A la espera de que llegue su último estreno cinematográfico, No matarás, Mario Casas parece sentirse cómodo a las órdenes de Netflix, pues tras ser un secundario de lujo en Hogar ahora es la estrella absoluta del último gran estreno de la plataforma: El practicante.
Ángel
es un paramédico de ambulancias al que, desde el primer momento, se le intuye
un halo de oscuridad. Vive con la francesa Vane, con quien comparte la frustración
de no conseguir ser padres. Cuando un accidente lo condena a la silla de
ruedas, todo empieza a ir a peor.
Con
una psique retorcida que recuerda en ciertos momentos a la perturbación de Misery
(hay algo del King más terrenal en El practicante), el director Carles
Torras, acostumbrado a oscuras turbias, completa su descenso a los infiernos
con esta historia de obsesión enfermiza en la que cada acción de Ángel se
convierte en un camino sin retorno del que no podrá tener escapatoria.
Muchos
son los que odian gratuitamente a Casas por su pasado de «forracarpetas», considerándolo
poco más que una cara guapita, pero hace años que él se empeña en buscar
papeles diferentes y arriesgados con los que romper esos estigmas, tal y como
tuviera que hacer al otro lado del charco gente como DiCaprio, por ejemplo.
Aunque seguramente nada de lo que haga le sirva para convencer a sus enemigos,
lo cierto es que está consiguiendo completar una filmografía de lo más
estimulante, y si Adiós fue uno de sus zénits interpretativos, en El
practicante seguramente se enfrente a su papel más incómodo y desagradable.
Y una vez más, sale airoso del intento.
El practicante es una
película que se cuece a fuego lento, de narrativa tranquila y con más silencios
que palabras, que se alimenta de las sombras y logra componer a dos personajes
tan desesperados como angustiosos. A fin de cuentas, El practicante no
deja de ser una historia de amor, por más que sea un amor enfermizo, mal
comprendido. Son dos seres rotos, cada uno a su manera, que Casas y Déborah
François componen a la perfección.
Al
final, lo que tenemos es una película de intriga que coquetea con el terror,
muy sórdida e incómoda, que supone, quizá, el mejor trabajo de Torras hasta la
fecha y logra erigirse como uno de los títulos más interesantes de Netflix
de los últimos meses. Su brutal puesta en escena, sin embargo, no puede ser del
agrado de todos. Ese es el precio que, conscientemente, hace pagar Torras,
buscando con saña el desagrado y la inquietud.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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