Juego de ladrones, aparecen unos rótulos con unas escalofriantes cifras sobre la cantidad de atracos bancarios que se producen en Los Angeles, que se puede resumir en un atraco cada cuarenta y ocho minutos. Con tal premisa, era de suponer que Christian Gudegast, guionista de títulos como Diablo u Objetivo: Londres, que debuta como director con este film, buscara una película de atracos con un tono realista e incluso ahondando en el drama.
Ciertamente, Juego de ladrones rehúye de la espectacularidad estilística de películas como Ocean’s Eleven, para centrarse en una verdadera guerra entre las fuerzas del orden y las bandas de atracadores, mostrando que la línea moral que separa a ambos es muy fina y fácil de cruzar. No obstante, todas sus buenas intenciones se diluyen tras esta idea inicial, terminando por componer una película llena de tópicos que henos visto ya mil veces y que sólo se sostiene por sus escenas de acción y el carisma de un actor como Gerard Butler, que más que interpretar se limita a hacer una vez más de sí mismo, traumas de padre fracasado incluidos.
El argumento de Juego de ladrones se inicia con un salvaje tiroteo que bien podría salir de un western clásico, tan intenso como excesivamente desproporcionado. Toda una presentación de intenciones que deriva, después de dos horas y veinte minutos a todas luces innecesarias, en otro tiroteo final tan igualmente desproporcionado como absurdo. Este es el problema de la película (que pese a su interminable metraje hay que reconocer que no llega a aburrir en ningún momento), una falta de lógica tan exasperante que hay momentos en los que amenaza con caer directamente en el ridículo. Y esto, tratándose de un producto que pretende tomarse a sí mismo totalmente en serio, es un problema muy grave.
La propia duración de la película es una buena prueba de lo complicado que resulta para Gudegast hacerse con el control del ritmo, ya que por un lado la historia no da para tanto, mientras que por otro parece que le falte tiempo para desarrollar subtramas (la historia familiar del protagonista deja de tener importancia de repente) o incluso explicar bien lo que está sucediendo en pantalla (quizá es que me perdí algo, pero no me enteré mucho de lo que sucede en el momento del atraco decisivo que propicia el supuestamente inesperado desenlace).
Por ello, la película, capaz de lo mejor y lo peor, se mantiene en todo momento rozando el aprobado justo, nota que quizá alguien menos defensor del trabajo del guionista como yo podría llegar a aceptar. Sin embargo, hay demasiadas cosas que no me convencen en su trama y que, más que sacarme de la película, me llegaron incluso a molestar, algo parecido a lo que sentí con otra película igualmente absurda como Noche de venganza. Y eso no es algo que un tiroteo de media hora pueda llegar a compensar. Para colmo de males (aunque esto no es algo de lo que la propia película tenga la culpa), el título en español incluye el añadido: El atraco perfecto, que o bien debe tratarse como un spolier de lo que va a suceder o bien es una broma de mal gusto del traductor, ya que el plan que orquesta el malo de turno, interpretado por un efectivo Pablo Schreiber, es de todo menos perfecto.
Lo siento, sé que en algún lugar debe haber gustado mucho pues ya se está trabajando en la secuela, pero yo me niego a comprarla. Que se le va a hacer...

Valoración: Cuatro sobre diez.

EL JUSTICIERO

Cuando comenzó su carrera cinematográfica, de la mano de su amigo Quentin Tarantino, Eli Roth se convirtió en abanderado de un nuevo estilo de cine de terror, directo y brutal, lejos de la elegancia de su compañero de generación (saga Saw aparte) James Wan. Era la época de Cabin Fever y, sobretodo, Hostel y su secuela.
Hace ya más de doce años de eso, y el estilo de Roth se ha ido aburguesando tanto que sus últimos trabajos no solo han pasado bastante desapercibidos en taquilla, sino que incluso han tenido dificultades para tener incluso una distribución aceptable, pese a que Toc Toc, por ejemplo, contara con un Keanu Reeves resucitado para el cine gracias a su John Wick. Y que su siguiente trabajo sea una película de corte familiar como La casa del reloj en la pared no augura nada bueno para el antaño enfant terrible de Massachusetts.
Entre ambas películas se sitúa El justiciero, un remake de El justiciero de la noche, de Michael Winner, que en 1974 protagonizó Charles Bronson y que estaba inspirada, a su vez, en la novela de Brian Garfield.
Con El justiciero, Roth recupera ese cine setentero tan despojado de adornos y políticamente incorrecto que podría recordar a cualquiera de las películas que hoy en día protagoniza Liam Neeson, con Venganza y sus secuelas a la cabeza, pero con una contundencia que la hacen ligeramente más incómoda que esos espectáculos pirotécnicos de acción sin mucho sentido.
Con un recuperado Bruce Willis (que parecía condenado a apariciones secundarias en mediocres subproductos sin interés alguno) que recupera ese magnetismo que lo hizo tan grande en la década de los noventa, la gran diferencia entre El justiciero y cualquier otra película de violencia y venganza que tanto se prodigan en el cine está en la fácil identificación con el protagonista. El Paul Kersey que interpreta Willis no es un héroe de acción, sino un simple cirujano (en la película protagonizada por Bronson era arquitecto), un hombre acostumbrado a salvar vidas en lugar de arrebatarlas, que tras la brutal agresión a su familia y la aparente ineficacia de la policía para detener a los responsables, decide tomarse la justicia por su mano. Resulta curioso ver por ello a Willis esforzándose por aparentar no saber cómo enfrentarse a ese camino de violencia en el que se enrola casi sin querer, teniendo de que descubrir algo tan (aparentemente) sencillo como disparar un arma y mostrándose como un hombre de la calle, un hombre que se apoya más en su férrea voluntad que en sus aptitudes propias para salir adelante en sus respectivos enfrentamientos.
Con este ligero hilo de realidad (tampoco piense nadie que estamos ante un drama existencial, que al fin y al cabo lo que termina haciendo Kersey es algo que probablemente no sería capaz de hacer ninguno de nosotros), Roth compone una entretenida película, con ligeros toques de violencia extrema que recuerdan a su estilo desagradable de antaño (algo de gore y terror hay por aquí) y que aun manteniéndose fiel al espíritu de la película original (que tuvo cuatro secuelas) sabe modernizarlo justo para reflejar una parte de la sociedad de hoy en día, siendo los medios de comunicación y las redes sociales una parte fundamental de la trama. De hecho, el personaje de Willis, que bien podría ser una cara B del David Dunn que el propio actor interpretó en El Protegido (personaje que retomará en Glass, secuela de Múltiple), no en vano luce un look muy similar, como si Roth quisiera ofrecer una versión sucia y oscura del cine de superhéroes que triunfa en las carteleras, en una versión mucho más mundana del “héroe real” que otros títulos de semejantes intenciones como Súper o Kick-Ass.
No es El Justiciero una película deslumbrante, pero ofrece lo que promete, una historia entretenida, bien filmada, con interesantes actores de reparto, la dosis justa de violencia, y un cierto regusto a crítica social acerca del eterno debate en Estados Unidos sobre el derecho de tener armas de fuego. Todo lo relacionado con la manera en la que Kersey accede a su armamento es tan ácido como real, lo cual puede llegar a asustar más que los propios villanos de la función.
En fin, historia de violencia al uso pero que con Roth a los mandos y Willis haciendo lo que mejor sabe (aunque lo suyo le cuesta), se convierte en un recomendable producto de consumo, mucho más estimable de lo que podría parecer a simple vista.

Valoración: Siete sobre diez.