Aunque no quedé muy satisfecho con la película Tokarev, el debut de Pedro Cabezas en Hollywood de la mano de Nicolas Cage, debo reconocer que con su salto televisivo, encargándose de episodios de títulos tan notables como Penny Dreadful, The Strain, Fear The Walking Dead o American Gods, le ha portado suficiente experiencia como para, en su regreso a España (nueve años después de su exitosa Carne de neón), componer una de las mejores películas españolas del año, en un 2019 en el que nuestro cine ha estado especialmente sobresaliente.
Para los que siguen teniendo problemas con el cine patrio, insistiendo en que es siempre igual, le propongo el ejercicio de comparar el último estreno recibido, Si yo fuera rico, película prefabricada y en busca de un público acomodado, con esta maravilla que es Adiós. Sí, ya se que son géneros y estilos diferentes, pero no soy yo quien se empeña en meter todo el cine español en el mismo saco, ¿no?
Con un enorme Mario Casas a la cabeza (¿dónde están ahora los que lo criticaban tanto?), la película es un cruel relato de venganza tras la muerte, en un accidente de tráfico, de la niña pequeña del matrimonio formado por el personaje de Casas y el de la también excelente Natalia de Molina. En otras manos (y en otra filmografía), esta podría ser la clásica película de venganzas fraternales que bien podría haber protagonizado Liam Neeson, Mel Gibson o ingluso el propio Nicolas Cage, pero no, esto va de otra cosa, esto va de la España del sur, de la España real, de luchas territoriales entre clanes y familias. Y, sobre todo, va de realidad, de mucha realidad.
Con un tono sucio y hasta desagradable, la película busca más compartir el sufrimiento de los protagonistas que el placer propio de la venganza, poniéndose así en las antípodas de, por ejemplo, El justiciero de Eli Roth. En lugar de eso, Cabezas (que firma el guion junto a Carmen Jimenez y José Rodríguez) apuesta por un tono más intimista donde podemos sentir la pérdida de la niña como nuestra, y haciéndonos entender que, por difícil que parezca, la vida sigue tras la tragedia y que la obsesión ciega por esa venganza, por el todos contra todos, solo puede traer consecuencias aún peores.
Paco Cabezas brilla pues, en el aspecto más personal de la historia, pero esto no significa que se dejen de lado las escenas de acción, espectaculares y brillantemente dirigidas. El asalto al barrio de las 3000 viviendas, la pelea entre la policía a la que da vida Ruth Díaz o la secuencia final son meros ejemplos de que la cinta puede ser trágica y dolorosa a la par que emocionante y adrenalínica.
La España cañí es el escenario ideal para una historia sórdida, de bajos fondos, donde Casas ha tenido que reinventarse (asombroso lo que hace con su acento) para dar un paso más en su brillante carrera, aunque sin por ello desmerecer a un reparto que, en su totalidad, están excelsos.
Adiós, con una banda sonora también impagable (y lo dice alguien a quien no le gusta el flamenco, pero que se le puso la piel de gallina con cada canción) y una excelente ambientación, es una película que no se puede ver cómodamente sentado en la butaca, asaltado siempre por los nervios y que se sigue disfrutando (es un decir) una vez finalizada la proyección. Una joya a la altura de Quien a hierro mata o La trinchera infinita, por nombrar algún ejemplo de cine español angustiante y opresivo de este año.
Valoración: Ocho sobre diez.
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