sábado, 15 de septiembre de 2018

PREDATOR

No cabe ninguna duda de que estamos en una época en la que, ya sea por la nostalgia o por la falta de ideas, el mundo del cine y la televisión mira hacia el pasado más que nunca, ya sea en forma de productos ambientados en los ochenta o haciendo directamente secuelas o reboots de títulos emblemáticos. Así, recientemente, hemos tenido secuelas de Blade Runner o reinvenciones como la de Cazafantasmas y aún está por ver qué va a pasar con el retorno de James Cameron a la franquicia de Terminator tras la poco valorada Terminator: Génesis.
Aunque el caso de Predator no sea exactamente el mismo, ya que de alguna manera la saga siempre ha estado más o menos viva, la unanimidad en destacar que el film original de John McTiernan no ha sido superado hace que esta nueva aproximación a la figura del cazador interestelar sea vista casi como una secuela directa de aquella, aunque es evidente que el film de Stephen Hopkins está en continuidad.
Llegados a tal punto, hay dos maneras de enfrentarse a la recuperación de un personaje tan icónico como difícil de tratar. Se puede hacer dese la admiración por un film y una época que ha influido en muchos realizadores que vivieron esos añorados ochenta como espectadores, como podría ser el caso de la propuesta de Robert Rodriguez que acabó derivando en la divertida aunque irregular Predators, o se puede hacer desde el conocimiento del que ha mamado desde dentro esa época dorada del cine palomitero. Shane Black no solo fue uno de los protagonistas de la Depredador original (el primero en morir, concretamente), sino que por aquel entonces se convirtió en el guionista mejor pagado gracias a sus trabajos en films ahora de culto como Arma Letal, El último boy scout o El último gran héroe. Desaparecido del panorama (no sé si cuenta como intento de resurrección en 2005 su debut en la dirección con Kiss kiss bang bang) hasta que su amigo Robert Downey Jr. lo recuperó para la infravalorada Iron Man 3 y hace unos años escribió y dirigió la genial Dos buenos tipos.
Uno de los desafíos de volver a la saga de Depredador estaba en como enriquecer su Universo sin contradecir el canon establecido, un canon al que ya se sabía que no pertenecían los dos títulos de la subsaga de Alien versus Predator, ya que las alteraciones que introdujo en su momento Paul WS Anderson ya fueron obviados por Ridley Scott y su recuperación del Universo Alien. Black, guionista talentoso donde los haya, ha sabido avanzar en la historia entre depredadores y humanos sin caer en la repetición de esquemas ni abusar de los homenajes. Que los hay, y muchos (solo por recuperar el tema musical de Alan Silvestri ya merece todo mi respeto y admiración), pero son suficientemente sutiles como para eludir la etiqueta de ser meros fan service (algo de lo que quizá deberían tomar nota en la franquicia Star Wars) y le permiten reinventar al depredador, creándole nuevas motivaciones y haciéndolo evolucionar físicamente para permitirle constituir una amenaza mayor, aunque quizá alguno pueda protestar por perder el sentido romanticismo de la cacería embutida de cierto sentido del honor que insinuaban las dos primeras películas.
Pero lo mejor y lo peor de Predator se resume, curiosamente, con la misma palabra. Fox. La productora, por un lado, ha dado suficiente manga ancha a Black para hacer lo que le ha dado la gana con el estilo visual del film, una apuesta similar a la que hicieran con Tim Miller y su Deadpool, permitiéndole hacer una película de clasificación R brutalmente sangrienta y salvaje, pero por otro, una vez terminado el film, ha querido meter mano para adecuarla a sus gustos con unos recortes y remontajes que afectan en algo al ritmo final del film, dando la sensación de que el resultado final es algo inferior a lo que podría haber sido.
