Lo
malo de las comedias románticas es que todas están cortadas por un mismo
patrón. Generalmente el esquema es muy básico: chico conoce chica, chico se
enamora de chica, una confusión provoca que chico se separe de chica y,
finalmente, chico se reconcilia con chica. Todo muy básico pero que, como
funciona, no se suele cambiar.
Por
eso, cuando alguien hace algo un poco diferente (me viene a la mente algún
título como (500) días juntos o el
final de Separados) es digno de
elogio. Y solo por eso merece considerarse al guionista y director Mateo Gil
como un tipo a tener en cuenta.
El
problema es que Gil, que viendo su filmografía está claro que le gusta más el
riesgo que el acomodo (sus dos últimas películas fueron un western como Blackthorn y un drama existencial
futurista como Proyecto Lázaro),
tiene más claro lo que quiere hacer que cómo hacerlo. Ya en su momento condené Proyecto Lázaro por lo aburrida que se
me hizo, y algo similar me sucede con Las leyes de la termodinámica.
Desde
el punto de vista argumental no es que haya nada del otro mundo. Cuando Manel
conoce a Elena (una ascendente modelo) se enamora perdidamente, pero cuando la
relación se tuerce no es capaz de levantar cabeza y superar el rechazo, todo
narrado con mucho humor y desenfado. La nota original es cuando aprovechando
que Manel es físico se trata de justificar todos los actos bajo el prisma de la
ciencia, cobrando una literalidad total eso de que el amor es física y química.
Todo
está predestinado mediante una serie de cálculos y algoritmos, y para dejar
constancia de ello la película está nutrida de apariciones de científicos que,
como en un documental didáctico al igual que Adam McKay hacía en La gran
apuesta para explicar la crisis financiera, explican al espectador diversas
leyes de la física cuántica y demás.
Sí,
todo muy original y fresco, pero que pierde su gracia a la media hora de
película. Porque, reconozcámoslo, uno va al cine a divertirse, no a aprender
física, y a la tercera o cuarta vez que se interrumpe la acción para que un
señor nos suelte una explicación que no vamos a comprender (ni lo vamos a
intentar siquiera), el cerebro empieza a desconectar del argumento, más cuando para
subrayar las explicaciones Mateo Gil juega con la cámara atrás y las
repeticiones de planos.
Así
que sí, le reconozco cierta originalidad y frescura a la película, pero lamento
decir que no me intereso demasiado, más cuando, como no podía ser de otra
manera, la conclusión final tras tanta charla científica, es que todo es
mentira, y que el amor está regido por el corazón, no por la ciencia.
Valoración:
Cuatro sobre diez.
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