sábado, 31 de octubre de 2020

Visto en Netflix: REBECA

Existen dos tipos de fantasmas. Unos son espíritus errantes que se niegan a abandonar este mundo tras su fallecimiento. Los otros, mucho más aterradores por ser reales, son recuerdos del pasado imposibles de combatir. Ese es el punto de partida de la novela Rebeca, en la que la memoria de una mujer extraordinaria tanto por su talento como por su belleza amenaza la vida y la cordura de su sustituta en el lecho nupcial. ¿Cómo competir con el recuerdo perfecto de alguien ya fallecido?

Como si se tratase de un ejercicio de metalenguaje, la Rebeca de Ben Wheatley también debe competir con su propio fantasma, la obra homónima del gran Alfred Hitchcock, que sin ser uno de sus mejores títulos forma parte de la historia del cine.

Wheatley, otrora enfant terrible, se ha acomodado en exceso para filmar una película plana y sin alma que palidecer en comparación con el film de 1940.

Es cierto, como suele hacerse en estos casos, que desde la producción se ha insistido mucho en que no se trata de un remake del filme de Hitchcock, sino una nueva versión de la novela de Daphne Du Maurier, pero, aún sin tratarse de una fotocopia total como la versión de Psicosis de Gus Van Sant, lo cierto es que no hay ningún esfuerzo en el guion para innovar lo más mínimo, repitiendo argumento, esquema e incluso diálogos. Como curiosidad, sólo hay ligeros detalles realmente diferenciadores: el cambio de escenario de la resolución de la trama, los matices alrededor del desenlace de uno de los protagonistas y la mayor importancia en el guion del personaje femenino, algo muy ligado a la moda actual del emplazamiento femenino, de nuevo mal entendido y que da pie a una de las escenas más estériles de la película. Es como si los mínimos cambios argumentales solo hayan sido para peor (hay también un detalle al respecto del protagonista masculino que obviaré por no entrar en detalles, pero que invita a tener una visión diferente y más negativa de la propuesta)

Lo malo es que dejando de lado su referente, la versión de Netflix tampoco es para tirar cohetes. Mal medido el ritmo entre el melodrama romántico y la intriga, la película parece confiar todos sus esfuerzos en un reparto de campanillas, pero no siempre logran estar a la altura, en parte culta de una construcción de personajes que no consigue que ninguno te caiga especialmente bien. Armie Hammer está tan insulso como de costumbre y la habitualmente adorable Lily James está como pérdida, firmando una de sus más pobres interpretaciones. Sólo Kristen Scott Thomas brilla en su rol de perversa.

Vista por si sola, no es que sea una película detestable, pese a esos momentos de guion ya comentados, y puede sorprender al público más joven de Netflix que no tengan ni idea de quién es ese tal Hitchcock (que los hay, créanme), y que sabrán agradecer un lenguaje cinematográfico más moderno. Además, sale victoriosa en su fotografía, pues gracias al obvio uso del color podemos apreciar la belleza de la costa francesa y disfrutar en todo su esplendor de Manderley, aparte de tener una música menos omnipresente que en el film protagonizado por Laurence Olivier y Joan Fontaine.

Anoche, Ben Wheatley sólo que regresaba a Manderley, pero quizá no hacía falta que nos lo hubiese contado.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

jueves, 29 de octubre de 2020

Visto en Netflix: LA MALDICIÓN DE BLY MANOR

Tras el tremendo éxito que tuvo hace un par de años Mike Flanagan con La maldición de Hill House, llega ahora esta especie de secuela espiritual, una nueva mini serie cerrada de nuevo con Flanagan a los mandos (aunque no firma todos los episodios) y repitiendo varios actores del casting.

La maldición de Bly Manor se inspira en el relato Otra vuelta de tuerca, de Henry James, aunque Flanagan no se limita a fotocopiar la obra, sino que toma prestadas referencias de otros textos del autor, acompañarlos con homenajes diversos que reflejan el universo propio del director, con Stephen King siempre presente.

La maldición de Bly Manor cuenta la historia de una au pair que es contratada para educar a dos hermanos huérfanos en un enorme casoplón sin más compañía que una ama de llaves y la presencia eventual (no residen en la casa) del cocinero y la jardinera.

Narrada mediante el recurso de la voz en off, que no sólo no molesta (como suele suceder habitualmente) sino que por momentos es imprescindible, la serie tiene un ritmo pausado, en las antípodas del cine de miedo actual, con momentos más cercanos al drama que al propio terror. De hecho, estamos ante un cuento de romanticismo gótico, muy heredero de las historias de Poe y con la película La cumbre Escarlata, de Guillermo del Toro, en el recuerdo.

La maldición de Bly Manor es una historia de fantasmas muy clásica, con cientos de guiños ocultos, que tras una trama enrevesada gracias a su prodigioso montaje (hay flashbacks, ensoñaciones, viajes a través de recuerdos) que propicia algo episodio memorable y que invita a hacer un segundo visionado para disfrutar, ya desvelado el final, de todas las pistas y detalles que se han ido arrojando por el camino.