Los depredadores de esta nueva película (no es spoiler avisar de que sale más de uno) molan. Son salvajes en sus acciones pero inteligentes en sus propósitos, pero Black sabe que eso no es suficiente para llenar una película que aspire a estar a la altura de la obra que encumbró a Schwarzenegger como actor, por lo que copiando en parte la jugada de Predators da el mayor protagonismo a los humanos, consiguiendo que ese grupo de soldados, unos inadaptados sociales más parecidos a una especie de Escuadrón Suicida que al comando militar del film original, a los que ha sabido dar un tratamiento y unas personalidades mucho más trabajadas que en la película de Adrien Brody, donde todos los personajes eran puros arquetipos y poco más. Por eso, el efectivo reparto de Predator ayuda a que el tono descaradamente cómico del film no chirríe
 y uno pueda llegar a entender que eso en realidad es más una gamberrada que una obra seria, siendo autoconciente de ello y logrando que el divertimento esté por encima de todo. Hay momentos de terror, desde luego, y de angustia emocional. Y mucha y muy buena acción. Pero en ningún momento pide al espectador que se tome demasiado en serio lo que está pasando en pantalla, ya que de lo contrario se verían demasiado las costuras de un guion tan brillante en su sencillez como incoherente en su lógica interna. Incluso hay escenas, como la que acontece en el interior de un instituto, que podrían recordar al tono de slasher que tuvo Alien versus Predator: Requiem, con la diferencia de que aquí sí funciona la fórmula.
Puede que, de no haber impuesto esos cambios de última hora Fox, a la película solo le faltase la frustrada aparición de Schwarzenegger (me pegunto porqué no intentaron, al menos, contar con Danny Glover), aunque no se descarta su participación en una posible secuela. De hecho, la escena final (ya aviso que no hay escena postcréditos) anticipa el deseo de seguir ampliando la franquicia (aunque que sea un guiño más de Black al cine de finales ambiguos de los ochenta o si de verdad tenga un plan en su cabeza para continuar la saga es algo que por ahora no vamos a saber), aunque mucho me temo que viendo el tono violento y casi gore de esta sumando al hecho de que en el supuesto de haber un nuevo film de Depredador este sería ya bajo la tutela de Disney, me parece poco probable. Al menos en estos términos.
Los personajes humanos, como digo, son mucho más protagonistas que los propios depredadores, por eso es interesante resaltar el elenco de actores que, pese a no contar con grandes estrellas que sirvan como reclamo, si tiene a grandes actores, reconocibles todos ellos. Desde el protagonista principal, Boyd Holbrook, visto en títulos como Logan, Caminando entre las tumbas, Perdida o Morgan, hasta la estrella con más futuro del panorama actual (que consigue que, por una vez, un personaje infantil en una película de acción no sea un lastre): Jacob Tremblay, de Oscar en La Habitación y muy brillante también en Wonder. Junto a ellos dos, otros nombres populares como Olivia Munn (Mariposa Mental en X-Men: Apocalipsis), Trevante Rhodes (de 12 valientes o Moonlight), Keegan-Michael Key (cómico de gran popularidad que ha hecho algún trabajito más serio como el de Tomorrowland), Sterling K. Brown (el N’Jobu de Black Panther), Thomas Jane (olvidable Punisher que se ha revalorizado con 1922, donde, después de La Niebla, repetía en el universo de Stephen King), Alfie Allen (odioso Theon Greyjoy de Juego de Tronos) o Yvonne Strahovski (imprescindible en las series Dexter y El cuento de la criada).
No hay duda de que, pese a todo, Predator es inferior a Depredador, lo cual no debe ser visto como un demérito. Pienso que Depredador nació de una conjugación de elementos irrepetibles que la convirtieron en un amalgama de géneros tan extraño como perfecto y será difícil (por no decir imposible) superarla. Sin embargo, debe ocupar un puesto de honor en la saga, resultando un espectáculo muy estimulante para culminar este verano marcado por Misión Imposible: fallout y Los Increíbles 2 y que debería (esperémoslo) hacer renacer la franquicia tras el frustrado intento de Nimród Antal y Robert Rodriguez que, por acontecer fuera del planeta Tierra, nos tendrán que explicar algún día si sigue en continuidad o no.
Mientras, esperemos poder volver a ver a los depredadores por este u otro planeta. Ahora la pelota está en el tejado del público... y de Disney.

