sábado, 28 de septiembre de 2019

AD ASTRA

Después de que falta de presupuesto y, sobre todo, la falta de aparentes beneficios, provocara que el hombre dejara de mirar hacia las estrellas, parece que en los últimos años la carrera espacial se ha vuelto a reavivar. Y como el cine no deja de ser un reflejo de la realidad, algo similar ocurre en las pantallas, que después de que, salvo honrosas excepciones casi independientes, el género galáctico se relacionara solo con las Space Operas y similares, Gravity volvió a dignificar el género, provocando que prácticamente cada año desde entonces hayamos tenido una aproximación más o menos seria al tema, ya sea con InterstellarMarte o la Ad Astra que nos ocupa ahora (dejo fuera de esta lista fantasías más livianas como Life Passengers).
De hecho, casi se podría decir que Ad Astra es una extraña mezcla de esas tres películas con toques inevitables de 2001: Odisea en el espacio, la gran precursora de la Ciencia Ficción más sesuda y reflexiva. Y es quizá en su ambición de tocar tantos palos en lo que la película falla, siendo una pieza sublime en algunos momentos, pero irritantemente tediosa en otros.
Dirigida por James Gray, la trama tiene muchos paralelismos con la de su anterior película, Z, la ciudad perdida, siendo el personaje de Brad Pitt (que estuvo a punto de quedarse con el papel que luego interpretaría Charlie Hunnam) una versión del propio explorador del Amazonas, pero en un hábitat diferente. Es, por lo tanto, una película intimista, de introspección interior, tal y como aspiraba a ser Interstellar, ya que narra la historia de un astronauta que viaja a lo más recóndito del espacio en busca de un científico desaparecido hace veinte años y al que daban por muerto, pero es, a la vez, un viaje interior en busca de un padre al que nunca llegó a conocer de verdad y cuyas heridas por su abandono continúan abiertas. 
Al final, sin embargo, las asociaciones con el clásico de Kubrick son más de ambientación que de profundidad, ya que Gray apenas araña la superficie de ese viaje interior, con un abuso de la voz en off, por cierto, renunciando a hacer realmente una fábula pseudo filosófica o excesivamente trascendental. Por ello, acompañando a la narrativa del viaje, el guion se compone de varios elementos del cine de aventuras puro y duro (de ahí mi semejanza con el film de Ridley Scott con un punto de partida tan apocalíptico que incluso podría llegar a recordar al Armagedón de Michael Bay. En la película hay persecuciones, tiroteos y múltiples escenas de acción, pero hay una obsesión por no salirse de un realismo tan puro (y ahí justifico haberla comparado a Gravity) que se pierde gran parte de la espectacularidad de esas acciones. No se puede tener todo en esta vida, y Gray así lo ha aceptado.
No obstante, la factura técnica del film es impecable, y James Gray hace una labor soberbia, consiguiendo que el espacio luzca espectacular y consiguiendo embriagarnos con el deseo de alcanzar límites desconocidos por el hombre, mientras que el reparto raya a excelente nivel, desde un omnipresente Brad Pitt totalmente entregado a la causa hasta unos secundarios de lujo como Tommy Lee Jones, Donald Sutherland (dos que ya eran viejos astronautas en Space Cowboys, de Clint Eastwood) o Ruth Negga (lo de la supuesta recuperación en una gran producción de Liv Tyler debe ser un chiste) a los que solo se les puede reprochar su escaso metraje en pantalla. Es el propio argumento el gran lastre, con una parte de acción que funciona bastante bien (se echa en falta algo más de fantasía visual, que para eso esto es cine) pero cuya carga emocional termina por desinflarse por agotamiento, siendo la supuesta importancia de la relación paternofilial lo más flojo de la propuesta.

Valoración: Siete sobre diez.