Resultaría muy osado decidir si La maldición de Bly Mason es mejor o peor que La maldición de Hill House, pero como poco se puede asegurar que son muy parejas en cuanto a brillantez y me invitan a reincidir en la idea de que Mike Flanagan es alguien a quien tener muy en cuenta en la industria (pese a no haber sido un taquillazo su Dr. Sueño me pareció genial) y estoy deseando conocer su siguiente proyecto.

Precisamente, puede que el principal, pero de la serie esté en la decisión de utilizar a varios directores diferentes, lo que en algún momento ladra la poderosa atmósfera y ralentiza algo el ritmo.

Con todo, espero que Netflix le proponga que siga revisando en su biblioteca en busca de más relatos de casas encantadas para una tercera temporada. Yo firmo ya.

Visto en Netflix: EL JUICIO DE LOS 7 DE CHICAGO

Impulsada inicialmente por Steven Spielberg, que terminó abandonando el proyecto por su versión de West side storyEl juicio de los 7 de Chicago es una nueva muestra del talento de Aaron Sorkin como guionista, aunque posiblemente aún le quede bastante margen de mejora como director, faceta en la que debutó en la estimable Molly's game.

De nuevo se basa en bueno de Sorkin en una historia real para presentarnos un libreto de interpretaciones intensas y diálogos ágiles, eso que mejor se le da y cuyo estilo casa a la perfección con el retrato de uno de los juicios más mediáticos de la historia americana.

Con Nixon recién llegado al poder, su embestidura debe lidiar con una manifestación que terminó en batalla campal por una protesta contra la convención del Partido demócrata en unos tiempos muy convulsos (aún estaban en el recuerdo las muertes de Kennedy y Luther King).

El conflicto debía estar en averiguar si los manifestantes fueron los provocadores o si fue la policía la que cargó con exceso de celo, algo terriblemente familiar hoy en día con las brutales cargas en manifestaciones afroamericana y que habrá quien querrá ver reminiscencias (a mucha menor medida) con el conflicto catalán del 1-O, pero que terminó derivando en una especie de caza de brujas.

Al parecer, el juicio fue una pantomima y los acusados (inicialmente ocho) estaban condenados de antemano. Aquí Sorkin, respaldado por un espectacular elenco, hace un brillante retrato de los personajes, consiguiendo hacer perfectamente entendible una historia que para el espectador ajeno podría resultar confusa, otorgado además curiosas dosis de humor que, contra todo pronóstico, encajan a la perfección con la seriedad y el drama de la situación.

El pero del film, más allá de una dirección algo plana y excesivamente formal, está en la escasa imparcialidad del guionista. No se puede acusar a Sorkin de faltar a la verdad, eso es cierto, pero sus colores políticos quedan demasiado al descubierto, algo que desmerece el trabajo de un escritor tan grande como él.

Pese a ello, estamos ante una brillante película de juicios de corte muy clásico, que podría haberse recreado más en la violencia en las calles y que, por decisión del propio Sorkin, prefiere poner toda la carne en el asador de la sala del juzgado.

Sin duda, la primera gran apuesta de cara a los próximos Oscar, sea como sea que se vaya a celebrar esta edición tan extraña.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

Visto en Netflix: POR TRECE RAZONES

Hace ya un par de meses que Netflix estrenó la cuarta y última temporada de Por trece razones y esa es casi la única motivación que he tenido para verla. Soy consciente de que se trata de una serie juvenil y que hace años que yo me salí de ese target, pero creo que no es excusa para no criticar el estiramiento excesivo de su trama. Esta era una serie (como Homeland o Prison break, por ejemplo) cuyo argumento invitaba a una temporada única, y en los tres casos habrían quedado estupefaciente si se hubiesen conformado con ello. En el que nos ocupa, al menos hay que reconocerles el intento de jugar con el género y proveer cosillas diferentes. Otra cosa es el resultado del invento. Y es que a lo largo de esta tanda de diez episodios ha habido momentos de «survival horror» e incluso distopías postapocalípticas con homenaje a Terminator incluido. Eso sí, la puesta en escena ha dado pie a momentos de verdadero ridículo.

En realidad, la cosa es más de lo mismo: un puñado de niñatos llorones que abanderan el concepto de amistad mientras se dedican a desconfiar constantemente unos de los otros. Además, el nivel de dramatismo es tan elevado que resulta casi inverosímil. Es buena esa apuesta que llevan desde el principio de pretender alertar de los peligros a los que está expuesta esta generación, pero o bien se pasan de la raya o las cosas están muy mal en el país de Trump, demasiado alejadas (por fortuna) de nosotros como para poder empatizar con los protagonistas.