Valoración: Siete sobre diez.

jueves, 13 de septiembre de 2018

LA MONJA

James Wan no para, y mientras coquetea cada vez con más determinación con el cine más comercial (tras haber hecho un Fast&Furious está a punto de estrenar Aquaman), continúa expandiendo su “Warrenverso” produciendo películas sobre personajes apuntados brevemente en las películas troncales de la saga.
Y lo hace con una sutileza y un preciosismo magistral, consiguiendo que La monja, dirigida por el excelso Corin Hardy, sea todo un espectáculo cinematográfico regado de cientos de homenajes a cual más disfrutable. Ahí están las aproximaciones a los muertos vivientes de Tom Savini, con el niño Damien y Nosferatu trasvesido de monja, la referencia al Buried de Rodrigo Cortés, las reliquias santas propias de Indiana Jones e incluso el momentazo Apocalipsis Now de la monja emergiendo del agua cual Marlon Brandon con hábitos. Y eso por no hablar de los poderes mutantes de la protagonista o del héroe que aparece siempre al rescate en el último segundo, con un chascarrillo gracioso a punto. De la escena en que la prota se asemeja a un xenomorfo escupiendo ácido por la boca no hablaré por no rozar el tema spoiler.
Lo único que le falta a esta gran película para poder disfrutarla mejor es que antes de ir a verla avisen de que se trata de una comedia. Así las risas (que no faltaron en la sala) sería más jocosas.
Aunque... me temo que me estoy confundiendo, y La monja no es ninguna comedia. Es, en realidad, de la nueva tomadura de pelo del señor Wan que, encima, tiene la caradura de firmar como coautor de la ¿historia? en una película que lo mejor que se puede decir de ella es que quizá no sea tan mala como la primera Annabelle. Quizá.
El caso es que se supone que estamos ante una película de terror, pero la verdad es que el guion es tan malo y la puesta en escena tan pobre que cuesta recordar nada que asuste en esta patochada más allá de los clásicos jumpscares, trucos baratos para hacer saltar al espectador de sus asientos y poco más.
Todo lo que sucede en pantalla es completamente ridículo, desde la construcción de personajes y sus acciones hasta las situaciones supuestamente aterradoras, con una iluminación espantosa (hay más claridad en las escenas nocturnas que en las diurnas) y en la que el único mérito es haber conseguido otorgar un aspecto tan sombrío al bonito castillo de Hunyad. Cierto es que hay momentos en los que se mantiene la tensión (nada más faltaría), que Taissa Farmiga hace lo que puede para sacar adelante su personaje (¿como habrá permitido que su hermana la meta en semejante embrollo?) y que la música de Abel Korzeniowski es magnífica, ayudando a crear una atmósfera muy clásica. Poco de lo que rascar en una propuesta muy mediocre y desfasada (¿a estas alturas seguimos jugando a lo de los crucifijos invertidos?) sobre un personaje que aterroriza mucho más en los dos minutos escasos que aparece en Expediente Warren: El caso Enfield que en la hora y media que dura esta cosa. Y de la forzada aparición de los Warren para dejar claro las vinculaciones con aquella saga, mejor no hablar...
En fin, un aburrimiento plagado de tópicos que más bien parece una autoparodia y que solo se puede llegar a disfrutar algo si no se la toma en ningún momento en serio.
Ya les digo, habría sido una buena comedia.

Valoración: Cuatro sobre diez.

viernes, 7 de septiembre de 2018

YUCATÁN

Me pareció sorprendente el giro hacia la comedia del director mallorquín Daniel Monzón después de los buenos frutos que había cosechado con thrillers como Celda 211 o El Niño, aunque saber que seguía contando con el gran Luis Tosar como cabeza de reparto me permitía mantener las expectativas ante este cambio de rumbo.
Y nunca mejo dicho, ya que el rumbo del film lo marca un transatlántico de lujo que hace que, por momentos, uno piense que está ante un publirreportaje de Pullmantur, aunque apenas arranca la acción el ritmo es tan frenético y loco que apenas hay tiempo de reparar en ello.
Yucatán es una película de estafadores muy en la línea de los Ocean de George Clooney aunque con un humor desenfrenado más propio de los Coen que de Soderberg. Por ello, aunque nos encontremos ante una nueva apuesta de comedia española, esta vez la puesta en escena es más propia de un elegante producto hollywoodiense que del estilo autoreferencial de los Apellidos vascos-catalanes, la familia española que se casa en día de partido o ese mejor verano que arranca en un pueblo rural de mala muerte.
La película se centra en el triangulo (amoroso y profesional) que conforman los personajes de Tosar, Rodrigo de la Serna y Stephanie Cayo, todos ellos soberbios, aunque la guinda del pastel se encuentra de la mano del único personaje que huye del divertimento, un magistral Joan Pera que es la verdadera alma de Yucatán al componer un personaje tierno, dolorosamente solitario (pese a ser el único de todos acompañado por su familia) y muy humano.
Como todo buen crucero vacacional, Yucatán cuenta con una serie de compañeros de viaje que entran y salen de escena, transitando por los pasillos y reforzando la trama principal, unos, o ayudando a rellenar el contexto argumental, otros. Y en este caso tampoco hay una mala decisión de casting, con la participación del monologuista Agustín Jiménez, tremendamente divertido, o la omnipresente Toni Acosta.
Con el gran Jorge Guerricaechevarría y el propio Monzón firmando el guion, la película está plagada de giros sorprendentes, sabiendo moverse con ingenio y efectividad entre la comedia romántica, las grandes estafas y la intriga, pero es en su apartado más sensible donde más consigue transmitir, ofreciendo un mensaje sobre la codicia y el amor por el dinero y brillando especialmente en el apartado musical, tanto en la composición de Roque Baños como en la elección de las canciones que decoran el film. También aquí, con las actuaciones musicales que se ofrecen en el escenario del crucero (maravillosa Cayo), Monzón muestra su dominio total.
Es difícil saber conjugar tantos géneros diferentes y no flaquear en el ritmo. Ese es el mérito principal de Monzón y el motivo por el que Yucatán es una película tan meritoria. Todo está calculado milimétricamente y funciona de maravilla, incluso cuando se recurre a momentos de slapstic algo manidos o el guion amenaza con dirigirse hacia aguas demasiado reconocibles.
Se mire por donde se mire, con sus posibles errores o carencias, Yucatán es una gran película, emocionante, divertida y tierna, y el binomio Monzón-Tosar una apuesta segura.

