A principio de los años setenta el movimiento cinematográfico conocido como blaxplotation tuvo en la película Las noches rojas de Harlem y su protagonista, el detective afroamericano Shaft, su máximo referente. Shaft tuvo varias películas e incluso una serie de televisión, pero con el fin de la blaxplotation como subgénero, el personaje y el movimiento cayeron en el olvido (más adelante llegaría un nuevo cine racial revolucionario, con nombres como los de Spike Lee o John Singleton, pero eso ya era otra cosa). Fue Tarantino, con su Jackie Brown, quien recurriría al recuerdo de esa blaxplotation, y precisamente su alumno más aventajado, Samuel L. Jackson, se encargó de resucitar al propio detective, en el 2000, con Shaft, the return, dirigida por un Singleton que no tenía ya el poderío que insinuaba con Los chicos del barrio.
La floja recepción de la película, a medio camino entre la secuela y el remake, impidió que se llevara a cabo el plan inicial de realizar más secuelas hasta que ahora, diecinueve años después, New Line decidiera volverlo a intentar repitiendo actor (es una suerte que para Jackson no pasen los años) pero modernizándolo y dándole un hijo digno de seguir con la estirpe.
Shaft (sí, la verdad es que no se lo están currando mucho con los nombres a la hora de ayudar a diferenciarlas) está dirigida por Tim Story, otro director afroamericano que, sin embargo, poco tiene que ver con cualquier atisbo de reivindicación social (fue el director de las dos primeras películas de Los 4 Fantásticos –y sí, su Antorcha Humana era blanca- y sus próximos trabajos son una película de Tom y Jerry ya en rodaje y una sobre el Monopoly). Poco hay aquí que pueda recordar a la blaxplotation y el poco aroma setentero se diluye tras su breve prólogo, donde se nos presenta a JJ, el hijo del Shaft original, y tras el que damos un salto en el tiempo hasta el Nueva York actual en el que el personaje al que da vida Jessie T. Usher trabaja como analista del FBI hasta que aparece muerto por sobredosis uno de sus mejores amigos. Convencido de que ha sido asesinado (un planteamiento que recuerda al de Venganza bajo cero) y repudiado por el propio FBI, el joven Shaft debe recurrir a un padre al que no conoce para llegar al final del asunto.
Con el toque de drama familiar como telón de fondo, la película se columpia entre el policíaco y el humor, prestando más atención al choque entre los dos personajes (ni que decir tiene que el Shaft padre vive relativamente anclado en el pasado). Así, cualquier espíritu reivindicativo se pierde y el nombre de Shaft es tan solo un truco para provocar el recuerdo que otra cosa.
Sin ser nada del otro mundo (estando coproducida por Netflix, en los USA ha tenido una recepción tan fría que ha sido la cadena de streaming quien se ha quedado con su distribución en Europa), la película funciona como entretenimiento, siendo una especie de buddy movie familiar entre tres generaciones (en cierto momento entra también en escena el abuelo, interpretado por Richard Roundtree, el Shaft original) y donde llama la atención ver a Usher hacer un papel de pringadillo después de la manía que se le llega a coger en The Boys y donde Samuel L. Jackson está en su salsa, con los chascarrillos y la mala leche a la que nos tiene acostumbrados. Así, llega un omento en que el caso importa un pimiento y poco interés tiene saber quién es el malo de la función. Lo mejor está en la relación entre Jackson y Usher y el cameo de Roundtree,
Otra película directa de Netflix que no deja huella pero sirve para pasar el rato.
Valoración: Seis sobre diez.
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