Esta
no deja lugar a dudas.
Estamos
ante la adaptación de un videojuego en la que unos científicos locos manipulan
genéticamente el ADN de diversos animales hasta que la cosa se les va de las
manos y crean unos monstruos mutantes que lo arrasan todo.
Además,
se le pueden encontrar flecos por todas partes. El guion, dentro de su
absurdidad, tiene una incoherencia terrible (¿por qué unos mutan más que
otros?), la historia es tan previsible como ya vista (cojan un poquito de El origen del Planeta de los Simios, mezclen
el King Kong de Peter Jackson con el Godzilla de Roland Emmerich e imaginen
alguna escena del Pacific Rim de
Guillermo del Toro) y súmenle a un actor terrible como Jeffrey Dean Morgan
haciendo exactamente los mismos tics interpretativos que si se tratase del Negan
de The Walking Dead. Eso es Proyecto Rampage.
Y
es cierto. Pero es, además, Dwayne Johnson derrochando todo su carisma habitual,
unos bichos gigantes pegándose leches mientras destrozan Chicago y un ritmo
frenético que nunca decae.
Así
que sí, esta película es una tontería enorme, pero te permite pasártelo
estupendamente. Es endiabladamente entretenida y los efectos especiales
suficientemente cumplidores para ver una vez más una ciudad americana arrasada
por los monstruos de turno y no morir en el intento.
Es
curioso cómo, además, el director Brad Peyton, que ya ha trabajado con Johnson
en Viaje al centro de la Tierra 2 y San Andrés, pretende diferenciarse de otras
películas del montón dándole un toque de seriedad y dramatismo que funciona muy
bien en su primera mitad. La primera secuencia, sin ir más lejos, es heredera
del terror espacial de Alien y
alrededor del tono cómico de la película hay muertes e incluso una ligera
violencia que me llamaron la atención.
Luego
todo se pierde en la aparatosidad del espectáculo pirotécnico, con algún
momento supuestamente climático que roza el ridículo, pero como diría Alejandro
González Iñárritu, “el ritmo lo es todo”. Y esta película tiene ritmo. Mucho.
Es
entretenimiento puro y duro. No hay que buscarle nada más, porque es entonces
cuando nos podemos sentir decepcionados. Claro que quien le pida a una película
de estas características algo más… Bueno, digamos que quien falla no es el
film, sino el espectador.
A
cada cual lo suyo, digo yo.
Valoración:
Siete sobre diez.
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