El argumento gira en torno a las consecuencias de lo sucedido con Bryce y Monty en temporadas anteriores, sirviendo como excusa para mostrarnos un descenso a los infiernos de Clay que al final no va a ningún sitio. Para ello, los guionistas han apostado por jugar la carta del cliffhanger, haciendo que el final de cada episodio te deje con ganas de ver el siguiente, pero el poco interés que demuestran en analizar las consecuencias de todo mediante elipsis irritantes provoca que cada inicio de capítulo sea una nueva decepción.

Es curioso que una temporada que parece querer decir que hay que enfrentarse a las consecuencias de nuestras acciones presenten tantas acciones son la más mínima consecuencia.

Sí es cierto que el último capítulo contiene todo lo que pedía un buen capítulo final, dando una despedida digna a los protagonistas (aunque abusando algo del componente melodramático), pero el problema radica en que la construcción (o deconstrucción) de cada uno de ellos es tan pésima que provoca que la mayoría te caigan mal, de manera que importe poco o nada lo que suceda con ellos.

La verdadera protagonista de la función, Hannah Baker, abandonó la serie tras la segunda temporada (una demasiado tarde) y la actriz está triunfando ahora con Maldita. Y esto será los que piensen mucho tras haber llegado a este final: «maldita sea por no haberme bajado del barco antes».

sábado, 24 de octubre de 2020

Cine: NO MATARÁS

Desde hace ya unas cuantas películas, la filmografía de Mario Casas ha venido definida por su loable esfuerzo de romper con esa imagen de chico guapo encasillado en un cine comercial diseñado para un target fundamentalmente adolescente.

No matarás es un paso más en ese camino pedregoso en forma de película incómoda casi al mismo nivel de El practicante, cuyos estrenos casi solapado habrá que ver si no le pasa factura entre sus fans más acérrimas.

Además, No matarás cuenta con una de esas realizaciones casi experimentales que abusa del plano corto, que sin llegar al nivel de El hijo de Saúl (por lo de seguir al personaje de Casas con la cámara pegada a su cogote) recuerda bastante.

También hay en su más algo del Jo, que noche de Martin Scorsese, con un descenso a los infiernos de un chaval algo introvertido que tras la muerte de su padre (al que ha dedicado los últimos años) puede aspirar a empezar a vivir de verdad. Sin embargo, un encuentro fortuito con una chica que engrandece el concepto de «tóxica» precipita un sinfín de situaciones violentas y enfermizas que, en una sola noche, marcará la historia del protagonista, transformándolo para siempre.

Personalmente, no soy muy amante del estilo visual que propone David Victori, demasiado sucio e intimista, pero hay que reconocerle su bien trabajo a la hora de conseguir un ritmo endiablado y adrenalítico, un ritmo que permite que, durante el visionado, se pasen por alto algunos límites que el guion supera, amenazando con desafiar nuestra credulidad.

Sé que sin duda el punto más polémico del film sea su escena final, un desenlace abierto a interpretaciones y que puede provocar la indignación del espectador medio. No seré yo quien critique las películas que invita al espectador a pensar, suponiendo casi un desafío, pero creo que Victori desaprovecha la oportunidad de cerrar el proceso de transformación del protagonista de manera brillante tan sólo con una apuesta diferente del uso de la cámara. Pero claro, esto ya sería jugar a ser director, y se trata de valorar la película que he visto y no la que me gustaría ver.

Al final, lo que queda es otra gran interpretación de Casas y el ritmo trepidante, junto a una atmósfera tan acertada como forzada.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Visto en Netflix: VAMPIROS CONTRA EL BRONX

Aunque el género del terror es casi tan antiguo como el propio cine (ahí están los ejemplos del expresionismo alemán), en las últimas décadas dos subgéneros han sobrevenido por encima del resto: los vampiros y los zombies.

Se diría que ya está todo contado sobre ambas figuras, pero eso no significa que no sea agradable regresar a ellas una y otra vez, siempre y cuando se haga con un mínimo de sentido.

Vampiros contra el Bronx da una vuelta de tuerca al tema vampírico y, siempre con la excusa de una dominación global, los disfraza de inversores inmobiliarios, empezando su asalto al capitalismo occidental por el neoyorquino barrio del Bronx.

Con un presupuesto muy reducido (que se traduce en un abuso de escenas demasiado oscuras) pero con bastante desparpajo, la película recuerda a aquellos clásicos de la Amblin en la que un puñado de chavales tenían que enfrentarse ellos solos a la amenaza en cuestión.

Así, a medio camino entre las Pesadillas de Robert Lawrence Stine y Los Goonies de Richard Donner, la película tiene un tono simpático sin caer de lleno en la comedia que tenemos al cine más ochentero, eludiendo, eso sí, la búsqueda del hostigamiento nostálgico, algo que tan bien se le da a Stranger Things o a las dos películas de It.

