En
una época en la que estamos hastiados de la falta de originalidad en los
guiones de cine de Hollywood con superproducciones palomiteras carentes de
sentido, es agradable saber que aún hay esperanza para aquellos que aplauden un
buen guion y disfrutan de una película que, pese a pertenecer a una saga
(técnicamente es la segunda secuela de una precuela), tiene una buena historia
que contar, unos personajes interesantes y un director que presta más atención
al fondo que a las formas, consiguiendo una epopeya espectacular pero en la que
no todo son fuegos de artificios.
Probablemente,
La guerra del Planeta de los Simios
no sea perfecta, aunque, más allá de los gustos de cada cual, solo se me ocurre
una pega lo suficientemente remarcable, por lo que voy a empezar por ahí y así
me lo quito ya de encima. La guerra del
Planeta de los Simios da prácticamente todo lo que promete excepto una
cosa. Cierra lo que podríamos llamar “la trilogía de César”, y lo hace de
manera magnífica (recordemos que el personaje de César no aparecía en la
película original de 1968, aunque sí en alguna de sus secuelas), pero no es el
enlace perfecto entre ambas sagas. No es que me esperase que el final de La guerra del Planeta de los Simios
empalmara directamente con El Planeta de
los Simios, tal y como Rogue One
hace con Star Wars: una nueva esperanza,
pero sí creo que quedan cosas por contar sobre el derrumbe de la civilización
hasta llegar al punto ofrecido en el film de Franklin J. Schaffner, lo cual me
hace sospechar si no es que Fox se habrá querido dejar una puerta entreabierta
por si el éxito de taquilla es tan monstruoso que no pueden resistirse a hacer
otra película intermedia más (en tal caso, yo sería más proclive a realizar
directamente un remake del film protagonizado por Charlton Heston, puliendo
algunos matices de la historia). Eso el tiempo lo dirá.
Si
hay, eso no lo niego, innumerables referencias a ese futuro que está por
llegar.
Dejando
ese pequeño detalle de lado, las conclusiones hacia la película no pueden ser
más positivas. Ya las dos películas anteriores mostraban un nivel de madurez y
calidad impropias de un blockbuster del siglo XXI, y aquí Matt Reeves logra lo
imposible superándose a sí mismo (y con El amanecer del Planeta de los Simios se había puesto el listón muy alto). Ya
el simple planteamiento de la película parece peligroso: la guerra entre
humanos y simios podría haber sido un pastiche de escenas confusas y
explosiones por doquier que malograran todo lo conseguido en las dos películas
anteriores, siendo muy tentadora la herencia dejada en películas de batallas apocalípticas
como El hombre de acero, Batman v. Superman o cualquiera de los Transformers de turno (miedo me da la
que está por llegar). Pero Reeves juega en otra liga (ya veremos que pasará
cuando se enfrente a su The Batman),
y ha dejado que las escenas realmente bélicas sean mínimas y muy bien
controladas. Apenas son dos: la que corresponde al arranque del film y el
esperado clímax final.
Eso
no significa, no obstante, que el resto de la película no esté cargado de
acción y espectacularidad. Lo que sucede es que Reeves sigue haciendo evolucionar
a César, el protagonista absoluto de la trilogía, y prefiere detenerse en
aquellas cosas que forjan su personalidad más que en el decorado que lo rodea.
Eso hace que la película asuma riesgos muy meritorios, siendo una película
oscura, cargada de drama y desesperación, con apabullantes metáforas que
recuerdan, de manera más o menos sutil, a episodios del Holocausto nazi, a los
enfrentamientos de guerrillas de Vietnam, a la marcha de refugiados en busca de
un hogar o, incluso, al muro fronterizo de Trump.
Con
un Andy Serkis excelso, Woody Harrelson es el contrapunto perfecto al líder de
los simios. Aunque sin llegar a hacer nunca sombra al auténtico protagonista de
la saga, Harrelson compone un villano imponente que, aunque lo roza, no llega a
caer nunca en la caricatura. Además, su particular versión del coronel Walter
E. Kurtz, aun siendo irracional y cargada de odio, tiene un trasfondo capaz
incluso de justificarlo. De nuevo, y aquí sus líderes ejemplarizan la
situación, no se trata de buenos contra malos (ninguna guerra es tan sencilla
de simplificar) y todos tienen sus claroscuros, incluyendo al propio César que,
cegado por su propia historia de venganza, se deja llevar también por la
irracionalidad.
De
hecho, ese es uno de los elementos que más me gustó el film. Viendo algún tráiler
previo (los mínimos posibles, eso sí; el tráiler final prácticamente te revienta
la película entera), me temía que la cosa tuviera un tufillo a moralina barata
al estilo “Homo homini lupus”, dejando a los monetes como pobres víctimas. Para
nada. Nadie olvida que en la segunda entrega la paz habría sido posible de no
ser por la intervención de Koba, un simio, y ahora es una lucha por la
supervivencia, en una espiral de locura y autodestrucción difícil de frenar. Y
muestra de ello es que, de una manera u otra, haya humanos en el bando de los
simios y simios en el bando de los humanos.
Ya
he recalcado que esta película es dura y sin demasiadas concesiones. Hay en
ella traición, sangre y muerte, pero Reeves ha sido lo suficientemente hábil
como para poner unas gotas de humor que liberan mucha tensión sin que llegue a
molestar. De nuevo, roza los límites, pero no los cruza. Y es que ese nuevo
personaje que es Bad Ape, que parece una mezcla entre la mona Chita y el Gollum
de El Señor de los Anillos, es como el payaso triste de
un circo. Hace reír, pero a la vez desborda lástima y desesperación.
Para
terminar de redondearlo, Michael Giacchino y Michael Seresin componen,
respectivamente, una banda sonora y una fotografía magistrales. La música, de
nuevo a medio camino entre la épica y el humor, es perfecta y las imágenes tienen
una belleza a la altura de lo que ya consiguió el propio Seresin en El amanecer del Planeta de los Simios.
Es
esta una película realizada con sumo cuidado, no un simple ejercicio sin más
pretensión que la de sacar dinero. Y eso se nota. No he hablado de los efectos
digitales porque, a habidas cuentas de la perfección lograda en la anterior
película lo haría casi redundante. Todo está hecho con el máximo esmero y
cariño, y eso siempre termina por decantar el nivel de calidad de una película.
La guerra del Planeta de los Simios es un blockbuster veraniego, sí, un entretenimiento palomitero
que hará disfrutar a los que busquen grandes dosis de acción y
espectacularidad; pero también es un talentoso ejercicio que invita a la reflexión,
con personajes bien desarrollados y tramas que siempre avanzan en alguna
dirección, lejos de ser simples vehículos para el lucimiento de la acción.
Valoración:
Nueve sobre diez.
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