No
resulta fácil entrar a valorar esta película, ya que son muchos los criterios
diferentes que podemos seguir dependiendo de nuestra edad y expectativas.
Si
somos –como es mi caso- de los que nacieron a principios de los setenta y nos
dejamos seducir por el título, seguramente esperaremos ver en la pantalla grande
una recreación de esos gemelos revoltosos y de buen corazón que creó Escobar que
competía con el humor absurdo de Mortadelo y Filemón en los tebeos de nuestra
infancia, historias amenas y divertidas con un tono costumbrista que difícilmente
tendría cabida en la España de hoy (de hecho se ha tratado de mantener la
publicación en quioscos tras la muerte de su autor, pasando de forma totalmente
desapercibida para las nuevas generaciones). Si ese es nuestro caso, la
película nos resultará una terrible estafa. Porque, sin ningún tipo de duda, ni
estos chicos son Zipi y Zape (ni siquiera son gemelos, ¡por amor de Dios!) ni
vamos a poder identificarnos con su mundo (no esperen ver por aquí a don
Pantuflo Zapatilla mandándolos al cuarto de los ratones, a doña Jaimita
sacudiéndolos con el atizador de alfombras, ni están tampoco Don Minervo,
Sapientín o los Plomez). En el extremo opuesto a la excesiva La gran aventura de Mortadelo y Filemón,
de Javier Fesser, aquí Zipi y Zape son un mero reclamo publicitario tan válido
como si hubiesen comprado en su lugar los derechos de las novelas de Los Cinco de Enid Blyton o cualquier
otro icono nostálgico de hace treinta años, en una maniobra posiblemente
fallida ya que el público al que puedan atraer con semejante artimaña saldrá de
la sala tan decepcionado como enfadado, y en cuyo caso la valoración final de
la película apenas alcanzaría para puntuarla con un uno (y sólo por el detalle
de que, con la excusa del internado, se mantiene algo de fidelidad con el
colorido de los uniformes). Incluso comienza la película mostrándonos las páginas de un libro con los personajes dibujados y estos no tienen nada que ver con los dibujos de José Escobar.
Hablando
de tebeos, en la Marvel tienen una colección de comics llamada What if, cuya única premisa argumental
es presentar una historia fuera de la continuidad oficial con un condicionante.
¿Y si el tío Ben de Spiderman no hubiese muerto? ¿Y si al recibir sus poderes
los Cuatro Fantásticos hubiesen decidido ser villanos? Cosas así.
Hagamos
un experimento. Con esa serie en mente, imaginemos que esta película se hubiese
titulado: “¿Y si Los Goonies hubiesen
estudiado en un Hogwarts regido por un Snape nazi?” Con esta premisa y
recordando siempre que en realidad la película va dirigida a un público
infantil que ni saben ni les importa quién fue el Escobar ese, la película
puede verse ya con otros ojos, descubriendo entonces un interesante producto de
aventuras con capacidad de sorprender a lo largo del metraje en el que un grupo
de chicos (marginales) se alían para vengarse por las noches de los abusos a
los que los profesores y guardias de un internado (encabezados por su déspota
director) someten durante el día. Y hete aquí que en una de esas escaramuzas
nocturnas se encuentras de bruces con un gran misterio.
Descaradamente
influenciada por Harry Potter (triángulo amoroso con ataque de celos incluido),
la película de Oskar Santos supone un refrescante divertimento para los más
pequeños, que no acusarán las limitadas actuaciones de Daniel Cerezo y Raúl
Rivas en los roles protagonistas, aunque puede pecar de tópica e ingenua para
mentes más maduras, aunque si son ustedes capaces de rescatar al niño que todos
llevamos dentro es una buena propuesta para dejarse llevar y disfrutar de
misterios y aventuras sin muchas pretensiones.
Quizá
lo que más se eche en falta sea un antagonista a la altura, aun acompañante al
gran villano (magistralmente interpretado por Javier Gutiérrez), vamos, un Sloth,
para que me entiendan, ya que ni el celador interpretado por Christian Mulas ni
la versión castiza de Draco Malfoy parecen suficiente.
No
está a la altura de Los Goonies, por
supuesto, pero ¿quién pretende estar a la altura de Richard Donner?
Perdidos
en medio de la cartelera de otoño (donde se fusionan los últimos retazos del
cine palomitero veraniego y las primeras apuestas de cara a los próximos Oscars),
Zipi y Zape y el Club de la Canica
es, como si de un tebeo se tratase, la hoja de los pasatiempos.
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