DOWNTON ABBEY

Debería comenzar diciendo que Downton Abbey es una película deliciosa, con un sentido del humor agradable y que desprende una sensación de bunas intenciones y positividad que se agradece. Es una lujosa recreación de la Inglaterra eduardina centrada en la historia de una familia que recibe en su mansión al mismísimo monarca y los tejemanejes de su cuerpo de empleados por conseguir ser ellos los encargados de atender a os invitados en lugar del propio séquito que lo acompaña desde palacio.
Sin ser una obra perfecta, la película se deja ver con agrado, sin conflictos demasiado relevantes ni villanos que amenacen con agriar el ambiente. Es una dramedia pura para un sábado por la tarde agradable, con un argumento algo tibio que se puede adolecer, si acaso de una falta de ritmo que puede llegar a aburrir a aquel que no acepte dejarse enamorar por el glamour y la elegancia de los bailes reales y los banquetes.
Dicho esto, es momento de entrar en el gran problema de la película. Y es, ni más ni menos, que no es una película. Hecha con un buen presupuesto y grandes recursos, estamos, en realidad, ante el capítulo alargado de una serie de televisión. La conclusión, de hecho, de la ya mítica Downron Abbey que a su vez era heredera de la clásica Arriba y Abajo. Esto significa que todos los esfuerzos y todo el cariño depositados en esta producción van dirigidos, casi exclusivamente, a los seguidores de la serie, dejando que el resto de los espectadores entremos en la mansión por la puerta de atrás, como invitados de segunda fila, con permiso para mirar, pero no tocar. Así, al ajeno a la producción televisiva le costará mucho entrar en la historia, entender de buenas a primeras las relaciones familiares o simpatizar con los protagonistas, ya que no hay una presentación de personajes formal y se da por sentado que quien se vaya a aventurar a ver esta película viene directamente de la serie. Es algo similar a lo que sucediera, en su tiempo, con Serenity, que el iluso que escribe esto pretendió ver sin tener conocimiento alguno de lo que era Firefly.
Así, sin desmerecer el resultado final, me veo en la obligación de, si no desaconsejar, por lo menos advertir, a los que no sean fieles seguidores de la serie, para que estén sobre aviso de que se van a encontrar con una fiesta ajena. Y que van a poder distraerse con las peripecias de la familia Crawleys y sus sirvientes, pero nunca lograran sentirse como en casa y disfrutar como se debe.


Valoración: Seis sobre diez.

viernes, 20 de septiembre de 2019

LITUS

Tenía la sensación de que con el salto a un cine más internacional y de mayor presupuesto, Dani de la Orden había perdido algo de gancho. Tanto El pregón como El mejor verano de mi vida tenía cosas interesantes y eran buenos divertimentos, pero ninguna se llegaba a acercar a sus dos primeros títulos: Barcelona, nit d’estiu y Barcelona: nit d’hivern, dos comedias hechas de corazón que me lograron emocionar en su momento.
Con Litus, De la Orden regresa a ese cine generacional que tan bien se le da, a medio camino entre la comedia y el drama, una película de personajes, de miradas y silencios, sin necesidad de grandes espacios ni acciones grandilocuentes. Con una base que bien podría servir como obra de teatro (solo seis personajes y un único escenario), De la Orden sabe insuflar a la película el tono y ritmo adecuado para que no resulte para nada teatral, haciendo un inteligente uso de la música y con los movimientos de cámara precisos para, en determinados momentos, dejar al espectador hundido en su asiento, incapaz de decidir si reír o llorar. Y eso se redondea con seis actores a los que sabe exprimir al máximo para que, sin grandes alardes de histrionismo, lo den todo para transmitir su dolor y rabia ante la pérdida de un ser querido.
La historia versa sobre la fiesta que seis amigos realizan como despedida de Litus, muerto seis meses atrás, aparentemente por suicidio.  Durante la reunión, en la que salen a relucir trapos sucios y heridas aún sin cicatrizar, el hermano del fallecido revela que fue el propio Litus quien propuso esa reunión mediante una serie de cartas que había dedicado, como si la protagonista de Por trece razones fuese, a cada uno de ellos. Pero, aunque se pueda llegar a coquetear con la intriga, De la Orden no quiere jugar a eso, y la excusa de seis personas bajo un mismo techo con un misterio en forma de cartas es lo único que puede relacionar a esta película con un misterio de Agatha Christie.
Eno de los personajes, de hecho, deja claras las intenciones del film desde el primer momento, comparando la situación -salvando las distancias- con la que se describía en la excelente Los amigos de Peter, de Kenneth Branagh. Y es que la sombra de ese film sobrevuela en todo momento sobre Litus, enlazando las historias individuales y colectivas de los personajes y planteando unos vínculos que pronto aceptamos como si fuésemos nosotros mismos parte de ese grupo de amigos.
Litus es, en el fondo, una historia de amor. El amor de la amistad, en ocasiones más fuerte que eso que se suele confundir con el sexo, que crea unos vínculos que ni la muerte es capaz de romper.
No creo que Litus sea una película perfecta, pero tiene unas pretensiones de agradar con sencillez y sin esa dosis de adoctrinamiento que suelen tener este tipo de películas que consigue enganchar desde el primer momento y que, aun con ese aroma a anuncio de cerveza veraniego que pueda llegar a desprender, lo cierto es que funciona perfectamente y consigue que, de alguna manera, todos sintamos la muerte de Litus como la del propio amigo del que nunca nos pudimos despedir.
Dani de la Orden me ha vuelto a emocionar. Y me ha reconciliado con ese joven que compuso el maravilloso díptico barcelonés que me temía se había perdido entre los obligados tópicos de la comedia patria al servicio del monologuista de turno. Y lo ha hecho, además, en la misma semana en que se estrenaba otra película sobre los sentimientos a flor de piel como es A dos metros de ti. Pero Litus, a diferencia de aquella, sí me la creí. Y esa es su gran mérito.