Vampiros contra el Bronx recuerda también a esas películas de corte bajo pero deliciosa factura del cine británico, donde se permitía dar protagonismo a los suburbios, con Attack the block como ejemplo más claro.

Cruce entre terror, humor y denuncia social, la película es, en realidad, una propuesta juvenil, quizá algo light para los amantes de la sangre a borbotones, pero muy efectiva para disfrutar en familia lejos de las ñoñerías que se suele relacionar a ese concepto.

En resumen, entretenida película para todas las edades que sin ser nada del otro mundo se postula como una elección apropiada para disfrutar en la inminente celebración de un Halloween más casero que nunca.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Amazon Prime: THE BOYS

Emborronada por la polémica entre creadores y fans por la forma en que ha sido emitida, al fin ha concluido la segunda temporada de The Boys, posiblemente la serie más gamberra y transgresora del panorama televisivo actual.

Imaginada como una versión oscura y retorcida de los clásicos héroes de Marvel y DC (esta segunda temporada tiene algunos guiños muy directos a sus referentes cinematográficos), The Boys arrancó en su primera temporada planteando un mundo donde los súper héroes no sólo son reales, sino que están controlados por una corporación más interesada en el lucro que en el bienestar de la sociedad.

Con los personajes bien presentados y los dos bandos más o menos organizados (aunque a lo largo de esta tanda de diez episodios habrá tradiciones y cambios de chaqueta), esta segunda temporada se beneficia de la incursión de algún personaje nuevo, en especial la nueva componente de Los Siete, el grupo de héroes que, a imagen y semejanza (al menos de puertas para afuera) de Los Vengadores o La Liga de la Justicia, forman la élite del mundo superheroico. Se podría pensar que el peso de la narrativa recae siempre sobre el enterramiento entre Billy Carnicero y Patriota (brutales Karl Urban y Antony Starr), con permiso de la siempre complicada relación entre Hughie y Luz Estelar, pero esta nueva Stormfront amenaza con hacerse con el control de la temporada en muchos e impactantes momentos.

Hay que reconocer que se puede acusar a la temporada de una cierta irregularidad, más cuando se pierde excesivo tiempo en reincidir en ciertos personajes de manera innecesaria. Esto motiva que, personalmente, piense que es más adecuado un visualizado seguido (no soy muy partidario de los atracones maratoniano, pero sí del episodio diario) que no esperar al capítulo semanal, que además puede tener un efecto contrario al buscado por las mentes pensantes y hacer que el impacto entre el fandom sea muy inferior al de la primera temporada.

Por otro lado, es especie de descenso a los infiernos al que se lleva a Patriota, ese análisis político aterrador por lo real que es y esa sátira sobre la manipulación de los medios, que es lo más interesante de la serie por más que lo que perdure en la memoria sean los impactantes momentos de casquería y brutalidad. Por eso, Erik Kripke sale airoso en conseguir una mezcla muy acertada entre la diversión más salvaje y la denuncia más ácida (algo heredado del cómic de Garth Ennis), evitando repetir esquemas y dejándolo todo preparado para una tercera temporada ya confirmada que promete nuevos derroteros.

Despiadada y cruel con la América actual, un ritmo algo irregular y alguna trama previsible (junto a la inevitable pérdida del factor sorpresa) no son suficientes para enturbiar una segunda temporada a la altura de lo esperado, confirmando a The Boys como la mejor serie de superhéroes con la etiqueta de «para adultos» (algo a lo que aspira sin conseguirlo títulos como Doom Patrol, por ejemplo).

Genialidad no apta para todos los estómagos...

martes, 20 de octubre de 2020

Visto en Netflix: EL HALLOWEEN DE HUBIE

Aunque no sea ni mucho menos una saga como tal, una de las franquicias más rentables para Netflix es su colaboración con Adam Sandler, con quien desde hace años tiene contrato en exclusiva. De hecho, a día de hoy, Criminales en el mar sigue siendo el título más visto de la plataforma.

El Halloween de Hubie es la última ocurrencia de Sandler, después de que coqueteara con el cine «serio» en Diamantes en bruto. Tras esa película, aclamada por la crítica y ganadora de algún que otro premio independiente, el propio Sandler reclamó que si no lo nominaban al Oscar se vengaría haciendo la peor película de su carrera.

Es posible que El Halloween de Hubie no sea ni de largo su peor título, pero tampoco se le aleja mucho. Reconozco que sé de ciertas páginas que han alabado la protesta y que han sabido ver en ella una divertida parodia de ciertas pelis de terror, pero a mi entender, todo se reduce a un batiburrillo de gags de baratillo, guiños sin denegada inspiración y, sobre todo, una infinita variedad de gritos de Adam Sandler asustándose de cualquier tontería.

Con un argumento de esos que son más una sucesión de situaciones que una historia realmente bien hilvanada, la única gracia del film, algo para nada novedoso, es la de recibir a los clásicos amiguetes del actor que van pululando por ahí, a cuál más disfrazado.

