Lo
primero que habría que aclarar sobre la película Siete deseos es que, como muchas otras más pertenecientes a esta
corriente moderna de terror psicológico, no estamos ante una película de miedo
propiamente dicha. Hay muchos momentos inquietantes en la película, desde
luego, pero lo que pasar miedo, poco.
Eso
no significa necesariamente que sea una película mala. Aunque juega con el
humor y el drama de forma un tanto errática, rozando a veces el simplismo más
bobo propio de una película para adolescentes (hay momentos que quiere
parecerse a una versión descafeinada de la serie Por trece razones), la película consigue atrapar lo suficiente como
para mantener el interés, contagiando al espectador el nerviosismo por unas
muertes aparentes que luego no lo son tanto, tal y como jugaba la efectiva,
aunque agotada, saga de Destino Final.
Argumentalmente,
Siete deseos podría recordar a La caja, aquel thriller con toques de
ciencia ficción que protagonizaron Jim Carrey y Cameron Diaz sobre una caja con
un pulsador que, al accionarse, otorgaba un millón de dólares a la pareja
protagonista a costa de la muerte de alguien. Aquí, la cosa tiene un trasfondo
sobrenatural, pero el juego es el mismo. La caja concede deseos a la protagonista,
pero alguien morirá a cambio. La obsesión, la ambición y el temor a perder lo
conseguido son las pautas que rigen la conducta de la muchacha en cuestión que
sabe lo que debe hacer, pero sin que se corresponda a lo que quiere hacer.
¿Cuál
es el precio que estamos dispuestos a pagar a cambio de la felicidad? Y ya
puestos, ¿dónde se encuentra la verdadera felicidad? Estas son preguntas que la
película plantea, aunque sin llegar a realizar una reflexión tan profunda como
para que hablemos de una pieza trascendentalita.
Joey
King (Asalto al poder, Independence day: Contraataque, Un golpe con estilo…) es la cara más
reconocible de esta película que bien trata de rondar otros temas que puedan
preocupar a los adolescentes, como el primer amor, la pérdida de un progenitor,
las amistades (y enemistades) del instituto, la popularidad, etc. pero lo hace
todo de forma muy superficial, consciente de que el público objetivo solo va a
esperar de la obra de John L. Leonetti (que ya había dirigido la insuficiente Annabelle, siendo director de fotografía
habitual de la vertiente más aterradora de James Wan) sustos y muertes. Y de lo
primero, ya digo, poquita cosa.
Película,
en fin, que decepcionará a los amantes del terror pero que puede llegar a
interesar a aquellos que se conformen con un drama intimista sobre la
destrucción moral de una buena persona. Es poco lo que ofrece, pero al menos lo
hace con corrección y sinceridad. Quien quiera ver escenas escalofriantes que
se conforme, al final de la película, con los títulos de crédito, brillantes y
retorcidos y que preceden, como si en un blockbuster Marvel estuviésemos, a una
escena postcréditos para nada sorprendente.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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