Valoración: Ocho sobre diez.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

A DOS METROS DE TI

Una frase (“amar significa no decir nunca lo siento”) y una empalagosa melodía de Francis Lai convirtieron a Love Story en una de las películas de amor más populares de la historia del cine. No fue la primera, pero sí la que marcó un antes y un después y que provocó un aluvión de copias de amores imposibles donde la enfermedad, no el apellido (como les pasaba a Romeo y Julieta) se interponía entre los amantes. Hasta el punto que cada generación tenía la suya propia. Están las revisiones más clásicas, como Elegir un amor, con Julia Roberts, las que le daban un giro hasta el absurdo, como Mientras dormías, las que camuflaban esa enfermedad en forma de metafóricos vampiros, como Crepúsculo, o incluso las que funcionaban como Epitacio post-morten, al estilo Postdata, te quiero o Mi vida.
Pero de entre todas, lo más efectivo es la enfermedad pura y dura, y cuanto más terminal, mejor. Salvo honrosas excepciones, son películas bastante simples, que buscar la lágrima fácil del espectador y que abusan de la pornografía sentimental para tocar la fibra sensible con más mala fortuna que talento. Hay honrosas excepciones en el cine actual, como la simpática Amor a medianoche o la emotiva Bajo la misma estrella, pero por desgracia A dos metros de ti no se encuentra entre ellas.
Dirigida por Justin Baldoni, un actor metido a realizador de documentales, y con Mikki Daughtry y Tobias Iaconis firmando el guion (sí, los mismos que escribieron el infame libreto de La llorona), A dos metros de ti no es capaz de proponer nada novedoso al género, siendo casi una fotocopia de un esquema arquetípico y con un desarrollo narrativo que es incapaz de emocionar por lo previsible que es.
Tan insuficiente como otra medianía reciente, Antes de ti, me resultó toda una sorpresa escuchar sorbidos de mocos y ver pañuelos secando lágrimas tras un final de película que ni siquiera llega a ser un final, prueba de que estamos ante uno de esos géneros que siempre tendrá adeptos independientemente de la calidad resultante del producto. Aquí se demuestra esa gran verdad que dice que es más difícil hacer reír que hacer llorar (y que por algún motivo los académicos no consiguen llegar a entender), y Baldoni consigue, con prácticamente nada, emocionar a una tribuna que venía demasiado preparada para sufrir, aunque la película no le llegue a dar argumentos para ello.
Con la fibrosis quística como telón de fondo y un pare de actores poco conocidos (ella era una de las víctimas de Múltiple), la película recae en los tópicos de siempre (el tercer amigo en discordia, elemento cómico del film hasta que deja de serlo) para recaer más en una historia de amor tan impersonal como sosa que en el drama propio de la enfermedad, rematando la tontería con un hospital donde las medidas de seguridad y los controles a los pacientes parecen estar diseñados por el Inspector Clouseau.
En fin, una película insoportablemente aburrida, con personajes sin gracia que deambulan a su suerte en espera de su muerte, entre risas y lloriqueos, que podrá emocionar a aquellos que hayan venido explícitamente buscando eso, pero totalmente insuficiente para un espectador que solo aspire a ver una buena película.