Valoración: Ocho sobre diez.

TEENS TITANS GO!

Hace algunos años existía una gran diferencia entre el cine de superhéroes de personajes de DC y de los de Marvel. Eran los tiempos de Nolan y, tras el fracaso de Green lantern, parecía que todo lo relacionado con DC tuviese que tener un halo de oscuridad y transcendentalismo vital, mientras que en Marvel todo era jiji y jaja. No era algo exacto, por supuesto, pero los tópicos suelen cimentarse sobre realidades y la confrontación entre ambos universos cinematográficos terminaron por definirse por esos estigmas.
En la actualidad, Marvel ha ido apostando por la seriedad de sus propuestas, principalmente de la mano de los hermanos Russo, mientras que en DC se han ido decantando por la comedia, aunque el fracaso de Liga de la Justicia les ha hecho volver a dudar del camino a seguir.
En medio de esa guerra, Deadpool, un personaje Marvel pero en manos de Fox, lo revolucionó todo, con un humor mucho más descarado que el de ningún otro personaje de comic, gamberro, deslenguado y solo para adultos. ¿Sería quizá un nuevo camino a seguir?
Tras el éxito de taquilla y crítica de La Legopelícula, siendo el personaje de Batman el más aplaudido, se podría pensar que en DC iban a apostar por la autoparodia y muchos teníamos grandes esperanzas puestas en la versión en solitario del Batman de Lego, pero no dejó de ser una nueva decepción. En Warner no terminaban de atreverse a arriesgar lo suficiente y parecían condenados a mirar a su competencia siempre por encima del hombro, con cierto complejo.
Teen Titans go! es la película que ha venido a cambiarlo todo. Heredera de la serie de televisión de Cartoon Network, estamos ante la puesta de largo de un grupo de superhéroes adolescente que, muy al estilo Deadpool, viene a reírse de todo el que se cruce en su camino. Aplaudo, por ello, la valentía que esta vez han tenido en DC de olvidarse de viejos traumas y atreverse a mirar a sus vecinos a los ojos y hacer referencias directas, desde el inevitable cameo de Stan Lee hasta las múltiples referencias y comparaciones entre el mencionado Deadpool y Slade (Deathstroke), el villano de la función.
Además, los Teen Titans, con Robin a la cabeza, desean que Hollywood se fije en ellos para una película, y esto permite a los guionistas, Michael Jelenic y Aaron Horvath, tirar piedras contra su propio tejado y burlarse sin compasión del fracaso de Green Lantern, de la escena más parodiada de Batman V. Superman o del abuso que en cine se hace de la figura del murciélago, prácticamente el único icono rentable (aparte de Wonder Woman) de la compañía en los últimos tiempos.
Teen Titans go! con un estilo muy próximo al anime, es una película desenfrenada y muy loca, dirigida al público infantil pero con suficiente mala baba como para provocar las carcajadas de todos, aunque su público objetivo es claramente el fandom del mundo del cómic.
Momentos musicales, de ligera ternura y acción desenfrenada son los ingredientes que acompañan a una aventura que apuesta sobretodo por el humor más loco y desenfrenado y que supone un rayo de luz en el sombrío panorama de Warner/DC. Teen Titans go! es, a todas luces, la película que necesitaban para demostrar que pueden hacer algo diferente y arriesgado. Y el resultado ha sido casi inmejorable, siendo la mejor película de superhéroes de DC en mucho tiempo.

