El
verano es siempre sinónimo de calor, sol y playa, y el cine ha sabido dar buena
cuenta de ello, retorciendo en ocasiones el mensaje para conseguirlo. Si las
playas son sinónimos de diversión y entretenimiento, Spielberg, hace ya la
friolera de 42 años, las tiñó de rojo sangre con su Tiburón, y desde entonces ha sido tradición estrenar por estas
fechas alguna película con estos simpáticos animalillos. Cierto es que
últimamente parecía que el género estaba estancado en producciones de dudoso
gusto, como Sharknado y sus
derivados, o a esos primos lejanos que son las Pirañas (si es en 3D para destacar mejor la casquería, mejor), pero
el año pasado Jaume Collet Serra revitalizó el género con la interesante Infierno Azul y este año ha sido el
turno de Johannes Roberts y esta A 47 metros (verá el lector avispado que no incluyo en la lista a la flojita Cage Dive vista el año pasado en Sitges
porque ni tiene fecha de estreno ni se le espera).
Lo
primero que debo destacar del trabajo de Roberts es su elegante forma de
filmar, jugando muy bien con los colores y el sonido y logrando escenas de
hermosa plasticidad. Sin embargo, la historia que acompaña esas imágenes es
demasiado limitada y, deduzco, el presupuesto más todavía. Si Jaume Collet
Serra transformó a Blake Lively en una superviviente en la superficie, aquí las
actrices Mandy Moore y Claire Holt deben enfrentarse a los escualos bajo el
mar, después de que se rompa la cuerda que sujetaba la jaula con la que iban a
contemplar a esos temibles peces y acaben en las profundidades marinas.
Hay
que reconocerle a la película que logra lo que pretende: hacer sobresaltar al
espectador. Aunque uno se imagine por donde van a ir los tiros es imposible no
sobrecogerse con cada aparición de los tiburones blancos, pero el problema es
que esas son demasiado escasas. En una película donde nos venden la lucha entre
dos damiselas contra los tiburones, la falta de oxígeno termina por ser un
enemigo más problemático aún, y aquí es donde se echa de menos ese terror que
nos habían prometido.
Volviendo
a los directores españoles, Rodrigo Cortés logró en 2010 una emocionante
película como Buried sin que el protagonista
saliese de un ataúd en todo el rato, y el propio Collet Serra mantenía la
intriga de la película Non stop (Sin escalas)
sin que la acción se bajara de un avión. Aquí, sin embargo, una jaula no es
recurso suficiente para mantener la atención del espectador, y aunque siempre
esté pasando algo, nada es suficientemente interesante como para no aburrir por
momentos al espectador, mientras que el giro que debe marcar el buen hacer del
guion está tan insistentemente anunciado que se ve venir de lejos.
Así
pues, una flojita propuesta veraniega que ofrece lo que promete, pero de manera
tan limitada que no parece suficiente. Para pasar el rato y poco más.
Valoración:
cuatro sobre diez.
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