La maquinaria de Mediaset se ha vuelto a poner en marcha y están haciendo todo lo posible para que Si yo fuera rico arrase en las taquillas estas navidades. Siguiendo el mismo truco que ya les funcionó muy bien en Perfectos desconocidos, Sin rodeos o Padre no hay más que uno, es decir, versionar casi literalmente un éxito de alguna filmografía vecina.
Dirigida por Álvaro Fernández Armero, recién salido de la serie Vergüenza, la película parte de una premisa divertida que no termina de saber aprovechar del todo: un hombre, en el peor momento de su vida (sin trabajo ni casa y recién abandonado por su mujer) gana 25 millones de euros en la lotería. Cuando sospecha que su todavía esposa se la pega con otro decide guardar en secreto su nueva fortuna hasta después del divorcio, para ahorrarse así el reparto, pero claro, ya se sabe lo que pasa con los nuevos ricos… Así, sus estériles intentos por disimular esa nueva vida ante su mujer, su familia y sus propios amigos serán la base de toda esta comedia con momentos de humor de brocha gorda y tópicos a cascoporro.
No se deben pedir peras al olmo, y esta no es una película que vaya a cambiar nuestras vidas. Tampoco lo pretende. De hecho, cualquier intento de encontrar algo de profundidad en su guion sería un esfuerzo absurdo. Podría parecer que hay algo de crítica ante el consumismo, aunque luego los problemas se arreglan base de dinero. Podría parecer que hay algo de crítica hacia los intereses bancarios, aunque luego el director el banco se convierte en el mejor amigo del protagonista. Podría parecer que se quiere reflejar eso de que el dinero no da la felicidad, aunque al final…
Así pues, nada de reflexiones sesudas. Esto es una comedia simplona y simpaticona en la que, con gags más o menos inspirados, queda todo a la suerte de la inspiración de sus protagonistas. Y aunque Alexandra Jiménez esté algo menos inspirada de lo habitual (nunca parece tomarse demasiado en serio su papel), el resto cumple con creces, lo que consigue mantener la película a flote.
Al final, esto es una comedia y no aspira a nada más que a hacer reír, sin importar demasiado cuales sean las armas utilizadas. Yo, por mi parte, me reí bastante, aunque a estas alturas ya he olvidado la mayoría de las bromas.
Así pues, estamos ante un producto de consumo rápido, una película en la que no vale la pena profundizar demasiado en sus valores, sino que hay que dejarlo todo en manos del sentido del humor con que cada espectador se enfrente a ella. Divertida lo es, desde luego, pero quizá no todo lo tronchante que se le debería exigir, ya que el tema daba para más y un punto más de mala leche no le habría ido nada mal.
Valoración: Seis sobre diez.
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