Valoración: Tres sobre diez.

QUIEN A HIERRO MATA

Paco Plaza y Jaume Balagueró son dos de los principales estandartes del cine de terror patrio, amén de buenos amigos con carreras curiosamente paralelas. Mientras que empezaron juntos con ese producto puramente alimenticio que fue OT: La película, sus primeros trabajos por separado tenían una curiosa coincidencia en su título: Mientras Plaza presentaba El segundo nombre, Balagueró triunfaba con Los sin nombre.
Luego llegaría [REC], cuyas dos primeras películas dirigirían a medias para encargarse cada uno de ellas de la tercera y el final. Y tras algún coqueteo televisivo y un retorno al terror más enfermizo (Verónica uno y Musa otro), sus dos mejores trabajos en los últimos años de nuevo se definen por una curiosa coincidencia, como cerrando el círculo de sus carreras. Esa coincidencia se llama Luis Tosar.
Si Mientras Duermes es posiblemente la obra cumbre de Balaguero, más cercana al terror psicológico que a la sangre y vísceras propias de sus historias de zombies, Quien a hierro mata va a suponer, sin duda, un antes y un después en la filmografía de Plaza. Se podría decir que también aquí se aleja el director valenciano totalmente del terror para componer una historia, con Tosar en el epicentro, que es más un drama humano que ora cosa. Y aún así, con un guion muy bien construido y su maestría para dar forma a unos personajes tan terrenales como fantasmagóricos, el resultado es más aterrador que cualquier película de muertos vivientes, hombres lobos o posesiones demoníacas.
Quien a hierro mata cuenta la historia de un enfermero atento, entregado a sus pacientes, que descubre que el nuevo interno de la residencia en la que trabaja es un famoso señor de la droga, el capo de una mafia gallega que, en cierto sentido, arruinó parte de su pasado y que el destino le ofrece en bandeja la posibilidad de cobrarse una merecida venganza.
Sin embargo, es posible que el tiempo de la venganza ya haya pasado. Mario, el protagonista al que encarna Tosar, está felizmente casado y a la espera de la llegada de su primer hijo, así que podría ser buena idea dejar las cosas como están y no remover la escoria acumulada en su pasado.
Quien a hierro mata es una historia de venganzas, el propio nombre lo indica, pero es también una película sobre elecciones. Elecciones vitales, de esas que, con un simple paso equivocado, puede poner una vida del revés. Por eso, en la película de Plaza no hay realmente buenos y malos (o no hay buenos, mejor dicho), moviéndose casi todos en unos claroscuros inciertos que nunca deja claro quien es el que posee el metafórico hierro con el que poder matar.
Quien a hierro mata se construye poco a poco, dejando que conozcamos bien a los personajes y nos encariñemos o despreciemos según sea el caso, decorando la historia con persecuciones, tiroteos y todo lo que una buena historia sobre mafiosos y drogadictos, para estallar en un giro final aterrador que deja un contundente mensaje: disfruta de tu vida al máximo, nunca sabes lo que te puede durar.
Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Pero, en ocasiones, la comida fría es mejor tirarla a la basura. Lo que uno decida hacer o no es lo que diferencia esta película de un drama social televisivo de la brillante película de terror psicológico que es.
Un magnífico título que demuestra, de nuevo, todo el talento de Plaza para orquestar una función desasosegante, pero que sin duda sería mucho menos sin la presencia del que, indiscutiblemente, es el mejor actor de panorama español actual. Inmenso Luis Tosar ya sea en comedia o drama, como villano o víctima, como intrépido o acorralado. No hay límites para sus personajes, y aquí lo demuestra una vez más.

