Aunque
Shane Black debutó como director en 2005 con Kiss Kiss bang bang, no fue hasta ocho años después, con su segunda
película, cuando su nombre comenzó a ser conocido para el gran público, gracias
a que su Iron Man 3, pese a las
críticas, es la película individual de Marvel más taquillera, superando la
meritoria barrera de los mil millones de recaudación. Sin embargo, dentro del
mundillo ya era de sobras conocido por su faceta de guionista, y a él se deben
títulos tan recordados como Arma Letal,
Una pandilla alucinante, El último boy scout o El último gran héroe, películas que lo consagraron
como el guionista mejor pagado de su época.
Ahora,
en una segunda juventud (tiene en marcha dos interesantes proyectos: Doc Savage y una nueva película de Depredador) gracias al Vengador dorado,
Black nos ofrece su nuevo trabajo como director y guionista (en colaboración
con Anthony Bagarozzi), una tronchante y emocionante película que es a la vez
deudora y homenajeadora a la época en la que Black se convirtió en leyenda,
unos crepusculares ochenta (y principios de los noventa) donde las buddy movies
estaban (en parte gracias a él mismo) muy de moda. Aunque, quizá para
disimular, Black ha decidido ambientar Dos tipos buenos en los setenta, reflejando esos años con más sencillez aunque
mayor efectividad también a como lo hiciera David O. Russell en La gran estafa americana.
Dos
tipos buenos cuenta la historia de Jackson Hearly y Holland March, un matón de
poca monta y un detective fracasado que deben trabajar juntos cuando sus
caminos se entrecruzan debido a un caso aparentemente sin importancia que va
complicándose de manera gradual, amenazando con salpicar al sector del automóvil
(¿referencias veladas al reciente escándalo conocido como el dieselgate de Volkswagen?),
la industria del porno o al propio gobierno americano.
En
todo caso, el proceso de investigación puede llegar a ser lo de menos cuando la
química entre los protagonistas es tan buena como la que se da entre Russell
Crowe y Ryan Gosling. Ambos actores están en estado de gracia y demuestran una
vis cómica poco frecuenten en el caso del primero y especialmente notable en el
del segundo, acostumbrados como nos tenía a su habitual cara de palo.
Con
un humor loco y desenfadado que no enturbia para nada una acción trepidante, Dos tipos buenos es toda una delicia
para los sentidos, con un aroma naiff que nos evoca a ese cine de antaño que
nunca será olvidado pero que quizá no tenga cabida en nuestra sociedad actual
(y de ello la poca repercusión que la película está teniendo en taquilla).
Quizá el problema sea que está tan orientada al público que creció con el cine
de Schwarzenegger y Willis que quizá no interese demasiado a los jóvenes de hoy
en día, que son los que se supone deben llenar las salas del cine. No me parece
casual que entre los secundarios aparezcan los rostros de Ty Simpkins (en el
prólogo que presenta la película, que aunque no había nacido en la época a la
que me estoy refiriendo sí fue el chaval protagonista de Jurassic World, que jugaba en la
misma onda nostálgica) o Kim Basinger, referente femenino por aquellos
tiempos.
Y
no puedo dejar de destacar la presencia de Angourie Rice, el descubrimiento de
la película, una chiquilla de apenas quince años que interpreta a la hija de
Gosling y se eleva como el tercer pilar del film, amenazando con convertir a la
pareja clásica de las buddy movies en un trío y logrando conformar un personaje
infantil que, en lugar de molestar, como suele suceder en estos casos, aporta
un aliciente más a la trama.
Pese
a estar anclada en el pasado, Dos buenos tipos es una comedia de acción fresca,
divertida y muy bien filmada, una joyita que merece una oportunidad y que
confirman que Black todavía tiene mucho que decir en Hollywood, logrando
sobretodo que el choque entre dos grandes actores tan diferentes como Gosling y
Crowe fluya con una naturalidad que (si la taquilla lo permite) está pidiendo a
gritos una secuela.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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