Y es una lástima, pues tenía mimbres para ser algo bastante divertido, como la presencia de Steve Buscemi en plan hombre lobo o el abanico de referencias populares al género, pero todo es censurado insulso y carente de chispa como para poder destacar ninguna virtud real. Ni siquiera la presencia de Julie Bowen (posiblemente la pareja con menos química con la que Sandler ha compartido pantalla) sirve para animar el cotarro.

En fin, película del montón, justita hasta con la meta pretensión de pasar el rato, con un Sandler grotesco que puede habérselo pagado de miedo rodando esto, pero que no da miedo, ni risa. Una tontada monumental que es mejor olvidar cuanto antes. Tanto es así que el menor protagonista de la función (de lejos lo más divertido) es algo tan absurdo como un termo multiusos. Así lo dejo.

Sí lo que queréis es ir calentando Halloween, mejor dejaros pasar por ese Bronx cargado de especuladores inmobiliarios con colmillos de vampiro…

 

Valoración: Cuatro sobre diez.

Reflexiones: SI ÉL NO SOY YO, ¿YO TAMPOCO ES ÉL?

La falta de tiempo y los continuos cambios en mi vida personal me impiden dar más vidilla al blog, al que me gustaría regar con reflexiones variadas más allá de las opiniones de cine y series a las que os tengo acostumbrados.

Algo de lo que nunca he hablado por aquí hasta ahora es de música, pero me temo que mis gustos musicales dejan mucho que desear. Si bien me agrada el cine de todos los tiempos y no pongo fecha de caducidad a las novelas ni los cómics, en el terreno melódico quede bastante anclado en los gloriosos ochenta, esa década tan mágica que llegó a durar casi veinte años.

El caso es que escucho poca música actual (soy muy de radio, pero más de tertulias políticas y deportivas que de ruiseñores varios), pero de algo me entero, aunque, como diría el señor mayor en que me estoy convirtiendo, no entiendo esta música de los jóvenes de ahora.

Como sea, el otro día escuché una canción que después de investigar un poco sobre ella resulta tener ya un par de años. En vista de lo poco actual que era iba a dejar pasar el tema, pero por vaya usted a saber qué motivo, las radios la siguen pinchando con frecuencia. Tras la tortura que me supuso escucharla desde los altavoces de mi vecino mientras tendía la colada el otro día, decidí que debía dar rienda suelta a mi pataleta y hablar aquí sobre ella. Y es que me duelen tanto los oídos cada vez que la escucho y me enerva de tal manera la sangre que me niego a callar mi gran bocaza.

Se trata de un tema de un tal Blas Cantó que cuenta nada más y nada menos que con cuatro compositores, según la wikipedia. Los he anotado porque no me quiero dejar a ninguno: Antonio Rayo, Leroy Sánchez, Manuel Herrero Chalud y Rafael Vergara.

No voy a entrar a valorar ni la voz del chaval este ni la calidad de la música; ni me atrevería siquiera, sabiendo mis propias dotes musicales. Pero la letra ya es harina de otro costal.

Con un tono ligeramente llorón, el protagonista de la canción se queja de que la mujer de sus sueños no caiga rendida a sus pies, temerosa por el recuerdo de una mala experiencia en el pasado, por lo que él trata de destacar las diferencias entre ambos contendientes. El estribillo, que se repite insistentemente, es así: 

Te llevaré conmigo aquí a sitios donde él no quiso ir

No temas al amor, entiéndelo

Él no soy yo

Dibujaré sin dudar la paz en tu mirada frágil como el cristal

Él sólo fue dolor, entiéndelo

Él no soy yo

Él no soy yo

 

Y si, lo habéis adivinado. La canción se titula «Él no soy yo».

Vamos a ver, señor Cantó y compañía. «Él» es un pronombre personal, concretamente la tercera persona del singular. Hace referencia a ese amante del pasado que, en la estructura de la frase, hace las veces de sujeto.

«No soy yo», por tanto, es el predicado. Y la acción de ser o no ser viene dada, por lógica, por el sujeto. Y, sin embargo, se utiliza la primera persona del singular del verbo «ser».

Así pues, él no soy yo, por supuesto. Porque es literalmente imposible que él sea primera persona.

De manera que hay dos formas posibles de encarar la frase correctamente sin traicionar a la intención deseada. O bien «Él no es yo» o mejor «Yo no soy él», pero nunca la elegida.

Que cuatro compositores y un cantante (más toda la troupe de productores, asesores y demás) hayan visto está letra y no se hayan percatado de la patada a la gramática española (o peor aún, les haya dado igual), es una muestra del nivel cultural de nuestra sociedad.

No pretendo que se utilice la música para educar, no es su trabajo, pero sí pido que, como mínimo, no se use para deseducar. Que es muy fácil condenar las letras machistas y despreciables de muchos éxitos de reguetón, pero esto tampoco es moco de pavo.

