sábado, 15 de julio de 2017

DÍA DE PATRIOTAS, dolorosa pero emotiva realidad

Después de El único superviviente y Marea negra, Día de patriotas es la tercera colaboración entre el actor reconvertido en director Peter Berg y Mark Wahlberg, basada, de nuevo, en un episodio real de la historia americana reciente.
Resulta curioso como las noticias que se nos antojan lejanas pueden caer fácilmente en el olvido. Seguramente todo el mundo recuerda los atentados en Boston, junto en la línea de meta de su popular maratón, pero sin duda serán solo unos pocos los que tengan conocimiento del acoso y derribo que sufrieron los terroristas hasta ser localizados y neutralizados, llegando a paralizarse todos los medios de transporte de la ciudad e indicando a los ciudadanos que permanezcan encerrados en sus casas hasta detener a los terroristas.
Aunque Tommy Saunders, el policía al que interpreta Wahlberg, es una invención resultante de unir detalles de varios agentes, todos los demás protagonistas de la historia son reales, así como muchas de las imágenes de archivo que Berg intercala con la ficción, dando una mayor sensación de realismo a la par que angustia.
Con el handycap de que la (supuesta) escena más espectacular (la del atentado) se produce al inicio del film, Berg sabe mantener la intensidad y la emoción durante las dos horas y cuarto que dura la película que, contra todo pronóstico, no se hacen nada excesivas. Para ello, Berg presenta a los protagonistas, víctimas, policías y terroristas, con breves pero firmes pinceladas, casi al estilo de las películas corales de catástrofes (ese ritmo de pelo de catástrofes ya lo tenía también en Marea negra), ayudando así a implicarse emocionalmente al espectador y sufrir tanto como los propios protagonistas.
Más allá del buen hacer de Berg y del brillante elenco reunido (junto a Wahlberg se encuentran también Kevin Bacon, John Goodman, Michelle Monaghan o J.K. Simmons), la película se nutre de ese dolor que le supone el ser un hecho real, un acto de violencia tan gratuito e injustificado y perpetrado, además, por dos tipos tan absolutamente imbéciles (insisto en el hecho de que es una historia real, de no ser así casi parecerían bufones) que provoca más miedo incluso que cuando los villanos son los clásicos asesinos fríos y calculadores.
Cierto es que en algunos momentos Berg, que ha contado también con la participación de supervivientes reales del atentado, busca provocar la sensibilidad del espectador con escenas de lágrima fácil y emoción desatada, y que el final puede atufarles a algunos de patriotismo propagandístico (aunque, si como se dice, fue así realmente, yo lo compro). Sin embargo, es justo señalar que toda esa exaltación patriótica no se realiza, por una vez, en nombre de los grandes y solidarios Estados unidos, sino que es de la unión entre los ciudadanos de Boston y su policía de lo que se presume. Y viendo cómo reaccionó Nueva York tras el 11S, no me cabe le menor duda de que fue así.
Esta es, quizá, la mejor lección que nos ofrece una película que, de otra manera, podría provocar miedo por lo indefensos que estamos ante la locura de unos pocos: que en casos de necesidad el ser humano sí es, pese a todo, solidario. Solo con ese consuelo podemos seguir siendo capaces de enfrentarnos al terror.

Valoración: Siete sobre diez

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