Valoración: Nueve sobre diez.

domingo, 15 de septiembre de 2019

IT: CAPÍTULO 2

Después del tremendo éxito que fue, en 2017, It, de Andy Muschietti (es hasta la fecha la película de terror más taquillera de la historia), era previsible que más pronto que tarde llegaría una secuela, algo que ya parecía anunciar Warner desde el mismo día del estreno cuando se reveló, al final de la película, que el verdadero título de la película era It: Chapter one.
Además, por una vez, y sin que sirva de precedente, la secuela estaba justificada. Al fin y al cabo, el film era una adaptación de la gigantesca novela homónima de Stephen King pero solo se centraba en la mitad de su trama, la que ocurría a finales de los años ochenta (finales de los cincuenta en la obra literaria).
De nuevo con Muschietti a los mandos, y con un reparto de lujo donde destacan Jessica Chastain, James McAvoy y, sobre todo, Bill Haden, tanto los niños protagonistas de la primera entrega como el aterrador Bill Skarsgård repiten roles en la que, ahora sí, debería ser la conclusión definitiva de la sala.
Estamos ante un nuevo ejemplo de película que, a fuerza de haber levantado tanto hype puede acabar por decepcionar un poco. Y es que no es poca cosa ser la película más esperada del verano, capaz de aunar el concepto del blockbuster con el del terror. Además, parecía difícil superar las virtudes de la primera entrega, por lo que el director a optado por repetir la jugada, repitiendo con ello esos aciertos, pero cayendo también en los mismos errores.
It, Capítulo 2 no es, por tanto, una película perfecta, y durante gran parte de su metraje se la podría considerar incluso algo inferior a la de 2017. Esto se debe, sobre todo, porque hace dos años se jugaba muy bien con el factor nostálgico a la vez que se creaba a unos personajes entrañables encarnados por unos actores, en su mayoría desconocidos, que brillaban con luz propia. Sin embargo, y pese a la inusual duración del film (se queda a diez minutos escasos de las tres horas), sus contrapartidas adultas no están igual de bien definidos, funcionando bastante peor. Hay cierta precipitación en su presentación (lo cual, permite, por otra parte, una mayor presencia del terrorífico Pennywise), lo cual no es sino una herencia de la propia novela, donde los niños eran siempre mucho más interesantes que los adultos. Allí eso no era un problema, pues las dos líneas temporales se iban entremezclando, de manera que la historia infantil servía para conocer a los protagonistas mientras que en la adulta debían centrarse más en la resolución del conflicto. Sin embargo, al tener Muschietti que lidiar con una película centrada en cada época, la desigualdad se hace más evidente. Por ello, la necesidad de recurrir de nuevo a los niños, a modo flashback, se me antoja casi indispensable, aunque el peaje a pagar sea el de alargar, quizá innecesariamente, la película.
No quiero decir con esto que It: Capítulo 2 sea una película insuficiente, pues disfruté realmente con ella, pero si es cierto que sus carencias destacan más que en la anterior, y los sustos a base de golpes de efecto algo mañidos rechinan más. Por fortuna, todo ello se compensa con un final por todo lo alto, mucho más acertado que ese momento casi bochornoso que proponía la miniserie de 1990 y que supone un gran cierre a la saga. Eso y el esfuerzo de sus actores (cuando se tiene a figuras de la altura de Chastain y McAvoy todo resulta más sencillo) hace que sus defectos sean más fáciles de olvidar y que el resultado de sumar ambas películas continúe mereciendo una nota más que notable para la que ya es, posiblemente, la adaptación más importante de una novela de King.
Sí, el Capítulo 2 está un pasito por debajo del Capítulo 1, pero no lo suficiente como para empañarlo, logrando el colofón que un mal bicho como Pennywise se merecía.

