lunes, 31 de octubre de 2016

LA FIESTA DE LAS SALCHICHAS: Una vulgar pero divertida gamberrada.

Desde hace ya un tiempo tipos como Seth Rogen, Jonah Hill, James franco y un largo etcétera de amiguetes gamberros han intentado abanderar la comedia macarra y políticamente incorrecta con la pretensión de poner patas arriba al convencionalismo puritano de yanquilandia. Sin embargo, resulta evidente que todo debe tener unos límites, y en pos de una comercialidad apropiada la mayoría de estas películas soeces y gamberras terminaban derivando en aquello de lo que se pretendían burlar, con finales felices demasiado blancos pese al culocacapedopis de los inicios.
Es por eso que han debido pensar que el terreno de la animación les haría más libres para hacer lo que les viniese en gana, y con la excusa de una especie de motín dentro de un supermercado estos tipos en cuestión, empleando a Greg Tiernan y Conrad Vernon como directores del encargo, han concebido la broma más grotesca, exagerada, de mal gusto pero también divertida posible.
El punto de partida es una clara referencia de las películas Disney/Pixar, a las que se les acusa últimamente de abusar de repetir el mismo esquema argumental: responder a la pregunta de ¿qué pasaría si los juguetes / insectos / monstruos / peces / coches / ratas tuvieran sentimientos? Rizando el rizo, La fiesta de las salchichas se plantea que sean los productos de un supermercado los que tienen sentimientos y, como en Toy Story o Mascotas, nos descubren a qué se dedican cuando no hay humanos a la vista.
Con una inteligente metáfora sobre la supuesta divinidad de dichos humanos que a la postre termina siendo la gran mentira que sustenta sus existencias, la película es una adaptación apócrifa de Rebelión en la granja, con una serie de matices interesantes que sirven como crítica al consumismo americano, a la discriminación racial o incluso a la opresión de las minorías. 
Hay cabida para todo tipo de burlas, recibiendo su parte también títulos de éxito reciente como La Legopelícula con esa cancioncilla incentivadora del inicio y ese final con un ejercicio de metacine incluido. Por en medio, cientos de situaciones absurdas, chistes sexuales de todo tipo (desde sadomasoquismo a relaciones lésbicas), exaltación de la droga, mutilaciones, muertes violentas…
La pena es que la libertad con la que han contado para sortear la censura es tal que han querido abusar de ella con un uso y abuso de chistes de penes y buscando la risa fácil por el camino de usar dos palabrotas mínimo por frase que la gracia se agota pronto y el efecto sorpresa se desvanece antes de tiempo. Es como si los propios creadores dudasen de su propia capacidad para producir situaciones cómicas y terminasen reduciéndolo todo a la vulgaridad exagerada, oda magna a la escatología, consiguiendo que esta película no sea desde luego para niños pero quizá tampoco consiguiendo darle el tono adulto que merecía. Ni siquiera la gran orgía llega a tiempo de volver a escandalizar al personal.
Al final queda una broma de mal gusto de hora y media, una cachondada con un reparto de lujo en inglés que mejora a películas de los mismos genios como Superfumados o Juerga hasta el fin pero que no logra ser tan rompedora ni escandalosa como pretende. Es más una curiosidad para echarse unas risas con los colegas que una verdadera película.
Y, por encima de todo, termina siendo, de nuevo, una historia de amor. Con una ducha vaginal como villana y chicles mascados emulando a Stephen Hawking, sí, pero historia de amor de todas formas.

Valoración: Cinco sobre diez.

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