sábado, 8 de octubre de 2016

UN MONSTRUO VIENE A VERME: un gigante con alma.

Con tan solo dos películas en su filmografía, J.A. Bayona se había convertido en uno de los directores más importantes del cine español. Lo imposible era una película emotiva y espectacular que aunaba el dolor con unos increíbles efectos especiales que ya les gustaría conseguir (y más a ese precio) a muchas productoras norteamericanas.
Por eso, la incertidumbre sobre su próxima película era enorme. Para Bayona, podía significar la consagración definitiva. Y a tenor por las reacciones provocadas, lo ha conseguido. Incluso se comenta que la fecha de estreno en tierras yanquis se debe a promocionarla adecuadamente de cara a su hipotética carrera por los Oscars.
Un primer hándicap con que se podría topar Un monstruo viene a verme es con la comparativa con Mi amigo el gigante de Steven Spielberg. Al fin de cuentas, ambas van sobre un niño solitario y su relación/rescate con un ser gigantesco. Afortunadamente, toda comparación cae siempre en favor de Bayona. Huyendo del humor safio y del infantilismo de Spielberg, Un monstruo viene a verme es una película dramática, dura y amarga, que amenaza con erizar la piel y provoca más de una llantera entre el público. No busca descaradamente la pornografía sentimental, pero la acaricia por momentos.
Un niño acosado por sus compañeros de clase, una madre moribunda y una abuela dictatorial es todo lo que necesita este gigante (del que en España nos perdemos el trabajo de Liam Neeson) para acudir en su rescate. Basada en la novela de Patrick Ness, la base argumental no es un desborde de originalidad, recordando mucho, por ejemplo, a El Laberinto del Fauno, pero Bayona dirige con una eficacia tal que pronto se dejan de lado los posibles prejuicios para adentrarse en esta historia triste y emotiva. Volviendo a Spielberg, al que muchos se empeñan en comparar a Bayona (no es casualidad que el barcelonés vaya a encargarse de la secuela de Jurassic World), en Un monstruo viene a verme logra aunar los dos estilos propios del director de E.T., el drama más intimista y la espectacularidad más fantástica, consiguiendo una mezcla brillante y que nunca chirría.
Además, Bayona va camino a convertirse en un descubridor de jóvenes talentos. Si fue con Lo Imposible que se dio a conocer Tom Holland, el nuevo Spiderman visto ya en Civil War, aquí quien sobresale es Lewis MacDougall, que tras haber trabajado solo en un rol secundario en la prescindible Pan acepta el reto de cargar con el peso de toda la película y sale airoso de ello. Está también magistral, aunque eso ya es habitual en ella, Sigourney Weaver en el papel de abuela, mientras que Felicity Jones y Toby Kebbell cumplen con corrección.
¿Significa todo esto que Un monstruo viene a verme es una película perfecta? Pues no exactamente. La calidad está ahí, y eso es evidente, pero otra cosa es la sensibilidad. Ahí no hay crítico que pueda (o deba) medirla, ya que es una cosa tan subjetiva que cada uno puede y debe tener su propia opinión. Yo, personalmente, soy una persona fácil de conmover en una sala de cine, y Un monstruo viene a verme no consiguió hacerlo. Disfruté de la película, aluciné con el monstruo y sentí pena por los personajes, pero nunca alcancé el grado de dolor que logró traspasarme Bayona con Lo imposible, por más que algunos la acusaran de manipuladora. Lloré con la Watts y Holland más que con MacDougall y Jones, e incluso el final de El laberinto del Fauno me dejó más tocado. No sé si esto se debe a que esperaba demasiado de Un monstruo viene a verme, que yo no estaba en mi mejor momento como espectador o que Bayona no está a la altura de su anterior trabajo, pero me quedó una sensación de vacío al terminar el film, como si necesitara algo más, como si notara que han estado jugando con mi corazón pero no me lo han llegado a retorcer lo suficiente.
Algo que, para nada, debe empañar lo que es una magnífica película. Si su objetivo es hacer llorar o no solo Bayona lo puede valorar, y doy fe que había gente en la sala en la que yo estaba que lloró. Pero a mí me faltó ese punto de emoción final que me obliga a valorar la película un poquito por debajo de lo que me habría gustado.
Solo un poquito.

Valoración: Ocho sobre diez.

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