Valoración: Siete sobre diez.

sábado, 14 de septiembre de 2019

PLAYMOBIL

No voy a descubrir nada que no sepáis ya si digo que la existencia de una película como Playmobil, the movie, es la consecuencia directa del éxito de La Lego Película y sus derivados. En ambos casos se trata historias que versionan figuras de juguetes, manteniendo su identidad estética, siendo casi en realidad más un anuncio de hora y media que otra cosa.
La diferencia entre ambas es que mientras que el film de Phil Lord y Christopher Miller apostaba por un metacine ingenioso y con una gran historia en su guion, pudiendo describirse incluso de arriesgado, en Playmobil van a lo fácil, proponiendo una aventura mucho más plana y sencilla, donde repiten el juego de entremezclar el mundo fantástico con el real pero esta vez sin ese trasfondo con menaje incluido de la anterior. Esto hace que, en cuanto a lo que a sus valores se refiere, Playmobil debería ser considerada claramente inferior a La Lego Película, sin dejar lugar a dudas.
Sin embargo, las cosas no siempre se rigen por unas normas escritas, y el factor personal puede llegar a influir en este caso más que nunca. La de Lego es superior, de acuerdo, pero también en su ambición se puede tornar caótica y desmedida, provocando que haya cierto tipo de espectador (entre el que yo mismo me incluyo) que no consiga conectar con ella. En el caso de Playmobil, dejando de lado el origen juguetero, estamos ante una clásica aventura infantil, con sus héroes, princesas y villanos y el (parece que) obligado rol de heroína femenina. La parte realista funciona como detonante melodramático (siempre es agradable ver a Anya Taylor-Joy en pantalla) sin que sea demasiado importante una justificación sobre el elemento mágico que da pie al conflicto del film (es como tratar de explicar la lógica científica de películas como Big o El último gran héroe), siendo la parte animada una propuesta efectiva y funcional.
Por ello, Playmobil no propone nada novedoso ni revoluciona el cine de animación, pero sirve como película infantil al uso, tan justita como aceptable, que no aspira a más que a gustar a los niños con una aventurilla simpática, pero del montón.
Y a vender muñequitos, por supuesto.

Valoración: Cinco sobre diez.

martes, 3 de septiembre de 2019

OBJETIVO: WASHINGTON, D.C.

Cuando en 2013 Antonie Faqua derrotó en su enfrentamiento en taquilla a Asalto al poder, de Ronald Emmerich, en la entretenida Objetivo: La Casa Blanca, ya comenté que la película habría sido una buena secuela de Jungla de Cristal, aunque carecía del humor socaron y carisma de Bruce Willis. Poco se imaginaba nadie que ese iba a ser el inicio de una nueva saga que, de paso, serviría para sostener la decaída carrera de Gerard Butler, aunque con Faqua fuera de la ecuación lo cierto es que cada entrega ha sido inferior a la anterior.
A modo anecdótico, la saga “objetivo” ha tenido otro elemento en común con Jungla de Cristal: el poco acierto de los traductores al poner su título en original. Siendo tan prácticos al traducir la mucho más metafórica Olympus has fallen (La caída del Olimpo), fueron a lo fácil con la secuela (Objetivo: Londres por Londres has fallen), viéndose en la encrucijada de no saber como hacerlo con esta Angel has fallen y limitarse a Objetivo:Washington, D.C., aunque eso no tenga nada que ver con la realidad.
En efecto, esta película no va contra ningún objetivo concreto del poder, sino que el propio protagonista, Mike Banning, será la víctima de los villanos de turno (él es el ángel al que se refiere el título, ya que su trabajo es el de proteger al Presidente de los Estados Unidos). La manera de hacerlo es convirtiéndolo en aparente villano, haciendo que todas las fuerzas del orden vayan a por él. Nada nuevo bajo el sol, ya pasaron por eso, sin ir más lejos James Bond o Ethan Hunt. Y el recurso de solicitar ayuda a un padre con quien apenas tenía contacto tampoco es para nada novedoso. La nueva Shaft es el ejemplo más reciente que me viene a la mente de ello.
Con un argumento, pues, para nada original. Podríamos tratar de agarrarnos al trabajo de un director, el tercero de la saga, de escaso currículo. Ric Roman Waugh es conocido por El mensajero y poco más, pero en un film con Dwayne Johnson lo cierto es que el director suele ser lo de menos. Además, en un tiempo en que realizadores como los hermanos Russo, Joss whedon, Chad Stahelski o David Leitch han conseguido que nos olvidemos de esas cámaras temblorosas y de escenas de acción confusas en las que apenas se ve nada que tan de moda pusieron Paul Greenglass y compañía, Waugh vuelve a pecar con una puesta en escena nerviosa que afea la posible espectacularidad el film.
Con esto, solo nos queda agarrarnos al magnetismo de ese presidente que a todo el mundo le gustaría tener encarnado por Morgan Freeman y en la presencia de un Butler al que le pesan los años, pero sigue dando la talla para la acción (Radha Mitchell ha huido a tiempo y su personaje es encarnado aquí por Piper Perabo).
La película no aburre, desde luego, y la falta de interés provocado por el previsible argumento se compensa con explosiones y un gran Nick Nolte (de lejos, lo mejor del film), pero viendo de dónde veníamos, la saga parece ya finiquitada, condenada a ser un entretenimiento sin más interés que el de evadirse de la realidad durante un par de horas para volver a nuestra vida cotidiana tras el fundido final, sin necesidad de recordar siquiera nada de lo que acabamos de ver.

