Estamos
de enhorabuena. Por fin ha pasado el verano. Se olvida uno del calor, los
escaparates de pueblan de calabazas y murciélagos y las rebajas dejan paso a
los primeros arrebatos de las compras navideñas. Y en cine, tonterías estivales
como El hombre de Acero, Pacific Rin o El llanero Solitario dejan paso a aquellas películas con serias
aspiraciones a llenar sus vitrinas con los premios más prestigiosos del séptimo
arte. Si la semana pasada la visualmente impresionante Gravity hacía el disparo de salida, es ahora turno de El mayordomo, una de las sorpresas de la
temporada en los USA a la vez que una sencilla y entrañable historia río sobre
un hombre negro que pasó más de veinte años trabajando para la Casa Blanca.
Cecil
Gaines nació en una hacienda del sur donde estaba destinado a trabajar en los
campos de algodón. Allí vio morir a su padre a manos de su patrón y enloquecer
a su maltratada y violada madre, así que tan pronto tuvo edad de valerse por sí
mismo salió por piernas de ese lugar y emigró al norte, donde aprendió a ser un
“negro doméstico” con tanta eficacia que llegó a ser el mayordomo del mismísimo
presidente de los Estados Unidos.
Bajo
esta premisa, que se inspira en la verdadera historia de Gaines, Lee Daniels se
embarca en una aventura que, lejos de pretender ser un biopic al uso, es un
fiel retrato de la sociedad americana de final de siglo. Mientras se nos
explica el conflicto familiar de Gaines, tan centrado en su papel de mayordomo
que a menudo olvida que tiene una esposa y dos hijos, el verdadero trasfondo
del film es el racismo que imperó (y se mantiene aún en demasiadas poblaciones
americanas) en un país que era la tierra de las oportunidades dependiendo del
color de piel de cada uno. Mientras los presidentes vienen y van por la vida de
Gaines (con breves pinceladas de cada uno de ellos), el verdadero conflicto lo
mantiene con su hijo mayor, pacífico revolucionario fiel a Luther King al
principio y activista de los Panteras Negras de Malcolm X más adelante, en una
reflexión sobre la oscuridad que hay en el alma humana que facilita que
víctimas y verdugos intercambien roles a la menor ocasión.
Es
aventurado a estas alturas pronosticar el Oscar para Forest Whitaker, aunque no
me cabe duda de que se hallará entre los nominados, pues encabeza con firmeza
un espectacular reparto donde todos rayan a buen nivel (incluso el
habitualmente inexpresivo James Marsden), aunque tengan un tiempo demasiado
limitado para destacar. Solo Oprah Winfrey dispone del protagonismo necesario
para lucirse a la altura de su marido en la ficción, aunque personalmente
encuentro que la presentadora es de lo peor del film, con una plasticidad en su
rostro que resulta incluso incómoda de contemplar y que sólo convence en el
(esperado) arrebato de furia cerca del final de la película. Así, por el
Despacho Oval de la Casa Blanca (que por una vez consigue terminar una película
intacta), desfilan Robin Williams como Eisenhower, Liev Schreiber como Johnson,
James Marsden como Kennedy, John Cusack como Nixon y Alan Rickman y Jane Fonda
como Ronald y Nancy Reagan, además de contar también con las interpretaciones
de David Banner y David Oyelowo como los hijos de Gaines y las apariciones de
Mariah Carey, Vanessa Redgrave, Terrence Howard, Cuba Gooding Jr., Lenny
Kravitz y un largo etcétera.
Una
vez más, el punto débil de la película es lo mucho que quiere abarcar en tan
reducido tiempo, lo que dificulta que los menos conocedores de la historia
contemporánea americana puedan perderse entre los recovecos de todo lo que
sucede, en ocasiones apenas insinuado. Los problemas de Nixon con el watergate,
el asesinato de Kennedy, la postura de Regan ante el apartheid , las
diferencias de actitud entre Martin Luther King y Malcolm X… Todo está ahí,
pero no siempre es fácil verlo y, mucho menos, reconocerlo.
Con
todo, Daniels consigue que en ningún momento decaiga el interés tanto por lo
que está sucediendo por todo el país (aterra pensar que actuaciones tan
terribles contra la raza negra se dieran hace tan poco tiempo) como por la
crisis en el matrimonio entre Cecil y Gloria, a la par que vamos aprendiendo cómo
funciona el interior de la Casa Blanca, empleando con sabiduría el montaje
paralelo en no pocas ocasiones y aderezándolo todo con una muy acertada banda
sonora.
Quizá
no sea tan redonda como para definirla como una lección de cine (o ni siquiera
una lección de historia), pero se le acerca. Y Whitaker está, una vez más, de
Oscar.
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