lunes, 19 de agosto de 2019

A 47 METROS 2

Parece que una de las tónicas del verano, desde que el maestro Steven Spielberg impusiera la moda con su aterradora Tiburón (1975), es la de aterrorizar a los pobres bañistas con amenazas animales que pueden ir desde pirañas colándose en lagos o parques acuáticos (Piraña 3D y su secuela) hasta cocodrilos (la semana que viene llega Infierno bajo el agua, de la que, por cierto, no hablan demasiado mal), aunque el terror veraniego por excelencia es, precisamente, el tiburón, ya sea con propuestas aterradoramente interesantes, como el Infierno azul de Jaume Collet-Serra, propuestas de baratillo como aquel found fotage llamado Cage Dive o estupideces que han derivado en sagas como Sharknado.
Hace apenas un par de años fue el turno de A 47 metros, de Johannes Roberts, una peliculilla sencilla y sin demasiadas pretensiones, donde la estupidez de los protagonistas empañaba un poco el ambiente de terror y que ganaba más si se tomaba a broma que en serio. La cosa debió funcionar mejor de lo esperado, pues llega ahora su secuela, A 47 metros 2, en la que repite director y se aumenta el presupuesto, pero con la que no guarda ningún tipo de continuidad mas que el hecho de que sean chicas jóvenes y algo tontas amenazadas por tiburones.
Un punto en contra de esta secuela es que pretende ser más seria que su antecesora, lo cual la invita a caer en alguna que otra ocasión en el ridículo (el simple echo de imaginar a un tiburón en un cenote mexicano es de por sí bastante surrealista), pero gana, por el contrario, en emoción y terror. Roberts dirige con mano más firme y consigue los suficientes sustos para hacer que el respetable se retuerza incómodo en su butaca, aprovechando la excusa de una ciudad maya sumergida para crear una sensación de claustrofobia bastante más efectiva que las jaulas de la primera película.
Con un reparto de caras desconocidas (aunque no así de apellidos, pues por aquí pululan las hijas de Sylvester Stallone y Jamie Foxx), no es hasta el clímax final que el tono abandona el terror para volver a lo que uno podría esperar de estas películas, el desmadre más ridículo y desproporcionado que, pese a todo, funciona medianamente bien. El argumento, con trasfondo familiar de fondo, no da para mucho, pero se esfuerza al menos en culminar de manera cíclica, dando coherencia al tema y consiguiendo que lo que debería ser ridículo se termine por aceptar, no sin invitar a alguna que otra carcajada, desde luego.
En fin, pasatiempo veraniego muy flojito pero que funciona mejor que la primera entrega y al menos triunfa en su propósito de hacer pasar un mal rato al espectador.


Valoración: Cinco sobre diez.

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