Cuando
comenzó su carrera cinematográfica, de la mano de su amigo Quentin Tarantino,
Eli Roth se convirtió en abanderado de un nuevo estilo de cine de terror,
directo y brutal, lejos de la elegancia de su compañero de generación (saga Saw
aparte) James Wan. Era la época de Cabin Fever y, sobretodo, Hostel y su
secuela.
Hace
ya más de doce años de eso, y el estilo de Roth se ha ido aburguesando tanto
que sus últimos trabajos no solo han pasado bastante desapercibidos en
taquilla, sino que incluso han tenido dificultades para tener incluso una
distribución aceptable, pese a que Toc Toc, por ejemplo, contara con un Keanu
Reeves resucitado para el cine gracias a su John Wick. Y que su siguiente
trabajo sea una película de corte familiar como La casa del reloj en la pared
no augura nada bueno para el antaño enfant terrible de Massachusetts.
Entre
ambas películas se sitúa El justiciero, un remake de El justiciero de la noche,
de Michael Winner, que en 1974 protagonizó Charles Bronson y que estaba
inspirada, a su vez, en la novela de Brian Garfield.
Con
El justiciero, Roth recupera ese cine setentero tan despojado de adornos y
políticamente incorrecto que podría recordar a cualquiera de las películas que
hoy en día protagoniza Liam Neeson, con Venganza y sus secuelas a la cabeza,
pero con una contundencia que la hacen ligeramente más incómoda que esos
espectáculos pirotécnicos de acción sin mucho sentido.
Con
un recuperado Bruce Willis (que parecía condenado a apariciones secundarias en
mediocres subproductos sin interés alguno) que recupera ese magnetismo que lo
hizo tan grande en la década de los noventa, la gran diferencia entre El
justiciero y cualquier otra película de violencia y venganza que tanto se
prodigan en el cine está en la fácil identificación con el protagonista. El
Paul Kersey que interpreta Willis no es un héroe de acción, sino un simple
cirujano (en la película protagonizada por Bronson era arquitecto), un hombre acostumbrado
a salvar vidas en lugar de arrebatarlas, que tras la brutal agresión a su
familia y la aparente ineficacia de la policía para detener a los responsables,
decide tomarse la justicia por su mano. Resulta curioso ver por ello a Willis
esforzándose por aparentar no saber cómo enfrentarse a ese camino de violencia
en el que se enrola casi sin querer, teniendo de que descubrir algo tan
(aparentemente) sencillo como disparar un arma y mostrándose como un hombre de
la calle, un hombre que se apoya más en su férrea voluntad que en sus aptitudes
propias para salir adelante en sus respectivos enfrentamientos.
Con
este ligero hilo de realidad (tampoco piense nadie que estamos ante un drama
existencial, que al fin y al cabo lo que termina haciendo Kersey es algo que
probablemente no sería capaz de hacer ninguno de nosotros), Roth compone una
entretenida película, con ligeros toques de violencia extrema que recuerdan a
su estilo desagradable de antaño (algo de gore y terror hay por aquí) y que aun
manteniéndose fiel al espíritu de la película original (que tuvo cuatro
secuelas) sabe modernizarlo justo para reflejar una parte de la sociedad de hoy
en día, siendo los medios de comunicación y las redes sociales una parte
fundamental de la trama. De hecho, el personaje de Willis, que bien podría ser
una cara B del David Dunn que el propio actor interpretó en El Protegido
(personaje que retomará en Glass, secuela de Múltiple), no en vano luce un look
muy similar, como si Roth quisiera ofrecer una versión sucia y oscura del cine
de superhéroes que triunfa en las carteleras, en una versión mucho más mundana
del “héroe real” que otros títulos de semejantes intenciones como Súper o
Kick-Ass.
No
es El Justiciero una película deslumbrante, pero ofrece lo que promete, una
historia entretenida, bien filmada, con interesantes actores de reparto, la
dosis justa de violencia, y un cierto regusto a crítica social acerca del
eterno debate en Estados Unidos sobre el derecho de tener armas de fuego. Todo
lo relacionado con la manera en la que Kersey accede a su armamento es tan
ácido como real, lo cual puede llegar a asustar más que los propios villanos de
la función.
En
fin, historia de violencia al uso pero que con Roth a los mandos y Willis
haciendo lo que mejor sabe (aunque lo suyo le cuesta), se convierte en un
recomendable producto de consumo, mucho más estimable de lo que podría parecer
a simple vista.
Valoración:
Siete sobre diez.
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