Valoración: Ocho sobre diez.

ALPHA

Dirigida por Albert Hughes, que vuelve a ponerse tras las cámaras ocho años después de presentar El libro de Eli, Alpha es un relato de supervivencia ambientada hace 20.000 años, cuando un joven es dado por muerto por su tribu y debe recorrer un camino de dolor y sacrificio para poder regresar a su aldea.
Hasta hace bien poco, los perros eran considerados una especie diferente de la del lobo, pero las últimas investigaciones concluyen que ambas razas forman parte de una única especie, el canis lupus. Quizá influenciada por esos estudios, la película presenta la hipotética historia de como el lobo, un depredador salvaje, pasa a convertirse en el mejor amigo del hombre. Un cuento de hadas que, a poco que se reflexione, resulta del todo inverosímil y hasta ridículo, pero que durante la proyección puede llegar a convencer gracias a la puesta en escena de Hughes, que consigue realmente emocionar en su plasmación de imágenes de fantasía prehistórica.
Así, da la sensación de que más allá del planteamiento argumental, Hughes está más interesado en componer una bonita sucesión de imágenes que de contar una historia. Su película parece casi un remiendo de El viaje de Arlo y el periplo del protagonista (un deficiente Kodi Smit-McPhee) no llega a ser nunca suficientemente duro y peligroso como para atrapar el espectador con su sufrimiento, tal y como sí sucedía con el personaje de Leonardo DiCaprio en El renacido. Es precisamente Kodi Smit-McPhee una de las aportaciones más flojas del film, resultando su personaje mucho menos creíble que el del propio lobo-perro.
De manera que es preferible quedarse con la idea de que vamos a ver una película vacía pero muy bonita, donde hay quizá algún exceso digital y en la que se alternan escenas de increíble realismo (la recreación de los paisajes de la época es espectacular) con otras de irreal colorido (el plano que cierra el film, muy a lo Zack Snyder, es un buen ejemplo de ello), que insinúan un poco de postureo visual por parte del director pero que al menos hacen muy agradable el visionado de la película.

Valoración: Seis sobre diez.

LOS FUTBOLÍSIMOS

Confieso que poco sabía de este proyecto la primera vez que vi el cartel de Los Futbolísimos, y que la pereza que me generaba era enorme, aunque el toque de misterio juvenil que tenía el tráiler comenzó a picar mi curiosidad.
La base de la película hay que buscarla en una saga de novelas de Roberto Santiago, guionista y director de cine enamorado del fútbol que en la obra El misterio de los árbitro dormidos presentaba al equipo de fútbol infantil de Soto Alto combinando los desafíos deportivos con las aventuras de los chavales para desentrañar los más extraños misterios. Algo muy en la línea de detectives adolescentes como Los Cinco de Enid Blyton o Los Hollister de Andrew E. Svenson, aunque la versión fílmica parece más influenciada por las adaptaciones de las aventuras de Zipi y Zape: El club de la canica y La isla del Capitán.
Dirigida por Miguel Ángel Lamata, la película funciona con bastante corrección, resultando un entrañable ejercicio nostálgico para los adultos y una emocionante aventura para los más pequeños, por más que su excesiva duración pueda restar interés al conjunto total. No es, sin embargo, una película demasiado ambiciosa, pues carece de la garra necesaria para sorprender y no arriesga en exceso, apoyándose en unos clichés bastante previsibles (el primer beso, el partido que se gana en el último minuto, la caracterización de personajes...), sin atreverse nunca a abandonar campo conocido, pero aún así resulta un entretenimiento refrescante y muy adecuado para ver en familia.
No hay ningún rostro conocido entre los protagonistas, cosa bastante lógica al tratare de niños, pero sí que se agradece la presencia de alguna figura de renombre entre el elenco de adultos, en especial esa pareja formada por un brillante y contenido Joaquín reyes y la desatada Carmen Ruíz, sin que falte la últimamente omnipresente Toni Acosta, a la que hemos podido ver en lo que va de año en Sin rodeos, El mejor verano de mi vida y Yucatán.
Un elemento que me desconcertó fue su ambientación temporal, ya que Lamata pretende trasladarnos a esos años ochenta tan propios de Stranger Things, con chavales yendo en bici y utilizando walkie talkies (no parece que ninguno tenga móvil propio, y hasta los mensajes que recibe el protagonista para conocer las reuniones del equipo son a través del ordenador de su hermano), a la vez que utilizando drones y haciendo búsquedas por Internet.
Pese a algún momento absurdo e inverosímil y a la comodidad buscada por Lamata en su adaptación, la película funciona bastante bien y augura, teniendo en cuenta que las novelas van ya por la treceava entrega, una fructífera saga cinematográfica.

