El
hecho de que uno espere muy poco o nada de una película no siempre es
suficiente para que esta termine gustando. Tras la soporífera experiencia de Blair Witch volver a enfrentarse a otro
film del tipo found footage y encima de un director novel no parecía lo más
indicado. Y menos cuando se trata de una película de tiburones y uno tiene tan
fresco el grato recuerdo de Infierno Azul.
Gerald
Rascionato es el director australiano que debuta con Cage Drive y que, visto en Sitges, parece un buen tipo, afable y
cercano, lo cual no lo redime, por supuesto, como realizador. Lamentablemente,
su película es tan plana y soporífera como cabría esperar, y aunque tiene algún
momento de agrado, algún susto que funciona, estamos ante más de lo mismo. El
truquito de las grabaciones encontradas, a la postre, no es más que un recurso
para conseguir hacer una película con cuatro duros, teniendo aquí la opción de
desenfocar las escenas submarinas y lanzar cientos de burbujas a cámara para
evitar costearse los supuestos tiburones. Por el contrario tienen el
inconveniente de que dificultan el poder conocer y, por tanto, empatizar con
los protagonistas. Aunque visto lo visto, tampoco es que haya mucho con lo que
empatizar.
Megan,
Jeff y Greg son tres amigos que decididos a conseguir hacer un reallity
televisivo se embarcan a una aventura submarina entre tiburones, teniendo así
la excusa para filmarlo todo. Aunque nada sorprende en la película y no hay un
ápice de originalidad, se agradece el esfuerzo de pretender explicar algo más
metiendo un triángulo amoroso por medio así como un mínimo (muy mínimo) ataque
al “todo vale por la fama” al que nos arrastra la sociedad de consumo
televisivo actual, pero nada es suficiente para combatir el aburrimiento más
que la posibilidad de tomarnos a guasa las torpezas de los protagonistas y
convertir el drama en comedia. Solo así se le puede salvar algo.
Valoración:
Cuatro sobre diez.
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