Existen dos Spielberg dentro de la mente del prestigioso director. El serio y comprometido con la causa (a veces aburrido, como en Lincoln, otras fallón, como con War Horse, pero en otras ocasiones brillante, como en El puente de los espías), y el espectacular, emocionante y palomitero (al que, pese a sus últimos tropiezos, todos queremos y adoramos). En apenas unos meses hemos tenido una muestra de su dualidad, con los estrenos casi simultáneos de Los archivos del Pentágono y esta Ready Player One que nos ocupa ahora.
En Ready Player One tenemos al Spielberg más desbocado, el que supera todos los límites de la imaginación y juega con mundos maravillosos y futuristas como hacía en sus buenos tiempos, aquellos añorados ochenta a los que ahora homenajea con esta película, que siguiendo con la dualidad es, en sí misma, una historia sobre el futuro anclada en el pasado.
Aunque una de las cosas que definía el cine de efectos especiales de Spielberg era su afición por los trucos artesanales, el antaño Rey Midas lleva ya unos años coqueteando con el CGI y los efectos digitales, haciendo películas como Tintín y el secreto del Unicornio o Mi amigo el gigante donde el apartado visual terminaba por devorar la película. En Ready Player One le pasa algo parecido pero, por exigencias del guion, esta vez la historia es capaz de aprovecharse de ello.
Podría decirse, sin embargo, que esta adaptación de la novela de Ernest Cline (que al parecer es bastante mediocre, todos los que conozco que han intentado leerla han terminado por abandonarla), es una oda al exceso, tan apabullante en su confección artificial en 3D que, junto a las infinitas referencias y guiños incorporados, obligan a dos o incluso tres visionados (más una posterior recuperación en formato domestico, botón de pause a mano) para poder digerir tanta información visual.
La historia, en el fondo, es la misma de siempre, propia de cualquier distopía juvenil del montón. En un futuro cercano una corporación quiere dominar el mundo y unos jóvenes forman una especie de resistencia para tratar de evitarlo. Las claves son las mismas que las sagas de Divergente, Los juegos del hambre y demás, con la salvedad del juego nostálgico que Cline/Spielberg proponen para la ocasión.
En el año 2045 el mundo está sumido en la clásica crisis en la que las clases alta y baja están más distanciadas que nunca y la única vía de escape (anímica, al menos), es pasarse media vida dentro de un juego virtual llamado OASIS. La gracia del asunto está en que el fallecido creador del juego, Halliday, introdujo una serie de pruebas que, una vez resueltas, darán al vencedor, aparte de una morterada de pasta, el control total del juego. Los villanos de la historia, por supuesto, es una empresa informática competidora.
La trama es muy simple y con tanta prueba y guiño apenas hay tiempo para el desarrollo de personajes, lo que por un lado lastra mucho a la calidad de la película. Sin embargo, ya he dicho que estamos ante el Spielberg divertido, no el serio, y todo esto parece importarle muy poco. Al final, estamos ante una excusa para poder ver una carrera entre el DeLorean de Regreso al Futuro y la moto de Tron Akira, esquivando Tiranosaurus Rex y con King Kong cortándoles el paso.
Ready Player One es un homenaje a la cultura pop de los ochenta, y como tal funciona a la perfección, recogiendo el espíritu de la Amblin e invitando a sonreír a todos los cuarentones que poblamos las salas de los cines y, quizá, descubriendo esas maravillas a las nuevas generaciones. En ese sentido, la película es puro espectáculo y no aburre en ningún momento, siendo un gozo visual y un deleite para los sentidos. Su talón de Aquiles, no obstante, está en lo limitado de su público objetivo. Con tanto guiño a la música, el cine y los videojuegos de aquella época dorada, cuesta creer que alguien ajeno a ella se deje llevar por la historia. Yo mismo sentía que muchas referencias se me escapaban por mi total desconocimiento por el mundo de los juegos de ordenador o consola, por lo que no quiero ni imaginarme a quien no haya vivido (o disfrutado) de esa época. Así, Ready Player One es demasiado generacional, tan excesiva, como brillante, tan agotadora como entretenida, una de estímulos constantes que puede llegar a amenazar con destrozar la cabeza de aquellos que logren entrar en el juego (y es que, entre referencia y referencia, esto es en realidad lo que es la película, un enorme juego) pero con la que será muy difícil que conecten los que no consigan hacerlo, quienes sin duda llegarán a sufrir con las casi dos horas y media de frikadas sin sentido alguno para ellos.
Eso sí, ya sea en el mundo digital como en el real, Spielberg sigue siendo un gran director, y solo por cómo maneja la cámara y el ritmo que sabe imponerle a la acción ya merece darle una oportunidad.
Valoración: Siete sobre diez.
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