No es la peor canción de la historia, ni mucho menos. Incluso es bastante pegadiza. Pero me duele cada vez que la oigo. Y es sólo el botón que sirve como muestra de lo que tenemos por aquí.

Así vamos...

Visto en Amazon Prime: COUNTDOWN: LA HORA DE TU MUERTE

Countdown: la hora de tu muerte es una de esas películas cuyo estreno se vio afectado por el cierre de los cines dudo a la pandemia y que encontró distribución gracia a la plataforma de streaming de Prime Video pese a no ser una producción de Amazon.

Con un argumento y estilo visual que podría recordar a una película de la Blumhouse, el film escrito y dirigido por Justin Dec, la película es un cúmulo de tontadas y clichés del terror adolescente más banal que no conduce a ningún sitio.

La historia parte de la resistencia de una app capaz de predecir el día en que va a fallecer el usuario en cuestión, siendo imposible use ese conocimiento para tratar de esquivar a la parca. Esa inevitabilidad puede recordar a priori a títulos como Destino final, aunque el festival de muertes visto en aquella saga no puede ni compararse a los sustos de baratillo que ofrece Dec. Tampoco el tema de espíritus lanzó la tecnología para causar terror es nuevo. De eso se administraba la ya clásica The ring, aunque a mí me venía a la mente la más reciente (y muy superior) Cam.

Se podría esperar que Dec aprovechará la penita para hacer algo de crítica al abuso de las aplicaciones para móviles (o a la afición a la tecnología en general) o que el tema del acoso laboral tuviese algo más de presencia, pero al final todo es agua de borrajas en una película muy ramplona y aburrida, de trucos cutres para sobresaltar al personal y algunos personajes directamente ridículos.

 

Valoración: Cuatro sobre diez.

jueves, 8 de octubre de 2020

Cine: LA HABITACIÓN

Vista sin demasiado entusiasmo por parte del público en el festival de Sitges del año pasado, La habitación es una pequeña protesta a medio camino entre el terror y la ciencia ficción que bebe de muchas fuentes conocidas para saber reinventarse según avanza la trama.

Todo comienza con un matrimonio mirándose a un caserón aislado donde, sin que ellos lo sepan, se ha convertido un terrible asesinato. Muy poco original, cierto.

Pronto, la cosa se desvía con el descubrimiento de una habitación secreta capaz de concederles cualquiera de sus deseos. Algo a priori maravilloso si no tenemos en cuenta de que nada en esta vida es gratuito y los regalos del diablo (es un decir) suelen salir caros.

Así, estamos ante una mezcla de películas de casas embrujadas con toques de magia que recuerdan a títulos como La caja o Siete deseos, pero que sabe sorprender con su desarrollo consiguiendo llevar la historia hasta buen puerto.

Con una producción sencilla pero efectiva (se trata de una producción a tres bandas entre Francia, Bélgica y Luxemburgo), la película de Christian Volckman se sostiene sin demasiados problemas sobre sus dos actores protagonistas, Kevin Janssens y, sobre todo, Olga Kurylenko, sabiendo engañar al espectador con inteligencia (y alguna trampa que le voy a perdonar) y evitando caer en el ridículo, lo cual, en determinados momentos, no es tan sencillo como parece.

En fin, interesante película que sin ser nada del otro mundo bien merece tenerla en cuenta por su intriga y buenas intenciones, sin que a mí personalmente me moleste para nada la ausencia de una explicación que, desde el punto de vista de los protagonistas (que es el que nos importa) no tiene una verdadera importancia.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Disney+: EL CLUB SECRETO DE LOS NO HEREDEROS AL TRONO

Desde que Disney comprara Marvel se podría decir que su imperio se ha sostenido, sobre todo, en dos conceptos: princesas y superhéroes (luego está Star Wars, pero se podría debatir si la nueva saga encabezada por Rey no es, precisamente, la unión de ambos conceptos).

Fue con Frozen donde más se vio esa mezcla de estilos, manteniendo ese espíritu de princesas Disney de la que carecían producciones animadas como Los Increíbles o Big Hero 6, pero es con un título menor como El club secreto de los no herederos al trono que la fusión es más notoria y evidente.

El club secreto de los no herederos al trono es un estreno exclusivo de Disney+, que viene a ser lo que antes se llamaba lanzamiento directo a vídeo, lo cual se traduce en un presupuesto mínimo y rostros poco conocidos, saludos de la cantera de la casa del ratón. Sin embargo, y pese a las indiscutibles debilidades del film, no se aprecia nada terrible en su acabado final, lo cual no deja de ser bastante meritorio.

La premisa es tan sencilla como absurda. En Europa, todos los príncipes y princesas nacidos en segundo lugar (es decir, sin derecho al trono), obtienen unos poderes (diferentes en cada caso) que se les revela en la adolescencia. Así que entran a formar parte de un club secreto donde aprenderán a utilizarlos para velar por el bien. El problema viene cuando un peligroso terrorista escapa de la cárcel con la firme intención de acabar con la monarquía.

