lunes, 14 de octubre de 2013

ZIPI Y ZAPE Y EL CLUB DE LA CANICA (6d10)

No resulta fácil entrar a valorar esta película, ya que son muchos los criterios diferentes que podemos seguir dependiendo de nuestra edad y expectativas. 
Si somos –como es mi caso- de los que nacieron a principios de los setenta y nos dejamos seducir por el título, seguramente esperaremos ver en la pantalla grande una recreación de esos gemelos revoltosos y de buen corazón que creó Escobar que competía con el humor absurdo de Mortadelo y Filemón en los tebeos de nuestra infancia, historias amenas y divertidas con un tono costumbrista que difícilmente tendría cabida en la España de hoy (de hecho se ha tratado de mantener la publicación en quioscos tras la muerte de su autor, pasando de forma totalmente desapercibida para las nuevas generaciones). Si ese es nuestro caso, la película nos resultará una terrible estafa. Porque, sin ningún tipo de duda, ni estos chicos son Zipi y Zape (ni siquiera son gemelos, ¡por amor de Dios!) ni vamos a poder identificarnos con su mundo (no esperen ver por aquí a don Pantuflo Zapatilla mandándolos al cuarto de los ratones, a doña Jaimita sacudiéndolos con el atizador de alfombras, ni están tampoco Don Minervo, Sapientín o los Plomez). En el extremo opuesto a la excesiva La gran aventura de Mortadelo y Filemón, de Javier Fesser, aquí Zipi y Zape son un mero reclamo publicitario tan válido como si hubiesen comprado en su lugar los derechos de las novelas de Los Cinco de Enid Blyton o cualquier otro icono nostálgico de hace treinta años, en una maniobra posiblemente fallida ya que el público al que puedan atraer con semejante artimaña saldrá de la sala tan decepcionado como enfadado, y en cuyo caso la valoración final de la película apenas alcanzaría para puntuarla con un uno (y sólo por el detalle de que, con la excusa del internado, se mantiene algo de fidelidad con el colorido de los uniformes). Incluso comienza la película mostrándonos las páginas de un libro con los personajes dibujados y estos no tienen nada que ver con los dibujos de José Escobar.
Hablando de tebeos, en la Marvel tienen una colección de comics llamada What if, cuya única premisa argumental es presentar una historia fuera de la continuidad oficial con un condicionante. ¿Y si el tío Ben de Spiderman no hubiese muerto? ¿Y si al recibir sus poderes los Cuatro Fantásticos hubiesen decidido ser villanos? Cosas así.
Hagamos un experimento. Con esa serie en mente, imaginemos que esta película se hubiese titulado: “¿Y si Los Goonies hubiesen estudiado en un Hogwarts regido por un Snape nazi?” Con esta premisa y recordando siempre que en realidad la película va dirigida a un público infantil que ni saben ni les importa quién fue el Escobar ese, la película puede verse ya con otros ojos, descubriendo entonces un interesante producto de aventuras con capacidad de sorprender a lo largo del metraje en el que un grupo de chicos (marginales) se alían para vengarse por las noches de los abusos a los que los profesores y guardias de un internado (encabezados por su déspota director) someten durante el día. Y hete aquí que en una de esas escaramuzas nocturnas se encuentras de bruces con un gran misterio.
Descaradamente influenciada por Harry Potter (triángulo amoroso con ataque de celos incluido), la película de Oskar Santos supone un refrescante divertimento para los más pequeños, que no acusarán las limitadas actuaciones de Daniel Cerezo y Raúl Rivas en los roles protagonistas, aunque puede pecar de tópica e ingenua para mentes más maduras, aunque si son ustedes capaces de rescatar al niño que todos llevamos dentro es una buena propuesta para dejarse llevar y disfrutar de misterios y aventuras sin muchas pretensiones.
Quizá lo que más se eche en falta sea un antagonista a la altura, aun acompañante al gran villano (magistralmente interpretado por Javier Gutiérrez), vamos, un Sloth, para que me entiendan, ya que ni el celador interpretado por Christian Mulas ni la versión castiza de Draco Malfoy parecen suficiente.
No está a la altura de Los Goonies, por supuesto, pero ¿quién pretende estar a la altura de Richard Donner?

Perdidos en medio de la cartelera de otoño (donde se fusionan los últimos retazos del cine palomitero veraniego y las primeras apuestas de cara a los próximos Oscars), Zipi y Zape y el Club de la Canica es, como si de un tebeo se tratase, la hoja de los pasatiempos.

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