Ha
sido toda una sorpresa reencontrarse con Santiago Segura como director de cine.
Con una exitosa carrera pero muy limitada a la saga Torrente, no tenía ninguna duda sobre sus cualidades como
realizador (creo que no había ninguna duda sobre su talento en la franquicia,
otra cosa más discutible es su buen o mal gusto), pero lo que no me imaginaba
es que su primera película ajena a su creación fuese una comedia tan blanca y
bienintencionada como Sin rodeos.
Hay
que aceptar de entrada que la premisa argumental no es excesivamente original.
De hecho, la cosa es una especie de revisión de la magnífica Un día de furia, de Joel Schumacher, con
un gran Michael Douglas, pasada por el filtro de la comedia con aparentes
toques mágicos como Mentiroso Compulsivo,
aquella historia en la que Jim Carrey era incapaz de abrir la boca sin soltar
verdades como puños por ella, casi siempre en el momento más inoportuno. Todo
ello, en una visión femenina, eso sí. De manera que lo que había que esperar
era a ver si los gags individuales pudiesen elevar la película a más de un
simple entretenimiento.
Pero
lo cierto es que Sin rodeos es eso y
mucho más. Con un claro deje de reivindicación feminista, la película es justo
el extremo opuesto a lo que era Torrente
(a la que no estoy criticando, ojo -la quinta me divirtió mucho-, pero que
basaba todo su poderío en el humor de sal gruesa). Con una excelsa,
extraordinaria, Maribel Verdú aceptando con gusto toda la responsabilidad de
cargar con el film a sus espaldas, Segura (que también participa en el guion,
inspirado en una pieza teatral película chilena) consigue con maestría componer una
divertidísimo canto a la vida, una película que, como su tema musical final
anuncia, invita a la alegría y regala un buen rollo al cuerpo increíble, por
más que todos los que rodean a la pobre Paz, el personaje interpretado por
Verdú, sean unos cafres de cuidado.
Retrato
ácido de la sociedad actual, con sus adictos al móvil, sus “influencers
youtuberas”, sus artistas de baratillo y demás, la protagonista no es que no pueda
mentir, como sucedía en el film de Carrey, sino que parece no tener filtros en
sus palabras y acciones, convertida en una especie de justiciera social
desatada tras tanto tiempo conteniéndose y tragando sapos y culebras (además de
pastillas antidepresivas).
No
es que Santiago Segura quiera practicar ahora la moralina, es más bien que se
mira en el espejo del mundo que nos rodea para construir una heroína de la que
enamorarnos e incluso envidiar por cómo logra retomar el control de su vida,
sabiendo componer situaciones y diálogos desternillantes muy alejado de la
vulgaridad o la escatología y aprovechando al máximo el buen plantel de
segundarios, algunos amiguetes habituales, otros recién llegados a su mundillo
circense, como una acertada Cristina Pedroche.
Me
quedo, no obstante, sin espacio suficiente para elogiar a la protagonista, que
aunque lleva años demostrando lo talentosa que es, parece que se acuerden
suficientemente de ella en las entregas de premios. Aquí vuelve a dar lo mejor
de sí misma y roza la perfección en un catálogo de registros siempre en un
equilibrio tan frágil que podrían provocar cierta tendencia al ridículo en
cualquier otra actriz.
En
resumen, fantástica película que invita a tomarse la vida de otra manera y a
escapar de los dramas diarios que nos rodean.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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