Reina
indiscutible de la televisión por streaming, Netflix sigue apostando fuerte por
su ficción. Aunque hasta ahora se la reconoce más por sus series que por sus
largometrajes, poco a poco va abriéndose un hueco en la industria (las cuatro
nominaciones al Oscar de Mudbound son
un claro ejemplo) y pese al discutible éxito de Bright, no hay duda de que cada nuevo estreno es casi un
acontecimiento.
Tal
es el caso de Mute (Mudo), la que se
supone es una especie de secuela espiritual (sea lo que sea lo que eso significa)
de la extraordinaria Moon y que representa
el intento de su director, Duncan Jones, de recuperar las buenas sensaciones
que causó con su debut, después de la irregular Código fuente y del estrepitoso fracaso crítico y comercial (China
aparte) de WarCraft.
Tal
y como sucedió hace unas semanas con The Cloverfield Paradox, las expectativas estaban algo bajas debido a haber
llegado precedida por unas críticas nefastas (justo lo contrario que el próximo
gran estreno/evento, Anhiquilation),
lo cual ha ayudado, posiblemente, a reducir el hype y permitir disfrutar mejor
de la película.
Ciertamente,
Mute no está ni de lejos a la altura
de Moon, y se le pueden encontrar
múltiples fallos, principalmente en un guion que no parece tener nunca muy
claro hacia dónde va, demostrando la propia inseguridad de su autor con los
numerosos flashbacks con los que nos recuerda escenas ya vistas. Sin embargo,
esto no quita para que la narrativa sea suficientemente entretenida como para
atrapar al espectador, con una trama criminal llena de violencia, en algunos
momentos algo extrema, que disfraza en realidad una historia sobre el amor y la
soledad.
Alexander
Skarsgård, Paul Rudd y Seyneb Saleh componen tres personajes desgarrados por su
pasado, cada uno por situaciones completamente diferentes, que tiñen de drama
la película. Es el desarrollo de estos personajes y lo que sucede cuando interactúan
entre ellos lo que más debía interesar a Jones del proyecto, pero fracasa a la
hora de dar forma al laberinto en el que se internan todos ellos atrapados en
una Berlín futurista y ultratecnológica.
Es
el apartado fotográfico lo más llamativo del film, heredero directo del
cyberpunk de Blade Runner, donde
Duncan Jones juega con la luz y el color y logra grandes aciertos visuales,
pero el derroche de imaginería es tal que en ocasiones amenaza con colapsar al
espectador, enfrentándose directamente al barullo argumental y terminando por
desdibujarlo todo.
No
sería injusto calificar Mute (Mudo)
como otro patinazo más en la carrera de Duncan Jones, con más intenciones que
aciertos (¿hasta qué punto aporta algo a la trama el que el protagonista sea mudo,
más allá de conferir una metáfora más sobre la incomunicación en una época
extremadamente tecnológica -los orígenes amish del personaje son otro elemento
diferenciador-?), pero tampoco veo la razón de cebarse sobre un film que
arriesga en su planteamiento y compone un interesante retrato futurista
visualmente impecable y que no aburre en ningún momento.
Se
le debe exigir más a Duncan Jones (o quizá ya no, de cómo cierre su supuesta
trilogía dependerá la cosa), pero Mute
es un film aceptable más allá de las (buenas o malas) expectativas que se hayan
puesto sobre él.
Valoración:
Seis sobre diez.
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