Valoración: Cinco sobre diez.

ANNA

Se podría decir que Luc Besson está en horas bajas, muy bajas. Con la excepción de Lucy, lleva tiempo sin lograr un buen éxito de taquilla y su película anterior, Valerian y la ciudad de los mil planetas, acarreó unas pérdidas que estuvieron a punto de hundir a su productora. Y no parece que con Annalas cosas le vayan a ir mejor, en vista de la escasa repercusión que está teniendo (ni siquiera ha tenido una campaña publicitaria decente).
Quizá el quid de la cuestión se deba a que el director francés es uno de los muchos que en Hollywood miran con lupa por las supuestas demandas por acoso sexual, que ya se sabe que es muy difícil saber diferenciar entre el autor y su obra y más si encima es un extranjero en tierra de dioses. Sin embargo, este declive en taquilla no está en armonía con sus resultados a nivel de calidad, ya que Valerian era un entretenimiento más que digno merecedora de ser el inicio de una saga que nunca veremos y esta Anna no se le queda atrás, resultando ser un espectáculo emocionante y muy divertido que, a nivel de puro entretenimiento, podría estar entre lo mejorcito del verano.
Besson sabe como tratar a las mujeres (al menos en pantalla) y con Anna se cierra una especie de trilogía sobre mujeres duras que comenzó con Nikita, dura de matar y continuó con Lucy, aunque como representante del empoderamiento femenino n(mucho antes de que el empoderamiento femenino estuviese de moda) hay que recordar que fue el descubridor de Natalie Portman en Leon, el profesional y de Milla Jovovich en El quinto elemento, proponiendo después a su propio Indiana Jones femenino en Adele y el misterio de la momia y otorgando a Clara Delevigne un rol tan destacado como al propio protagonista en la mencionada Valerian.
Puede que el problema de Anna sea que parte de un argumento demasiado trillado últimamente. Una espía femenina que enfrenta a soviéticos y americanos jugando a un doble juego recuerda demasiado a la excelente Atómica o a la más flojita Gorrión Rojo, ambas del año pasado, sirviendo demás como aperitivo de la inminente Viuda Negra. Por eso, el mayor acierto de Besson en Anna es la forma de jugar con los tiempos, jugando además con el espectador, saltado adelante y atrás en la cronología de la historia para componer un puzle muy divertido que, en lugar de confundir al espectador como en las mayoría de películas de espías dobles, que suelen abusar de ser demasiado complicadas, convirtiendo así la película en un pasatiempo disfrutable alrededor de la figura de una modelo rusa (fantástica la debutante como protagonista Sasha Luss, que ya tuvo un papelito irreconocible bajo el CGI en Valerian), a ratos manipulada por todos, en otros momentos manipuladora ella. Víctima, ejecutora, amante, asesina… Un juego de roles y lealtades alternadas para un film de pleno lucimiento de la muchacha, ya sea por su belleza como por sus cualidades físicas, con espectaculares coreografías de peleas que rememoran a la propia John Wick y donde las figuras florero son, por una vez, hombres, con los rostros de Cillian Murphy y Luke Evans, todos ellos marionetas bajo la pérfida vigilancia de la todopoderosa Helen Mirren.
A resumidas cuentas, una película muy divertida, totalmente autoconsciente de lo que es (cruel burla del mundo de la moda, más cuando la propia Luss proviene precisamente de allí) y a lo que aspira, con buenas dosis de acción y la siempre eficiente mano de Besson dirigiendo y con una protagonista que, ya sea por un motivo u otro, te termina por enamorar.