Con un extraño discurso político que no deja claro si va en contra de las monarquías o si prefiere criminalizar a los republicanos, la película es un simpático refrito de conceptos del cómic, desde la academia clon a la de Charles Xavier (sala de peligro incluida) hasta la característica de los poderes (el villano, de hecho, es una imitación de Magneto en toda regla).

Todo vale para un film simpático y sin pretensiones que va enfocado (no hay que olvidarlo) a un público infantil y que cumple como comedia tontorrona con la dosis justa de acción. Producto familiar de segura con un acabado efectivo.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

domingo, 4 de octubre de 2020

Cine: EXPLOTA EXPLOTA

Generalmente, es relativamente sencillo valorar una película, ya sea para bien o para mal. En algunos casos, sin embargo, se hace realmente difícil encontrar un punto de equilibrio con el que medir la obra. Explota explota es uno de esos casos.

Por un lado, debo reconocer que me lo pasé estupendamente bien con la película. Está repleta de temas muy reconocibles de Rafaella Carrá y tiene unos puntos de humor muy divertidos que hace que se vea con mucho agrado. Sin embargo, son tantos los problemas que tengo con ella que no puedo obviarlos, por más que me gustaría.

Voy a empezar por estos, empezando por unos personajes que me parecen bastante antipáticos. La historia va, desde mi punto de vista, sobre una chica que quiere luchar por sus sueños de bailar pero que se pasa todo el rato huyendo de los problemas que se enamora de un chico tan guapo como cobarde y mentiroso. Ni siquiera estoy seguro de que Ingrid García Jonsson y Fernando Guallar estén a la altura. Es el padre de él, magnifico Pedro Casablanc, un censor muy chapado a la antigua quien, por más que sus ideas sean arcaicas y reprochables, es el único íntegro de la historia, pues al menos es fiel a sí mismo. Es cierto que la película trata de hablar sobre la libertad y la tolerancia (y es curioso como defiende el empoderamiento femenino desde la sexualidad y el culto a la belleza), pero para aceptar la premisa es necesario verlo desde la perspectiva de la época, no con ojos actuales. El propio protagonista hace una defensa sobre que lo que en una época era malo en otra no lo es, y más allá de lo a favor o en contra que uno pueda estar sobre la censura la realidad del momento (está fechada en 1973) es que las acciones de la supuesta heroína deberían ser vistas, a ojos de la sociedad, como reprochables y ganarse el odio popular. Al fin y al cabo, aún faltaban casi quince años para la nochevieja más mítica de la historia de TVE y ni siquiera por aquel entonces lo que sucedió con cierta cantante italiana fue visto con buenos ojos por gran parte de los españoles.

Es Amparo, con la piel de Veróniga Echegui, inevitable amiga de la protagonista, quien también se salva de la quema con un personaje extremadamente blanco y cargado de clichés, pero a la vez (casi incomprensiblemente) quien en muchos momentos parece llevar el peso de la acción, incluso en el apartado musical.

Con una exquisita ambientación de la Madrid de los setenta que, sin embargo, falla al no saber transmitir el espíritu navideño que se les supone a las fechas, el verdadero problema que tengo con este musical, del que uno no puede evitar salir tarareando las canciones, son, precisamente, los números musicales. ¿Están mal diseñados? Pues no. ¿Rompen la continuidad de la acción? Pues tampoco. ¿Los actores no están a la altura? Puede ser, pero tampoco es que Emma Stone tenga una gran voz y La la land sigue siendo una delicia. ¿Qué es lo que sucede entonces? Pues no sabría decirlo con precisión, pero tengo claro que, como amante de los grandes musicales, algo me falla cada vez que los personajes se ponen a cantar. Es como una sensación de artificio, como si el director Nacho Álvarez no consiguiese insuflar el toque de magia que un producto así necesita para que funcione. Incluso se denota una falta de naturalidad por parte de los actores, como cuando un cantante mediocre se enfrenta a un playback y no sabe disimularlo.

Y, sin embargo, como he dicho al principio, la película se puede ver con mucho agrado. ¿es mediocre? Sí. ¿Me ha gustado? También. Me recuerda al debate sobre Bohemian Rhapsody, que algunos la tachan de nefasta pero el la que el poderío de Queen se impone sobre todo. Es algo similar, pero a menor escala.

Tiene muchos defectos, pero incluso a pesar de ellos, funciona, más como comedia romántica ligera que como musical, pero funciona. Y muchas veces, las sensaciones que una película provoca deben sobreponerse a la técnica o al talento. A mí, en este caso concreto, me basta con eso.