Valoración: Seis sobre diez.

¿QUIÉN ESTÁ MATANDO A LOS MOÑECOS?

Pese a lo delirante (y horrible) que pueda parecer el título en español de The Happytime Murders, la campaña publicitaria que pretende atraer a los jóvenes “milenials” al cine gracias al uso del término “moñeco” y al uso de David Troncano como doblador de diversos personajes del film es, posiblemente, una de las ideas más aplaudibles de todo el film. Ese ¿Quien está matando a los moñecos? ayuda, además, a dejar las cosas claras desde el principio, y trae a la memoria del espectador a la maravillosa ¿Quién engañó a Roger Rabitt? de Robert Zemeckis. Porque sí, la película que dirige Brian Henson, hijo del mítico creador de los Muppets (Los Teleñecos para nosotros), está muy vinculada a aquella obra maestra que fusionaba animación con imagen real y que funcionaba también como cine negro de calidad.

¿Las diferencias? Notables. Mientras en aquella película el tono provocativo y sensual pero para todos los públicos se podía resumir en dos frases de la exuberante Jessica Rabbit como: “¿Llevas un conejo en el bolsillo o es que te alegras de verme?” y la eterna “No es que sea mala, es que me han dibujado así”, la “sutileza” para casi ningún público de ¿Quién está matando a los moñecos? se centra en perlas como la que le suelta un teleñeco yonqui a la protagonista: “por cincuenta céntimos te chupo la polla”. ¿Hace falta más ejemplos?
A nivel argumental, nada nuevo bajo el sol. Una buddy movie de tono noir en toda regla que finge tener un subtéxto racial como pasara con esa otra patochada que era Bright, de David Ayer, aunando a un humano con un orco. Posiblemente, en este sentido, el mejor referente de mezcla racial (y vamos a olvidar las películas de poli con perro propias de los videoclubs de los noventa), aparte de la de Roger Rabbit, sea la Zootrópolis de Disney, que unía en un caso de asesinato a un zorro y una coneja con unos subterfugios mucho más adultos de lo que se puede apreciar en una primera lectura rápida. Sin embargo, en el fondo, el argumento no es más que una burda excusa para concadenar una serie de gags cafres y de mal gusto que harán las delicias de los amantes de la escatología más burda pero que insulta directamente la inteligencia de un público mínimamente exigente.
Naturalmente, la saturación de gags estúpidos y banales terminan por provocar alguna que otra carcajada, y es imposible no encontrarse con algún momento realmente divertido en medio de todo este esperpento, pero lo cierto es que la historia de un mundo en el que, sin más explicación, interactúan humanos y muñecos de trapo, con chistes de sexo a cascoporro, tampoco es que de para más, y lo que más se lamenta es lo desaprovechada que queda la supuesta coprotagonista humana, una Melissa McCarthy que por más que se esfuerce no encuentra espacio en un guion marrullero para lucir lo más mínimo su demostrada bis cómica. Y eso por no hablar de algunos secundarios vistos y no vistos, como Elizabeth Banks, Joel McHale o Maya Rudolph, que posiblemente estén preguntando todavía a sus representantes que extraña broma les han querido gastar.
Pero el colmo es, una vez más, la cobardía. Han querido hacer una película grotesca y deslenguada, buscando la polémica y la grosería, pero al final han terminado quedándose cortos. Apenas alcanzada la hora de metraje los trucos ya no funcionan y todo es una repetición del mismo esquema, y aunque se la pueda considerar polémica y transgresora (pobre de aquel padre que haya llevado a su niño a ver esto pensando que era una peli de Los Teleñecos convencional), no llega a serlo tanto como ellos mismos se piensan, quedando muy por debajo de otra salvajada con similares intenciones como fue La Fiesta de las Salchichas que, al menos, era capaz de satisfacer a su target particular.
En fin, una pérdida de tiempo que podrá entretener aunque sin entusiasmar a un público objetivo pero que solo supone una sucesión de tontadas algo irreverentes a ojos del resto. Tan justita que no alcanza ni como pasatiempo ocasional.

Valoración: Cuatro sobre diez.