Valoración: Siete sobre diez.

DORA Y LA CIUDAD PERDIDA

Soy plenamente consciente de que existe un tipo de cine orientado a un público infantil que puede provocar un rechazo inmediato al espectador adulto, que puede sentir de antemano que la cosa no va con ellos. El tema se agrava si, como en el caso que nos ocupa, estamos ante la adaptación de un programa televisivo que no es que sea infantil, sino que redunda y se regodea en ello hasta el punto de poder ser insufrible para su público no objetivo.
Por eso, con tales avisos, enfrentarse a una película como Dora y la ciudad perdida, una adaptación en imagen real de la serie de Dora, la exploradora, podía antojarse casi como un suicidio neuronal. Y, sin embargo, mi sorpresa ha sido mayúscula al encontrarme ante una película divertida, refrescante y con un tono juvenil muy acertado, paródico y autoconsciente de sus orígenes, que se puede disfrutar perfectamente en familia. Un sorprendente descubrimiento que podría compararse a lo que me sucedió hace un par de años con la infravalorada Power Rangers.
Dora y la ciudad perdida es, en el fondo, un Indiana Jones (o una Lara Croft, no vaya a ser que se me ofenda alguien) en versión adolescente, una película de aventuras arqueológicas en la selva con un ajustado casting (Eva Longoria y Michael Peña son los nombres importantes del reparto, pero muy secundarios; él apenas tiene un par de momentos de lucimiento muy alejado de sus tronchantes aportaciones en Ant Man y Ant Man y la Avispa), donde solo puede destacar algo el mexicano Eugenio Derbez (visto en El cascanueces y los cuatro reinos o Un mar de enredos, por ejemplo). Sin embargo, como toda película juvenil que se precie debe hacer, el peso recae en un grupo de niños inadaptados que deben aprender a trabajar untos para que al fin (que de esto es en el fondo de lo que va la película) aprender el valor de la amistad. Y es donde la película guarda su mayor acierto, ya que Isabela Moner, que ya se había dejado ver con acierto en Transformers: el último caballeroFamilia al instanteSicario: el día del soldado, demuestra que es capaz de soportar ella sola el peso de la película componiendo un personaje a medio camino entre una ingenuidad casi repelente y una dulzura entrañable, siendo creíble también en sus momentos de acción. Sobre ella se centra el director James Bobin, especializado en películas de los Muppets aunque ya dio el salto a la primera división con la flojita Alicia a través del espejo, para que, con falsas roturas de la cuarta pared y el uso de las canciones, Dora se burle de los tópicos más arraigados de su serie y sepa hacer un divertido guiño a los adultos que sepan pillar las referencias.
Con alguna concesión obligada (me sobra el personaje del zorro por romper la estética de realismo del resto del film), Dora y la ciudad perdida es, en fin, un estupendo pasatiempo familiar muy superior a lo que el propio concepto podría invitar a pensar y que hará disfrutar a los más pequeños sin desmerecer ni despreciar a los adultos que acudan sin complejos y con ganas de pasar, simplemente, un rato entretenido.


Valoración: Seis sobre diez.