 

Valoración: Seis sobre diez.

sábado, 3 de octubre de 2020

Cine: GREENLAND: EL ÚLTIMO REFUGIO

Existen dos tipos de personas: las buenas y las malas. Este parece ser el mensaje que Ric Roman Waugh, quien ya dirigiese a Gerard Butler en Objetivo: Washington DC, quiere dar en Greenland: el último refugio.

Lejano ya aquel 1998 en el que Armageddon y Deep Impact competían por llegar primero a las carteleras, de nuevo un meteorito amenaza con eliminar a toda la humanidad de la faz de la tierra. Tener a Butler de protagonista podría ser, a priori, algo para temblar, teniendo en la memoria la espantosa Geostorm en la que también nuestro futuro estaba en juego, pero por fortuna el libreto de Chris Sparling (cuyo guion más recordado sigue siendo el de Buried) va por otros derroteros. Sin dejar de lado la parte más fantástica y apocalíptica, y apoyándose en varios clichés del género, Greenland es, en el fondo, un drama sobre un matrimonio en crisis que debe enfrentarse a duras pruebas para conseguir seguir adelante, siempre con la seguridad de su hijo como principal objetivo. Para ello, deberán dejar varios muertos por el camino (figurada y literalmente), como abandonar a sus amigos y vecinos a su suerte, y verán como la situación escapa demasiado a menudo de su control, dependiendo, como he empezado esta crónica, de la generosidad o la villanía de los que se topen en su camino.

Recordando por momentos a la muy inferior El final de todoGreenland se podría comparar en pretensiones a The walking dead (aunque en bueno), ya que usa una amenaza mundial como excusa para contar una historia que, en el fondo, es muy intimista y sencilla. Para que ello funcione, es fundamental que los personajes estén bien dibujados y que Gerard Butler y Morena Bacarrin se lo tomen en serio, y lo cierto es que la entrega de ambos en innegable.

Se puede echar en cara, en ciertos momentos, la puesta en escena de Waugh, muy oscura y por momentos confusa, pero tengo la sensación de que más que un defecto es un recurso que el propio director elige para transmitir la confusión y angustia de los propios protagonistas. Además, consciente de que pisa un terreno de sobras conocido por el público mayoritario, no pierde el tiempo explicando innecesariamente porqué suceden algunas cosas, limitándose a mostrarlas en pantalla sin más.

De aspiraciones mucho más humildes que la clásica propuesta de un Emmerich del montón (hay también en la historia ciertas reminiscencias a 2012), Greenland puede abusar de ciertos tópicos y obliga en algunos momentos a hacer verdaderos saltos de fe, pero es una agradable sorpresa que ofrece mucho más de lo que a priori parecía prometer, pudiendo decepcionar, eso sí, a los que busquen un simple film de escapismo y destrucción y recordando también a ciertos momentos de la alabada (y sobrevalorada) serie de El colapso.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Visto en Filmin: YOU DON'T NOMI

En ocasiones hay películas tan espantosas que terminan por ser títulos de culto. A ellas se remite la clásica free de «es tan mala que es buena» y los dos referentes más clásicos, cada uno de una generación diferente, son Plan nueve del espacio exterior, de Ed Wood, y The room, de Tommy Wiseau. Curiosamente ambas han merecido sendas películas analizando la historia de su rodaje y surgiendo como base para conocer a sus, por decir algo, autores: Ed Wood, de Tim Burton, y The disaster artist, de James Franco.

No creo que Showgirls juegue en la misma liga, pies aburre no me gustó nada en el momento de su estreno, y más viniendo de la mano de Paul Verhoeven, que estaba arrasando las taquillas con títulos como RoboCop, Desafío total o Instinto básico, pero estaba claro que tras un guion estúpido e interpretaciones sobreactuadas se encontraba un director que sabía o que se hacía.

Las críticas, sin embargo, fueron espantosas y el público le dio la espalda sin contemplaciones, marcando el comienzo del declive del realizador, al menos en su etapa hollywoodiense.

Pero, curiosidades de la vida, con el paso del tiempo ha tenido una segunda vida como película de culto, en una época donde el cine trash se ha vuelto banal y superficial, como demuestran títulos como Sharknado. Precisamente de eso trata You don't Nomi, el documental de Jeffrey McHale que se ha estrenado recientemente el Filmin.

El gran valor del documental, más allá de desvelar algunos de los entresijos de la película (que insisto, para mí no merece la categoría de culto), es la de analizar cómo una mierda (así es descrita textualmente en el documental) puede llegar a convertirse en todo un fenómeno. Además, sirve como análisis de las carreras de Verhoeven y Elizabeth Berkley, la actriz que iba a ser catapultada a la cama gracias a este proyecto y que terminó esfumándose del panorama internacional.

Y sirve, de rebote, para hablar de cine. Para entender muchas cosas de este mundo de locos.

You don't Nomi no va a tratar de convencerte de si la película es mejor o peor, pero si te va a dar unas cuantas claves para entenderla y saber verla con ojos nuevos.