Si
nos dicen que estamos ante una película española con reparto internacional y
filmada en inglés, que es un thriller angustiante y relativamente claustrofóbico
y que cuenta en su ficha técnica con Rodrigo Cortés, es difícil no pensar en la
magnífica Buried. Sin embargo, con
Cortés (aquí solo productor) cediendo la silla de director a Eugenio Mira (cuyo
debut en Agnosia ya fue más bien
flojito), la película que protagoniza Elijah Wood pierde en todas las
comparaciones, resultando tristemente decepcionante.
A
priori, el argumento es seductor: un pianista retirado desde hace cinco años
por culpa del miedo al fracaso (falló estrepitosamente en su último concierto)
vuelve a los escenarios ante una sala abarrotada y todos los focos centrados en
él. Pero apenas comienza a tocar alguien lo amenaza a él y a su esposa,
asegurando que los matará sin contemplaciones en caso de que falle una sola
nota de la pieza más difícil de todo el repertorio (evidentemente, la misma con
la que erró hace cinco años).
Una
historia interesante no solo por su propio argumento como por el desafío de
saber cómo puede trasladarse con eficacia a la gran pantalla (esa era
precisamente la premisa más interesante de la mencionada Buried). Y la respuesta es sencilla, no se puede. Quizá habría
funcionado como un episodio televisivo en aquellas añoradas series de intriga
del estilo Alfred Hitchcock presenta…,
pero la cosa no da para un largometraje entero, por mucho que dure apenas 88
minutos, incluyendo unos largos títulos de crédito, y que haya muchos momentos
en que el guion es sustituido por Wood tocando el piano sin más (una delicia
para los amantes de la música sinfónica, pero aquí de lo que se trata es de
cine), por mucho que Mira quiera disfrazarse de artista con espectaculares
movimientos de cámara que si bien convencen al principio terminan abusando
tanto del traveling que se convierten en algo pedantes.
Dos
son los lastres principales de la película. Por un lado, despojada ya de la
paja que conforma su premisa argumental, la historia es una soberana tontería.
Y sin duda tanto Mira como el guionista, Damien Chazelle (un tipo que tan solo
puede ¿presumir? de haber escrito la historia en la que se basa El último exorcismo 2) son conscientes
de ello, pues para evitar que se descubran los cientos de agujeros de la trama
y adivinemos de antemano los escasos giros de guion optan por no contar apenas
nada de lo que sucede. No es que sea necesario para entender la historia (en la
vida real también pasan cosas sin que nos den un motivo o una explicación),
pero en lugar de ser un convite a la reflexión muestra más bien la falta de
ideas de los creadores que debían pensar que mantener a Wood atado a un
escenario (lo cual tampoco es totalmente cierto) durante todo el metraje sería
suficiente para justificar la existencia de esta película.
El
segundo problema radica en su escasa verosimilitud. No soy un amante de la
música clásica y, por descontado, no tengo ni idea de tocar el piano, por lo
que no voy a poner en duda lo que se ve en pantalla. Pero no me lo creo. Y como
doy por descontado que la gran mayoría del público objetivo tampoco son
consumados pianistas, tampoco ellos se creerán que sea posible tocar el piano
en el estado de ansiedad del protagonista mientras mantiene una conversación
con el villano, escribe mensajes de móvil y pasea la mirada por los palcos
tratando de distinguir la amenaza. Quizá sí que sea posible y haya un buen
trabajo de documentación, pero en tal caso aconsejo a Mira y Chazelle (y a
Cortés, de paso, que ha permitido que su nombre sea usado como reclamo
publicitario, por lo que merece ser salpicado por la culpa) que se lean el magnífico
libro de William Goldman Las aventuras de
un guionista en Hollywood. Quizá así aprendan la diferencia entre realidad
y verosimilitud.
En
cuanto al reparto Elijah Wood es en gran protagonista de la función (junto al
piano, por supuesto), en un nuevo intento (que me recuerda al caso de Daniel
Radcliffe y Harry Potter) de
refugiarse en el terror más intimista para librarse de la alargada sombra de
Frodo Bolson, y cumpliendo sin problemas con las dificultades de su personaje.
A su alrededor destacan unos correctos Alex Winter (desaparecido tras compartir
protagonismo con Keanu Reeves en Las alucinantes
aventuras de Bill y Ted y El viaje alucinante
de Bill y Ted, hace ya muuuuchos años), Don McManus y Kerry Bishé, aparte
de una breve presencia de Dee Wallace (actriz a la que recordaremos por E.T., Critters, Aullidos o Cujo -¡ah, aquellos añorados 80’!-). Y
por cierto, un aviso a los que quizá vayan al cine atraídos por la participación
de John Cusack en este film: vayan a verla en versión original. Es la mejor
manera que tendrán de disfrutar de este actor, ya que su presencia física es
tan breve como estúpida.
En
fin, una película decepcionante, aburrida y fallida que proponía un desafío y
termina sin ideas. Espero que Cortés se dedique mejor a producir que a dirigir,
que Mira se lo plantee mucho antes de volver a dirigir y que Wood tenga más
suerte en su próxima aventura española, Open
Windows, de Nacho Vigalondo.
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