Puede
que no sea una definición muy académica, pero personalmente considero película
de cine todo aquel producto que ha sido estrenado en una sala comercial, es
decir, todas las películas que no son consideradas X (y no es este el foro adecuado
para recordar la absurda polémica que provocó hace unos años la ministra de
cultura con la prohibición del estreno de una de las partes de la saga Saw) o destinadas directamente al circuito
televisivo o, incluso, a su visionado directo en la red o en venta en DVD (por
desgracia vamos a tener que ir olvidándonos del concepto de películas de
videoclub).
Digo
esto porque al comenzar el visionado de Prisioneros uno tiene una sensación similar
al principio de la recomendable El mensajero, como si de un domingo por la
tarde se tratase y estuviésemos acomodados en el sillón de casa viendo que
telefilm nos ofrece la cadena de turno. Así que lo primero que se piensa es: ¿qué
pinta Hugh Jackman (lo mismo que decíamos en el otro ejemplo con Dwayne
Johnson) en un drama de sobremesa?
Y
es que el arranque no puede ser más tópico: Dos familias felices son truncadas
cuando alguien secuestra a las respectivas niñas y, ante la aparente ineficacia
de la policía, el padre de una de ellas decide actuar por su cuenta. Vamos,
otra vuelta de tuerca al ya clásico “padre coraje”.
Hay,
sin embargo, algunos detalles que nos indican que no estamos ante un telefilm
al uso. Para empezar, el reparto, encabezado por un magnífico Hugh Jackman que
cada dos por tres nos recuerda que hay vida más allá de Lobezno (aunque todos sabemos, él incluido, que nunca se librará
del estigma del mutante) y acompañado por unos más que correctos Jake
Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo y Paul Dano,
todos nombres reconocibles que brillan con luz propia y conforman el primer
punto de interés del film.
El
segundo punto en que debemos fijar nuestra atención es en el director, Denis
Villeneuve, que ya fue nominado al Oscar por Incendius y que en breve volverá a remover nuestras consciencias
con Enemy, de nuevo con Gyllenhaal en
el reparto.
Pero
el plato fuerte de la película es, no ya su historia (el lema es directo:
¿hasta dónde llegaría un padre por salvar a su hija?) sino el desarrollo de la
misma. Partiendo como un thriller clásico y hasta cierto punto tópico la trama
va introduciéndose en un terreno pantanoso y enfermizo plagada de decisiones
difíciles aunque comprensibles y de escenas incómodas de ver, con giros de
guion constantes (algunos más previsibles que otros) aunque siempre
inteligentes pero que no lastran el resultado final, como sucede con otras
películas de estas características, pues al final descubrimos que, por encima
de saber dónde o cómo están las niñas, esta es una película de personajes, de
enfrentamientos entre carácteres, de desesperación y de sacrificio.
Con
una estética visual brillante, la película nos sumerge en una angustiante carrera
contrarreloj en la que su principal virtud es la facilidad con la que el
espectador consigue identificarse no ya con el protagonista sino con cualquiera
de los personajes principales, ya sea un torturador, un supuesto asesino de
niñas o un padre atormentado con serios
problemas de conciencia.
Así
que no, definitivamente, no es un telefilm. Es la demostración de que una
historia desgraciadamente demasiado cotidiana puede resultar en una gran
película. Y tan dura que por momentos ni siquiera parece americana. Aunque lo
es.
De
ahí su final.
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